lunes, 11 de octubre de 2010

Insomnios

Por Susi Mauer
Quien lo ha padecido sabe bien que no es un problema menor, sobre todo cuando persiste, cuando parece instalarse por tiempo indefinido, es decir, cuando no hay visos de que remita.
El insomnio es aquella clase de intruso que no admite razones, que se instala donde no lo llaman, que se adueña y dispone del tiempo propio y del ajeno sin consideración alguna. Un verdadero enemigo encarnado en uno mismo. Una tortura que, a cualquier edad, se padece con fastidio e impotencia.
Ocurre que el estado físico y emocional que padece quien no puede dormir en la noche no es precisamente el de un sujeto despierto. No se está lúcido si no se ha podido dormir. Borges lo define como "un estado parecido a la fiebre y que ciertamente no es la vigilia".
Ya no dormimos bien casi a ninguna edad. En la infancia, muchas veces se nombra al insomnio como un dolor. "Me duele la cabeza", "estoy mareado", "me siento mal", "no sé qué me pasa". El desvelo insiste. Los niños procuran en esos casos un adulto despierto, una mirada que opere como sostén, un grande que acompañe y calme. Lo necesitan a fin de recuperar la confianza necesaria para poder dormirse.
Este cortocircuito con el dormir está en la adolescencia asociado a un atrapamiento. "Una vez más, el síndrome del canelón." Así, María (14 años) le resume a su madre la experiencia insoportable de otra noche en la que pasó horas dando vueltas en la cama sin poder dormirse. El síndrome del canelón es la imagen gráfica de un enroscamiento prolongado entre las sábanas donde María no logra más que quedar hecha un objeto (canelón) sin lograr su objetivo (dormirse). Recién en esta etapa el insomnio se transita y se resiste en soledad. Como María, enrollada cual canelón.
Cuando el insomnio tiene determinaciones comprensibles no genera desesperación. Se lo explica, se lo justifica, se lo perdona. Tales son los insomnios benignos, aquellos asociados a viajes, exámenes, discusiones, un conflicto laboral, es decir, circunstancias precisas que "quitan el sueño".
Pero aquí el desvelo tiene fecha de vencimiento, está acotado.
Los temibles son los otros, aquellos que usurpan con tenacidad, se aferran con regularidad y se reiteran sin contemplaciones.
"Otra vez el insomnio." Así, Santiago Kovadloff comienza su ensayo titulado Lo insomne. Los buenos escritores, sobre todo si les ha tocado vivir la intemperie del insomnio, suelen ofrecer algo del apaciguamiento que espera una víctima de este "arrebato del sueño". Produce alivio (y algo de consuelo) verse -leerse- representado en expresiones como éstas: "No sé retener el sueño, que sin embargo me busca"; "lo mío es un limbo"; "estoy suspendido"; "el insomnio no despierta, seca el sueño"; "es malestar".
Hay autores, como J. Pontalis, que hablan de los insomnes de la noche, carcomidos por preocupaciones, y de los insomnes del día. El se refiere a estos últimos como aquellos sujetos incapaces de soñar y a quienes enloquece todo aquello que no saben dominar.
De este estado trabado, propio del insomnio, surge el desafío de construirle una salida, una alternativa. Pelearle al insomnio a la hora del desvelo no es una estrategia auspiciosa. Tampoco lo es taparlo con "pastillas". La creciente dependencia del uso de psicofármacos para poder dormir es hoy un factor alarmante aun entre gente joven. Su uso masivo, indiscriminado y autorrecetado es de una elocuencia preocupante. Esta búsqueda de contención química circula como mensaje en la familia y se transmite en forma implícita a todos, incluso a los más pequeños, quienes rápidamente comprenden que aquello que no funciona bien se resuelve ingiriendo "una pastilla".
Quizás entramándose con el deseo, con el placer de dormir, con el soñar, algo de la confianza del insomne se recomponga. Sin confianza, la noche es un suplicio. Entregarse a la deriva del sueño, dejarse llevar por la aventura del dormir, sin saber adónde nos lleva, puede ser parte del secreto. lanacion.com
La autora es psicoanalista; autora, junto con Noemí May, del libro Desvelos de padres e hijos (Emecé)

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