domingo, 11 de octubre de 2009

La vida sin sueños


Cerca del 40% de los argentinos sufre algún trastorno del sueño que afecta sus actividades cotidianas. Los especialistas coinciden: dormimos, en promedio, dos horas menos de las que deberíamos. Y ni los más chicos están exentos.
"Seguimos con la idea de que el sueño es inútil. No tenemos el diseño adecuado para el mundo que armamos, ni para responder a una sociedad sin horarios donde se duermen sólo seis horas. La justa proporción sería un tercio para el trabajo, otro tanto para el entretenimiento y las ocho horas restantes para reposar. Pero este esquema está muy deformado, y el motivo principal es que se trabaja mucho más de la cuenta", dice el profesor Daniel Cardinali, investigador superior del Conicet y director del Departamento de Docencia e Investigación de Ciencias Médicas de la Universidad Católica Argentina (UCA).
Según Cardinali, hoy se duermen dos horas menos que en la década de 1960, y esta falta de sueño explicaría epidemias como la obesidad, la hipertensión o la diabetes.
Los dos trastornos más comunes asociados a la falta de sueño son el insomnio (que es la dificultad para quedar dormido o mantenerse en ese estado) y las apneas del sueño, que consisten básicamente en breves interrupciones respiratorias durante el sueño, que pueden sumar cientos durante una noche y conspiran seriamente contra el buen dormir. Además, existen otros fenómenos que ocurren durante el sueño, como el ronquido, que en sí mismo no es patológico, pero sí cuando está acompañado de apneas y asociado a obesidad y somnolencia diurna.
Facundo Nogueira, médico neumonólogo, especialista en medicina del sueño y jefe del Laboratorio de Sueño del Instituto Argentino de Investigación Neurológica, afirma que el ronquido simple, sin apneas, es muy frecuente y alcanza al 75% de los hombres y al 45% de las mujeres. En cambio, las apneas del sueño aparecen en el 4% de los hombres y en el 2% de las mujeres adultas. Hasta cerca de los 50 años, tanto el ronquido como las apneas son el doble de frecuentes en los varones. La variación es por las características anatómicas de la faringe y la disposición del tejido adiposo, que en las mujeres es mayor en caderas y piernas y en los varones, en tronco y cuello. Además, en ellas las hormonas juegan un papel protector, pero luego de la menopausia el problema se iguala en ambos sexos.
"El síndrome de apneas del sueño se caracteriza por la aparición de pausas en la respiración (apneas) o de reducciones significativas en su amplitud (hipopneas) al dormir -describe Nogueira-. Se producen por obstrucción de la vía aérea a nivel de la faringe. Esta porción de la vía aérea carece de soporte óseo o cartilaginoso y sólo tiene paredes musculares que, como todo músculo, se relaja durante el sueño y da origen a las pausas respiratorias", explica.
Las apneas generan despertares nocturnos, fragmentación y mala calidad del sueño, y afectan, además, la correcta oxigenación del cerebro. "Esto se traduce en somnolencia diurna, sueño no reparador, aumento del riesgo de complicaciones cardiovasculares (hipertensión arterial, arritmias, insuficiencia cardíaca, eventos coronarios e infarto cerebral), deterioro cognitivo con pérdida de memoria, dificultad en la concentración y en el aprendizaje, y déficit del rendimiento intelectual. El sobrepeso, las alteraciones de la vía aérea superior y el hipotiroidismo son factores de riesgo, dice Nogueira.
Cardinali añade que "durante la secuencia reposo-actividad, que tiene un ritmo de veinticuatro horas, vivimos en tres configuraciones fisiológicas diferentes, o tres cuerpos distintos. El de la vigilia es activo y está preparado para responder a un estímulo externo, como la agresión. El del sueño lento facilita mecanismos de reparación, como los que nos mantienen libres de gérmenes y cierran las heridas: su papel es crucial para mantener los tejidos porque es durante el sueño lento cuando se secreta la hormona de crecimiento. El tercer sueño, o de movimientos oculares rápidos, mantiene una función fundamental del sistema nervioso central, que es la actividad onírica".
Según Cardinali, cuando se prolonga la vigilia a expensas del sueño lento, sin respetar el equilibrio entre ellos, se altera el equilibrio de nuestros organismos y aparecen problemas de salud. "Muchas pandemias de la actualidad, como la hipertensión arterial, la diabetes y la obesidad, se vinculan con la insuficiencia de sueño", asegura.
