martes, 22 de febrero de 2011

La silenciosa invasión de las palomas porteñas

Están quienes aseguran que traen riesgos para la salud y los que las consideran plaga;  en todos los casos, advierten que no hay que alimentarlas; qué es lo que hay que saber para poder convivir con ellas

Llegaron a la ciudad a comienzos del siglo veinte desde Europa y, si bien muchos locales las definen con desprecio como ratas con alas, las palomas domésticas -conocidas con el nombre científico de Columba Livia- adoptaron Buenos Aires como su lugar ideal para garantizar el éxito de la especie.

Cuenta Carlos Fernández Balboa, coordinador de Educación de Fundación Vida Silvestre Argentina que todo empezó entre 1915 y 1920, con un palomar ubicado cerca de la Av. de Mayo, perteneciente a un pariente de los Bieckert. El resto fue el resultado de la combinación entre la falta de predadores y la abundancia de recursos y espacios para anidar.
"Las palomas son comensales que usan las sobras de la mesa de los seres humanos", explica Enrique Bucher, un experto en lo que se conoce como el manejo de vertebrados plaga, que pertenece al Centro de Zoología Aplicada de la Universidad Nacional de Córdoba .
En la ciudad, asegura, los edificios repiten las alturas de los acantilados en donde anidaban originalmente. Y el alimento se encuentra fácilmente: directamente de la mano de los amantes de las aves o en las calles, en la basura de los porteños. Es por eso que en este ecosistema urbano, las palomas encuentran un espacio ideal para el apareamiento, lo que logran con éxito, varias veces a lo largo de todo el año.
 
Potencial peligro para la salud. Los edificios y los monumentos públicos, explican los expertos, son los principales objetivos alcanzados por la acidez de las heces que, una vez que se secan, se vuelven una potencial amenaza. Cuando esto sucede, "se convierten en un polvo que es llevado por el viento y que puede ingresar por las vías respiratorias, pudiendo transmitir enfermedades, en particular cuando lo que se dispersa son ciertos hongos capaces de provocar severas dolencias al ser humano", sostiene Bucher.
Juan Claver, profesor de la Facultad de Ciencias Veterinarias señala que son "los niños, ancianos y aquellas personas inmunosuprimidas o con bajas defensas" las que pueden ser más sensibles a este contagio.
"Lo que transmiten es sitacosis, una enfermedad que produce en el ser humano una neumonía atípica que puede ser riesgosa. Además, con su aleteo despiden un polvillo que puede causar alergias", advierte Oscar Lencinas, director del Instituto Pasteur.
Superpoblación. En plazas y veredas cada vez se hace más difícil avanzar entre los miles de ejemplares indiferentes a la presencia humana, una conducta que podría atribuirse a que, según explica Gustavo Marino, de la Alianza del Pastizal de la Asociación Ornitológica del Plata , al haber sido "seleccionada y domesticada, tiene un grado de mansedumbre superior a otra especie silvestre".
Alejandro Lambruschini, presidente de la Sociedad de Profesionales en el manejo de Plagas Urbanas, señala que "aunque no esté considerado así por las autoridades, es una de las mayores plagas de Buenos Aires".
En la ciudad, donde existen dos ordenanzas de la década del 40 y 60 que prohíben la caza y la destrucción de los nidos de palomas ( 10883, 19880 y 11577 ), ninguno de los expertos consultados conoce de instituciones o programas que den un seguimiento continuo a este tipo de población. "Más que declararla plaga o no, sería mucho más importante desarrollar un programa serio y continuado de investigación, experimentación y desarrollo sobre el tema, tanto sea de la paloma torcaza como de la doméstica", opina Bucher.
"Hay que rever el tema de las palomas. Para mí constituyen una plaga, por eso desde el Pasteur pedimos que no se las alimente", alerta Lencinas.
¿Cómo convivir con ellas? Varios expertos coinciden con Lencinas en que la mejor medida para evitar la expansión de la Columba Livia (y de las otras cuatro especies que habitan la ciudad, entre las que predominan la torcaza y la picazuró) es evitar que tenga alimento disponible. "Dar de comer a las palomitas en las plazas es muy romántico, alegra a muchos niños, pero al mismo tiempo es el factor principal que mantiene altas las poblaciones", dice Bucher.
Así fue como la municipalidad de Sevilla, España, resolvió multar a los vecinos que las alimenten, con cargas de hasta 500 euros, con el fin de evitar "problemas de salubridad". En tanto el intendente mendocino Víctor Fayad, resolvió que próximamente entregará a los vecinos un alpiste anticonceptivo para frenar el avance de esta población. "Estamos teniendo muchos reclamos por las palomas", sostuvo la secretaria de Infraestructura de ese municipio, Laura Profili.
También existen estrategias para espantarlas. En algunos edificios se colocan unos pinchitos que evitan que se puedan posar o anidar, en otros se usa el canto de un ave rapaz o una explosión de sonido, y en última instancia en ciertas propiedades se recurre al cierre de aberturas.
Más allá de la intervención humana, la respuesta a la superpoblación podría estar llegando desde la propia naturaleza. Marino asegura que se observa una mayor presencia de predadores en la Capital. "Los caranchos ahora también están encontrando sus recursos en la ciudad, en este caso, pichones de palomas o los huevos". Claver, que también es coordinador del COA Caburé (Club de Observadores de aves del barrio Agronomía), incluso asegura haber visto a otros menos conocidos como el halcón peregrino y el gavilán mixto.

En el campo
La torcaza, a diferencia de la Columba, es originaria de estas tierras. Es la que provocó mayor debate y hasta se pidió que se la declare plaga nacional (con un proyecto que alcanzó la Comisión de Recursos Naturales del Congreso Nacional). Con poblaciones de hasta 40 millones de ejemplares, la torcaza, se hizo un banquete en distintas cosechas de La Pampa, Santa Fe y Entre Ríos con daños que variaban, según fueran calculadas por productores o técnicos, entre 20% y 80% del total.
Pero las distintas iniciativas de caza y mortalidad de estas aves son criticadas como inútiles por los expertos. En un paper elaborado ante la expansión del sorgo en la década del 70 Bucher sostiene de esta especie: "Dado que las muertes se producen fundamentalmente por la competencia por alimento, resulta claro que cuando se mata una parte se aumenta la chance de supervivencia del resto. Es decir, la mortalidad natural y artificial no se suman sino que se compensan".

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