viernes, 8 de octubre de 2010

Los reyes de la milonga

Por Marina Gambier
Hace poco menos de 15 años, Félix Picherna, que entonces le ponía música a la milonga más tradicional de Villa Urquiza, tomó el micrófono y, como era su costumbre, hizo una breve introducción para anunciar la tanda de temas que seguían. Le gustaba hacer el papel de maestro de ceremonias. Había debutado en 1958 en el Club Viento Norte y, a sus casi 60 años, ya era considerado el decano de los disc-jockeys de tango. Sin embargo, vivía con lo justo en una piecita cedida por el club. "Señoras y señores, se hace presente en la pista del Sunderland Club el maestro Carlos Cayetano Di Sarli", dijo, dando por sentado que todos los presentes conocían al famoso compositor y director de orquesta, muerto en 1960. Pero la milonga ya no era la misma que décadas atrás: aquella noche, entre la concurrencia había jóvenes. Un parroquiano que estuvo presente cuenta que un bailarín principiante, buscando con la mirada entre el público, preguntó: "¿Dónde, dónde, che? ¿Cuál es Di Sarli?".

La anécdota ilustra un fenómeno que despuntó a comienzos de los años 90 y que tomaría una dimensión planetaria en los años posteriores: los hijos empezaban a interesarse por la música de sus padres, y Picherna, casi sin proponérselo, inauguraba con su estilo un camino estelar para el desarrollo de un oficio que antes había pasado inadvertido y que en los últimos tiempos alcanzó una relevancia insospechada en la escena del 2x4. Además del poder de convocatoria del organizador, de la calidad del piso y el servicio de bar, el musicalizador devino en pieza fundamental dentro del engranaje de la milonga. Desde su cabina, ya sea con la computadora o con los discos, es el responsable de encender el fuego de la pista. En otras palabras: debe lograr que la gente se levante de su silla y baile, porque para eso, y no para otra cosa, pagó la entrada. El crecimiento de su figura dentro del circuito de las tanguerías es consecuencia directa del fanatismo que volvió a despertar en el mundo la danza rioplatense desde que el espectáculo Tango argentino se consagró en el City Center de Brodway, Nueva York, en 1986.

"Eran unos 15 bailarines entrados en años, y a veces en kilos, bailando ese favorito viejo y decadente, el tango. Cuatro cantantes llorando sus penas en español y una orquesta cargada de bandoneones. Las mujeres venían vestidas de negro; los hombres se engominaban. Al calor del espectáculo, surgieron bailarines en todo el mundo", decía en una entrevista con LA NACION el coreógrafo Claudio Segovia, creador de aquel show, en el que participaron, entre otros, Juan Carlos Copes, María Nieves, Milena Plebs y Miguel Ángel Zotto, la elite del ambiente.

Aquel éxito detonó un boom que dura hasta hoy y que algunos han dado en llamar la tercera globalización del tango, después del tango cantado de Gardel, en la década del 20, y de la música de Astor Piazzolla, en la del 60. En Buenos Aires se fueron multiplicando los salones. A la devoción de una nueva generación de argentinos se sumó la oleada de extranjeros que cruzaron el océano (y siguen cruzándolo, favorecidos por la devaluación de la moneda local) para aprender la técnica y los códigos del baile, que siguen siendo los mismos que al principio de los tiempos [ver recuadro]. Lo que nadie, ni los mismos protagonistas, imaginaba es que esa resurrección, que parecía tan poco probable, generaría una fuente de trabajo para los viejos milongueros que sostuvieron el tango cuando, en la década del 60, lo daban por muerto.

Los que vieron el filón del negocio se reciclaron y ahora son profesionales que integran la legión de docentes que recorren Europa, Asia y Estados Unidos, enseñando y participando en festivales. Y hasta tienen cuentas en Twitter y perfiles en Facebook, la bitácora de sus travesías internacionales. En la "tangósfera" hay lugar para todos. Los más viajados aseguran que existen aproximadamente mil milongas en distintos rincones del planeta. Según el sitio milmilongas.com , sólo en Berlín hay 35, ocho en Bruselas, cuatro en Taipei y 25 en Roma, varias de ellas musicalizadas por el eterno Picherna. Hace ya 12 años que él ejerce su oficio en Italia, donde es una celebridad que ha inspirado libros y documentales de cine. Los fines de semana, toma el tren desde Roma y recorre las ciudades vecinas con su valijita llena de cassettes, porque a él no lo convencen las tecnologías del siglo XXI. Segundos antes de arrancar la tanda, cuentan, se lo ve rebobinando las cintas con una birome.