La polisomnografía es una prueba diagnóstica que estudia la calidad de sueño. "Los pacientes concurren al laboratorio de sueño y duermen allí una noche. Se monitorean la respiración, el ritmo cardíaco y la actividad cerebral con sensores de contacto, sin pinchazos ni invasiones", dice Nogueira.
Aprender a dormir
¿Cuáles son los tratamientos disponibles para combatir el insomnio y las apneas? Cardinali no duda: "El tratamiento inicial del insomnio es cognitivo: darse cuenta de que el sueño hay que respetarlo y cuidarlo. Dormir cuando se tiene sueño. El primer enfoque debe ser analizar los hábitos que giran alrededor del sueño y tratar de detectar lo que pueda interferir".
"El televisor muchas veces hace de «chupete electrónico», y no es nocivo, pero en las personas que padecen trastornos puede interferir, y en este caso lo mejor es no encenderlo en el momento de acostarse. Tampoco se aconseja realizar ejercicio físico antes de la hora de dormir o ingerir una cena copiosa: la vieja costumbre de desayunar como un rey y cenar como un mendigo tiene su lógica, a pesar de que los argentinos solemos hacer exactamente lo contrario.
Cuando no se puede dormir, la recomendación es levantarse y ponerse a hacer otra cosa, para no generar más ansiedad. Y atención con el uso de hipnóticos u otras drogas para dormir: sólo corresponde que las indique un especialista, y por un lapso no superior a tres meses. Sin embargo, dice el doctor Cardinali, nos encontramos con mucha gente que toma esta clase de fármacos durante años y no son inocuos.
"En apneas, el tratamiento más exitoso -prosigue Nogueira- es el uso de un dispositivo de presión positiva continua sobre la vía aérea, más conocido por su sigla en inglés, Cipap, un equipo que toma aire del ambiente, lo comprime, y a través de una pequeña máscara nasal lo entrega a la vía aérea. Se genera así un colchón de aire que previene el colapso de la vía aérea. Se usa para dormir, es muy bien tolerado y revierte el problema."
Para compensar la falta de sueño, Cardinali recomienda una siesta. "Muchos personajes famosos, como Napoleón o Miguel Angel, dormían siestas. Sentados, hay que sostener un objeto en la mano, que por la relajación muscular caerá y provocará que la persona se despierte en veinte o treinta minutos. Lo bueno es que éste es el tiempo necesario, porque lo indica su biología, no el reloj."
¿Cómo saber si alguien duerme bien o lo suficiente? Fácil: si está lúcido y tiene una buena vigilia, sin somnolencia ni otras alteraciones asociadas a la falta de sueño o el mal dormir, como desequilibrio emocional, irritabilidad o depresión.
Un problema grave y frecuente, pero poco tenido en cuenta, es que la mala calidad del sueño también conspira contra la seguridad vial. "Estamos preocupados por la alcoholemia, y resulta que en la calle hay más individuos somnolientos por carencia de sueño que por exceso de alcohol -advierte Daniel Cardinali-. Este es un tema que hasta ahora sólo Francia lo ha tomado en serio."
La cantidad de horas que cada uno necesita dormir es hasta un sello personal y varía con la edad. "Hay más problemas de sueño entre chicos de uno a cuatro años, y esto por distintas razones: desde [por el hecho de] que se quedan hasta tarde esperando a los padres, hasta por el uso inadecuado de la tecnología -dice el doctor Cardinali-. Hay adultos que piden al médico que les solucione el problema inmediatamente, sugiriendo medicación. Pero no existe hipnótico adecuado para el tratamiento pediátrico y, lamentablemente, muchas veces el especialista que elige la reeducación en lugar de una solución rápida tiene el riesgo de perder a su paciente."
Recién a los 7 años un niño consolida la necesidad de dormir ocho horas diarias, y durante la adolescencia es normal que por acción de las hormonas y otros procesos fisiológicos aumente la demanda de horas necesarias para dormir. Por eso es una franja etaria que hay que mirar con especial atención, ya que hoy en día, por las costumbres noctámbulas de nuestra sociedad, son muchos los adolescentes que no duermen lo que necesitan.
En el adulto mayor, a partir de los 65 años, el sueño se hace cada vez más superficial, y puede aparecer somnolencia diurna. Es frecuente no conciliar otra vez el sueño si se despiertan a la noche para ir al baño.
-Doctor Cardinali, ¿qué cree que le quita el sueño a la mayoría de los argentinos?
-Vivimos en una sociedad compleja, insegura y violenta: es claro que esto impacta sobre la calidad de vida.
Por Claudia Nobilo
lanacion.com

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