Gabriel Stekolschik
Para LA NACION
Un estudio iniciado en 2004, que involucró a 22 pacientes con desórdenes de la conciencia -un número elevado para esta clase de investigaciones-, demostró que los individuos en estado vegetativo son capaces de aprender y que, además, esa capacidad de aprendizaje es un buen indicador (86% de precisión) de la posibilidad de restablecimiento del paciente.
Los resultados del trabajo, que tienen implicancias científicas, prácticas y, probablemente, éticas, fueron publicados en la prestigiosa revista científica Nature Neuroscience .
"Nuestros experimentos también sugieren que, para aprender, estas personas estarían utilizando elementos de la conciencia", señala el doctor Mariano Sigman, investigador del Conicet, profesor del Departamento de Física y director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Los llamados "desórdenes de la conciencia" refieren a un grupo heterogéneo de individuos que han sobrevivido a un daño cerebral. Actualmente, en un orden de mayor a menor gravedad, se los agrupa en tres categorías: estado vegetativo (sin evidencia de conciencia), mínimo estado de conciencia y discapacidad grave.
Según define el Incucai, en el estado vegetativo la persona está viva. Además del coma, el estado vegetativo "también se produce por lesiones graves del cerebro y del tronco encefálico", que dañan parcialmente las estructuras neurológicas, a diferencia de aquello que causa la muerte encefálica.
"Nuestro estudio coincide con otros que se han efectuado en esta área de las neurociencias en que es necesario revisar la manera en que se categorizan y diagnostican los desórdenes de la conciencia", observa Sigman, y ejemplifica: "Comprobamos que hay pacientes en estado vegetativo que aprenden, mientras que otros, en estado de mínima conciencia, no aprenden".
Para arribar a estas conclusiones, los investigadores utilizaron el método de condicionamiento clásico, también llamado pavloviano, una forma de aprendizaje asociativo que permite anticipar la respuesta a un estímulo.
"El condicionamiento pavloviano es la forma más clásica de testear aprendizaje en cualquier animal, desde un caracol hasta un ser humano. Y, sin embargo, nadie lo había hecho en pacientes con trastornos de conciencia. Aún más, parece que nadie lo había pensado", comenta desde Cambridge, Inglaterra, el doctor Tristán Bekinschtein, primer autor del trabajo y corresponsable -con Cecilia Forcato- del diseño del estudio.
En los experimentos, al paciente se le hacía escuchar un sonido mediante auriculares y 500 milisegundos después un dispositivo le enviaba un ligero soplido de aire a un ojo, provocándole un pestañeo.
Luego, 10 segundos más tarde, otra vez los dos estímulos: el sonido y el soplido, separados por el mismo lapso de tiempo. La repetición regular de este procedimiento (70 veces) conduce a que, si hay aprendizaje, al paciente le queda claro que el tono avisa que va a venir un soplido. Entonces, al oir el sonido, el paciente cierra el ojo antes de que le soplen otra vez.
Para medir la respuesta de manera objetiva, los científicos no registran el pestañeo, sino la actividad eléctrica de los músculos que cierran el ojo. Para ello, utilizan un pequeño aparato construido por ellos mismos: "Una de las prioridades del proyecto fue lograr un dispositivo portátil que pueda utilizarse en cualquier lugar", subraya el doctor Diego Shalóm, investigador del Conicet y uno de los autores principales del trabajo.
Para Sigman, "la portabilidad es clave, porque las nuevas herramientas que permiten acceder al pensamiento y precisar el diagnóstico, como la resonancia magnética o la tecnología de positrones, no son transportables. Además, la cantidad de equipos es escasa porque cuestan millones".
En este sentido, el aparato creado por Shalóm -que también diseñó el software que permite controlar la frecuencia con que se emite el estímulo y, además, registrar la respuesta muscular- posee una ventaja adicional, que es su bajo costo. "Fabricarlo cuesta menos de doscientos dólares", revela Shalóm, y añade: "Construimos dos unidades idénticas: una está en Buenos Aires y la otra en Cambridge, los dos lugares en los que se hicieron los experimentos".
Según Sigman, esta metodología es una prueba sencilla y objetiva para establecer si un sujeto tiene conciencia. "Independientemente de quién sea el operador, permite determinar si un sujeto aprende a relacionar dos sucesos anacrónicos, una actividad mental que requiere elementos de la conciencia."
Además de los nombrados, firman el trabajo María Herrera, Martín Coleman y Facundo Manes.
