lunes, 26 de octubre de 2009

La fisiología estética


Madonna participa de una belleza polimorfa. Una belleza heterodoxa y an­tibinaria. Lo bello de Madonna no es el efecto del placer desinte­resado del que hablaba Kant. No. Lo bello en Madonna es fractal y complejo. Pero directo: es mus­cular. Es superficie musculada. Es una belleza proteica, dietética, healthy, botóxica, de tendones, su­dor, sangre, huesos, fricción. Una belleza de la carne, antiplatónica. Es lo bello fetichizado, lo bello, que, como decía Spinoza, no sabe –aun– lo que puede un cuerpo. Pero es complicado predicar be­lleza de Madonna porque, en un punto, es una figura cuasi cercana a Marcel Duchamp, en el sentido que hace de su cuerpo un territo­rio pleno de cuestiones morales y políticas. Un espacio de guerra donde el concepto de belleza pa­rece impropio, y sólo la impericia lo aplicaría.
En Madonna se "ensancha" lo bello, y el cuerpo se da como consecuencia: una obra plástica. En una vida como obra. Desde su mutación y su obsesión gim­nástica hasta su fashionismo , su producción se acerca a la idea de fisiología del arte nietzscheana. Sí. Está claro. Madonna encaja a la perfección en lo que decía Hei­degger de la teoría del arte de Nie­tzsche: una fisiología estética. El cuerpo, la anatomía, como espacio o construcción o condición de po­sibilidad de lo bello. En Madonna lo bello parte y retorna al cuerpo, es inmanente a él. No hay idealis­mo alguno, no hay sublimación. Hay una belleza radical, dónde el placer tiene más lugar que el de­seo.
La belleza de Madonna: un dandismo contemporáneo. Qui­zá este nunca haya estado mejor representado a fines del siglo XX que a través de su belleza: de dominatrix S&M a cowgirl ciber­nética, de diva hollywoodense en decadencia a sacerdotisa yogui, de chica material y superficial a fem­me fatale , de Evita a chica Bond, de techno guerrillera a boxeadora. Madonna reúne todos los elemen­tos de la lógica del dandismo: el estilo (mutante), la distinción (en una época sin distinción alguna) y la burla de la norma, aun res­petándola, tal como decía Barbey D'Aurevilly.
La belleza de Madonna: gran productora de fetiches. Esto quie­re decir: una belleza generada en el acto de la simulación, de la prótesis, del suplemento; efec­tivamente, su arte es el artificio puro que ignora por completo toda remisión a "lo natural". Es plástico total. Los discos de Mado­nna, paralelos a los videoclips, son presentaciones sucesivas de esos fetiches. Cada disco es una simu­lación, un suplemento. Esto es, una nueva máscara prefabricada en el marco de una clave distin­ta. Experta en el arte de simular, en su arrebatado esteticismo y su construcción corporal (desde sus cortes de pelo hasta su cuerpo cartográfico) Madonna provoca desde la lógica del dandy: acercán­dose a la mayoría para lograr ese distanciamiento tan propio de un flaneur parisino. Porque resulta cristalino: Madonna es una dandy, y bien clásica, como Oscar Wilde o hasta Charles Baudelaire. Sólo que también es una artista pop, lo que aún la lleva a potenciar su imagen más de lo que un dandy podría haberlo hecho en los siglos XVIII y XIX.
La belleza de Madonna: una voluntad de poder. Ella, como heroína, se mueve de un modo masculino. A lo macho. Es como lo que decía Orson Welles de todo artista hombre (que debía tener un fuerte rasgo femenino) pero a la inversa: Madonna tiene un desarrollado costado masculino. Una mujer fálica (una vez declaró: "soy un hombre gay encerrado en el cuerpo de una mujer.").
La belleza de Madonna: lo trendy. Conserva ese rasgo de pasajero tan leve como signo de un devenir continuado. Quién sabe que de­trás de esa máscara no haya sino otra y otra. Un suplemento eterno que impide el arribo al lugar ori­ginal: su falsificación de origen. La apoteosis de una vida estética. Es la belleza de un cuerpo. Pero también la política de un cuerpo. ¿Qué hay de bello en Madonna? De nuevo, como en Duchamp, es la idea. Pero la idea indisocia­ble de un cuerpo en permanente construcción. Under construction .
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