En voz baja y medio de malhumor, fueron instalándose en el off Palermo. Lo hicieron de a poco y sin llamar la atención, en el momento en que las marcas masivas pusieron el ojo en el barrio que, durante una década, brilló con propuestas de diseño independiente y gastronomía nueva.
El éxodo comenzó en 2008, cuando el marketing pretendió adueñarse de aquel espíritu libre, bohemio y ultraestético por el que Palermo Soho posicionó a Buenos Aires como destino cosmopolita y cool.
En cuanto percibieron la tendencia, ellos -¿los creadores accidentales del fenómeno palermitano?- se retiraron hacia los márgenes este y noreste del barrio: Villa Crespo, Chacarita y Colegiales. Algo similar también sucedió con la vanguardia de San Telmo, que, agotada por la fiebre globalizada, huyó hacia el olvidado Barracas.
Ya alejados del mainstream, y con la conciencia tranquila, son quienes, gracias a una sensibilidad estética particular, dieron vida a los nuevos espacios que habitaron, que no son otros que los nuevos it-places porteños.
Ahora bien, ¿quiénes son estos personajes que, con fruición, intuición y altura, transitan el encuentro turbulento entre tendencia y vanguardia? Son los hipsters, aquellos que hacen del estar un paso adelante de "lo último" un estilo y una filosofía de vida.
En términos más cercanos, es la amiga que hace tiempo dejó de usar chupines y adoptó los Oxfords; la que no va más por las plataformas de madera, pero sí por los mocasines; la que descubrió a Phoenix, la banda, hace años y que ahora escucha con ganas The XX; la misma a la que el programa La Pedrera le parece un opio y que este verano prefirió pasar un mes, de retiro, en el Delta. La que ya vio todas las series que había que ver. La que ya sabe de todos los autores que habrá que leer. La que ya escuchó las últimas bandas por conocer. La que siempre sabe cuál es el nuevo restorancito, el bar más canchero y la nueva boite.
Pero cuidado, que el del hipster (o la hipster, en este caso) no es un trabajo fácil. Son horas y horas dedicadas a la exploración de tendencias en materia de diseño, música, cine, literatura, arte y gastronomía, tanto a nivel global como local. Se trata de una auténtica investigación de mercado, ardua y exhaustiva, que las más de las veces lleva el sello de lo online, pero que de tanto en tanto se mecha con un poco de trabajo de campo en Nueva York, Londres o París.
El hipster parte de una única premisa fundamental: nada de expresiones ya consolidadas. ¿Su blanco? Lo que está por venir; lo que intuye, gracias a una sensibilidad estética afiladísima, que está al borde del florecimiento.
Es un cazador de lo nuevo, de lo último, de lo verdaderamente canchero. Definiciones que, lógicamente, van cambiando con el tiempo (del cupcake agotador al nuevo macaron y de la cocina con amor de Oui Oui, y su consecuente estética querendona, al rigor y la pulcritud visual de Farinelli, por ejemplo), pero que, por regla general, siempre se oponen a lo masivo, a lo obvio, a lo mainstream.
En resumidas cuentas, el hipsterismo se trata de una estética, pero también de una "ética" basada en el conocimiento de lo que el mercado podría llegar a ofrecer pero todavía no ofrece. Hoy, aquellos que han hecho de la disconformidad su mantra son también los que han llevado la construcción y la expresión de la propia personalidad al estatuto de arte... de consumo, por supuesto
El éxodo comenzó en 2008, cuando el marketing pretendió adueñarse de aquel espíritu libre, bohemio y ultraestético por el que Palermo Soho posicionó a Buenos Aires como destino cosmopolita y cool.
En cuanto percibieron la tendencia, ellos -¿los creadores accidentales del fenómeno palermitano?- se retiraron hacia los márgenes este y noreste del barrio: Villa Crespo, Chacarita y Colegiales. Algo similar también sucedió con la vanguardia de San Telmo, que, agotada por la fiebre globalizada, huyó hacia el olvidado Barracas.
Ya alejados del mainstream, y con la conciencia tranquila, son quienes, gracias a una sensibilidad estética particular, dieron vida a los nuevos espacios que habitaron, que no son otros que los nuevos it-places porteños.
Ahora bien, ¿quiénes son estos personajes que, con fruición, intuición y altura, transitan el encuentro turbulento entre tendencia y vanguardia? Son los hipsters, aquellos que hacen del estar un paso adelante de "lo último" un estilo y una filosofía de vida.
