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SOUTHAMPTON.- La pequeña casa de un magnífico jardinero americano donde esta redactora pasó el fin de semana está en una de las pocas zonas que quedan sin aburguesar en este viejo poblado de cultivadores de papas devenido balneario de ricos y famosos de Manhattan; los vecinos usan pickups Ford de los 80 con ruedas pantaneras, no Porsches. Y la piscina debería llamarse, más bien, una bañadera exterior con ambiciones. Aun así, y aunque se llegó bajo la lluvia y de noche, los niños felices abandonaron todo (hasta la iPad autorizado para viajes largos en auto) y pidieron un remojón del que no quisieron salir más.
Conclusión personal: es posible relajarse respecto de los efectos de los medios digitales en los niños cuando ellos cuentan con alternativas sanas para divertirse y padres que supervisan que un rato se esté con la pantalla y otro rato se haga alguna otra cosa. Es la misma conclusión a la que llega una larga nota de The New York Times, de la que no deja de hablarse en reuniones de padres.
Unos nuevos estudios con estadísticas muy alarmantes prueban que, en Estados Unidos, donde el acceso a medios digitales atraviesa el espectro socioeconómico, hay una nueva brecha tecnológica. No es entre quienes tienen o no tevé, computadoras, iPad y demás, sino por el tipo de uso que les dan: cuanto más pobres son las familias, más "pierden el tiempo" los chicos frente a las pantallas al dedicarlo al entretenimiento y no a la educación, sostiene el matutino. Para contrarrestarlo se está evaluando invertir US$ 200 millones en un equipo de especialistas que visitará las escuelas para enseñar a menores y adultos cómo usar Internet para fines más productivos.
Esto, sin embargo, levanta críticas. Por un lado, hay una cuestión filosófica: muchos argumentan que entretenimiento y educación no tienen que estar reñidos. Otros subrayan que no está claro que un grupo de especialistas que luego no hacen el seguimiento cercano puedan cambiar un comportamiento. Finalmente, están quienes dicen que no hay nada nuevo: que siempre los niños más pobres han tenido menos actividades estructuradas que los de clase media y que los problemas no son de la tecnología, sino de la pobreza. Que la dicotomía no es usos virtuosos o nocivos de Internet, sino Internet u otras actividades atractivas para los niños que nada tienen que ver con la cibernética.
Para eso, son más efectivos -aunque más difíciles de lograr- cambios estructurales que modificaciones en el sector tecnológico. Con los chicos al borde de las vacaciones de verano, el debate recién empieza y parece estar, valga la redundancia, cada vez más caliente.
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