viernes, 22 de octubre de 2010

Vivir sin dinero: ¿Una utopía o una realidad?

¿Puede existir una economía sin dinero en pleno siglo XXI? Pocos economistas, historiadores y sociólogos se atreverían a vislumbrar esta alternativa, sin embargo, en la Argentina se presentan opciones de economía que permiten el acceso a alimentos, bienes y servicios a millones de personas sin el uso de algún tipo de moneda. Y esta realidad, para muchos, está más cerca de la modernidad que de tiempos pasados.
En la América pre-hispánica no existía la compraventa como en Europa o Asia. En las comunidades quechuas, por ejemplo, funcionaban dos tipos de sistemas: una economía social, en la que todos los habitantes estaban involucrados; y una economía de subsistencia familiar. La primera era de responsabilidad compartida y tenía que ver con la realización de obras públicas; mientras que la segunda, la economía familiar, se conectaba con las otras economías familiares a través del intercambio.
Más de quinientos años después, en plena crisis de 2001, el trueque y la economía sin dinero resultaron útiles; y actualmente, aunque con poca visibilidad, millones de personas la eligen.

Consumir alimentos propios
El proyecto Pro-Huerta comenzó en 1990 en escuelas, organizaciones barriales y otros espacios sociales. Durante más de diez años, tuvo un perfil fundamentalmente asistencialista: otorgaba semillas para montar huertas en superficies pequeñas, de apenas 100 metros cuadrados. A partir de esta idea simple, miles de familias comenzaron a producir sus propios vegetales.
Según explica Martín Segura, coordinador del plan, hoy en día hay más de 640 mil huertas y 148 granjas involucradas. El programa “se exportó” en 2005 a Haití, donde “contribuyó al fortalecimiento de las redes sociales en ese país, y mucho más, después del terremoto de este año”, afirma Segura.
Guatemala, Ecuador, Colombia, Venezuela y México avanzan en ideas similares, y “está a punto de abrirse una línea de trabajo con la FAO –la organización para la alimentación de la ONU– para un plan similar en África”.
Desde el Pro-Huerta calculan que al menos en lo relacionado al acceso de alimentos, 4 millones de argentinos no necesitan el uso de dinero en buena parte de sus consumos.

Canje y permuta
A mediados de los ’90 junto con otros emprendedores, Rubén Rovira creó, en la ciudad de Bernal, la Red Global del Trueque. Poco tiempo después, más de 10 mil personas intercambiaban alimentos y objetos cotidianos en ferias del sur del Gran Buenos Aires. En 2001 y 2002, en plena crisis, serían más de 2 millones de argentinos.
Rovira es categórico: “El dinero es una herramienta con defectos, no actualizada para los mercados actuales. Genera catástrofes más graves que un terremoto y una epidemia, y la economía actual no tiene defensas para las crisis del dinero, es decir, las crisis financieras”.
Para él, una realidad sin dinero debe existir y ser complementaria: “la economía necesitaría siempre dos visiones: una más masculina, la del dinero, lo macro, la tecnología; y otra más femenina y doméstica, la relacionada a lo alimentario, lo cotidiano”. Y se explica: “Para poner un hombre en la luna o hacer una ruta, se necesita dinero. Pero para otro tipo de actividades económicas no es imprescindible”.
El dinero es una herramienta con defectos, no actualizada para los mercados actuales. Genera catástrofes más graves que un terremoto y una epidemia, y la economía actual no tiene defensas para las crisis del dinero
Segura da más detalles sobre la experiencia “sin dinero” del Pro-Huerta: “Cuando los productores comenzaron a generar excedentes, las familias se organizaron en ferias agroecológicas en las que se aplica una economía social”. En estas ferias se dan situaciones de trueque, pero también de “mecánica mixta”. “Es común que los huerteros que participan en la feria ‘troquen’ productos entre sí y que les vendan productos a otros consumidores”. “Son procesos asociativos en pequeña escala, sistemas cooperativos no tradicionales, nuevos, diferentes”, agrega.
Ambos proyectos –uno respaldado por el Estado y el otro de gestión privada– parecen tener en común la capacidad emprendedora: “El trueque tiene que ver con la autogestión, por ende, es contrario al clientelismo y al paternalismo”, remarca Rovira, quien asegura que la explosión de las redes durante la crisis –hubo más de 1000 en todo el país– intranquilizó por igual a empresarios –“fundamentalmente a la CAME”– y a muchos políticos.

Observados desde fuera
Además de la replicación del Pro-Huerta en otras naciones y del interés de la ONU por el programa, la experiencia de los clubes del trueque también fue y es tenida en cuenta en el exterior. “Trabajamos en 2007 en Venezuela y estuvimos en España y en Estados Unidos, y en los próximos días la televisión griega viene a realizar un informe sobre la experiencia del trueque en la Argentina”.
Es que la crisis hace al viejo continente analizar eventuales alternativas no monetarias: desde el uso de cuasimonedas, ferias de intercambio hasta la osada propuesta de varios grupos suecos de eliminar directamente el uso de efectivo para ahorrar los costos que su uso acarrea –impresión, seguridad, etcétera–.
La economía sin dinero implica, además, ciertos beneficios: las leyes suelen establecer que una compraventa –por la que se cobran impuestos– ocurre cuando una parte se obliga a transferir a otra la propiedad de una cosa y a pagarla en dinero. Por ende, si no hay dinero, pueden caer algunos fundamentos legales para que los estados cobren impuestos.
“El dinero no pierde valor con el tiempo, pero los objetos sí, ya sea ropa, tecnología, alimentos o lo que fuere”, sentencia Rovira. Desde su punto de vista, en una economía social los productos y mercancías deben circular para, justamente, resultar útiles.
“El efectivo puede generar capital, pero no las mercancías”, explica. “El dinero genera dinero a través del interés, pero el círculo en algún momento se cierra, como ocurrió con las instituciones financieras en Estados Unidos. Y alguien paga cuando el sistema toma la ganancia. Y ocurren catástrofes”.

Mirar atrás y a los costados
En definitiva, la economía sin dinero no es novedosa: existió en el continente americano por miles años, en avanzadas civilizaciones. El redescubrimiento y adaptación de estas prácticas en desuso puede verse también en otros países latinoamericanos a partir de la revalorización de los pueblos originarios que se vive en las últimas décadas.
Del mismo modo, el éxito de estas experiencias en crisis como la de la Argentina brinda a países en los que la economía monetaria ha funcionado por milenios, ideas útiles para enfrentar situaciones adversas y mejorar la calidad de vida de sus ciudadanos.
notio.com.ar

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