domingo, 24 de julio de 2011

Sexo sin ganas: es sábado, me toca


Ya es sábado. Pasó una semana. Seguro que hoy me toca.
Aunque quizás no. A lo mejor puedo zafar porque mañana tenemos que levantarnos muy temprano para ir al partido de rugby de Manu.
Por las dudas durante la cena voy a comentarle, sutilmente, lo agotada que me siento, lo complicada que fue esta semana con las actividades de los chicos. Se juntaron visitas al dentista, peluquería, el ortopedista de Flor y la entrega de los boletines de los dos. Además hubo pintores en casa y todos sabemos lo que eso significa en la organización de un hogar. De hecho no tuve tiempo siquiera para ir al gimnasio esta semana.
Sí, me parece que hoy zafo.
Sin embargo lo veo muy meloso, sugerente, con esa sonrisita insoportable con la que me da a entender que quiere sexo. Siento que se dispone a acorralarme. La tensión se me hace cuerpo. Oscilo entre la ira y la culpa. No se me escapa su postura de "víctima, de mujer que no lo desea", ni el gesto de violencia contenida por sentirse frustrado por mí.
Algunas veces conversamos sobre el tema de nuestra sexualidad, por suerte no demasiadas. En esas ocasiones él me dice que el deseo se siente o no se siente, que cuando yo le vengo con eso de que necesito más mimos, alguna charlita antes, salir juntos, no sé, algo, se trata de tonterías mías para justificarme.
Y puede ser, porque la verdad es que a mí el sexo no me gusta. Es más, podría vivir sin sexo y sería más feliz seguramente. Me resulta un engorro, un sufrimiento. Estoy convencida de que es la tarea más ardua del matrimonio.
Habrá mil razones que expliquen lo que me pasa: lo cierto es que no lo soporto.
Por suerte, con el tiempo fui encontrando algunos salvoconductos, he hecho acopio de argumentos más o menos creíbles para evitarlo y cuando no me queda otro remedio, adquirí una fórmula que lo hace más tolerable.
Él se acerca, yo me pongo de costado, de espaldas, y avanzamos. Inmediatamente voy al baño, aprovecho para cepillarme los dientes, pongo el despertador y vuelvo a la cama. Él, felizmente, ya está dormido.
Con este sistema elimino la posibilidad de que me bese, cosa que me resulta insoportable, o que me toque los pechos, cosa que me duele y me eriza o que husmee en algún rincón, cosa definitivamente impensable.
Yo sé que no le encanta mi propuesta, alguna vez me lo echó en cara, pero también sabe que es la fórmula que le permite descargar sus necesidades y no generar conflictos entre nosotros. Los dos amamos la familia que sostenemos, los proyectos que construimos, los logros que alcanzamos juntos.
Supongo que para pasiones habrá tenido, tiene o tendrá a otra. No me importa. No pienso enterarme.
Lic. Adriana Arias, psicóloga y sexóloga
entremujeres.com

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