En la deliciosa novelita negra de Gore Vidal Muerte en la quinta posición (que publicara en 1954 bajo el seudónimo de Edgar Box) un personaje le dice a otro tras el primer crimen en el antiguo Metropolitan Opera House de Nueva York: "-Usted no sabe mucho sobre bailarinas". En esa novela hay intrigas, se baila El lago de los cisnes y todo es siniestramente conflictivo, desde los camerinos hasta las bambalinas, desde una estrella que se está quedando ciega al borde del retiro hasta un coreógrafo tocón. Fue en otros tiempos, los mismos de cuando Wallis Simpson dijo: "Nunca se es suficientemente rica ni se está suficientemente delgada". La obsesión por adelgazar no es nueva en ballet, lo que no es de parangón obligado con las exigencias de la disciplina de la danza académica . El drama ciertamente narcisista de la bailarina de ballet es un debate a perpetuidad entre la báscula y el espejo, en la búsqueda de la perfección ejecutiva, lo que comporta expresarse con el cuerpo, mantenerlo en unos márgenes cercanos a un ideal impreciso, establecido por las tradiciones iconográficas y estilísticas.
Durante años, la bailarina preferida de Anne-Marie Holmes (la ex directora del Ballet de Boston que fue casi incriminada por la muerte por anorexia de una de sus bailarinas, Heidi Guenter) era la zaragozana Trinidad Sevillano, una bailarina temperamental, virtuosa y exquisita que no era precisamente ni alta ni delgada. Hoy día, hipotéticamente hablando, si Trinidad Sevillano tuviera que someterse a una audición de pruebas de acceso en cualquier gran compañía del mundo, no las pasaría. En su caso, primó el arte por encima de unos patrones estéticos que si bien son válidos en su conjunto, su uso indiscriminado les quita toda su eficacia.
El filme Cisne negro de Darren Aronofsky, que debe mucho a la novela de Vidal y no lo dice, no es película sobre el ballet, siendo un thriller medio gótico con pretensiones psicológicas que ha levantado revuelo en el mundo del ballet y fuera de él con varios frentes temáticos: la anorexia, la vida interna de las compañías de ballet y la compleja personalidad de la protagonista, encarnada por Natalie Portman, papel por el que acaba de ganar el Globo de Oro y que todos apuntan a los Oscar. El rechazo del mundillo de la danza ha sido prácticamente unánime.
En paralelo, una recensióny un artículo de opinión del crítico del periódico The New York Times Alistair Macaulay aparecidos estos días y donde se critica la rotundidad corporal de Jenider Ringer, una solvente bailarina del New York City Ballet (NYCB), ha despertado la polémica con cargas de profundidad contra Macaulay al que se acusa de propugnar la anorexia n las artistas e incluso de meterse en un terreno vedado.
En realidad son tres piezas periodísticas las que vienen a cuento, si se suma el análisis de Joan Acocella en The New Yorker alrededor de una discusión que flota en el ambiente: ¿decadencia o fin de una era, la del ballet clásico tal como entendemos hoy? Con ambos escritos la polémica está servida. Hasta un hombre de la importancia y siempre distante como John Neumeier, director del Ballet de Hamburgo, se ha pronunciado esta semana en una entrevista en el diario alemán Hamburger Abendblatt, donde dice:
"No me gusta Cisne Negro ni en su forma ni en su contenido. Como una película de suspenso, es bastante aburrida. En cuanto al contenido se refiere, me choca. Se pretende abrir una puerta a un mundo desconocido, el del ballet, y retratar lo que realmente ocurre allí. Sin embargo, sólo muestra un mundo de fantasía, donde hay un cliché barato tras otro". Lleva razón.
¿Qué hay bailarinas anoréxicas? Es verdad, pero Cisne negro tampoco habla de esto explícitamente, sino que se sirve de una insinuación como ingrediente al suspense, otra cosa es que sea de dudoso gusto. La crítico de ballet Célida P. Villalón desde Nueva York no ha dudado en calificar la película como cercana a lo pornográfico y poco edificante para la danza en general. La realidad del ballet no le interesa a Aronofsky y se le puede decir aquello de la novela de Vidal: "-Usted no sabe mucho sobre bailarinas", lo que probablemente le dará igual, pues hasta pone a bailar (con un resultado patético) a la Portman.
