MONCKS CORNER, Carolina del Sur (CNN) — Bryan Ganey salió lentamente del auto de sus padres. Michael y Martha Ganey habían llevado a su hijo al trabajo porque no se sentía bien; durante el último par de días, las tareas sencillas lo habían dejado sin aliento y agotado.
Con 261 kilogramos, estar fuera de forma era normal para Bryan, por lo que simplemente lo ignoró. Sin embargo, cuando se dirigía hacia la puerta de su oficina el 20 de junio de 2010, las cosas cambiaron repentinamente.
Los Ganeys se alejaban cuando el teléfono de Martha sonó. Lo único que escuchaba en el otro extremo de la línea eran jadeos.
La pareja detuvo el auto y regresó rápidamente al edificio, donde encontraron a su hijo tirado en los arbustos, luchando por respirar. El trayecto hasta el hospital tomó sólo cinco minutos, pero a Martha le parecieron horas. A Bryan no le importaba el tiempo: sabía que iba a morir.
“Yo estaba absolutamente convencido de que estaba teniendo un ataque al corazón. Los médicos me habían dicho antes que, por mi tamaño, si alguna vez tenía problemas de corazón, no podrían operarme. Así que había una gran posibilidad de que este fuera el final; iba a llegar allá y no habría nada que pudieran hacer”, dijo.
Fuera de control
Durante años, Bryan trabajó en el turno nocturno en un centro telefónico a 32 kilómetros de su casa.
Se saltaba el desayuno, comía comida rápida en el almuerzo y la cena y luego pasaba por una pizza o bocadillos en las tiendas de abarrotes mientras se dirigía a casa. A menudo bebía más de 3.5 litros de refresco al día. A la edad de 37 años, tenía un índice de masa corporal de alrededor de 87. Un IMC superior a 30 se considera obesidad.
“Él era muy consciente de que tenía un problema”, dijo Martha. “Estaba fuera de control”.
El 20 de junio fue posiblemente lo mejor que le pudo haber pasado a Bryan, aunque ciertamente no parecía así en ese momento. Su “ataque al corazón” era en realidad una embolia pulmonar, o un coágulo de sangre que había viajado a sus pulmones, bloqueando su flujo de oxígeno.
Durante seis días, Bryan estuvo en una cama de hospital, cubierto de hematomas causados por los anticoagulantes que fueron bombeados en su cuerpo. “Al principio, me sentí como una víctima, como si alguien o algo me hubiera hecho esto”, dijo Bryan en un video de YouTube sobre su experiencia. “Pero entonces la realidad se impuso y el dolor se convirtió en rabia. Mi condición era inaceptable”.
Varios médicos de ese hospital le sugirieron una cirugía para bajar de peso, pero Bryan se negó. Tanto él como su madre tenían amigos que habían pasado por la cirugía y sufrían complicaciones.
Pequeños pasos
Hoy en día, Bryan, de 39 años, cuenta su historia desde el asiento del conductor de un auto en el que no habría entrado hace dos años. Compra ropa en grandes almacenes, compra un asiento de avión en lugar de dos y duerme toda la noche.
“Lo mejor de todo el peso que he perdido es despertarme cada día y darme cuenta de que ya no peso 261 kilogramos”, dijo con una sonrisa. “Las mayores recompensas son las más pequeñas”.
Bryan inició con pequeños pasos el viaje hacia la pérdida de peso. Después de salir del hospital, empezó a moverse: en un primer momento, empujando un carrito de compras en la tienda de comestibles, como un niño aprendiendo a caminar. Luego se aventuró a ir al buzón al final del camino de la entrada a su casa. Pronto caminaba varios kilómetros en un solo día.
Perdió 59 kilogramos en los primeros seis meses, y luego bajó otros 63 kilos más durante el transcurso del siguiente año. Con 1.72 metros de estatura, Bryan ahora pesa poco menos de 136 kilogramos.
“Resulta que realmente es cierto”, escribió Bryan en su envío de iReport de CNN. “Si usas más energía de la que consumes, perderás peso”.
Bryan se cambió a un turno matutino en el trabajo para vencer sus malos hábitos alimenticios. Es muy cuidadoso acerca de lo que pone en su boca: se niega a alejarse de las carnes magras, vegetales y frutas que él mismo prepara. Hace entre cinco y seis comidas al día, cada dos o tres horas. Mide sus porciones para que el número total de calorías diarias llegue a las 2,500.
“La comida está en todas partes”, dijo, reflejando su lucha por mantenerse firme en el trabajo o en los entornos sociales. “Simplemente no puedo comer más. No puedo hacerlo nunca más. No tengo la capacidad de comer sólo un bocado. Ellos piensan que debo sentirme miserable, porque yo... no me permito tener ciertas cosas. (Pero) los beneficios que he obtenido, el premio, valen la pena”.
Después de perder sus primeros 31 kilogramos, Bryan decidió contratar a un entrenador personal. No era la primera vez que había intentado perder peso haciendo ejercicio, y en el pasado lo arruinó presionándose demasiado. Su entrenadora, Martha Peake, comenzó poco a poco. Al principio lo único que hizo fue sentarse y ponerse de pie. Para Bryan, con 226 kilogramos, eso era suficiente.
El año pasado, Bryan cojeó hasta la recta final de la carrera 10K (de 10 kilómetros) en la que participó. Este año planea correrla toda. Todavía está perdiendo alrededor de 3 kilogramos al mes y espera eventualmente pesar 90 kilogramos.
Oraciones simples
Cuando Bryan regresó al médico, el cambio en sus análisis de sangre era casi increíble. Ha dejado muchos de los medicamentos que tomaba antes, su medicamento para la presión arterial ha sido reducido cuatro veces durante los últimos dos años. Su colesterol LDL, el tipo malo, es de 100; un número óptimo.
Con 261 kilogramos, Bryan era prediabético. Ahora está mirando hacia un brillante futuro libre de diabetes.
“Creo que lo que se pierde en los anuncios y en todo lo que se ha escrito acerca de la pérdida de peso es que si la gente lo hace sencillo, todos tienen ese poder en sí mismos. Tú puedes cambiar tu vida”.
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