Fantaseás con una persona que no es tu pareja estable. Por un lado, tenés pensamientos recurrentes que incluyen salidas a solas, intimidad, cercanía. Imaginás cómo sería el contacto de tu piel con la del hombre que te está desvelando. Albergás dentro de tu alma algo diferente que no permite que te concentres y te dediques a tus actividades como lo hacías anteriormente.
Pero también tenés sentimientos encontrados ya que, en tu casa, la situación no se ha modificado, al menos por fuera. Cuando abrís los ojos y volvés a conectarte con tu realidad, sigue a tu lado aquel ser que te acompaña desde hace tiempo, que comparte con vos alegrías y tristezas, salud y enfermedad, momentos buenos y malos. En fin, la vida, lo real, lo de todos los días.
Sentís el agobio de tener que fingir una sonrisa o un encuentro sexual, mientras por tu cabeza pasan imágenes de lo que sería tener entre tus brazos a quien tanto deseás. ¿Esto es infidelidad?
Para muchas personas es tan sólo una fantasía que no reviste mayor importancia, salvo que la concreten. Si hay contacto íntimo, entonces sí que se consideraría “una metida de cuernos”. Por el contrario, hay mujeres que se sienten mortificadas por pensar constantemente en otro, de una manera que hace mucho no les pasa con su compañero actual (o no les pasó nunca).
Usá tu propio prisma para decidir si lo que te está sucediendo está provocado por el aburrimiento (en cuyo caso, de vos también depende ponerle una pizca de pimienta a tu relación para que salgan juntos del tedio), por una atracción pasajera (¿quién no ha suspirado por una estrella de cine? Lo mismo puede pasar con un vecino o con un compañero de trabajo, por ejemplo) o si hay algo más y tu vínculo necesita desesperadamente que le prestes atención para dilucidar qué sucede (o qué no sucede) y así tomar medidas que te permitan recuperar la felicidad perdida.
Según mi punto de vista, si no hay sexo físico con otra persona, no hay infidelidad. Es lógico en algún momento, en especial en relaciones de varios años y que pasan por diversas etapas (noviazgo, casamiento, llegada de hijos, cambios laborales o en el status económico, etc.), sentir cierta atracción por alguien distinto: tenemos ojos y sentidos y, por alguna razón, puede pasar que nos sintamos muy a gusto con alguien y se nos disparen ideas de distinto tenor.
Si sólo se trata de pensamientos y queda enmarcado allí, significaría que nuestra pareja es sólida y estamos ante una atracción que se generó, meramente, por nuestra condición de seres humanos. Como adultas, la observamos y la dejamos pasar porque estamos conscientes de que es lo mejor para nosotros y para quienes nos rodean. Ahora, si el deseo comienza a volverse inmanejable e interfiere en nuestra vida diaria, el problema, lógicamente, es otro y radica en nuestro vínculo de pareja, no en lo que pensamos o sentimos.
Por Merlina Meiler
entremujeres.com
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