Cory y Dana Foht buscaron a conciencia un árbol donde poder dormir. Tenían más de 24.000 a su disposición en Central Park; empezaron echando raíces en un roble. La subida era complicada y el otoño estaba desnudando prematuramente las ramas, de modo que se mudaron a un viejo olmo con la fronda aún espesa y allí colgaron sus hamacas de nylon.
Los hermanos “arborescentes”, nacidos en Florida, querían experimentar la sensación de “estar suspendidos por encima del estrés y del ajetreo de las calles de Nueva York”. Sus peripecias por las ramas darán pie a un documental, pero lo más importante era y siguen siendo las lecciones de vida aprendidas en estos dos últimos meses...
“Es como si formaras parte de un ecosistema. Eres definitivamente consciente de que estás durmiendo y pegado a algo que está vivo”
Todo esto lo cuentan los hermanos Foht a Colin Moynihan en el New York Times, que publicó su aventura urbana en primera página. Desde entonces, decenas de curiosos nos hemos lanzado a la búsqueda de los “hombres-árbol” en las zonas más recónditas del parque y en plena eclosión de amarillos, rojos y ocres.
También los buscan la policía y los vigilantes: pernoctar en Central Park es ilegal, ya sea tendido en un banco o suspendido de una rama.
Si algo han aprendido en este tiempo los hermanos Foht es a actuar con el sigilo de una ardilla. No duermen aquí todas las noches, sino cuando sienten la llamada de la naturaleza y el clima acompaña (unos 20 días en lo que va de otoño). Ocasionalmente pernoctan en habitaciones de prestado en Brooklyn, donde trabajan como mecánicos de bicicletas.
Los Foht se mueven por la ciudad como auténticos exploradores: en dos ruedas y con la mochila a cuestas. Suelen dejar las bicis dejar en un garaje cercano al parque, en la frondosa punta noreste. Se adentran en el bosque urbano con la última luz del día, y se encaminan hacia su querido olmo como por instinto…
“Amamos este árbol. Algunas de las noches más inspiradoras que hemos tenido en Nueva York las hemos vivido aquí… Es una experiencia restauradora, desde el punto de vista espiritual”.
Pero el frío acecha y las ramas están perdiendo el follaje. Su “casa” es cada vez más visible y está quedando expuesta a los elementos. Su “misión” está tocando a su fin y no tienen en principio la intención de seguir los pasos de la legendaria y esquiva Julia “Butterfly” Hill, que se pasó 738 días encaramada a una secuoya.
Al fin y al cabo, el mensaje de los “hombres-árbol” no es tanto de “resistencia” sino de “comunión” con la naturaleza. Emboscarse estos días en Central Park, respirar a pleno pulmón y contemplar la caída de la hoja, es como despertar a la vida y sentir en las venas el hervor de la savia.
elmundo.es
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