"Gracias a él los DJ de tango tenemos el camino hecho. Nadie nos invitaría a Europa si no fuera por todo lo que él anduvo antes", dice Damián Boggio, uno de los primeros musicalizadores del siglo XXI. Esta entrevista se realizó vía Facebook porque, como todos los años desde 2004, Boggio pasa tres meses de gira por Suiza, Rusia, Gran Bretaña, Alemania, Corea, Japón, Taiwán, Holanda, Turquía e Italia. "Cuando empecé, en 1999, era el más joven. Yo formo parte de una generación que llegó al tango después del rock, de la universidad, después de tantas cosas... Aprendí aconsejado por los viejos bailarines, que me fueron enseñando sobre orquestas y ritmos. Después de la caída del uno a uno, el tango bailado se transformó en una moda mundial y también en una fuente de trabajo. Primero surgieron profesores y maestros de danza, y después, naturalmente, aparecieron los disc-jockeys de tango", agrega Boggio.

Cambalache siglo XXI
Todavía suena esnob usar la expresión inglesa d-jay para referirse al pasadiscos, ese operador anónimo encargado, originalmente, de apoyar la púa sobre la pista del vinilo. Las primeras grabaciones aparecidas en el mercado eran de pasta y se usaron casi exclusivamente en las reuniones familiares, porque los bailes públicos se organizaban en torno a las grandes orquestas surgidas durante la edad de oro del género, desde la década del 40 hasta mediados de la del 50. Los sábados había hasta quince agrupaciones de primer nivel tocando en algún club de la Capital Federal. La concurrencia bailaba toda la noche al compás de esa única orquesta, que hacía dos o tres entradas de veinte minutos. Los músicos eran ídolos, en especial los cantores. A veces nadie bailaba, con tal de contemplarlos. "Por ejemplo, durante los carnavales Huracán contrataba a Troilo; Independiente, a Di Sarli, y así. Era una fiesta. La ciudad entera se había puesto a bailar. Eso duró hasta 1955, cuando se produjeron dos heridas mortales para el género: el rock y la Revolución Libertadora, que había sacado de la calle a la gente común", recuerda Osvaldo Natucci, DJ de reconocida trayectoria. Debutó a los 17 años en el Club Defensores de Florida, donde a los 6 había escuchado por primera vez a la orquesta de Aníbal Troilo. Hoy trabaja en Italia la mitad del año, pasando música y dictando conferencias sobre la historia del tango en la Universidad de Bolonia.

A partir de la turbulenta década del 60, las orquestas típicas fueron disolviéndose. Como era muy costoso contratarlas, los clubes y salones empezaron a recurrir a las grabaciones. En el interior, adonde nunca llegaban las orquestas, ya usaban ese soporte. Por lo general, la tarea quedaba en manos de un empleado del club o de un socio aficionado. "Ignoro cómo trabajarían, si habría dos bandejas o sólo una, pero lo cierto es que el club usaba sus propios discos y que anunciaban el programa en una pizarra -explica Gabriel Soria, vicepresidente de la Academia Nacional del Tango-. Colocaban, por ejemplo: ´Esta noche, baile con Osvaldo Pugliese´. Eso era un poco engañoso, porque Pugliese no estaba en persona. Otros lo aclaraban, pero al pie: ´Esta noche bailamos con Juan D´Arienzo´. Y más abajo se leía: ´Con selectas grabaciones´. Tengo varios ejemplares de pasta y de vinilo con el sello del Club Atlanta, entre otros."

La llegada del long play inició una revolución y con el tiempo dio origen a la tanda, concepto que hasta el momento no existía. Antes hubiera sido imposible integrar la producción de todas las orquestas en una misma noche. Primero se pasaba material de una sola agrupación, pero variando el repertorio según las épocas de sus grabaciones, hasta que finalmente surgió una norma o rutina única, que en general consiste en alternar secuencias de cuatro tangos, tres valses y tres milongas, separadas por breves cortinas de otros géneros musicales, como jazz, bossa nova , boggie-woggie , rock nacional, pop y, a veces, cumbias.

