sábado, 14 de enero de 2012

El “síndrome del preocupado" no cede ni en las vacaciones


Durante el año, para que se quede quieto, habría que atarlo. La pierna, abajo del escritorio, se mueve a un ritmo frenético. El placer que siente es proporcional a cada asunto pendiente que tacha de la agenda. Tiene éxito, rinde, crece, cree que nadie podría hacerlo mejor. Necesita tener todo bajo control y se preocupa por las dudas: así, cree, va a ganarle de mano a cualquier imprevisto. Pero llega a casa y gruñe. Y le duele el cuerpo. Y llega a la playa y no se desconecta: el ocio le parece una pérdida de tiempo; con el silencio, se da más manija. Se llama trastorno de ansiedad generalizada (TAG) o, en criollo, síndrome de preocupación excesiva. Un trastorno que se disimula con las corridas del año pero que queda en evidencia en vacaciones.
“Quienes tienen este trastorno se preocupan excesivamente, incluso cuando se despiertan de noche. Sobreestiman la probabilidad de que ocurran eventos negativos. Si suena el teléfono a las 11 de la noche creen que murió alguien, nunca que es un amigo. Si el jefe los llama a su despacho creen que lo van a retar, nunca que lo van a felicitar. Esos pensamientos son automáticos: como lo que vendrá puede ser negativo, la única forma de controlarlo es pre-ocuparse antes”, describe el psiquiatra Enzo Cascardo, autor del libro “Trastorno de ansiedad generalizada”.
Según la Organización Mundial de la Salud, un 29% de la población tiene un “trastorno de ansiedad” o lo tendrá en algún momento. Dentro de este espectro (que abarca a los ataques de pánico, fobias y trastornos obsesivo-compulsivos), los llamados worriers (preocupados) representan un 6% de la población.
Los especialistas dicen que las consultas están subiendo, especialmente desde que la tecnología permite acceder a un caudal de información infinito en segundos . Decenas de canales de noticias las 24 horas, conexión permanente desde el teléfono o la computadora pueden ser detonantes para personas vulnerables.
“Los síntomas en el cuerpo se parecen mucho a los del estrés pero la diferencia es enorme. En el estrés los síntomas aparecen como respuesta a una situación puntual. Por ejemplo: trabajó mucho, llega diciembre y está con los cables pelados. Pero se va de vacaciones y el estrés baja. El estrés se cura con vacaciones, en cambio el trastorno de ansiedad generalizada empeora”, sigue Cascardo. Todo aquel que en este instante esté rodeado de mar pero resolviendo el futuro de la humanidad por BlackBerry, comprenderá: “Son tan perfeccionistas y exigentes que creen que por irse de vacaciones abandonaron su trabajo. Y el ocio los pone peor porque sienten que están perdiendo tiempo productivo”.
Están de vacaciones pero su reloj biológico los sigue despertando temprano. Siguen tomando pastillas para dormir y la tecnología parece servirles de ansiolítico. “Son hiperactivos e hiperemotivos, ya sea por exceso de alegría o de fastidio. Y viven el descanso con incomodidad , porque la tranquilidad atenta contra su estado de hipervigilancia”, agrega Fernando Taragano, profesor de psiquiatría del Instituto Universitario CEMIC.
¿Cuándo la preocupación es parte de “ser responsable” y cuándo es excesiva? “El límite es cuando genera un impacto negativo en el organismo, en la vida social y en la vida familiar”, continúa. “Se ha demostrado que la ansiedad hace lo que el kerosene en un incendio. La ansiedad, en pacientes con enfermedades de base en las coronarias o en las arterias del cerebro, agrava groseramente el riesgo de infartos ”, dice. Un estudio hecho durante 9 años en San Francisco mostró que el riesgo de desarrollar eventos cardiovasculares aumenta un 74% en pacientes con TAG.
Es esa persona que siempre está contracturada. Ni el kinesiólogo ni el masajista la complace. Llegó a pensar en Alzheimer de lo que le falla la memoria. Y aunque duerma, se despierta agotada. “Ahí se ve el impacto en la vida social: alguien que durmió pero no descansó se levanta de mal humor, irritable, aparecen las repercusiones en la vida sexual, la intolerancia a la frustración, entre otros”, cierra.
El primer paso es dejar de pensar este nivel de locura como la consecuencia natural de los problemas cotidianos. El segundo es entender que el ansiolítico tapa el síntoma pero no modifica la conducta. De hecho, a veces, parte del tratamiento es ir a pescar o pasar horas armando rompecabezas. Poco productivo para un “pasado de rosca”, sí. Pero un modo de aprender a amigarse con el ocio.

Las preguntas clave

¿Siente que vive preocupado?

Aunque duerma, ¿Siente que su sueño no es reparador?

¿Se la pasa yendo de masajistas a kinesiólogos para calmar las contracturas y aflojar la tensión muscular?
¿Se enoja por cosas insignificantes? ¿Pierde fácilmente la paciencia?

¿Siente que es incapaz de estar sin hacer nada?

¿Le cuesta concentrarse? ¿Percibe que tiene problemas de memoria?
clarin.com

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