Soledad Vallejos
LA NACION
Están dispuestos a esforzarse. No necesitan trabajar para solventar sus estudios ni sus gastos. En términos económicos, lo tienen todo cubierto, sin más obligaciones que ir a la facultad y convertirse en profesionales. Pero quieren ser independientes y ganar su propio dinero.
LA NACION
Están dispuestos a esforzarse. No necesitan trabajar para solventar sus estudios ni sus gastos. En términos económicos, lo tienen todo cubierto, sin más obligaciones que ir a la facultad y convertirse en profesionales. Pero quieren ser independientes y ganar su propio dinero.
Son curiosos y emprendedores, y forman parte de una nueva generación de jóvenes de clase media que, apenas terminan el colegio secundario, o incluso antes, ya tienen el título de "empleados".
La imagen de comodidad y haraganería no los refleja. Tienen entre 18 y 26 años, y viven aún con sus padres, pero la idea de percibir una mensualidad por el mote de "hijo" no los hace sentirse a gusto.
Sus metas son claras. Consideran que el estudio es el canal para el éxito económico personal en un futuro. Pero mientras tanto también quieren trabajar, con fines más concretos y realizables a corto plazo.
La mayoría lo hace por objetivos, con la misión de juntar una cierta cantidad de dinero para hacer un viaje, comprarse un iPhone, una consola Wii, un blu-ray o, simplemente, para cubrir las salidas con amigos.
"Esa experiencia laboral, aunque no sea afín con la carrera elegida, es un aprendizaje muy importante -reconoce Martha Alles, directora de la consultora Capital Humano-. Un chico que estudia ingeniería y ahora trabaja en una casa de comidas rápidas no sumará conocimientos relacionados con su carrera, pero asumirá responsabilidades, como responderle a un jefe y relacionarse en un entorno laboral. Desarrollará competencias y formará su carácter, lo que es sumamente valioso."
Ese capital del que habla Alles es el que Malena Anselmi ya comenzó a absorber con tan sólo 19 años. Estudia arquitectura en la Universidad de Belgrano (UB) y trabaja en una empresa de catering. "No bien cumplí los 18, empecé a trabajar: primero, como moza, y ahora, como encargada. El trabajo fuerte es el fin de semana y, como no es algo rutinario, me permite estudiar. Ahora justo es temporada alta de eventos y yo estoy rindiendo finales, pero, como ya no curso, me organizo bien."
¿Para qué utiliza esta joven el dinero que gana? "Me pago algún curso, como francés; las salidas con amigos, y ahorro para las vacaciones", cuenta Malena.
Según Gloria Cassano, directora de la consultora en Recursos Humanos Cassano & Asociados, "los viajes para esta generación no son un objetivo difuso, sino un deseo fuerte de aventura y conocimiento, que muchos concretan antes de los 25. Europa, los Estados Unidos o Hong Kong pueden estar en la mira, y todos ser posibles. Hay un sentimiento en ellos de que la satisfacción inmediata es algo factible".
Hace cuatro años, Federico Pardo trabajó como preceptor para ahorrar plata y hacer un viaje. Cuando terminó el ciclo lectivo, renunció y recorrió el Norte argentino, Bolivia y Perú. "Empecé a trabajar en la secundaria, haciendo cosas de cadetería, pero también trabajé en un bar, como preceptor, como coordinador de viajes de egresados, empleado administrativo y acompañante terapéutico", menciona Pardo, que hoy tiene 26 años y sólo adeuda una materia para recibirse de psicólogo.
A los 19 años, Victoria Navas comenzó a trabajar en el Centro de publicaciones en la facultad de Diseño y Comunicación de la Universidad de Palermo (UP), mientras estudiaba vestuario. "Me cubría toda la beca y además me daban un incentivo, que para mis gastos estaba perfecto." Después trabajó como vendedora y recepcionista, siempre en medio turno, "así podía seguir estudiando".
Armonizar intereses
Para Alles, conciliar trabajo y vida personal es una de las prioridades de las nuevas generaciones. "Estudiar, practicar un deporte, trabajar y no dejar de lado la vida social. Quieren hacer todo y eligen un trabajo evaluando todas estas condiciones", explica la especialista.
Andrés Agesta es estudiante en una universidad privada. Tiene 20 años y es oriundo de Santa Cruz. Renunció a su último empleo hace dos meses, un call center donde le pagaban unos 1800 pesos por seis horas de trabajo, de lunes a viernes. "No tengo la obligación de trabajar, pero yo quiero ganar mi plata para salir con mis amigos y comprarme ropa; no me parece bien que mis padres tengan que pagarme todo", reflexiona.
La responsabilidad, a pesar de su poca experiencia, "es un valor incorporado", admite Cassano. Bien lo confirma Natalia Braceras, que estudia canto, piano en la Escuela de Música Contemporánea y violonchelo en el Conservatorio Superior de Música Manuel de Falla. Al igual que los demás, ella también trabaja. Hace shows y da clases a alumnos particulares.
Como prueba de la seriedad con que estos jóvenes asumen sus tareas, basta un ejemplo. Para la sesión de fotos en el diario, Natalia llegó tan puntual como el resto de sus compañeros. Pero el fotógrafo se demoró y Natalia comenzaba a ponerse nerviosa. "Es que tengo la primera clase con un alumno nuevo y es una vergüenza que llegue tarde, ¿no te parece...?"
