lunes, 2 de enero de 2012

Esto que somos


Tome más de un 60% de oxígeno, menos de un 20% de carbono, alrededor de un 10% de hidrógeno y un 3% de nitrógeno y múltiples ingredientes adicionales en cantidad necesaria. Corte en juliana, en dados, procese, mezcle en coctelera, hornee a la temperatura justa y..., ¡voilà!: nosotros (o, para el caso, cualquier ser vivo que se precie).
Pero..., ¿qué es esto que somos? Podríamos hacer el camino inverso y, de la manera más posmo, deconstruirnos. De los millones de millones de células del cuerpo tendremos un frasco grandote con células de la piel, otro con células de músculo, más allá neuronas, células sanguíneas, y siguen los integrantes. Otras vez, a mezclar y..., ¿nosotros?
Hagamos un último intento de biología cuantitativa: en el changuito del supermercado pongamos 9 botellas de sangre, 1 balde grande de grasa, unos cuantos metros de intestino, miles de kilómetros de vasos sanguíneos, 2 metros cuadrados de piel, 5 millones de pelos (bueno, no en todos los casos), algunos dientes, un cerebro y esperemos que acepten el pago con tarjeta. De nuevo, no parece que podamos reflejarnos en esa compra así como así.
Tal vez la estrategia no sea entonces pensarnos como humanos genéricos, sino intentar ver qué es lo que nos hace únicos (nosotros y no nuestros vecinos, nuestros hermanos o nuestras suegras). Esta unicidad puede venir por las huellas dactilares (que son efectivamente tan individuales que ni siquiera se comparten entre gemelos -es más, incluso son diferentes entre los dedos de nuestras manos; algo de esto tiene que ver con que se terminan de formar por el rozamiento dentro de la panza de la mamá), por la forma y el color del iris (como sabemos de toda buena película de ciencia ficción), de las ondas que definen nuestro patrón de voz y de los genes. Claro, los genes, ¿cómo no haber empezado por allí?
En la larga batalla del vitalismo (o sea, la vida es algo diferente de la no-vida y vaya uno a saber qué) contra el mecanicismo (la vida no es más -ni menos- que una organización muy particular de la no-vida) hubo íconos que brillaron y se apagaron a lo largo de la historia: las proteínas, las enzimas, el ADN y los genes. Cada vez que aparecía un nuevo héroe, los vitalistas se despachaban con un: "Ahí está, ¿vieron?, ahora díganme que eso también está en la materia no viviente", hasta que algún ñato lo sintetizaba en su laboratorio a partir de sustancias de lo más pedestres. Convengamos en que los genes aguantaron bastante la batalla, y de hecho aparece la moderna traducción del conócete a ti mismo como dime qué genes tienes y te diré quién eres. De ahí viene una de las más increíbles hazañas de la ciencia: el proyecto genoma humano que fue desovillando, de a uno, los veintipico mil de genes que supimos conseguir (y el pico viene porque aún no hay un número final, en todo caso son muchos menos de los que se pensaban originalmente, lo que le ha hecho perder apuestas a más de un investigador). El asunto es que esos genes vienen además en múltiples sabores. Veamos: ¿cuántos de ustedes pueden doblar la lengua en u? ¿Hacer un ángulo de unos 90 grados con el pulgar? ¿El pelo les crece con un triangulito sobre la frente? ¿Son pecosos? Pues bien: ya es hora de que alguien les diga que son una manga de mutantes, ya que esas características, como muchísimas otras, tienen que ver con mutaciones en alguno/s de los genes que ligaron en suerte.
Otro asunto es que este genoma nos permite trazar parentescos entre nosotros (y descubrir que llevamos genes africanos y, auch, genes de neandertales dentro -vaya uno a saber qué anduvieron haciendo nuestros antepasados cuando salían del boliche), y entre nosotros y otros bichos. Así, es común escuchar que somos casi un 99% chimpancés, basado en la identidad genética con nuestros primos peludos. Pero si continuamos esta línea de pensamiento, tendremos que admitir que también somos 50% bananas, ya que ese es el porcentaje de genes que compartimos con nuestras primas lejanas y fruteras. Así que ya saben: cada día pueden detenerse a pensar si se sienten más monos o más bananas, dependiendo del ánimo con que se despierten.
La cuestión es que no somos sólo lo que traemos de fábrica. Por un lado sí, somos eso, lo que heredamos de papá y mamá y, para bien o para mal, no hay con qué darle. Pero por otro lado está lo que logremos con lo que traemos de fábrica, y con eso está todo por hacerse. La familia, la educación, los amigos, lo que comemos, la gimnasia, la humedad, en fin, todo lo que en biología podríamos llamar ambiente es también, en buena parte, nosotros. Uno podrá tener genes para ser alto, pero si no come bien será de los primeros de la fila. Uno podrá tener una cierta propensión genética a alguna enfermedad (aunque hay muy pocos casos en los que un solo gen determina esto), pero su estilo de vida podrá determinar las visitas al médico.
Entonces, esto que somos es, al menos, dos cosas. Seremos lo que debamos ser, y también un poco lo que queramos y podamos ser. De alguna forma, de eso se trata vivir.
Por Diego Golombek  | LA NACION
El autor es doctor en Ciencias Biológicas, profesor de la UNQ e investigador del Conicet

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