domingo, 8 de noviembre de 2009

Las nuevas formas de prostitución entre adolescentes


“Yo me divierto y gano plata. No soy puta, soy virgen, y el día que deje de serlo será por calentura, con un pibe que me encante, cuando tenga ganas a morir. Mientras tanto, yo hago la mía y los pibes la suya. Y está bien. Es así. Yo quiero plata porque me gusta mucho la plata y tener cosas, y a ellos les gusta que yo se las chupe y que nos re matemos tocándonos en el baño, y me eligen porque les gusto, pero ni ellos ni yo queremos nada más que jugar. A veces es mejor jugar con conocidos ¿no? Es así. ¿Es tan difícil de entender?”. Con estas palabras, Martina –15 años, hija de economistas– le explicó su credo a la periodista Teresita Ferrari. Lo hizo hace poco más de un año, en un banco de plaza, durante una entrevista que daba el puntapié inicial a una investigación que Ferrari –columnista de Radio del Plata y de la revista Para Ti– comenzaba a hacer con miras a sacar un libro.
El título ya está en la calle, se llama Chicas caras y narra –a través de diez testimonios impactantes– por qué vías corren las nuevas formas de comercialización del cuerpo entre las mujeres jóvenes. Chicas caras cuenta la historia de una decena de adolescentes que ejercen la prostitución como se ejerce el secretariado en una empresa: no hacen la calle, no van a prostíbulos, se visten exquisitamente y –por sobre todas las cosas– están signadas por la ausencia de culpa y la decisión de entregar el cuerpo a cambio de un dinero que les permita adquirir bienes suntuarios. Gracias a los intercambios sexuales, las chicas se compran iPods, plasmas, ropa y hasta se hacen de un departamento a los dieciséis años.
–Se trata de una prostitución directamente ligada al consumo –explica Ferrari–A lo mejor, en algunos casos, dado que en el libro hay testimonios de chicas de clase media alta y alta, los mismos padres podrían comprarles lo que quieren. Pero ellas son conscientes de que todo lo que se da, se cobra. Y no quieren quedar en ningún tipo de deuda con sus padres. Ellas captaron mejor que nadie que su cuerpo vale y no les importa. Tienen la educación sentimental que les ha dado la televisión y saben que a los hombres les interesa el perfil que ellas representan: no son botineras ni lucen como prostitutas. Más bien guardan un perfil de aparente decencia que permite a los varones sacarlas a tomar un café y si un amigo los encuentra en la calle no pasan un papelón.
–Es interesante que, en el libro, hay casos de varones que, pudiendo recibir sexo gratis, ofrecen pagar. ¿Por qué lo hacen?
–Porque al pagar cortan el vínculo. Ellos no quieren novias y no quieren casarse. No quieren compromiso de ningún tipo. A esa altura de sus vidas sólo quieren estudiar y ganar guita, pero no les interesa tener cerca una mina que les esté rompiendo mucho los esquemas todos los días por teléfono, preguntando “¿me querés?” y ese tipo de cosas. Si ellos no pagan, saben que la chica se queda con algún derecho.
–Al igual que en la relación de las chicas con sus padres, sigue presente esta idea de que todo lo que viene gratis finalmente se paga caro. ¿Por qué piensa que las relaciones que deberían estar dadas sólo por el afecto hoy están atravesadas por el dinero?
–Creo que es fundamental el dato de que hay toda una generación de pibes “subvencionados” por sus padres. Hay padres que premian a sus hijos con dinero o regalos para que hagan lo correcto, lo que antes se hacía sin mediar ningún incentivo extra. La mayoría de estas chicas proviene hogares donde los padres les pagaban para que pasaran de grado, para que no se fueran a marzo, para que fueran a visitar a la abuelita. Es muy común, hoy, que si un hijo termina el secundario se lo premie con una moto o un auto y que si termina la facultad se le dé un departamento. El placer o el orgullo que antes suponía aprender o ganar un título, hoy perdió sentido. Para muchos jóvenes, hoy esforzarse tiene un precio. Las relaciones mercantilizadas empiezan en las casas. A esto se suma que el cuerpo, desde hace ya varios años, se transformó en una clara mercancía. Y ellas lo tienen más claro que nadie.
–Hay un caso increíble, en el que una chica de dieciséis años se “hace” un departamento y su mismo padre acepta ser titular hasta que ella tenga la mayoría de edad. Más que en familias, las chicas viven en empresas familiares.
–Sí. Y eso significa que están, afectivamente, muy solas. La soledad familiar es una marca en todas ellas. Y encima a su alrededor ven mucho desamor, mucha pareja por conveniencia, muchos padres que no se separan por el qué dirán o porque tienen que dividir los bienes gananciales... Ellas ven en sus padres un parámetro de mal amor que no quieren repetir, porque no les divierte. El amor tiene un descrédito muy alto entre ellas, de ahí que, ya que no parece haber espacio para el amor, abran lugar en sus cuerpos para lo que sí hay, que es dinero.
