Por ESTHER SAMPER (SHORA)
El acto de caminar sobre las brasas viene de antiguo. Desde hace miles de años, se venía realizando como un ritual o acto religioso practicado por diversas culturas, desde la hindú hasta la bosquimana. Con los años, su significado ha ido cambiando en la mayor parte del globo y, en la actualidad, se recurre a tan extraña caminata como simple espectáculo, como demostración de un fenómeno paranormal o en extraños y acientíficos cursos de superación personal mediante Programación Neurolingüística.
El mito básico que rodea al acto de caminar sobre las brasas es esencialmente el mismo: El poder de la mente o del cuerpo humano impiden que se produzcan daños en los pies al pasar sobre el ardiente camino. Por tanto, de no tener el suficiente poder, los pies sufrirían las dolorosas consecuencias en forma de quemaduras.
La realidad, sin embargo, es menos romántica que la idea de los supuestos poderes de la mente humana. Las más básicas leyes de la física nos indican que lo que ocurre cuando alguien camina sobre las brasas no es un acontecimiento paranormal sino una simple y rutinaria lección de termodinámica. En esencia, todos hemos experimentado algo parecido alguna vez. Todos sabemos, por experiencia propia, que no es lo mismo tocar un metal caliente que un trozo de madera caliente. Nos quemamos mucho antes al tocar el metal que el trozo de madera. Esta propiedad de los materiales se denomina conductividad térmica o, lo que es lo mismo, la capacidad para transmitir el calor a otros materiales (como pueden ser los pies) puestos en contacto.
Además de la conductividad térmica, hay que tener en cuenta también la capacidad calorífica que es la cantidad de calor que necesita un determinado material para elevar su temperatura. De esta forma, hay materiales que necesitan más calor para aumentar su temperatura y otros que necesitan menos para la misma masa.
Cuando alguien camina sobre las brasas se dan varias circunstancias ideales que evitan que aparezcan quemaduras, siempre que el tiempo de contacto no sea lo suficientemente largo, por supuesto. Por un lado, las brasas de carbón poseen una conductividad térmica baja. Dicho de otra forma, las brasas de carbón tienen una capacidad pobre para transmitir el calor a otros objetos que entren en contacto con ellos y, por tanto, tardarán más en elevar la temperatura de éstos.
Por otro lado, más del 60% cuerpo humano (y eso incluye los pies) se compone de agua. El agua tiene una capacidad calorífica específica relativamente elevada o, lo que es lo mismo, necesita bastante calor para aumentar su temperatura. A eso también hay que añadir que el carbón vegetal es justo lo contrario, necesita poco calor para aumentar su temperatura.
De esta manera, cuando pies y brasas se ponen en contacto, lo que ocurre es que las brasas transmiten "torpemente" el calor (aunque éstas ronden los 500 ºC), mientras que los pies (al ser en su mayor parte agua) necesitan bastante calor para aumentar su temperatura. La unión de estos dos factores principales lleva a una lógica conclusión: Puedes estar en contacto con las brasas durante un breve lapso de tiempo (unos cuantos segundos) hasta que los pies llegan a la suficiente temperatura como para provocar quemaduras.
Definir el tiempo exacto a partir del cual se producen quemaduras por el contacto con las cenizas ardientes es difícil de determinar, pues depende de otros muchos factores: Temperatura de las brasas, presencia de callos en los pies , sudoración, superficie de contacto... Pero, por lo general, prácticamente cualquier persona puede recorrer una distancia de 4 a 5 metros a la velocidad de una caminata normal. Eso sí, hay que procurar no correr o ejercer demasiada presión sobre las brasas, lo que puede hacer que los pies se hundan entre ellas, aumentando así la superficie de contacto y provocando que las quemaduras no tarden en aparecer en los pies. Los Cazadores de Mitos no tuvieron reparos en experimentar por ellos mismos este fenómeno termodinámico:
El mito básico que rodea al acto de caminar sobre las brasas es esencialmente el mismo: El poder de la mente o del cuerpo humano impiden que se produzcan daños en los pies al pasar sobre el ardiente camino. Por tanto, de no tener el suficiente poder, los pies sufrirían las dolorosas consecuencias en forma de quemaduras.