Centro de Divulgación Científica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA
Un estudio iniciado en 2004, que involucró a 22 pacientes con desórdenes de la conciencia -un número elevado para esta clase de investigaciones-, demostró que los individuos en estado vegetativo son capaces de aprender y que, además, esa capacidad de aprendizaje es un buen indicador (86% de precisión) de la posibilidad de restablecimiento del paciente.
Los resultados del trabajo, que tienen implicancias científicas, prácticas y, probablemente, éticas, fueron publicados en la prestigiosa revista científica Nature Neuroscience .
"Nuestros experimentos también sugieren que, para aprender, estas personas estarían utilizando elementos de la conciencia", señala el doctor Mariano Sigman, investigador del Conicet, profesor del Departamento de Física y director del Laboratorio de Neurociencia Integrativa de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA.
Los llamados "desórdenes de la conciencia" refieren a un grupo heterogéneo de individuos que han sobrevivido a un daño cerebral. Actualmente, en un orden de mayor a menor gravedad, se los agrupa en tres categorías: estado vegetativo (sin evidencia de conciencia), mínimo estado de conciencia y discapacidad grave.
Según define el Incucai, en el estado vegetativo la persona está viva. Además del coma, el estado vegetativo "también se produce por lesiones graves del cerebro y del tronco encefálico", que dañan parcialmente las estructuras neurológicas, a diferencia de aquello que causa la muerte encefálica.
"Nuestro estudio coincide con otros que se han efectuado en esta área de las neurociencias en que es necesario revisar la manera en que se categorizan y diagnostican los desórdenes de la conciencia", observa Sigman, y ejemplifica: "Comprobamos que hay pacientes en estado vegetativo que aprenden, mientras que otros, en estado de mínima conciencia, no aprenden".
Para arribar a estas conclusiones, los investigadores utilizaron el método de condicionamiento clásico, también llamado pavloviano, una forma de aprendizaje asociativo que permite anticipar la respuesta a un estímulo.
"El condicionamiento pavloviano es la forma más clásica de testear aprendizaje en cualquier animal, desde un caracol hasta un ser humano. Y, sin embargo, nadie lo había hecho en pacientes con trastornos de conciencia. Aún más, parece que nadie lo había pensado", comenta desde Cambridge, Inglaterra, el doctor Tristán Bekinschtein, primer autor del trabajo y corresponsable -con Cecilia Forcato- del diseño del estudio.
En los experimentos, al paciente se le hacía escuchar un sonido mediante auriculares y 500 milisegundos después un dispositivo le enviaba un ligero soplido de aire a un ojo, provocándole un pestañeo.
Luego, 10 segundos más tarde, otra vez los dos estímulos: el sonido y el soplido, separados por el mismo lapso de tiempo. La repetición regular de este procedimiento (70 veces) conduce a que, si hay aprendizaje, al paciente le queda claro que el tono avisa que va a venir un soplido. Entonces, al oir el sonido, el paciente cierra el ojo antes de que le soplen otra vez.
Para medir la respuesta de manera objetiva, los científicos no registran el pestañeo, sino la actividad eléctrica de los músculos que cierran el ojo. Para ello, utilizan un pequeño aparato construido por ellos mismos: "Una de las prioridades del proyecto fue lograr un dispositivo portátil que pueda utilizarse en cualquier lugar", subraya el doctor Diego Shalóm, investigador del Conicet y uno de los autores principales del trabajo.
Para Sigman, "la portabilidad es clave, porque las nuevas herramientas que permiten acceder al pensamiento y precisar el diagnóstico, como la resonancia magnética o la tecnología de positrones, no son transportables. Además, la cantidad de equipos es escasa porque cuestan millones".
En este sentido, el aparato creado por Shalóm -que también diseñó el software que permite controlar la frecuencia con que se emite el estímulo y, además, registrar la respuesta muscular- posee una ventaja adicional, que es su bajo costo. "Fabricarlo cuesta menos de doscientos dólares", revela Shalóm, y añade: "Construimos dos unidades idénticas: una está en Buenos Aires y la otra en Cambridge, los dos lugares en los que se hicieron los experimentos".
Según Sigman, esta metodología es una prueba sencilla y objetiva para establecer si un sujeto tiene conciencia. "Independientemente de quién sea el operador, permite determinar si un sujeto aprende a relacionar dos sucesos anacrónicos, una actividad mental que requiere elementos de la conciencia."
Además de los nombrados, firman el trabajo María Herrera, Martín Coleman y Facundo Manes.
Centro de Divulgación Científica de la Facultad de Ciencias Exactas y Naturales de la UBA
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