Los grandes iconos del ballet académico del siglo XX no eran precisamente "esqueletos armónicos" (para volver a la frase rescatada en su artículo de fondo por Macaulay de una crónica del siglo XVIII): Maya Pliseyskaia, Alicia Alonso, Margot Fonteyn, Carla Fracci o Ivette Chauviré (por citar una rusa, una cubana, una británica, una italiana y una francesa) tenían cuerpos muy diferentes, propios, definitorios de su personalidad escénica en cada caso, y es cierto también que todas ellas, al final de sus carreras escénicas, adelgazaron, replegaron su musculatura en busca de retener la línea, palabra sagrada e importante. ¿Qué es la línea de la bailarina? El resumen armónico de sus formas con los que, desplegándose en el espacio, dibuja la danza misma. A este respecto, "Cisne negro" (la película) roza la caricatura, con unos arreglos coreográficos lamentables hechos por el francés Benjamin Millepied, a la sazón primer bailarín del NYCB y coreógrafo de la producción cinematográfica.
Una supuesta democratización actual de la escena se convierte en banal, en una progresiva vulgarización de la estética del arte del ballet, su arquitectura medular y sobre esto advierte Macaulay en su artículo. Seamos serios: el ballet en su esencia plástica no admite el sobrepeso tal como una orquesta no admite instrumentos desafinados. ¿Por qué hay tan pocas grandes bailarinas, las verdaderas estrellas? La singularidad, la excepción de esas figuras es el resultado de la coincidencia en una misma artista de muchos elementos y factores, entre ellos, la línea física. Muchas veces con adelgazar no se resuelve nada, como con sobreactuar, pues, como se dice en el mundo interno del ballet, ya se sabe que "no por mucho port de bras, amanece más temprano".
Hay quien quiere ver en el ballet algo románticamente religioso. Probablemente en el siglo XIX, en la época en que Gautier glosaba a Marie Taglioni y a Carlotta Grisi fuera realmente así; eso hoy es equivocado. Resulta mucho más práctico y objetivo guiar las carreras futuras por su vertiente más científica. Como es cierto también que el universo de conservación del ballet clásico y académico debe plantearse desde los grandes centros productores de una manera lógica, no pisando cruelmente sobre la tradición, sino rescatando de esas huellas lo perdurable. Acocella resume en su artículo el papel que juega la conservación del repertorio y cómo se trata de una conservación dinámica en sí misma, no museística, si bien otra cosa es el "versionado libre y contemporáneo" de esas grandes obras, como las que viene haciendo desde más de dos décadas el sueco Mats Ek, consiguiendo en ocasiones lo que puede ser un nuevo clásico, como ha sucedido con su Giselle. Pero esto ha creado un peligroso efecto mimético, como es el fallido ejercicio de David Dawson con el mismo ballet, estrenado en la Semperoper de Dresde en 2008 y visto el pasado noviembre de 2010 en el Liceo de Barcelona.
Por un lado la búsqueda de equilibrio y perfección en las grandes compañías de ballet ha traído una obsesión de igualitarismo armónico en la que se sopesa en primer lugar la estatura y el peso corporal de las bailarinas, una idea que no es tan nueva y que en absoluto puede atribuirse como culpabilidad a George Balanchine. El ballet como tal es una invención europea que en su momento viajó a América y a otras partes hasta hacerse universal. El perfil de la bailarina clásica contemporánea también es un hecho europeo y su origen se remonta a los albores del ballet moderno. Buscar responsables o culpables de la prosecución de tal perfil es ocioso cuando no equivocado. Cuando Balanchine habla de ángulos está refiriéndose a una figura fraseada en el espacio-tiempo que incluye los movimientos circulares, en sí mismo partes de la danza. Angulación no puede ser relacionado con delgadez. Y ambos criterios también entran en la discusión de si el ballet clásico está en su ocaso o se aboca a tan profundos como radicales cambios de forma y de fondo.
elpais.com
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