Fabiola Czubaj
Poco a poco, más de mil piezas de metal, cerámica y madera van revelando fragmentos de la historia del barco mercante español del siglo XVIII, que hace tres años fue desenterrado en Puerto Madero.
Poco a poco, más de mil piezas de metal, cerámica y madera van revelando fragmentos de la historia del barco mercante español del siglo XVIII, que hace tres años fue desenterrado en Puerto Madero.
En cajas alineadas alrededor de la sala donde el frío para resguardarlos se hace sentir, la mayor parte del material de estudio ya catalogado aguarda nuevos análisis. El casco del barco que lo transportaba está enterrado con un sistema de temperatura controlada para evitar su deterioro.
"Lo que tenemos en el laboratorio son los materiales rescatados con la carga y ciertas piezas de la estructura arquitectónica que separamos y estamos tratando de preservar", explicó a LA NACION la arqueóloga Mónica Valentini, especialista en arqueología subacuática.
Junto con el arquitecto Javier García Cano, ella coordina el proyecto Pecio Zencity, que es como se bautizó el barco descubierto por azar durante la construcción del megacomplejo con ese nombre en el Dique 1 de Puerto Madero. "Sólo en contenedores de cerámica o botijos, superamos los 220, enteros y fragmentados. Sin duda, son más de mil piezas rescatadas en total", agregó minutos antes de una recorrida por el laboratorio ubicado en el edificio formado por la casa de Liniers (hoy, Casa del Historiador) y la ex Editorial Estrada.
Sobre la mesa de trabajo, un botijo de cerámica permanece en observación. Las gasas sobre un par de rajaduras, que aparecieron después de sacarle el barro acumulado en el interior, impedirán que se rompa. Otros botijos permanecen sumergidos en palanganas con agua destilada para limpiarlos, y algunas piezas de madera están sumergidas en cubas con agua y biocidas, sustancias que protegen las piezas del deterioro por hongos y otros microorganismos.
La lista de restos cerámicos incluyen los botijos, cerámica bizcocho, fragmentos de mayólicas y lozas, y hasta una pequeña colección de pipas. También hay clavos de hierro y piezas de madera. En una de las paredes del laboratorio se puede ver un plano realizado por colaboradores de la Facultad de Arquitectura de la UBA, con un detalle de la ubicación de los objetos. Lo que más se ve son los contenedores que se usaban para cargar las mercaderías que se trasladaban en los viajes transoceánicos desde Europa y se comercializaban en el Nuevo Mundo.
Hasta ahora, el trabajo artesanal de más de 12 investigadores de la UBA y la Universidad Nacional de Rosario que trabajan en el laboratorio de la Dirección General de Patrimonio e Instituto Histórico porteña confirmó que el barco encalló hace tres siglos en la costa de Buenos Aires por mareas y tormentas.
"Hubo una serie de tormentas en el Río de la Plata, que lo atacaron en distintos momentos, no sólo al encallar. Eso le provocó roturas y explica por qué encontramos piezas fuera del casco", indicó Valentini. De hecho, a los seis meses de finalizar la excavación, en un sitio resguardado de la obra en construcción, el equipo encontró el espejo de popa.
La eslora completa medía entre 26 y 28 metros; es decir, que se trató de una embarcación entre mediana y chica, con la que se navegaban las rutas transoceánicas.
Paso a paso
El trabajo con las piezas es muy lento. "Tuvimos que rescatar la mayor cantidad de material posible, en el menor tiempo posible y con el menor deterioro posible", resumió Eva Tavella, conservadora y restauradora de bienes arqueológicos.
El método utilizado fue, justamente, el de rescate, que exigió trabajar contra el reloj para trasladar las piezas mientras se armaba el laboratorio, protegerlas y catalogarlas para no perder detalles de la excavación. El mayor desafío, según coincidieron las expertas, fueron los restos de madera, por ser los que más rápido se podían deteriorar. El menos demandante fueron los cerámicos. "Por eso, fue tan importante terminar la excavación, extraer los restos del barco y volver a enterrar el casco", explicó Valentini.
Sólo entonces, los especialistas pudieron empezar a limpiar las piezas, a separarlas según sus características y a determinar qué tipo de tratamiento necesitaba cada material.
Ese trabajo confirmó también que el barco se construyó en astilleros españoles, con madera de roble del norte de España y la zona central de Europa, en la segunda mitad del siglo XVIII. El análisis metalográfico de ciertas piezas de la estructura determinó que se fabricaron con aleaciones de ese mismo período.
"Sin duda, el barco traía una carga de aceitunas", dijo Valentini, por los carozos de aceituna que hallaron en algunos botijos. En los contenedores había también rastros de resinas y brea, y los análisis determinarán si eran productos que formaban parte de la carga.
"Fue la primera vez que se pudo trabajar con restos de estas características en Buenos Aires -sostuvo Valentini-. Los análisis que estamos haciendo están corroborando la hipótesis que teníamos." Claro que eso no quiere decir que esas piezas, que se expondrán en octubre, no sigan revelando más secretos urbanos.
UN LABORATORIO DE ESPECIALISTAS EN RED
Además del Instituto Valenciano de Conservación y Restaruración de Bienes Culturales de España, el equipo del Proyecto Pecio Zencity trabaja también con el Departamento de Metalografía de la Facultad de Ingeniería de la UBA y el laboratorio de petrografía de la Universidad Nacional de San Juan. "Hay objetos para los que el mejor método de conservación es no tocarlos, pero ése no suele ser el caso de los restos que provienen de la arqueología subacuática -explicó Eva Tavella-. Todos estos materiales estaban con una saturación de agua y un nivel de humedad que nada tenían que ver con el medio ambiente aéreo al que los trajimos."
lanacion.com
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