sábado, 12 de junio de 2010

La tormenta bioquímica del beso

ÁNGELES LÓPEZ
MADRID.- Cada beso que se da consume 12 calorías. Quizás sea porque para emplearnos en ello, debemos mover hasta 36 músculos, o bien porque las pulsaciones del corazón aumentan de 60 a 100 latidos cada vez que unos labios se unen a otros. La huella de cada ósculo va más allá, viaja hasta el cerebro, no sólo deja rastro en nuestra memoria sino que interviene en un gran número de circuitos neuronales, pero ¿dónde se sienten los besos?
A ésta y a otras muchas preguntas responde en su libro 'El Planeta de los Besos' Jesús de la Gándara, jefe de Psiquiatría del Complejo Asistencial de Burgos, profesor en las universidades de la citada ciudad y de Valladolid, escritor, columnista, bloguero... La vida de ese psiquiatra ha ido muy unida a la escritura. Esta vocación le ha llevado a ser miembro de Honor de la Asociación Española de Médicos Escritores y Artistas y también a publicar casi una veintena de libros.
Su última obra la ha querido dedicar a los besos. Se le ocurrió en una cena con unos amigos, "les explicaba mi preocupación porque no existen estudios serios sobre los análisis de los comportamientos sexuales explícitos", explica Gándara. A partir de ahí, empezó a recopilar lo que se había publicado sobre el tema, cómo se había registrado en la literatura, historia, cine, etc. Incluso tiene cuestionarios que ha realizado a pacientes, amigos, familiares... Una de las conclusiones: "que casi todos se dan cuenta de que besan poco. [...] Creo que los besos deberían utilizarse de forma sistemática y seria para frenar las depresiones, por ejemplo".
Hormonas y neuronas
Como señala Gándara en su libro, "buena parte de nuestra felicidad depende de la cantidad de besos que nos dan o damos". Será que estamos 'programados' para ello. Según investigadores de la Universidad de Pittsburg (EEUU), existe un gen, al que han denominado el gen KISS-1 (o gen del beso) que, junto a otro, inician los cambios hormonales que desencadenan la pubertad.
Otro estudio, realizado en la Universidad de Princeton, (EEUU) y publicado en 1997, evidencia que "el cerebro humano está equipado con neuronas que le ayudan a encontrar los labios de su pareja tanto con los ojos cerrados como en espacios sin luz".
Al juntar nuestra boca con la de otra persona, el sistema límbico, situado en el centro del cerebro, se encarga de transmitir esta información a otras áreas como la corteza o al tronco del encéfalo que regula los mecanismos vegetativos de la respiración, el ritmo cardiaco, la tensión arterial, el tono muscular, la salivación o la secreción hormonal.
Según diferentes estudios científicos, cuando besamos apasionadamente se liberan un buen número de hormonas, como las endorfinas, que generan una sensación de bienestar y tienen efecto analgésico. A ellas se les une la oxitocina y la testosterona, la primera relacionada con la lactancia y la excitación sexual, mientras que la segunda está involucrada en un gran número de procesos fisiológicos incluido también el relacionado con el deseo sexual. A éstas les seguirá la adrenalina y noradrenalina, que elevarán la tensión arterial y los latidos del corazón.
"También es posible que otros sistemas de neurotransmisores y hormonas se relacionen en el beso, como el GABA, que modula las respuestas de tranquilidad o relajación, y el sistema endorfínico, cuya estimulación produce una disminución de la percepción del dolor, etc.", recoge Jesús en su texto. Y es que como afirma este psiquiatra: "Los besos van directamente al cerebro".
La huella de la historia
Pero 'El Planeta de los besos' no recoge sólo datos sobre la neurofisiología del beso, va mucho más allá. Gándara hace un repaso por las diferentes especies de animales y en cuál de ellas pudo aparecer el beso erótico. También recoge las variables formas de expresión del cariño o el deseo sexual en las culturas de distintos puntos del planeta. Según la Universidad de Bochum en Alemania, el 10% de la población mundial, unos 650 millones de personas, no se besa nunca, como en algunas tribus de Finlandia, en algunas regiones de China o en Mongolia, donde los padres no besan a sus hijos sino que les huelen la cabeza.
Los registros que la Historia ha dejado en innumerables textos, dibujos, grabados, fotografías, etc. también muestran cómo la cultura o las religiones han influido en la expresión del amor, pública y privadamente. "Mucho nos tememos que la reina Cleopatra, pese a su erótica fama, es más que probable que nunca besara o fuera besada por ninguno de sus amantes", explica Jesús. Hecho tan sorprendente como que todavía los maoríes siguen mordiéndose en la cara en vez de besarse.
Pero, ¿qué continente es el más besucón del mundo? ¿Cuántas personas cierran los ojos al besar? ¿Qué importancia tienen los besos en las rupturas de las parejas españolas? ¿Qué es el beso nasal? ¿Cuántas enfermedades nos puede transmitir un beso? ¿Cuál es el beso más famoso del mundo? ¿Cuál es el más largo del cine? Para responder a éstas y otras preguntas, son necesarias las 184 páginas de 'El Planeta de los Besos' o también puede preguntar directamente al autor en nuestro encuentro digital.

elmundo.es

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