Para hacer selecciones atractivas, el DJ debe saber mucho de tango. Son cerca de dos mil los temas bailables que más se escuchan y el musicalizador debe hilvanarlos siguiendo una lógica. Ese bagaje lo diferencia de su colega, el DJ de música electrónica, que, además de cobrar mejores honorarios, dispone de un repertorio muy homogéneo que se va renovando constantemente. Lucía Plazaola, que aprendió el oficio con Natucci, considera que la exigencia es mayor cuando se trata de pasar música en Buenos Aires. Al terminar el secundario, debutó como moza en la milonga El Beso. El día que renunció el DJ del lugar, ella estaba lista para cubrir el puesto. Tenía 21 años. Con 26 cumplidos, ya anda por su tercera gira por Europa."De afuera parece una pavada, que apretás botoncitos y ya está. Pero no: tenés que estar atenta a muchas cosas", dice, mientras anota en un cuaderno el esquema tentativo de la noche. Desde su cabina, en el entrepiso del local, vigila el panorama de la pista, que irá mutando con las horas, en función de factores imprevisibles: si hay turistas, si ganó Racing y perdió Boca, si faltan hombres y sobran mujeres, si llueve o hace mucho calor. "Además de conocer de ritmos, es importante distinguir los arreglos, que varían mucho según los distintos períodos de cada orquesta. Sabemos que no suena igual una de 1955 que otra de 1935. Yo sigo siendo muy clásica en mis gustos. Ahora a El Beso viene gente más joven pero no por eso voy a romper con la impronta del lugar. Sería una traición y yo no soy de hacerme la loca", asegura. Aclara que "locura" sería pasar tango electrónico, por ejemplo. Eso va contra su ideología.

¿Qué pusiste, pibe?
Una velada puede ser inolvidable o un perfecto fracaso. El público es una democrática mezcla de médicos, remiseros, oficinistas, cosmetólogas, jueces, empresarios, abogados, escritores, médicos, actrices, biólogos, chapistas, pintores de brocha gorda, estudiantes y jubilados, que asisten con la intención de practicar la danza. Algunos aprecian la música de modo inconsciente. Para otros, es un elemento clave. Los milongueroscon muchos años de pista distinguen, al oír el primer tango de la tanda, qué temas vendrán a continuación. Si la selección es mala, probablemente se quejen en voz baja o encaren sin vueltas al responsable: el DJ está siempre en la mira.

Horacio "Pebete" Godoy admite que más de una vez tuvo que aguantar caras largas. Con sus 38 años de edad y 20 de profesión, se esmera para que en su propia milonga, La Viruta, no se produzca ni el más mínimo error. "En Buenos Aires hoy debe haber 20 buenos DJ de tango, pero no todos resisten un cuestionario sobre música -explica, recién llegado de Alemania-. La mayoría respeta los años, las épocas, los cantores. Pecan por demasiado correctos. Es cierto que en esto no podés innovar demasiado, a menos que conozcas los cerca de cien mil tangos grabados que existen, pero necesitás entender a tu público. Creo que yo ya tengo capacidad para comprender la energía de la pista y una cierta sensibilidad comercial: sé que hay muchos milongueros a los que no les va a gustar determinada orquesta; entonces, no la paso."

En la década del 70 quedaban no más de diez milongas en la Capital Federal. Hoy, según el calendario que publican las revistas del circuito, funcionan no menos de cien. Los sábados puede haber hasta 29 salones abiertos. Y hay para todos los gustos: los tradicionales (adonde conviene ir de elegante sport), otros informales, pero para gente mayor, y otros para que practiquen los más jóvenes, en jeans y zapatillas. En unas pocas predominan los bailarines eximios. También existe una milonga gay, aunque no necesariamente hay que ser homosexual para poder entrar. En los espacios bien organizados, el DJ dispone de una cabina que balconea sobre la pista, cuando no está sentado a una mesa.

Superada la etapa del CD y del Mp3, la mayoría de los disc-jockeys cuentan con una respetable colección de tangos almacenados en sus computadoras, lo que a veces les permite hacer una pequeña "trampa": el playlist , es decir, programar las secuencias de canciones para que se sucedan por sí solas. Por lo general, no lo hacen y están pendientes del clima de la pista. En una velada pasan cerca de 120 temas, que deben satisfacer el gusto de bailarines de destreza diversa. Es que aprender la técnica de la danza toma al menos diez años y sólo entonces una persona está en condiciones de disfrutar de la música por encima de la coreografía aprendida, según coinciden muchos.

