domingo, 27 de septiembre de 2009

La vida por el trabajo


Un suicidio es siempre algo misterioso. Pero elegir el lugar de trabajo para matarse, obliga a reflexionar sobre cierta manera de gestionar una empresa, en una sociedad por demás individualista. Si de algo puede ufanarse Francia (además de todas las cosas monas que tiene) es de ostentar el primer lugar, después de Japón, en materia de suicidios laborales.
La primera oleada de muertes ocurrió entre los años 2006 y 2007 en la empresa Renault. Ahora, en cambio, la epidemia recorre la privatizada France Telecom (26% de capital público), donde 23 personas se han quitado la vida desde comienzos de 2008.
A un ritmo que se incrementó en este septiembre. Fue a comienzos del mes, en mitad de una reunión de cuadros medios, cuando un operario de 49 años, tras enterarse de que de buenas a primeras cambiaba de puesto de trabajo, sacó un cuchillo y se rajó el vientre al grito de: “Ya estoy harto de pelotudeces”.
Al día siguiente una empleada de la misma empresa se lanzó desde un cuarto piso cuando le avisaron que iba a cambiar de jefe, de equipo y de cometido. Su agonía la siguieron sus compañeros desde un balcón.
Otra empleada, que también supo violentamente de su traslado, recurrió a los barbitúricos y así sucesivamente. Aunque la mayoría eligió las alturas para poner fin a sus días, otros optaron por ahorcarse con el cinturón.
Elegir morir en su lugar de trabajo es enviar un claro mensaje a la empresa, aunque el suicida tenga problemas en su vida personal. Suicidarse en el trabajo es apuntar al trabajo como culpable. El entorno siempre se sentirá tocado por este acto. Teniendo en cuenta que hay personas que tienen tendencia a proyectar en el trabajo dificultades de orden interno.
Mientras los sindicatos (en Francia no existe el sindicato único como acá) denuncian a una administración estresante, dedicada a empujar al personal a renunciar. Los psicoanalistas consideran que este tipo de suicidio, lo más frecuente es que esté vinculado con una transformación de la empresa.
Escamada por estos episodios, la dirección de France Telecom anunció que suspendía la reestructuración en curso hasta el 31 de octubre. La dirección de la empresa ha reconocido que la organización del grupo se ha visto convulsionada por los cambios tecnológicos. La explosión del teléfono móvil, internet y la convergencia con el universo de los medios han conducido a numerosos asalariados a cambiar de oficio.
Responsable en buena parte de todo este dislocamiento es la privatización del grupo en 1997. France Telecom era una empresa pública cuyos empleados –con una media de 46 años– son herederos de una cultura del servicio público. Hoy, en cambio, están sometidos a lógicas de rentabilidad que tienen poco que ver con lo que se estilaba cuando ingresaron en la empresa.
Didier Lombard, presidente de France Telecom y un hombre que comenzó allí desde abajo, ha señalado que su política fue no despedir a nadie sino reubicar. Pero la degradación de las condiciones de trabajo comenzó en el instante en que el CEO decidió que France Telecom se convertía en una sociedad de servicios y que la técnica de ahora en más sería suministrada por los industriales.
Consecuencia de la privatización se generaron desaprendizajes colectivos. Muchos perdieron la referencia del servicio público, fueron sometidos a innumerables cambios geográficos e incluso de oficio y han visto dislocarse su red profesional. Algunos no saben, literalmente, dónde están y eso puede explicar en parte las conductas extremas. Por detrás está la creencia –común a otras empresas– que la modernidad implica la movilidad, que un asalariado que se enquista en un puesto, adquiere experiencia, un equilibrio. En una palabra, quien se encuentra bien no puede nunca ser eficaz.
Muy rápido se vio que había que tener en cuenta la manifestación violenta de las tensiones extrañas inducidas por las nuevas formas de organización del trabajo. Uno de los elementos clave parece ser la introducción de métodos japoneses de producción. Por ejemplo, el sistema de producción de Toyota, el TPS (Toyot Productive System), también llamado “toyotismo”.
