martes, 7 de diciembre de 2010

Tras las rejas, trastornos emocionales en chicos

Nora Bär
Son tan inocentes como todos, pero por esas desgraciadas piruetas del destino deben enfrentar una dura realidad: crecer tras las rejas.
Tal es la condena, sin causa, que muchas veces se ven obligados a sobrellevar los chiquitos de hasta cuatro años de mujeres que delinquen. Por primera vez, un estudio que acaba de recibir el premio anual de la Sociedad Argentina de Pediatría analizó el crecimiento y el desarrollo, la integración social y las prácticas de crianza de los chicos que viven con sus madres en prisión, una realidad tan poco conocida que en la bibliografía frecuentemente se los llama "los niños invisibles".
Los resultados que arroja este trabajo son tanto un puntapié inicial para encarar estudios más profundos como un llamado de atención, ya que aunque no se encontraron déficits importantes en su desarrollo, sí se detectó una alta prevalencia de trastornos emocionales.
"Hace unos tres años, Clemente Berardi, pediatra de la Unidad N° 31 del Servicio Penitenciario Federal, se acercó al Servicio de Crecimiento y Desarrollo del Hospital Garrahan porque, más allá de las toses y las fiebres habituales, se preguntó algo trascendente -cuenta Horacio Lejarraga, jefe del servicio-: cómo estaban creciendo y desarrollándose esos chicos."
Los especialistas se plantearon, entonces, realizar un estudio integral, que incluyera desde evaluaciones del estado nutricional de los chicos, hasta de su crecimiento, de la existencia de trastornos "inaparentes" (como el retardo en la adquisición del lenguaje o en la motricidad). También les aplicaron un test argentino (la prueba nacional de pesquisa o Prunape), midieron su cociente de desarrollo y las pautas de crianza.
"Incorporamos a un grupo del Centro de Rehabilitación Nutricional de La Plata [Ceren, del Conicet] que ya había trabajado con madres de la zona y que nos permitió comparar los resultados obtenidos en la prisión con los de la comunidad en libertad -explica Lejarraga-. Y por último, hicimos entrevistas personales con las madres para indagar cuáles eran sus ideas, sus temores, sus deseos respecto de la crianza de sus hijos."
El equipo conformado por Lejarraga y Berardi, más la licenciada Susana Ortale, y las doctoras Adriana Sanjurjo, María Magdalena Contreras, Celina Lejarraga y María José Martínez Cáceres, junto con la alcaide Verónica Masarik y la licenciada Lilian Rodríguez, de la Unidad 31, estudió a 68 chicos y 66 madres.
El análisis de los datos obtenidos reveló que no hay diferencias entre estos niños y la población general en cuanto a la estatura, el desarrollo psicomotor y cociente intelectual, pero sí se encontraron dos problemas relevantes: sobrepeso y alta prevalencia de trastornos emocionales, sobre todo en los mayores de dos años.
"Esto no está resuelto -afirma Lejarraga-: hay países que no admiten que los chicos pasen ni un solo día en prisión, como Suecia; otros, como Italia y España, que los admiten hasta los tres años, y otros, como Bolivia, que permiten que permanezcan allí hasta los seis. En todos los casos, se da una tensión entre los beneficios del amor maternal y los prejuicios de un medio ambiente de riesgo."
La Unidad 31 es una prisión de mediana seguridad, en la que cada mujer dispone de una pieza individual para ella y su hijo. Allí, los chicos desayunan con sus madres y van a un jardín de infantes por la mañana y por la tarde, mientras ellas estudian o trabajan. "Nuestra unidad es una de las pocas en el mundo que le da los alimentos a la madre para que elaboren ellas mismas la comida y así reforzar la función nutricia de la madre", subraya Berardi.
Sin embargo, todo indica que el problema es la falta de libertad. "Los chicos no quieren volver... cuando se hacen un poquito más grandes, desarrollan un lenguaje carcelario... -explica Lejarraga-. Las madres ofrecieron opiniones muy valiosas. «Lo bueno de todo esto, dicen, es que estoy con él todo el día. Lo malo, es que estamos presos». Pidieron que los chicos vean más el mundo, autos, perros, gente. Cosas que nos parecieron muy lógicas."
Para los médicos, el mensaje de esta investigación es que "cuando se habla de mandar a alguien a prisión, hay que pensar que esa persona no está aislada en el mundo, sino que tiene vínculos. Las mujeres tienen hijos".
"Estas son decisiones tan trascendentes para el futuro de los niños que deben ser tomadas después de haber reunido evidencias sobre qué conducta es la mejor", apunta Lejarraga. Como consecuencia de este trabajo, que se publicará a comienzos del año próximo en la revista Journal of Correctional Health Care , los especialistas propusieron la creación de un Programa Nacional de Vigilancia del Crecimiento y Desarrollo de estos niños en todas las penitenciarías del país. "No como investigación solamente, sino como asistencia -concluye el especialista-. Será algo único en el mundo."
lanacion.com

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