Para Ramiro Gigliotti, bailarín profesional y autor del libro Veneno de tango , una recopilación de historias y anécdotas desopilantes del ambiente porteño, cada vez que sale a la pista, el bailarín hace un pacto con el DJ . "Para algunos milongueros, es un dilema de vida o muerte: hay orquestas con las que no pueden dejar de bailar y otras con las que jamás se levantarían de las sillas. Entonces, se establece una especie de acuerdo tácito con el DJ . Cuando él mezcla en una misma tanda distintas tendencias, quiebra el pacto. Sucede con los tangos instrumentales, aunque es más claro con los cantados. Por ejemplo, si el primero de la tanda tiene una letra referida al amor, el segundo habla de carreras de caballos y el tercero del progreso que todo lo arruina, no es una combinación feliz."

Antes, cuando en las milongas había orquestas en vivo y el público deseaba escuchar un tema determinado, escribía el título en un papelito y el mozo se lo acercaba a los músicos. Hoy se ahorran las formalidades. "Pibe, ¿tenés tal grabación?". Se supone que un DJ despierto conoce cuál es el top ten del tango. Son temas que nadie pide porque la audiencia da por sentado que no van a faltar.

"Al principio era bastante criticada -admite Silvia Ceriani, DJ de La Catedral, los jueves, y de Salón Canning, los lunes-. Porque hay quienes bailan hace mucho y no saben nada de orquestas. Les gusta una sola y no los sacás de ahí. Pero nunca pueden faltarte los cuatro papás del tango: Osvaldo Pugliese, Carlos Di Sarli, Aníbal Troilo y Juan D´Arienzo. Si no los pasás, algo le falta a tu milonga. Hoy la computadora permite el playlist , pero la gente se aburre: uno está en función del ánimo de la pista", agrega Ceriani.

En eso hay coincidencia. Con dos décadas de oficio y una colección estimada en 20.000 grabaciones, Mario Orlando, que tiene a su cargo los espacios más prestigiosos del circuito, busca las mejores piezas cuidando de que cada uno mantenga su identidad. En La Marshall, la milonga gay, pone temas con letras sugestivas para complacer a los asistentes, y en Sunderland nunca pone tangos agitados, porque ahí bailan con pasos largos y otro tipo de abrazo. En abril de este año viajó a Estocolmo, a Río de Janeiro y fue invitado a participar de un festival en Dubai. "Cada lugar tiene su personalidad. Por eso, pongo música diferente en cada uno. Tenés que estar siempre presente. Si me duermo o me aburro, eso se nota enseguida, la pista se pincha. Y en la pista está el resultado de la noche."

Abriendo el juego
En la Argentina, un DJ de tango gana entre 100 y 300 pesos por noche. En el exterior los dividendos son más jugosos. El que invita, en general el organizador de una milonga o de un festival, corre con los gastos: un mínimo de 150 euros de honorarios por noche, pasaje y estadía completa. Y fuera del país el DJ camina por la alfombra roja, porque su figura es muy valorada, sobre todo si es porteño.

En los últimos años surgieron serios competidores en Europa y Estados Unidos, como Tommaso Fiorilli, un italiano famoso por hacer mezclas osadas que no siempre suenan mal. Ésa es otra de las ventajas con las que cuenta un DJ local cuando trabaja en el extranjero: hay menos presión. El público es más permeable a las nuevas propuestas. Se animan al tango electrónico, tan resistido en las milongas de Buenos Aires, o a bailar con otros soportes, como los discos de vinilo, la última tendencia en todo el mundo. "Acá es muy difícil dejar a todo el mundo contento. Tienen una estructura muy ortodoxa, les cuesta el cambio. Pero afuera escuchan de todo, te podés jugar -sostiene Gustavo Rosas, DJ diplomado en la Escuela Argentina de Oscar Calderón-. En un festival en Catania, Sicilia, y en Bruselas, pasé tango electrónico, de puro macho, y funcionó. Muchos maestros se quejan, pero la gente que entra por lo electrónico va afinando el oído y después empieza a pedir Canaro, los románticos, Fresedo. Eso suma, va purificando el gusto, acelerando esta movida del tango, que es impresionante."

