Doris Rafferty no se quería ir a su casa en Navidad. Llevaba días quejándose de síntomas para los que los médicos no encontraban explicación. Hasta que ella misma le confesó la causa de sus males a la doctora que la atendía. "No quiero irme. Estoy sola y el día tiene tantas horas...". El suyo es un caso real que esta semana relata la revista 'The Lancet', pero no es único, ni tampoco es extraordinario. Vivimos una epidemia de soledad, reconocen los especialistas, cuyos efectos colaterales son aún más evidentes en Navidad.
Ishani Kar-Purkayashta, actualmente en las Agencia británica de Protección de la Salud, es la especialista que relata en primera persona su relación con la señora Rafferty (un nombre ficticio) durante unas navidades. "Su marido había muerto 20 años antes, y sus dos hijos vivían fuera del Reino Unido (en Malasia y EEUU, concretamente)", relata la doctora, ganadora del premio de ensayo que cada año convoca la publicación británica.
Ese miedo a la soledad de su hogar era lo que llevaba a la señora Rafferty (82 años) a quejarse un día del brazo, al siguiente de la cadera... Aunque descartadas las causas físicas con placas y demás pruebas, ella misma explicó el origen de su malestar: "Doctora, ¿puede usted darme una cura para la soledad?", le preguntó un día sin rodeos a la doctora Kar-Purkayashta. "Ojalá hubiese podido decirle que sí. Ojalá hubiese podido prescribirle algunos antidepresivos y pensar que he hecho todo lo que podía, pero la verdad es que ella no estaba clínicamente deprimida".
Como confiesa Concha Gutiérrez, responsable de la Unidad de Trabajo Social del Hospital Clínico San Carlos de Madrid, su historia "me suena familiar, aunque con matices". Como esta veterana asistente social confiesa, pacientes que lleguen hasta el punto de inventarse dolencias para no tener que abandonar el hospital en estas fechas son extraordinarios, "no es lo cotidiano".
Aunque reconoce que sí hay personas que llegan a experimentar síntomas físicos cuando llega la hora de darles el alta, "se ahogan o no pueden respirar, y realmente somatizan su malestar por la idea de abandonar el hospital".
Como reflexionaba la doctora británica, probablemente hay miles de 'doris' en todo el mundo, "personas para las que el tiempo ahora permanece vacío y a quienes les espera un hogar lleno de silencio". Una idea en la que coincide su colega española: "Ha habido intentos, pero no hemos calibrado aún realmente la incidencia que tiene la soledad en la salud". De hecho, apunta, no es lo mismo una soledad elegida, que la causada por las pérdidas, en personas mayores y cada vez más privadas de autonomía.
En el peor de los casos, como recuerda por su parte el psicólogo José Antonio Tamayo, del gabinete Activa Psicología y Formación, "si las fiestas están asociadas a emociones dolorosas muy intensas (tristeza, pena, duelo...), tal vez sea conveniente recordar que siguen siendo días como los del resto del calendario y que pronto quedarán atrás; el significado se lo otorgamos nosotros".
elmundo.es
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