–Ellas también ven en sus padres el fracaso no sólo del amor, sino de la inteligencia.
–Exacto. Una lo dice claramente. Dice que su madre estudió, hizo másters, etcétera, y que finalmente le terminó ganando el ascenso una mina que es linda y joven. Todos los mercados están contaminados por esto de la belleza, la apariencia física. Y ellas ven que ese es un pasaporte a una buena vida. Algunas ven la prostitución como un primer trabajo. Hacen eso porque si no tendrían que estar haciendo hamburguesas ocho horas por dos pesos.
–Casi todas dicen que es algo temporal. Pero ganar mucho dinero en poco tiempo debe ser una tentación difícil de dejar. ¿Qué futuro les imagina a estas chicas?
–Me cuesta hacer una proyección. Por el momento, esto es lo más sencillo para ellas y puedo presumir que van a sentirse muy tentadas de seguir en este ritmo. Salvo que alguna se enamore.
“Nos dicen las nenas… ¡si supieran!”
Martina
“Muchas veces (los jóvenes clientes) me cuentan que les robaron guita a sus viejos, que se fueron quedando con vueltos, que no le pagaron al profesor de inglés o al de tenis y que la van piloteando para juntar guita para un pete o mucha franela. ¿Cómo me lo piden? Me mandan un mensajito de texto y me dicen que tienen lo que yo quiero, que cuando vayamos al gimnasio me vaya al fondo. Los demás nos hacen el aguante (…). Muchas veces, cuando en casa no hay nadie, yo les aviso y vienen (…). Por supuesto que cuando viene más de uno pagan todos, el que quiere y los que miran. Si los tres quieren, nos vamos al baño de servicio y los otros se quedan simulando que estudian, por si alguien entra”. Martina, 15 años, hija de padres economistas. No se considera prostituta porque mantiene su virginidad. “Gracias” a estos intercambios, se compró un MP3, zapatillas, una laptop de última generación y todo lo que, dice, sus padres ya no le compran desde que se separaron.
Victoria
“Ahora tengo una agenda bastante nutrida, que era muchísimo más grande, pero fui limpiando y organizando con los que pagan bien, son seguros, me llevan a buenos lugares, hacen regalos y les puedo pedir lo que quiero en la cama. Logré un mix muy bueno, que es gozar en la cama y juntar plata. Hasta ahora me permitió alquilar un departamento chico pero amoroso, y muchas cosas más. Lo equipé bien. Tengo un plasma no muy grande, la cocina está a full, la ropa de cama y las toallas son re-top y mi armario es muy bueno. No tengo millones de porquerías del Once, tengo buena ropa y bastante”. Victoria, 19 años, pertenece a una familia de clase media. Vino de un pueblo de la provincia de Buenos Aires para estudiar marketing y publicidad. Sus padres creen que trabaja en un locutorio.
Josefina
“Mi vieja no está, y si estuviera le digo que voy a lo de una amiga a estudiar. Ella sólo llama a mi móvil. Y a Nicolás (el novio) le digo la verdad cuando no queda otra. Ahora, por ejemplo. Él no se hace drama, y muchas veces me dice: ‘Flaquita, es la tuya. No hay otra si querés salir adelante. Los negocios grandes están lejos, y si éste te da un toco, ahora tenés que aprovecharlo, porque dura poco”. Josefina, 18 años, es hija de una familia de clase alta de Chile. Estudia Ciencias de la Comunicación en la UBA.
Mia
“No ando por ahí con ropa de lycra ajustada como un matambre, ni con tacones aguja y medias de red con el rouge todo corrido y sacando la lengua a los clientes como hacen los travestis (…). Lo mío es otra cosa (…). Por afuera de la cama soy una mina normal que estudia, tiene su familia, sale a bailar (…). Lo que sí sé es que a mí no me sacan nada gratis, ni la hora. Es la única manera de hacerte respetar. Te aseguro que los tipos te respetan más que a cualquier mosquita muerta que no les pide plata pero que a la primera de cambio se queda embarazada y después les saca un departamento, guita todos los meses de por vida, vacaciones gratis dos veces al año y usan al hijo de Banelco. Yo soy más honesta”. Mia, 16 años, es hija única de padres separados, vive en San Fernando.