Rosas tiene una colección de 13.000 vinilos. Una vez viajó con 80 de ellos en la mano por miedo a despacharlos en la bodega del avión. Son su tesoro. "Desde 2005, volvió a usarse el LP. Los buenos DJ coinciden en que es el mejor soporte, por la calidad del sonido. Sea cual fuera el formato, el sonido debe llegar al público con la mejor calidad. Además te permite trabajar en tiempo real, manejar los efectos", dice, a pocas horas de iniciar un tour que terminará en el Festival de Tango de Belgrado, en Serbia.

De todas formas, difícilmente un DJ de tango se atreva a hacer una revolución mayor. Hace falta un espíritu rebelde para cambiar los paradigmas de un género cargado de nostalgia y en el que predomina la idea de que nunca nadie podrá superar la sensibilidad de los músicos de la primera mitad del siglo XX. No obstante, están surgiendo los valientes.

"El Polaco Goyeneche me llevó a Troilo y a otros compositores. Me metí mucho con el tango canción, escuchando a Francisco Fiorentino, a Floreal Ruiz. Me atrajeron desde el punto de vista poético, porque me sentía reflejado. Como el rock, habla de cosas parecidas", dice Gabriel Plaza, periodista y crítico de música de este diario y DJ desde 2005. "Lo que me interesa de la profesión es tener un papel más artístico, hacer un personaje que juega, buscando más allá de la musicalización, tratando de que sea un acto creativo. Por eso puedo decir que mi referente es Picherna, que tuvo y tiene esa actitud hacia el trabajo. Él mismo es una puesta estética", afirma DJ Inca, el seudónimo artístico de Plaza. Debutó en un festival en Roma y luego siguió en París, Hong Kong y Nueva York, musicalizando festivales en los que se dio el gusto de incluir bandas alternativas, por ejemplo, La Chicana. Actualmente, junto con el DJ Simja Dujov (productor de música balcánica), experimentan remixando en vivo tangos electrónicos con grabaciones de orquestas de los años 40. Suman ritmos de Europa del Este y voces sampleadas de Gardel: una apuesta arriesgada, pero que puede hacer historia. Después de todo, el público siempre se renueva. "Como no tengo los prejuicios de los que ya están en el ambiente, me permito romper reglas y establecer las propias, sin perder de vista la sensación de la pista. Si bien estamos en función del bailarín, yo también me tengo que divertir. Por eso creo que hay una parte de todo este ritual que es muy buena, pero también los rituales se deben ir renovando, aggiornando . Finalmente, somos de otra generación", explica.

Algunas direcciones
La Viruta
Armenia 1366, Palermo Soho
www.laviruta.com.ar

Club Sin Rumbo
José Pascual Tamborini 6157, Villa Urquiza

La Marshall
Maipú 444
www.lamarshall.com.ar

Club Villa Malcom
Av. Córdoba 5064, Palermo

Gozoso Jueves
en La Catedral, Sarmiento 4006, Almagro
www.lacatedralclub.com

Salón Canning
Sacalabrini Ortiz 1331, Palermo
www.parakultural.com.ar

Así se baila el tango, dice el DJ
Hubo un tiempo en que los tangos eran, sobre todo, las letras: dramas, melancolía y quejas de bandoneón. Ese tiempo pasó: ahora, en primer término, aquí y en todo el mundo, es danza. Y lo es para todos, no sólo para quienes creen que el tango es un sentimiento triste que se baila. Tal vez por eso, los lugares para bailar se llaman "milongas", igual que esas primas más chispeantes y generalmente más alegres del tango. En las "milongas", que crecen de modo exponencial en el planeta, se bailan milongas y tangos y, sobre todo, se baila lo que quiere el disc-jockey . Ese hombre, el pasadiscos, es el rey de la noche, y es dueño de un oficio que ha llegado a convertirse en buena fuente de trabajo para tangueros argentinos en el exterior. Marina Gambier, redactora que conoce el paño, lo describe muy bien en la nota de tapa.

