“Fecha de nacimiento: 1898. Ciudad: Duke Park, Illinois (EE.UU.). Ciudadano americano. Educación secundaria. Escritor. Durante la Primera Guerra del Imperialismo, fue corresponsal en las unidades médicas de los ejércitos italiano y francés”, dice el documento ruso, propiedad del servicio de inteligencia de ese país, y el cual describe a un presunto intelectual que habría colaborado con el gobierno soviético en la primera mitad del siglo XX.
Este ciudadano norteamericano, al parecer, pretendía dar datos secretos a los rusos y con ellos, sin duda, contribuiría a desmoronar al llamado “imperio”. Se sabe que al espía los dirigentes de la KGB le dieron un nombre de fantasía: lo llamaron Argos, dado que era un hombre muy corpulento y Argos, en la mitología griega, es un gigante con cerca de cien ojos. En términos terrenales, Argos era, ni más ni menos, que Ernest Hemingway.
El documento ruso prosigue con un seguimiento de su biografía: “En 1937, mientras estaba en España, Argos insistió para que EE.UU. levantara el embargo en la importación de armamento a la República de España”. Eran apenas los comienzos de un americano rebelde. Argos, pronto, se iba a meter en algo grande y eso se iba a saber.
Un libro llamado Spies, the Rise and Fall of the KGB in America (Espías, auge y caída de la KGB en Estados Unidos) se publicó hace un par de meses en lengua inglesa y, entre tantos otros, el nombre del presunto espía, el pobre Argos, saltó a la luz.
El libro, editado por la Universidad de Yale, corresponde a John Earl Haynes y Harvey Klehr, quienes, además, contaron con ayuda de un ex espía ruso, Alexander Vassiliev. Este hombre, Vassiliev, a mediados de los 90, lo soltó todo. Entonces transcribió con caligrafía delicada cientos de folios de los archivos de la KGB y, ahora, tales transcripciones forman parte del libro. Por otra parte, los cuadernos de Vassiliev hoy están al alcance del público en la Biblioteca del Congreso de Estados Unidos.En esos folios se cuenta, por primera vez, la historia de las operaciones de espionaje llevadas a cabo por los organismos de inteligencia soviéticos en Estados Unidos.
Los autores del libro, Haynes y Klehr, dos sanos norteamericanos, aspiran a la transparencia: “Por lo general, las declaraciones oficiales de los gobiernos tienen que ver más con las relaciones públicas que con la verdad”, afirmaron. Vassiliev, por alguna razón, quemó a todo el mundo. De modo que, entre todos los delatados, brilla por allí Argos, el gigante enojado que luego, en 1954, ganaría el Premio Nobel de Literatura.
“El simple hecho de que Ernest Hemingway hubiera jugado con la inteligencia soviética constituye una de las revelaciones más sorprendentes en los archivos de la KGB”, registran los autores en el libro.En 1941, en China, Argos Hemingway fue contactado por el agente Sonido. Argos y Sonido no se vieron en China, el encuentro se llevó a cabo en Cuba, donde residía Argos. Se reunieron sólo dos veces y, según se estableció, en ambos encuentros Argos se vio estimulado con la idea de ser un espía.
Más tarde, Argos y Sonido se volvieron a ver en Europa. En todos esos encuentros, Sonido solía estudiar el comportamiento de Argos para verificar su potencial en el espionaje. Argos nunca suministró información de importancia y, pese a su ánimo, las gestiones no pasaron más allá. “Aunque no hay evidencia de que Hemingway hubiera hecho ningún trabajo real para la KGB”, dicen los autores, “sus pestañeos con el mundo de la clandestinidad fueron aparentemente embriagadores”. A finales de los cuarenta, el servicio secreto anuló los esfuerzos por reclutar a Argos y el gigante, como todos sabemos, dejó el misterio y optó por seguir escribiendo sus magníficas novelas.
criticadigital.com
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