En términos más cercanos, es la amiga que hace tiempo dejó de usar chupines y adoptó los Oxfords; la que no va más por las plataformas de madera, pero sí por los mocasines; la que descubrió a Phoenix, la banda, hace años y que ahora escucha con ganas The XX; la misma a la que el programa La Pedrera le parece un opio y que este verano prefirió pasar un mes, de retiro, en el Delta. La que ya vio todas las series que había que ver. La que ya sabe de todos los autores que habrá que leer. La que ya escuchó las últimas bandas por conocer. La que siempre sabe cuál es el nuevo restorancito, el bar más canchero y la nueva boite.
Pero cuidado, que el del hipster (o la hipster, en este caso) no es un trabajo fácil. Son horas y horas dedicadas a la exploración de tendencias en materia de diseño, música, cine, literatura, arte y gastronomía, tanto a nivel global como local. Se trata de una auténtica investigación de mercado, ardua y exhaustiva, que las más de las veces lleva el sello de lo online, pero que de tanto en tanto se mecha con un poco de trabajo de campo en Nueva York, Londres o París.
El hipster parte de una única premisa fundamental: nada de expresiones ya consolidadas. ¿Su blanco? Lo que está por venir; lo que intuye, gracias a una sensibilidad estética afiladísima, que está al borde del florecimiento.
Es un cazador de lo nuevo, de lo último, de lo verdaderamente canchero. Definiciones que, lógicamente, van cambiando con el tiempo (del cupcake agotador al nuevo macaron y de la cocina con amor de Oui Oui, y su consecuente estética querendona, al rigor y la pulcritud visual de Farinelli, por ejemplo), pero que, por regla general, siempre se oponen a lo masivo, a lo obvio, a lo mainstream.
En resumidas cuentas, el hipsterismo se trata de una estética, pero también de una "ética" basada en el conocimiento de lo que el mercado podría llegar a ofrecer pero todavía no ofrece. Hoy, aquellos que han hecho de la disconformidad su mantra son también los que han llevado la construcción y la expresión de la propia personalidad al estatuto de arte... de consumo, por supuesto
Lo que todo hipster piensa (y nunca confesará)
Internet. Así como Twitter reemplazó a Facebook, el blog como concepto también fue: hoy, hay que tener un Tumblr o retirarse de la web.
Devices. Queda claro que la única laptop posible es una Mac y que por más que todo el mundo tenga Blackberry, la posta son el iPhone y las aplicaciones libres como Instagram (para subir fotos), Whatsapp (para mandar mensajes a otros iPhones y Blackberries) y Viber (para hacer llamadas a otros iPhones).
Estilo. Es la síntesis, única y personal, de una miríada de estéticas y citas a diferentes personajes y momentos de la historia de la cultura. Hoy, la vanguardia estética marida con maestría la pulcritud de los 60 (pelo a los hombros, Wayfarer de lectura y prendas de corte impecable y sartorial) con el grunge de los 90.
Salidas. Un viernes a la noche, a la inauguración de arte le siguen una comida en algún bodegón clásico (Albamonte, por ejemplo) y, luego, tragos en los bares Río o Frank's. El sábado, por la tarde, la idea es asistir a una lectura en voz alta para después llegar con tiempo al recital de una banda indie. El domingo al mediodía, la clave es brunchear en algún bistró nuevo y fresco. ¿Por la tarde? Mucha fiaca y DVD.
En casa. Comida orgánica en la heladera, varias especias y tés en la alacena. Libros, libros y más libros. Muchos discos. Muebles originales de los 50 y 60; en las paredes, arte, y de fondo, música: siempre la música.
Por María Güiraldes
Devices. Queda claro que la única laptop posible es una Mac y que por más que todo el mundo tenga Blackberry, la posta son el iPhone y las aplicaciones libres como Instagram (para subir fotos), Whatsapp (para mandar mensajes a otros iPhones y Blackberries) y Viber (para hacer llamadas a otros iPhones).
Estilo. Es la síntesis, única y personal, de una miríada de estéticas y citas a diferentes personajes y momentos de la historia de la cultura. Hoy, la vanguardia estética marida con maestría la pulcritud de los 60 (pelo a los hombros, Wayfarer de lectura y prendas de corte impecable y sartorial) con el grunge de los 90.
Salidas. Un viernes a la noche, a la inauguración de arte le siguen una comida en algún bodegón clásico (Albamonte, por ejemplo) y, luego, tragos en los bares Río o Frank's. El sábado, por la tarde, la idea es asistir a una lectura en voz alta para después llegar con tiempo al recital de una banda indie. El domingo al mediodía, la clave es brunchear en algún bistró nuevo y fresco. ¿Por la tarde? Mucha fiaca y DVD.
En casa. Comida orgánica en la heladera, varias especias y tés en la alacena. Libros, libros y más libros. Muchos discos. Muebles originales de los 50 y 60; en las paredes, arte, y de fondo, música: siempre la música.
Por María Güiraldes
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