Afirmar que Internet ha desencadenado una revolución cultural de alcances difíciles de predecir ya tiene la consistencia, el color y el perfume de una obviedad.
Que esta revolución haya dado vuelta nuestra vida cotidiana de manera insensible y a la vez radical, tampoco ofrece un campo floreciente de dudas, ya que cada vez más nuestras vidas son vidas hipercomunicadas ... por obra de Internet.
Que semejante mutación global suponga algo comparable al tsunami producido por la irrupción de la imprenta en la trama del conocimiento, es una de las hipótesis que más se agitan.
Pero que la lectura, a través de los diversos soportes de Internet, esté cambiando las formas del pensar, ya tiene el espesor de un paso hacia el más allá.
Desde un punto de vista estrictamente biológico, Gary Small, de la Universidad de California, asegura, después de haber realizado una serie de estudios, que “la búsqueda en Internet parece involucrar una mayor extensión del circuito neuronal que no se activa durante la lectura.” Según estas investigaciones, la actividad en la red da la impresión de “fortalecer el cerebro de los mayores y los adultos de mediana edad a medida que envejecen.” Pero para el experto en tecnologías de la información y la comunicación, Nicholas Carr, en la Web “la lectura profunda, que solía suceder en forma natural, se ha convertido en un esfuerzo”.
Según este asesor de la Enciclopedia Británica, “l a mayor amenaza es su potencial para disminuir nuestra capacidad de concentración , reflexión y contemplación”.
Un estudio del University College de Londres concluyó que la mayoría de los usuarios “no leen online del modo tradicional: echan vistazos horizontalmente a través de títulos, páginas y resúmenes en busca de satisfacciones inmediatas.” Una lógica, que más que guiada por el afán por conocer, la más crasa curiosidad o el placer de la lectura, obedece, más bien, a la dinámica del consumo, sintetizada como pocos por el mítico rockero Luca Prodan con aquella frase de “no sé lo que quiero, pero lo quiero ahora”.
El crítico argentino Alberto Manguel, autor de la excelente Una historia de la lectura , se suma a las filas apocalípticas: “Vivimos en una época en la que valores como la brevedad, superficialidad, rapidez y simpleza son absolutos.
Nunca lo habían sido. Los valores que desarrollaron nuestra sociedad fueron los de la dificultad (para aprender y sobrellevar los problemas), la lentitud (para reflexionar y no actuar impulsivamente) y la profundidad (para adentrarse en un problema). Si se prescinde de esos valores se obtienen reacciones banales fácilmente manipulables”.
Para Manguel, si bien Internet permite un uso inteligente, “es sobre todo un instrumento que brinda la ilusión del conocimiento sin esfuerzo , a través de la acumulación ilimitada, y prefiere lo superficial a lo profundo, lo inmediato a aquello que requiere tiempo y fatiga. Pero, claro, depende de quién lo usa y cómo es usado”.
Con él coincide Maryanne Wolf, investigadora de la lectura y el lenguaje de la estadounidense Tufts University, a quien le preocupa que “la información sin guía pueda crear un espejismo de conocimiento y así restrinja los largos, difíciles y cruciales procesos de pensamiento que llevan al saber auténtico.” Del lado de los optimistas se anota Raymond Kurzweil, experto en inteligencia artificial, que razona: “Ahora confiamos en Google como un amplificador de nuestra memoria; incluso recordamos peor las cosas sin él.
Cuanto más confiamos en la incorporación de las máquinas en la parte no biológica de nuestra inteligencia, la parte biológica trabaja menos, pero la combinación total aumenta su inteligencia.” De esta forma, “mezclarnos con esa tecnología nos termina haciendo más inteligentes”.
Siempre es más fácil pensar que quizá la razón la tengan los del medio.
Pero lo que supondría una magnífica ironía de Dios -según la metáfora borgeana- consistiría en que poseer, por primera vez en la historia, la suma del conocimiento al alcance de un click nos terminara convirtiendo en flamantes bárbaros que surfean su ignorancia como imbéciles, convictos a perpetuidad en la mecánica convulsa del zapping.
clarin.com
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