La realidad, sin embargo, es menos romántica que la idea de los supuestos poderes de la mente humana. Las más básicas leyes de la física nos indican que lo que ocurre cuando alguien camina sobre las brasas no es un acontecimiento paranormal sino una simple y rutinaria lección de termodinámica. En esencia, todos hemos experimentado algo parecido alguna vez. Todos sabemos, por experiencia propia, que no es lo mismo tocar un metal caliente que un trozo de madera caliente. Nos quemamos mucho antes al tocar el metal que el trozo de madera. Esta propiedad de los materiales se denomina conductividad térmica o, lo que es lo mismo, la capacidad para transmitir el calor a otros materiales (como pueden ser los pies) puestos en contacto.
Además de la conductividad térmica, hay que tener en cuenta también la capacidad calorífica que es la cantidad de calor que necesita un determinado material para elevar su temperatura. De esta forma, hay materiales que necesitan más calor para aumentar su temperatura y otros que necesitan menos para la misma masa.
Cuando alguien camina sobre las brasas se dan varias circunstancias ideales que evitan que aparezcan quemaduras, siempre que el tiempo de contacto no sea lo suficientemente largo, por supuesto. Por un lado, las brasas de carbón poseen una conductividad térmica baja. Dicho de otra forma, las brasas de carbón tienen una capacidad pobre para transmitir el calor a otros objetos que entren en contacto con ellos y, por tanto, tardarán más en elevar la temperatura de éstos.
Por otro lado, más del 60% cuerpo humano (y eso incluye los pies) se compone de agua. El agua tiene una capacidad calorífica específica relativamente elevada o, lo que es lo mismo, necesita bastante calor para aumentar su temperatura. A eso también hay que añadir que el carbón vegetal es justo lo contrario, necesita poco calor para aumentar su temperatura.
De esta manera, cuando pies y brasas se ponen en contacto, lo que ocurre es que las brasas transmiten "torpemente" el calor (aunque éstas ronden los 500 ºC), mientras que los pies (al ser en su mayor parte agua) necesitan bastante calor para aumentar su temperatura. La unión de estos dos factores principales lleva a una lógica conclusión: Puedes estar en contacto con las brasas durante un breve lapso de tiempo (unos cuantos segundos) hasta que los pies llegan a la suficiente temperatura como para provocar quemaduras.
Definir el tiempo exacto a partir del cual se producen quemaduras por el contacto con las cenizas ardientes es difícil de determinar, pues depende de otros muchos factores: Temperatura de las brasas, presencia de callos en los pies , sudoración, superficie de contacto... Pero, por lo general, prácticamente cualquier persona puede recorrer una distancia de 4 a 5 metros a la velocidad de una caminata normal. Eso sí, hay que procurar no correr o ejercer demasiada presión sobre las brasas, lo que puede hacer que los pies se hundan entre ellas, aumentando así la superficie de contacto y provocando que las quemaduras no tarden en aparecer en los pies. Los Cazadores de Mitos no tuvieron reparos en experimentar por ellos mismos este fenómeno termodinámico:
Hace unos años, un programa de la BBC llamado Tomorrow's World se planteó comprobar los supuestos poderes paranormales de gente que alegaba ser capaz de no quemarse nunca al caminar sobre las brasas (sus explicaciones eran de lo más variopintas, desde ángeles protectores a superpoderes mentales...) Para ello, construyeron un sendero de brasas ardientes a 600ºC y de 18 metros de longitud. ¿El resultado? Todos los que caminaron sobre ellas se salían del camino a los 8 metros porque se quemaban. Y es que desconocer lo más básico de la termodinámica no sólo puede hacer que te creas un superhombre, también te puede dejar en ridículo ante millones de personas y provocarte unas hermosas quemaduras en los pies.
soitu.es
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