La crisis, la maldita crisis, les había puesto completamente contra las cuerdas. Estaban sin trabajo, sin casa, a punto de ser separados... Y los llamamientos de ayuda que habían lanzado a varios políticos, empezando por el ex primer ministro Silvio Berlusconi, no habían dado ningún resultado.
Así que el domingo pasado Salvatore De Salvo, un agente comercial italiano de 64 años que llevaba siete en paro y su mujer Antonia Azzolini, que recientemente había perdido la casa en la que vivía desde 1966 y estaba a punto de ser transferida a un asilo lejos de su marido, tomaron una decisión extrema: suicidarse y poner de ese modo fin a tanto sufrimiento.
"Os enteraréis por los periódicos de la gran dignidad con que saben morir dos ciudadanos asqueados de la hipocresía y de la crueldad de vosotros los políticos", habían advertido a Silvio Berlusconi en una carta abierta a 'Il Cavaliere' que enviaron a la revista 'Chi' y que ésta publicó.
Porque lo que nadie puede poner en duda es los numerosos intentos que Salvatore De Salvo y su mujer llevaron a cabo para tratar de llamar la atención sobre su trágica situación y a la espera de ser ayudados a recobrar su dignidad.
La pareja escribía regularmente cartas a los periódicos y mensajes a los políticos exponiéndoles su terrible drama y su profunda decepción. Habían enviado misivas a Silvio Berlusconi y al presidente de la región de Puglia, Puglia Nichi Vendola. Habían grabado vídeos que ahora dan vueltas por YouTube. Pero sin resultado. Nadie les hacía ni caso.
Exhaustos de tanto esperar en vano, el pasado domingo el matrimonio decidió poner el punto final a su sufrimiento. Se tragaron cada uno de ellos una enorme cantidad de barbitúricos encerrados en la habitación de un hotel en su Bari natal, al sur de Italia.
Antonia murió allí mismo, sobre la cama. Pero a Salvatore la sobredosis de fármacos no parecía hacerle efecto, continuaba con vida. Así que decidió adentrarse en el mar confiando en que éste le ayudara a morir. Su cadáver fue encontrado por un pescador a 10 metros de la superficie en las proximidades de San Francesco de Bari.
Habían preparado su muerte con minuciosidad. Salvatore De Salvo había llamado con varios días de antelación Sette Mari, un modesto hotelito de tres estrellas situado a las afueras de Bari. "Quiero reservar una habitación doble del 3 al 7 de enero", había solicitado. Pocos días después, volvió a ponerse en contacto con la centralita del hotel: "Tenemos un capricho: queremos que la habitación tenga vistas al mar".
Sus deseos en esa ocasión sí que se hicieron realidad: les dieron la habitación 448.
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