Aire acondicionado, televisión, reproductor de DVD, nevera, muebles de madera... El único detalle que chirriaba en aquella 'suite' eran las ventanas y las vistas: rejas que daban a otras rejas. Pero eso es lo de menos para quienes tienen que vivir así durante varios años y saben que no saldrán de prisión en una buena temporada. Lo de más, es el resto, las comodidades, el lujo. Y Juan Manuel Márquez, 45 años y nueve meses de condena por dos homicidios, lo sabía.
Se había hecho con el control de tres celdas y las había adecentado para rentabilizar su pérdida de libertad. Cobraba por dos y rifaba la mejor acondicionada, la que ocupaba él mismo. Hasta que le han descubierto cuando había vendido ya 26 boletos para la lotería. Cobraba 200 pesos (unos 12 euros) por cada posible 'entrada' al 'paraíso carcelario' y se sabe que tenía 200 con las que esperaba reunir 40.000 pesos en total (2.400 euros).
¿Increíble? No si se desvela que todo ocurría en una de las hacinadísimas cárceles mexicanas. En concreto, en un penal de Hermosillo donde las autoridades llevan cinco meses intentando localizar y destruir celdas y comercios ilegales que se reproducen al amparo de la extendida corrupción dentro de los centros penitenciarios. Baste contar que el actual coordinador general del Sistema Estatal Penitenciario en Sonora, Ricardo Ornelas, llegó al cargo hace seis meses para sustituir a su antecesor, asesinado (seguramente por no haber claudicado ante los intereses de los presos) solo tres días después de haber ocupado el puesto de otro funcionario enviado a prisión por colaborar en la fuga de presos.
Desde el miércoles, Márquez el 'hotelero' está en una celda de castigo y su 'suite' ha pasado ya a la historia, pero la realidad demuestra que el sistema está corrompido hasta la médula y que ir a la cárcel en México no obliga a renunciar a nada si se puede pagar. Es lo primero que comprobó con extrema sorpresa Ornelas al asumir su responsabilidad con 15 cárceles y 12.085 presos a su cargo, que "todo se movía con dinero", ha declarado a Efe. "Los vigilantes estaban acostumbrados a recibir dinero por dejar pasar de todo".
No solo en Sonora. En Chihuahua, por ejemplo, también en la frontera con EEUU, se clausuró el pasado mes de mayo un animado bar penitenciario donde fluía la cerveza y el tequila, donde se escondían armas y donde, además, se podía comprar alguna dosis de marihuana o heroína sin problema alguno. Instalado en el espacio para los talleres de formación de los presos, ofrecía también a su 'clientela' la posibilidad de disfrutar de unas partidas de billar. El resgitro llenó dos camiones de electrodomésticos cuyo uso no está autorizado entre rejas, tipo televisiones de plasma, neveras, hornos microondas, ventiladores...
La Comisión Nacional de Derechos Humanos ya ha denunciado en varias ocasiones los excesos entre rejas. Como las fiestas privadas que se celebraban, dicen, en algunas prisiones del DF con parrilladas, música, alcohol y sexo. Los guardias, convenientemente sobornados, hacen las veces de porteros para limitar el acceso a los invitados. Sus investigaciones descubrieron, además, que bastan 3.000 pesos (180 euros) para disfrutar de una celda equiparable a la habitación de un hotel de tres estrellas.
Solo en el penal de Hermosillo, el de la 'suite', se han localizado restaurantes, peluquerías, tiendas de abarrotes (comestibles), tianguis (mercadillos), casas de empeño y marisquerías, cuenta Ornelas, que se ha propuesto acabar con las ilegalidades y mejorar las condiciones de los reos. Les está instalando sistemas de refrigeración (en Sonora el termómetro alcanza en verano los 46 grados), baños donde antes solo había agujeros y una especie de jardines donde antes estaban las construcciones ilegales.
"La tarea es delicada, pues después de que los reos y custodios estaban a acostumbrados a vivir así a lo largo de 20 años, quitarles de golpe todo podría provocar un motín", advierte el coordinador penitenciario. "Hasta ahora han sido demolidas 76 viviendas y comercios ilegales y, créame, aún quedan muchos". Además, ha despedido ya a cien agentes, 15 comandantes y siete directores de cárceles en sus primeros seis meses en el cargo. Y eso es mucho en un país como México, donde el crimen organizado también toma el poder dentro las prisiones con dinero y amenazas. El que no obedece, muere.
elmundo.es
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