lunes, 2 de noviembre de 2009

¡No quiero lo verde!

MADRID (Diario El País).- En infinidad de hogares con niños, la hora de la comida representa una auténtica batalla de rabietas y lloros, sobre todo cuando la verdura hace acto de presencia en el plato. En cambio, se vuelven locos por una ración de macarrones. ¿Por qué muchos críos odian lo verde?
En la consulta del pediatra es habitual escuchar las quejas de los padres. "Si le pongo algo verde en el plato, mi hijo sale pitando", suelta más de un progenitor. Un niño que hasta los 18 meses "comía como un primor verdura a mogollón, fruta cruda y entera, ahora no quiere nada de todo esto. Se me cierra en banda a la que ve una zanahoria. No toma nada de fruta, se me rebota y dice que no y que no. Sin embargo, en casa de la abuela se zampa un plato de albóndigas o embutido con una alegría que no veas", cuenta una madre angustiada en un foro de Internet.
Algunos nutricionistas llaman neofobia alimentaria a la aversión a los alimentos desconocidos. Se trata de un mecanismo natural que desarrolla el ser humano ante los productos nuevos y que no tiene relación con la destreza culinaria de los progenitores. Entre las verduras más odiadas por los pequeños destacan las acelgas, las espinacas y la coliflor, según los resultados de un estudio de la Fundación Sanitas hecho público en 2007, y que contó con la participación de 1.620 familias de toda España con hijos de entre 6 y 14 años.
Comer pocas verduras y frutas no supone sólo un desequilibrio en la dieta, sino que provoca un déficit de nutrientes y vitaminas D y E. Y en algunos casos, también de calcio, hierro y de folatos (cuya falta puede afectar la función cognitiva y alterar la capacidad de atención). "Entre otros problemas futuros, puede causar enfermedades cardiovasculares, hipertensión u obesidad", afirma Ana Requejo Marcos, catedrática de Nutrición y Dietética de la Universidad Complutense de Madrid.
El estudio español EnKid, realizado en el año 2000 con chicos de 2 a 24 años de edad, destacaba el hecho de que entre los niños y jóvenes que más comían este tipo de alimentos (cuatro o más raciones diarias) había menos casos de obesidad. Todos los profesionales coinciden en la necesidad de introducir "una alimentación basada en cinco comidas al día", según corrobora Norma I. García-Reyna, especialista en nutrición y psicóloga del hospital Vall d?Hebrón de Barcelona. Una dieta que debe comenzar con un desayuno a base de cereales, leche y frutas, y donde la ensalada o la verdura estén presentes tanto en la comida como en la cena.
En el programa del Vall d´Hebrón destinado a pequeños en edad escolar con obesidad, Niños en movimiento, se trabajan, precisamente, las aversiones alimentarias. "Porque muchos de los niños con problemas de peso tienen rechazo a ciertos alimentos", dice la especialista en nutrición.
"Muchas veces, lo que sucede es que si le dan judías al niño una vez y no le gustan, no se le vuelven a dar nunca más", apunta García-Reyna. Craso error. Existen investigaciones que indican que cuando un niño siente rechazo por cierto alimento, si se le da a probar poco a poco, a la octava o décima vez es muy probable que termine gustándole. Y esto, según García-Reyna, es algo que muchos padres no saben. La clave, añade, es darles pequeñas cantidades, no obligarles a comer todo el plato.
La alimentación infantil se convierte, a veces, más que en un tira y afloja, en una auténtica lucha por el poder. Muchos padres optan por el "no te levantarás de la mesa hasta que te lo acabes todo"; otros, por premiar con su postre preferido si se comen el plato que les disgusta; y los más tajantes los envían como castigo directamente a la cama. "El niño hace pruebas de fuerza con la comida, está en su derecho, y si no lo hiciera sería preocupante. Pero nunca debe decidir lo que come", explica Lucrecia Suárez Cortina, de la unidad de gastroenterología y nutrición infantil del hospital Ramón y Cajal de Madrid y coordinadora de nutrición de la Asociación Española de Pediatría.
El pediatra Carlos González recomienda en su libro Mi niño no me come (Temas de Hoy) no premiar con regalos ni, tampoco, sobornar con el postre para que el pequeño coma. Y mucho menos, castigar. "Está comprobado que inconscientemente relacionamos la sensación de saciedad y bienestar con el último alimento ingerido. Con el premio del postre, los padres no aumentan la preferencia ni el gusto por las verduras, sino el gusto por el flan", asegura García-Reyna.
De hecho, esta actitud les puede marcar su futuro hábito alimenticio. Investigadores de la Escuela de Psicología de la Universidad de Birmingham (Reino Unido) descubrieron que los bebés que destetan con alimentos como los bizcochos tendrán una preferencia por productos amarillentos, tales como las patatas fritas, más adelante en la vida. Por ello recomiendan introducir verduras entre esa primera variedad de alimentos, para que aumenten su prototipo visual de la clase de alimentos que les guste comer. A veces, lo que les produce rechazo es simplemente el color.
La conducta y los hábitos alimentarios se aprenden en la familia, y los padres deben predicar con el ejemplo. Su actitud es determinante, asegura Ana Requejo Marcos, catedrática de Nutrición y Dietética de la Universidad Complutense de Madrid. Esta doctora considera que los ingredientes fundamentales para conseguir que los niños coman verduras son la naturalidad y, sobre todo, la paciencia: "Si la primera vez no le gusta el plato de espinacas, hay que cambiar la preparación para intentar que le entre mejor la próxima vez". Requejo propone tratar la alimentación como si fuera una asignatura más: "Contarles los nutrientes y alimentos que tienen las verduras".
La doctora aconseja comenzar la diversificación alimentaria cuando finaliza la etapa lactante. "Es como el sobrepeso, cuanto mayor es el niño, más consolidados están los hábitos alimentarios equivocados y más tiempo necesitas para corregirlos. No es lo mismo educar los hábitos alimentarios de un niño de 3 años que uno de 10, que está en la preadolescencia", añade.
Para algunos autores, el odio a las verduras también puede estar en los genes. ¿Están programados los niños para odiar las acelgas o el brócoli? Un estudio de la psicóloga Lucy Cooke, del Colegio Universitario de Londres, publicado en 2007 en la revista médica American Journal of Clinical Nutrition mostraba cómo la aversión alimentaria es una característica altamente heredable. Estudió 5.390 pares de gemelos idénticos y no idénticos, de entre 8 y 11 años, y los resultados indicaban que la neofobia alimentaria es hereditaria en el 78% de los casos, pudiendo aparecer a partir de los dos años de edad.
Lucrecia Suárez no está de acuerdo: "No hay que buscar explicaciones genéticas, sino ambientales". En España, hace 35 años las legumbres se comían a diario. Las encuestas indican que ahora sólo se toman lentejas o garbanzos un par de veces al mes. "Hoy es mucho más frecuente comer pasta varias veces a la semana, cuando antes el plato de macarrones era esporádico", añade Suárez.
Joan Carles Ambrojo
© EL PAIS, SL.


Estrategias diarias

Establecer una gama de alimentos variada y equilibrada con ayuda del pediatra. Tener en cuenta las preferencias del niño, pero no permitir que dicte el menú.
No premiar ni recompensar; tampoco castigar.
Cocinar con los pequeños. Les ayuda a probar los alimentos.
Los padres deben dar ejemplo: marcan los hábitos alimentarios de sus hijos.
Se puede añadir a las verduras un poco de ketchup, mayonesa o carne.
Evitar bollería y chucherías.

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