Es sabido que Japón no tiene buena reputación en materia de condiciones de trabajo. Es en este país que fueron identificados el karoshi (muerte por agotamiento como consecuencia de un exceso de trabajo) y el karo-jisatsu (suicidio en relación al trabajo).
El toyotismo (bien siglo XXI) es una forma de intensificación del trabajo, del mismo tipo que el taylorismo (bien siglo XX) pero con un toque de humanización. Se trata de hacer intervenir al hombre más seguido en la cadena de producción, al mismo tiempo que le crean la incertidumbre de la demanda. A Toyota le ha ido muy bien con este método y se ha convertido en símbolo de éxito para el conjunto de la industria manufacturera. En cuanto al karoshi y sus adláteres no son más frecuentes que en otras empresas de la competencia. La conclusión no es que el toyotismo mate, sino su defectuoso traslado.
El diario francés Le Monde realizó una serie de entrevistas con empleados de France Telecom para que contaran sus condiciones de trabajo. Los testimonios aludieron a un “management del terror”. Los gerentes no les suministran a los empleados todos los medios necesarios para realizar su trabajo. Los jefes cuentan con golpear su narcisismo. Si estos últimos no alcanzan el objetivo es su culpa. El drama entonces es que no solamente quedan al margen, sino que además la autoestima se les viene abajo. Pedir permiso para ir al baño –autorizan no más de un minuto– y si se exceden deben dar una explicación por escrito. Las solicitudes para tomarse una hora para médico, etcétera, jamás obtienen respuesta. Estas humillaciones son cotidianas e influyen particularmente sobre los colegas de más de 50 años que han aceptados los famosos traslados a puestos inferiores por el bien de la empresa. Todos ellos se preguntan ¿hasta cuando voy a aguantar?
Otro programa interno de la empresa denominado Time to move (tiempo para moverse) obliga a determinados cuadros medios a cambiar de puesto cada tres años. Según el diario Libération “está inspirado en el ejército, para evitar que los jefes se encariñen con sus empleados y se opongan a las reducciones de personal o a los cambios de ubicación.
Según los sindicatos, detrás de este gerenciamiento por el miedo se oculta el deseo de empujar a la gente hacia la puerta pero quebrándolos antes.
Hace tres años Renault enfrentaba el mismo problema en su tecnocentro de Guyancourt. En el espacio de cuatro meses tres operarios se suicidaron en el mismo centro. Los suicidas eran todos operarios modelo a pesar del estrés, la deshumanización y la pérdida de objetivos. Los sindicatos denunciaron enseguida el ambiente de ansiedad que se vivía ahí dentro. La empresa contrató una investigación para conocer los motivos de los suicidios y el resultado arrojó que el objetivo debía ser volver a colocar al hombre en el corazón del proceso y reestablecer el diálogo. Renault hizo caso y se acabaron los entierros.
Autor de Suicide et travail: que faire? (Suicidio y trabajo: ¿qué hacer?), el psicoanalista Christophe Dejours sostiene que “lo que es sorprendente es que nos enfrentamos a personas que les va bien y se suicidan. No podemos explicarlo con las referencias habituales de la psiquiatría. Hay una balanza en el orden social, en funcionamiento de la sociedad, es también el signo de una ruptura en la cultura y la civilización: la gente se mata por el trabajo. Esto obliga a repensar las categorías habituales de nuestra disciplina y a rever lo que los sociólogos del suicidio dicen, en particular Emile Durkheim. En su libro El suicidio contestaba posiciones de los psicopatólogos. De golpe estamos obligados a volver sobre lo que él dice de la soledad. Tenía razón”.
Una vez disparada la alarma social en Francia, el gobierno de Sarkozy tomó cartas en el asunto. La ministra de Economía, Christine Lagarde, ha forzado a la empresa a que celebre un Consejo de Administración dedicado al asunto. Los primeros resultados comienzan a verse, al último suicida le han dado estatus de accidente de trabajo, algo a lo que la empresa se resistía con toda su fuerza.
criticadigital.com

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