Ni viajar al exterior ni abrir una cuenta en un banco. Mucho menos tramitar un crédito hipotecario. En el año que llevan haciendo lo que quieren sin autorización de papá y mamá, los jóvenes porteños han preferido casarse antes que cualquier otra cosa. Y lo hacen a un ritmo bastante alto. A un año de sancionada la ley de mayoría de edad, se cuadruplicó la cantidad de chicos de entre 21 y 18 años que se casó en la ciudad de Buenos Aires.
En total, en 2010 hubo 663 matrimonios en los que al menos uno de los dos tenía esa edad, un promedio de casi dos por día. En 2009, sólo lo habían hecho 170 jóvenes. Pudieron casarse sin autorización paterna gracias a que el 31 de diciembre de 2009 entró en vigencia la ley que modificó la mayoría de edad. Desde entonces, el Código Civil permite que, además de votar, los jóvenes puedan casarse, viajar al exterior, sacar la licencia de conducir, tramitar una cuenta bancaria, pedir un crédito hipotecario y disponer como quieran de las herencias que reciban. Todo sin tener que consultarlo con sus padres. No obstante, la ley no modificó la obligación de sus mayores de garantizarles el alimento y una obra social hasta los 21.
Además de casarse, los chicos también corrieron a sacar el permiso para manejar. Durante 2010, por la Dirección de Licencias del Gobierno porteño pasaron 10.309 jóvenes, unos mil más que en 2009. A un promedio de tres por día, el porcentaje de chicos que se fueron con el carnet en la mano creció el 10 por ciento. Los “ex menores” representan el 15 por ciento de los 68.000 registros que cada año tramitan los porteños.
Pero a un año de que entró en vigencia la nueva ley, no hubo hasta ahora un auge de jóvenes tomando el poder o –al menos– las decisiones sobre quién maneja el alcancía. La ley también autoriza a los chicos a sacar cuentas bancarias, pedir préstamos o comprar propiedades. Pero todos estos movimientos fueron tan ínfimos que ni siquiera quedaron registrados en los bancos, según confiaron a Clarín en las principales entidades financieras.
Sólo algunas, como el Ciudad, lanzaron una cuenta especial para atrapar al público joven. Es que a estos nuevos adultos les faltó algo más que una ley que les de la mayoría de edad: dinero y trabajo.
Es que para la mayor parte de los chicos de esa edad un empleo en blanco es algo tan alejado de su vida como un disco de vinilo. Un estudio del año pasado del Observatorio de la UCA determinó que el 60 por ciento de los jóvenes del país tiene problemas de empleo y que al menos uno de cada cuatro está desocupado. De los que sí están dentro del mercado laboral, la mitad tiene un trabajo precario.
Eso puede explicar por qué, a pesar de que ya no necesitan autorización para salir del país, en este último año bajó la cantidad de chicos que pasaron por Ezeiza. Aunque la ley simplificó los trámites para muchos jóvenes –antes tenían que hacer una autorización en el Registro Civil o a través de un escribano–, en la Dirección de Migraciones informaron que en 2010 viajaron al exterior 127.000 argentinos de entre 18 y 21 años, un 3 por ciento menos que en 2009 (habían sido 131.000).
Así que porque quizás todavía creen en eso de que “contigo pan y cebolla”, el casamiento fue donde más fuerte se vio el cambio. El registro civil de la calle Uruguay registró la mayor tasa de casamientos, con 236 parejas. Y un dato muestra que no fue sólo una cuestión de “novedad”: en el primer trimestre de 2010 el número de uniones había duplicado al del mismo período de 2009, con lo que el ritmo de casamientos se “aceleró” en el resto del año.
En total, en 2010 hubo 663 matrimonios en los que al menos uno de los dos tenía esa edad, un promedio de casi dos por día. En 2009, sólo lo habían hecho 170 jóvenes. Pudieron casarse sin autorización paterna gracias a que el 31 de diciembre de 2009 entró en vigencia la ley que modificó la mayoría de edad. Desde entonces, el Código Civil permite que, además de votar, los jóvenes puedan casarse, viajar al exterior, sacar la licencia de conducir, tramitar una cuenta bancaria, pedir un crédito hipotecario y disponer como quieran de las herencias que reciban. Todo sin tener que consultarlo con sus padres. No obstante, la ley no modificó la obligación de sus mayores de garantizarles el alimento y una obra social hasta los 21.
Además de casarse, los chicos también corrieron a sacar el permiso para manejar. Durante 2010, por la Dirección de Licencias del Gobierno porteño pasaron 10.309 jóvenes, unos mil más que en 2009. A un promedio de tres por día, el porcentaje de chicos que se fueron con el carnet en la mano creció el 10 por ciento. Los “ex menores” representan el 15 por ciento de los 68.000 registros que cada año tramitan los porteños.
Pero a un año de que entró en vigencia la nueva ley, no hubo hasta ahora un auge de jóvenes tomando el poder o –al menos– las decisiones sobre quién maneja el alcancía. La ley también autoriza a los chicos a sacar cuentas bancarias, pedir préstamos o comprar propiedades. Pero todos estos movimientos fueron tan ínfimos que ni siquiera quedaron registrados en los bancos, según confiaron a Clarín en las principales entidades financieras.