Este segundo número del nuevo ciclo se completa con el novelista Ricardo Piglia, el dibujante Francisco Solano López, autor de El eternauta , y la filósofa Martha Nussbaum, que habla de una tendencia preocupante en las escuelas del mundo: la poca importancia que se le da a la educación artística. A partir de la próxima entrega, comenzaremos a publicar mensajes, críticas y opiniones de nuestros lectores. Pueden enviarlos a adncultura@lanacion.com.ar, por carta o a través de la dirección www.twitter.com/adncultura , siguiendo al usuario @adncultura .

La cortina: una pausa, por favor
La cortina es un fragmento musical de cualquier género, que sirve para separar una tanda de la otra e indicarles a los bailarines un cambio de ritmo. También funciona como una especie de fórmula de cortesía que se cumple en casi todas las milongas del circuito. Ocurre que al cuarto o quinto tango "picadito" de una tanda, muchas personas quedan con la lengua afuera (sobre todo los mayores de 40, que no siempre resisten un ejercicio aeróbico semejante) y menos cuando se trata de milonga y vals. Al caballero le permite no poner en evidencia esa falta de estado, acomodarse nuevamente en su mesa y recuperar energías para la tanda siguiente; lo mismo para las mujeres.

La existencia de la cortina se agradece, porque si a un bailarín no le gustó la técnica de su partenaire , tiene este separador como excusa para evitar el "sincericidio" (léase, decirle a una persona "No quiero bailar más"). Todos quieren alternar las parejas de baile. "Yo juego más en las cortinas que con las tandas -dice Lucía Plazaola-. Aprovecho para poner música brasileña o algún cantante que me gusta. Y si hay turistas, por ejemplo, franceses o norteamericanos, les paso algo que reconozcan, a modo de bienvenida."

En otros lugares, como Niño Bien, la cortina es fija: siempre hay que escuchar a Serrat, porque el organizador desea mantener esa voz como identidad del lugar. "Para los extranjeros es el indicador claro de que viene otro sonido -explica Natucci-, porque eso los ayuda a diferenciar." La cortina no se extiende por más de dos o tres segundos, y salvo en algunas prácticas de principiantes, frecuentadas por gente joven, es una regla imposible de evitar.

Códigos y costumbres para no pasar calor
El bailarín no puede sacar a bailar a una mujer si está en la mesa acompañada por un hombre, a menos que ese hombre salga a la pista primero con otra bailarina. La mujer en ese caso es "propiedad privada".

Tampoco puede acercarse a la mesa de la bailarina para invitarla a bailar. Desde donde esté sentado o parado deberá hacer un gesto con la cabeza, lo que se llama "cabeceo", y, si ella acepta, sólo entonces él podrá ir a su encuentro. Ella nunca debe ir hacia él. Esta costumbre le evita al hombre el mal momento de la negativa y es una manera democrática de competir por las bailarinas.

En la pista se camina en el sentido contrario a las agujas del reloj y el hombre camina hacia delante sin chocar con las demás parejas.

En la pista hay carriles invisibles. Los más experimentados van por el borde y los principiantes quedan en el medio de la pista, porque entorpecen la circulación.

Una mujer soltera siempre se va de la milonga sola o con sus amigas. Nunca acompañada por un hombre. Hombres y mujeres suelen retirarse del salón por separado. Si lo desean, pueden encontrarse en una esquina o en un bar.

En el ámbito de la milonga las parejas, aunque haya una relación sentimental, no hacen demostraciones de afecto.

Las mujeres no sacan a bailar a los hombres, pero ese código está desapareciendo en las milongas informales.

Si toca una orquesta, el primer tango no se baila.

Cuando se baila no se habla ni se mastica chicle. Menos aún se tiene el celular encendido en el bolsillo. Por lo general, se espera la pausa entre tango y tango para conversar.

Se trata de bailar toda la tanda con la misma persona. Si uno de los dos no quiere o no puede seguir, se excusa diciendo "gracias", palabra que debe pronunciarse cuando termina la tanda. El hombre acompaña a la mujer hasta su lugar.

La mujer debe esperar que el hombre la abrace primero, ya que él decide cuándo deben comenzar a moverse.

Hay un código tácito: nadie saca a bailar a nadie hasta comprobar en la pista que esa persona sabe bailar. Nadie quiere pasar papelones. Entre los hombres se preguntan: "Che, ¿cómo baila fulana?". Lo mismo las mujeres. Es una manera de asegurarse de que no será una mala experiencia.

lanacion.com

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