lunes, 7 de febrero de 2011

Ser ecológico cuesta caro: hay que gastar casi el doble

Las mañanas son distintas desde que Gladys descubrió lo bueno que era el café de higo. En su casa de La Horqueta, San Isidro, sus hijos reclaman asado, pero ella, obstinada, ofrece hamburguesas de mijo. Gladys Zeigner tiene 52 años. Podría sacarse varios años sin levantar sospechas. Ella, profesora de yoga, cumple con todos los requisitos para ser una persona ecológicamente responsable. Devolvió sus tarjetas de crédito. No compra demás y no hay promoción que la seduzca. Gladys sabe que no alcanza con comer arroz integral con brotes de soja si ese arroz no es orgánico, si los genes de la soja están manipulados y si sus brotes no fueron cosechados con la correcta alineación planetaria que dictan las leyes de los cultivos biodinámicos. Entonces, si todos esos requisitos no se cumplen, daría lo mismo comer calabaza que clavarse un choripán de cancha.
Los beneficios de comer y utilizar productos sanos desde su nacimiento son muchísimos. Pero no vienen solos. Hay que pagarlos. ¿Cuánto? Casi el doble de lo que cuesta su versión industrial o no eco frendly .
Clarín comparó una lista de treinta productos –desde arroz y fideos hasta shampoo y detergente– en su versión ecológica y su versión de supermercado. Mientras la suma de los primeros llegaba hasta los 498 pesos, los segundos daban 250 pesos.
Para llevarse un kilo de patamuslo de pollo alimentado por un granjero dedicado hay que pagar 39 pesos. Su desafortunado pariente de supermercado no supera los 19,90. El yoghurt de litro, que en cualquier almacén se consigue a casi 6 pesos, trepa a los 13 si la leche con que fue hecho tiene garantía orgánica.
Pero en el país, sólo el 16 por ciento de la población está dispuesto a aceptar los preceptos de la vida sana que van desde comer mejor hasta cuidar el medio ambiente. Según una encuesta realizada por Mindshare Argentina, la mayor parte de estas personas tienen entre 25 y 50 años y mantienen un nivel de vida medio-alto.
Angie Ferrazzini es una firme militante de la vida sana. Desde hace varios meses, organiza un mercado natural en la estación San Fernando del Tren de la Costa, “Sabe la Tierra” . Todos los sábados allí se reúnen pequeños productores que garantizan la salud de sus productos. “Promovemos el consumo responsable, consumir menos y mejor –dice Angie–, ojalá en el mercado podamos demostrar que no es más caro ser ecológico. La compra tiene que ser un acto de mucha conciencia”.
El objetivo del Mercado, además de vender sólo productos orgánicos, es garantizar que cada transacción que se realiza siga las reglas del “comercio justo” , es decir, que cada parte de la cadena de producción se lleva lo que le corresponde y que en el medio no hubo ni explotados ni explotadores y esto incluye desde los peones hasta los tomates y las papas.
Desde que se abrió el mercado, Gladys va todos los sábados. Jura que a pesar de que la acelga cuesta el doble, a la larga es una buena inversión: “¿Sabés cuánto te ahorrás en remedios? Lo que pasa es que no conviene que la gente esté sana porque se terminó el negocio de las prepagas. La gente come pan y ¡no sabe que el pan es veneno!”.
Pero para ser una persona ecológicamente comprometida no alcanza con comer alimentos orgánicos. También habrá que cuidar el shampoo, la pasta de dientes y el detergente. Y aquí sí los precios se disparan: 75 pesos el litro de shampoo y 25 el de una pasta de dientes. Y si se trata de irse tranquilo con un detergente sin rastros de petróleo, entonces habrá que pagar 30 pesos el litro.
Cinco veces más que el de la góndola.
En un país con el 30 por ciento de la población por debajo de la línea de pobreza –es decir, que no llega a los 2.369 pesos mensuales necesarios para cubrir la canasta básica de una familia– el universo orgánico parece de otra galaxia.
La empresa Organicoopers desarrolló el Mapa Verde de Buenos Aires . Cada uno de los comercios que allí aparecen cuentan con un certificado de orgánico. Pero además de restaurantes y almacenes, hay colegios, institutos de yoga y constructoras que garantizan mejor calidad de vida. El 90 por ciento de toda la oferta se concentra entre Recoleta, Palermo y la zona norte del Gran Buenos Aires.
El circuito orgánico es reducido y así, por precios y distancia, los beneficios de una vida más sana son por ahora privilegio de pocos.
Pero Angie Ferrazzini está convencida de que vale la pena intentarlo: “Ya no voy al súper y no compro cosas innecesarias que te venden y te venden. Hay que tratar de apoyar con nuestra compra a los pequeños productores. Antes de comprar, uno debería hacerse un par de preguntas: ¿Necesito realmente esto? ¿A quién beneficio con la compra? ¿Qué impacto ambiental tiene este producto?”.
clarin.com

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