Sólo algunas, como el Ciudad, lanzaron una cuenta especial para atrapar al público joven. Es que a estos nuevos adultos les faltó algo más que una ley que les de la mayoría de edad: dinero y trabajo.
Es que para la mayor parte de los chicos de esa edad un empleo en blanco es algo tan alejado de su vida como un disco de vinilo. Un estudio del año pasado del Observatorio de la UCA determinó que el 60 por ciento de los jóvenes del país tiene problemas de empleo y que al menos uno de cada cuatro está desocupado. De los que sí están dentro del mercado laboral, la mitad tiene un trabajo precario.
Eso puede explicar por qué, a pesar de que ya no necesitan autorización para salir del país, en este último año bajó la cantidad de chicos que pasaron por Ezeiza. Aunque la ley simplificó los trámites para muchos jóvenes –antes tenían que hacer una autorización en el Registro Civil o a través de un escribano–, en la Dirección de Migraciones informaron que en 2010 viajaron al exterior 127.000 argentinos de entre 18 y 21 años, un 3 por ciento menos que en 2009 (habían sido 131.000).
Así que porque quizás todavía creen en eso de que “contigo pan y cebolla”, el casamiento fue donde más fuerte se vio el cambio. El registro civil de la calle Uruguay registró la mayor tasa de casamientos, con 236 parejas. Y un dato muestra que no fue sólo una cuestión de “novedad”: en el primer trimestre de 2010 el número de uniones había duplicado al del mismo período de 2009, con lo que el ritmo de casamientos se “aceleró” en el resto del año.
LA EMANCIPACION NO ES ABSOLUTA
Hay una exacerbación de los derechos sin tener en cuenta cómo se están desplegando. Tener ciertas independencias en las tomas de decisiones también genera conflictividades importantes porque hay que ver si esas decisiones se pueden mantener en lo económico.
Hay un punto donde se abre el ideal de que los chicos pueden hacer muchas cosas, pero también hay que ver con qué recursos cuentan económicamente, laboralmente, a nivel educativo. Entonces, esto plantea que ante cada derecho aparece una situación que los conflictúa porque les muestra un tope. Por ejemplo, tienen derecho a viajar al exterior, ¿pero con qué recursos? Se pueden casar, ¿pero están en condiciones de mantenerse solos? No todos los adolescentes de esta edad pueden acceder a estos derechos. Y todos estos obstáculos que se les plantean muestran que la emancipación no es absoluta.
Mi experiencia es que los chicos aprenden que los derechos generan obligaciones, y eso es lo que más le cuesta. Lo primero que te dicen es “al final no puedo hacer nada”. Al desplegarse todos estos derechos se encuentran con todas estas obligaciones. Cuando un adolescente ve un obstáculo lo va a querer saltar porque eso está en su naturaleza. Es entonces cuando los padres, la escuela, los centros de salud, deben tener una mayor injerencia. Y no sé si los adultos estamos a la altura de las circunstancias.
Además, no se puede analizar la ley sin tener en cuenta que, al menos en la provincia de Buenos Aires, la mayoría de los adolescentes no terminó el secundario. Es decir, para entrar al mercado laboral necesitan un título que no tienen y muchos sí ingresan, pero en negro.
Desde lo jurídico la ley es un avance, aunque desde el psicoanálisis no hace más que generar obstáculos. Esto no se puede leer ingenuamente: la ley de mayoría de edad también habilitó los cambios en la ley penal para bajar la edad de imputabilidad.
Hay un punto donde se abre el ideal de que los chicos pueden hacer muchas cosas, pero también hay que ver con qué recursos cuentan económicamente, laboralmente, a nivel educativo. Entonces, esto plantea que ante cada derecho aparece una situación que los conflictúa porque les muestra un tope. Por ejemplo, tienen derecho a viajar al exterior, ¿pero con qué recursos? Se pueden casar, ¿pero están en condiciones de mantenerse solos? No todos los adolescentes de esta edad pueden acceder a estos derechos. Y todos estos obstáculos que se les plantean muestran que la emancipación no es absoluta.
Mi experiencia es que los chicos aprenden que los derechos generan obligaciones, y eso es lo que más le cuesta. Lo primero que te dicen es “al final no puedo hacer nada”. Al desplegarse todos estos derechos se encuentran con todas estas obligaciones. Cuando un adolescente ve un obstáculo lo va a querer saltar porque eso está en su naturaleza. Es entonces cuando los padres, la escuela, los centros de salud, deben tener una mayor injerencia. Y no sé si los adultos estamos a la altura de las circunstancias.
Además, no se puede analizar la ley sin tener en cuenta que, al menos en la provincia de Buenos Aires, la mayoría de los adolescentes no terminó el secundario. Es decir, para entrar al mercado laboral necesitan un título que no tienen y muchos sí ingresan, pero en negro.
Desde lo jurídico la ley es un avance, aunque desde el psicoanálisis no hace más que generar obstáculos. Esto no se puede leer ingenuamente: la ley de mayoría de edad también habilitó los cambios en la ley penal para bajar la edad de imputabilidad.
clarin.com
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