- Malena Anselmi. Tiene 19 años y estudia arquitectura. Hace un año, comenzó a trabajar en una empresa de catering: primero, como moza y ahora, como encargada. "No es algo rutinario y me permite estudiar. Con eso pago mis salidas y también ahorro."
- Natalia Braceras. La música es su pasión. Estudia canto; también, piano en la Escuela de Música Contemporánea y violonchelo en el conservatorio Manuel de Falla. Desde hace varios años, hace shows y también da clases de canto a alumnos particulares.
- Federico Pardo comenzó a trabajar durante la secundaria, como cadete. También fue mozo, preceptor, coordinador de viajes de egresados, empleado administrativo y acompañante terapéutico. Tiene 26 años y adeuda sólo una materia para recibirse de psicólogo.
- Andrés Agesta tiene 20 años y vino de Santa Cruz a Buenos Aires para estudiar, con todos los gastos cubiertos. "Pero yo quiero ganar mi plata para comprarme ropa y pagar mis salidas." Trabajó seis meses en un call center y ya ahorró suficiente.
- Victoria Navas. Su primer trabajo fue en la facultad donde estudiaba vestuario, en la Universidad de Palermo. Trabajó como vestuarista, pero también fue vendedora de ropa de varias marcas y recepcionista. Ahora estudia comunicación social.
DAR CLASES, LOS PRIMEROS PASOS
- Martina Jacquelin y Alan Soria, de 18 y 19 años respectivamente, comparten algo en común. Ambos dieron sus primeros pasos dando clases de inglés en forma particular. "Empecé a los 15 con mis primeras clases, pero este año conseguí un puesto en la facultad donde estudio", dice Alan, que trabajó por cinco meses en el departamento de Comunicaciones de la UB. "Me quería comprar un reproductor de blu-ray y ya tengo la plata". La vida laboral de Martina, que estudia en la UBA, es más reciente. "Me anoté en una red de docentes y doy clases cuatro veces por semana, y espero sumar algunas más", cuenta entusiasmada.
No buscan seguridad; se sienten seguros
Las generalizaciones siempre son odiosas y no conviene pensar en los jóvenes como en un inmenso grupo con gustos, posibilidades, tendencias y realizaciones iguales.
Tampoco tienen esa identidad general los adultos, los chicos, los ancianos y ni siquiera quienes comparten los mismos objetivos, ámbitos y preferencias. Sin embargo, podemos enfocarnos en una generalización de jóvenes de entre 18 y 26 años con cierta formación, un nivel socioeconómico medio y con acceso a una inserción laboral convenientemente retribuida.
Podemos considerar, entonces, a esos jóvenes dentro de lo que podemos llamar el pensamiento de la época. Un joven de hace no muchas décadas estaba impulsado por su contexto a proponerse metas que se llamaban seguras (y que hoy podrían llamarse rutinarias, monótonas y hasta asfixiantes). Ya son pocos los que ambicionan recibir una placa de reconocimiento, al jubilarse, después de años de trabajar en el mismo lugar.
Están dispuestos al esfuerzo, pero con objetivos de corto plazo. Cuando se les pregunta cómo se ven dentro de cinco años, la respuesta es ésta: "No sé. Pueden pasar muchas cosas. No puedo planificar", y esta respuesta se refiere no sólo a su carrera, sino también a su vida personal.
Buscan trabajo, quieren disponer de dinero, pero eligen qué van a hacer, dónde y durante cuánto tiempo. Ponen condiciones y, si no son acordes con sus intereses, no aceptan.
Un gerente de una compañía de primera línea comentaba una anécdota sobre un joven estudiante universitario, elegido después de una larga selección que involucró a 60 postulantes: el primer día de trabajo, a la hora del almuerzo, se fue y. no regresó. No le habían gustado las tareas que tenía que hacer y decidió renunciar. Así, sin vueltas.
Los jóvenes ya no buscan la seguridad; se sienten seguros de sí mismos. Buscan nuevas alternativas y las encuentran, porque tienen una actitud muy activa, más que la de muchos profesionales mayores de 40 años. Si no se sienten respetados, interesados y recompensados en un trabajo, lo dejarán sin demasiados replanteos. Son curiosos, investigan, evalúan, saben qué les importa y cuáles son sus pretensiones. Saben cuándo decir que sí o que no, y no le temen al futuro.
Puede que sea importante resultar elegido para un trabajo -piensan-, pero lo más importante es sentirse de acuerdo con su propia elección. ¿Es criticable que busquen ganar dinero para viajar, comprar tecnología o practicar un deporte que les gusta mucho? Es sólo un comienzo.
Si estos jóvenes se fortalecen en ese camino de trabajar para obtener gratificaciones, pero, a la vez, sienten que su tarea elegida es gratificante y también es un camino de crecimiento personal, podrán establecer con el trabajo una relación más consecuente, más verdadera y más gratificante de lo que a los adultos que los miramos en sus primeras elecciones y aparentes desplantes nos parece.
La autora es psicologa y directora de Gloria Cassano & Asociados
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