Magali Jaskiewicz se ha casado con su difunto marido. No ha podido acompañarla al altar porque sufrió un accidente mortal hace un año, pero la viuda ha perseverado en los proyectos nupciales. De hecho, la autoridad municipal de Dommary-Baroncourt (al este de Francia) ofició la ceremonia a título póstumo, con la bendición preceptiva de Nicolas Sarkozy y de acuerdo con todos los requisitos legales.
La ley transpirenaica contempla esta clase de soluciones postmortem cuando un contratiempo frustra una boda de la que había propósito y constancia. Magali y su esposo se la anunciaron al alcalde del pueblo el 25 de noviembre de 2008. Es decir, dos días antes de que Jonathan George, el novio, se estrellara con su vehículo en una carretera local.
La imagen del difunto, sonriente, acompañó a Magali en la ceremonia sabatina. Y no sólo con una fotografía en color ubicada sobre la mesa del alcalde. También con el tatuaje que la novia se ha hecho dibujar como la reliquia de un marinero en el antebrazo derecho. Carecía de sentido mencionar el prosaico «hasta que la muerte os separe», aunque Magali sí quiso besar al novio, valiéndose del retrato y con lágrimas en los ojos.
«Habíamos soñado los dos con este momento. Espero que pueda haberlo disfrutado allí donde se encuentre», musitaba Magali entre cámaras y micrófonos. El acontecimiento ha llamado la atención de las grandes televisiones.
Para recibirlas, la novia, de 26 años, eligió un tradicional vestido blanco y llegó al Ayuntamiento en un coche de lujo. Allí la aguardaba el alcalde, cuyo siniestro apellido, Caput, añade una pátina funeraria a la ya extravagante noticia del matrimonio póstumo.
«Es una ceremonia alegre y triste», confesaba Magali. «Me duele no haber llegado hasta aquí de la mano de mi marido, pero también es una recompensa que hayamos podido casarnos».
Desde el punto de vista burocrático, la novia no adquiere el estado civil de casada, sino el de viuda. Eran ya los prometidos una pareja de hecho, incluso compartían una hija de tres años y otra de 18 meses.
elmundo.es
La ley transpirenaica contempla esta clase de soluciones postmortem cuando un contratiempo frustra una boda de la que había propósito y constancia. Magali y su esposo se la anunciaron al alcalde del pueblo el 25 de noviembre de 2008. Es decir, dos días antes de que Jonathan George, el novio, se estrellara con su vehículo en una carretera local.
La imagen del difunto, sonriente, acompañó a Magali en la ceremonia sabatina. Y no sólo con una fotografía en color ubicada sobre la mesa del alcalde. También con el tatuaje que la novia se ha hecho dibujar como la reliquia de un marinero en el antebrazo derecho. Carecía de sentido mencionar el prosaico «hasta que la muerte os separe», aunque Magali sí quiso besar al novio, valiéndose del retrato y con lágrimas en los ojos.
«Habíamos soñado los dos con este momento. Espero que pueda haberlo disfrutado allí donde se encuentre», musitaba Magali entre cámaras y micrófonos. El acontecimiento ha llamado la atención de las grandes televisiones.
Para recibirlas, la novia, de 26 años, eligió un tradicional vestido blanco y llegó al Ayuntamiento en un coche de lujo. Allí la aguardaba el alcalde, cuyo siniestro apellido, Caput, añade una pátina funeraria a la ya extravagante noticia del matrimonio póstumo.
«Es una ceremonia alegre y triste», confesaba Magali. «Me duele no haber llegado hasta aquí de la mano de mi marido, pero también es una recompensa que hayamos podido casarnos».
Desde el punto de vista burocrático, la novia no adquiere el estado civil de casada, sino el de viuda. Eran ya los prometidos una pareja de hecho, incluso compartían una hija de tres años y otra de 18 meses.
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