Johana
“Tengo más de veinte compañeras de escuela y son muy pocas las que no cobran (…). No hay forma de ganar plata más rápida y cómoda. Yo no tengo tiempo de trabajar y cualquier trabajo es una esclavitud por nada. No aspiro a ser la empleada del mes en la hamburguesería porque terminás con las piernas rotas (…). Entre nosotras y los clientes terminamos reamigos al final. Hablamos mucho (…). Además, no te piden fidelidad, no te preguntan qué hiciste ayer, te hacen el amor muy bien, a veces traen regalos geniales y, encima, pagan. ¡Qué más se puede pedir! (…) Mis amigas no se quieren casar, yo no me quiero casar, los tipos que conozco huyen de la palabra casamiento y se cagan de risa del amor”. Johanna, 16 años, vive en Mataderos. Su padre la abandonó a ella y a su madre cuando Johanna tenía un año. Su primera relación sexual fue a los doce años, en manos de un padrino pedófilo que luego le propuso “gatear”.
Carolina
“Decidí que quería plata, que era la única manera de salir adelante; que no quiero esperar a ser vieja para estar cómoda y tener lo que me gusta, porque me lo merezco ahora (…). Conocí cosas que te hacen la vida más linda: la tele grande, las máquinas que hay en la cocina que te permiten preparar rápido cualquier cosa, el lavarropas. También me encanta el olor a café a la mañana, la ropa de cama de la señora es un sueño, los adornos (…). Nunca me imaginé que yo iba a llegar hasta ahí; pero no me importa mucho y, de verdad, es divertido”. Carolina es jujeña. Llegó a dedo desde su provincia y trabaja como empleada doméstica cama adentro en la casa de una familia de clase alta de Recoleta. Los chicos de la casa tienen 18 y 16 años. Empezó con ellos y ahora se armó una “cartera de clientes” con sus amigos (los de ellos).
Jessica
“Muchos me dicen que aproveche, que los tipos ya no se fijan más en las viejas, que son para quilombo, que no hacen nada y quieren cobrar un montón porque se pusieron lolas, y que a ellos les gusta más con las nenas, nos dicen ‘las nenas’… ¡si supieran! Yo no soy nena hace mil, pero con la pollera escocesa se mueren, los boludos. Yo les veo la cara y les mando cualquier precio y, si hago un cien, me quedo en el molde por un buen rato”. Jessica tiene 15 años, vive en la Villa 31. Su madre trabaja por horas y perdió a su papá en un tiroteo.
Damiana
“Si te casás con un rico, te pedirá cuentas todo el tiempo. Ya lo veo. Si te casás con un pobre, tenés que ser socia de su miseria. Ni se me ocurre (…). Hace un tiempo, conocí a un cuarentón, navegando con amigos, y creo que él se dio cuenta de que podía avanzar. A mí no me gustaba mucho pero me daban ganas de seguir recaudando. Suena fuerte dicho así, ¿no? Bueno, fue medio flechazo, medio negoción. Así que nos empezamos a ver, aunque era un vejestorio total. Pero me pagaba una bocha (…). Un día me contó que se iba a Grecia con la mujer porque era un aniversario, y que un amigo de él quería conocerme. Y así fui armando un grupo lindo. De verdad que esa gente no es horrible, sólo tiene un buen dinero para divertirse. Ahora el verdadero placer me lo da la plata”. Damiana, 17 años, empezó a los 14 cobrándole a un amigo de su hermano. Su familia tiene campos, cursa el último año del secundario y es excelente alumna. Tamara
“Me largó que sólo quería estar conmigo, que no lo privara de mi presencia, que me necesitaba en este último tramo de su vida. Y agregó que si yo le quería poner un precio a lo que él me pedía, que se lo dijera. No sé de dónde lo saqué ni por qué, pero yo le mandé: ‘Este departamento’. Se sigue de la misma manera (…). Por supuesto que no es con cualquiera (…). Me fijo mucho en que no se droguen, que no se emborrachen, que sean cancheros, limpios, que tengan alguna conversación. Los mejores son los hijos de los amigos de mi viejo. Son conocidos, no les interesa hablar, tienen plata, están sanos y no me van a robar. No es poco, ¿no?”. Tamara, 16 años, es de familia de clase media alta. Se quedó con un departamento que le dio un cliente con leucemia terminal. Por ahora el titular es su padre. Es buena alumna. Le gusta la meditación zen.
Andrea
“Lo que más me gusta de hacerlo es ganar dinero. Aunque estoy forrada en guita, yo no quiero depender (…). Todas quieren ser como Wanda Nara, que de la nada lo tiene todo. Sale en la tele, es rubia, consiguió un novio y se casó como Carolina de Mónaco. Nada de eso me importa. Yo no me quiero casar, por ahora, y menos con uno de acá, que son bastante aburridos y para sacarles una palabra se tienen que haber clavado unas cervezas o un par de Fernet. Y las chicas se encaman con ellos para engancharlos, no se cuidan, paren como conejas desde los 16 y a los 25 andan con cuatro o cinco guricitos de distintos padres, limpiando casas y chancleteando con cara de asco, avejentadas. Son muy tontas. Yo les cobro, y así me tienen más respeto”. Andrea, hija de familia acomodada del campo sojero.
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