PARIS
Escenario de guerras, revoluciones y holocaustos que templaron su resistencia a lo largo de la historia, Europa no corre el riesgo de derrumbarse con el embate de los mercados financieros o el fantasma del default. Pero las consecuencias de este annus horribilis han llevado a muchos a preguntarse, con inquietud, si el arduo camino de la construcción europea no amenaza con desviarse abruptamente de sus derroteros originales para internarse en otros, diferentes y peligrosos.
Esos nuevos senderos podrían alejarse de la unión para retornar a una simple colaboración, a cierta forma de desacople entre frágiles y poderosos del bloque o, por el contrario, a nuevas maneras de dominación entre grandes y pequeñas naciones. "Todo puede pasar. Europa se encuentra en una auténtica encrucijada", reconoce el premio Nobel de Economía Paul Krugman.
Por el momento, los 16 Estados de la zona euro han depositado todas sus energías en la vigorosa pulseada que los enfrenta a los mercados financieros, alarmados por las abismales deudas públicas de varios de esos países y, sobre todo, por el futuro de la cohesión de la unión monetaria. Esa inquietud es cada vez más profunda.
Pero mientras los mercados dudan y los dirigentes europeos se agitan, muchos analistas se preguntan, con la mirada puesta en las consecuencias de más largo alcance, cuál será el verdadero impacto sobre el futuro de Europa de esta crisis económica, de la nueva división internacional del trabajo e, incluso, del giro del centro de gravedad de la economía mundial hacia Asia.
Las respuestas a estos interrogantes dejan entrever tres posibles escenarios: uno negro, uno rosa y uno gris.
El primero es el de un lento, pero inexorable desmembramiento de la Unión Europea (UE). "Ante el aumento de los peligros -opina el sociólogo francés Emmanuel Todd-, suele ser el egoísmo sagrado de las naciones el que prevalece. Cada país defiende ante todo sus intereses nacionales."
En esa hipótesis, Gran Bretaña seguirá aferrándose a la libra esterlina y oponiéndose a toda reforma profunda del sistema financiero internacional, para satisfacer a los principales actores de la City. Alemania y sus aliados de Europa del norte, en tanto, insistirán en preservar un euro fuerte y exigirán un rápido retorno al rigor presupuestario. Para ello, continuarán reclamando que los países más frágiles del sur -Grecia, Irlanda, Portugal, España, Italia y también Francia- reduzcan drásticamente sus gastos públicos. Si fracasan, les pedirían incluso que "salgan" del euro.
En ese caso, "cada Estado miembro defenderá a sus propios campeones en una lucha fratricida que sólo hará el juego a los países emergentes", predice Todd.
Ese posible desmembramiento de la UE se acompañará sin duda de un proceso de desindustrialización y un debilitamiento económico de Europa, que terminarán por minar su modelo social. "Ese escenario deja planear el espectro de un continente museo, objeto y ya no sujeto de la historia", describe el ensayista Alain Minc.
El segundo escenario -el rosa- es el de un nuevo renacer europeo. Como siempre, desde hace 60 años, Europa avanza al ritmo de sus sucesivas crisis. Entrenada por una historia de cataclismos, sabe sacar fuerza de sus dificultades, energía e ingeniosidad para superar los obstáculos.
En este caso, frente a las graves amenazas que pesan sobre la moneda única, los jefes de Estado y de Gobierno del bloque deberían ser capaces por fin de crear una auténtica gobernanza económica, encargada de pilotear la convergencia entre los Estados miembros. "De paso podrían crear una suerte de Fondo Monetario Europeo a fin de terminar con la especulación de sus deudas soberanas, aumentarían el presupuesto de la UE y la dotarían de recursos propios", señala el economista Elie Cohen. Con ese objetivo, multiplicarían también las políticas comunes en un marco de cooperación reforzada.
El tercer escenario es gris, y se trata -ni más ni menos- que de la perpetuación del statu quo. En ese marco, los logros de la UE (el mercado único, el derecho comunitario, el euro, el Banco Central Europeo, etc.) serán mantenidos y defendidos, pero nada más. Así, "el proyecto federalista de una Europa-potencia será abandonado, para ser reemplazado por el modelo inter-gubernamentalista de una Europa-simple-espacio, gran mercado de 500 millones de consumidores", analiza el politólogo francés Alain Duhamel.
Desde esa perspectiva, la UE se resignará a ser una confederación integrada por Estados-naciones, que practicará el soft-power bajo la hegemonía de Estados Unidos. Aunque seguramente continuará produciendo normas y leyes, y perseverará e incluso intensificará sus políticas comunitarias.
"También se esforzará en pacificar su medio ambiente geoestratégico mediante una política de integración con los Estados situados en su vecindad", agrega Duhamel. "Será, en resumen, el pilar sólido, leal, pero subalterno de un bloque occidental euroamericano, conducido por Estados Unidos", concluye Duhamel.
El factor alemán
Pero contrariamente al sinnúmero de Casandras que anuncian la inminencia de un futuro "negro" para el bloque, nada parece menos probable.
A pesar de sus amenazas y resistencias, Alemania es el país que más se beneficia con la UE. Es gracias al mercado de los otros 26 países del bloque que la primera economía europea obtiene el 75% de sus excedentes comerciales. Es probable que los dirigentes alemanes acepten ciertos compromisos para salvaguardar la Unión, e incluso para fortalecerla.
Las cuatro familias que estructuran su campo político -la democracia cristiana, la socialdemocracia, los verdes y los demócratas liberales- son eurófilas. Es esperable que juntas puedan controlar las tendencias separatistas que agitan a la opinión pública alemana.
"Una Alemania sola, fuera del bloque, en un mundo globalizado, no es una perspectiva realista: la industria alemana será a su vez víctima del dumping monetario, social y financiero practicado por algunas economías emergentes", señala Cohen. La población alemana se reduce y envejece. Los trabajadores no aceptarán una paralización de los salarios y el aumento de la inseguridad social, exigidos como precio del mantenimiento de la potencia exportadora de Alemania.
Para los especialistas, el porvenir color "rosa" defendido por los sectores de izquierda es, quizás, el más ambicioso. Pero está fuera de alcance. "Ese modelo presupone una estrategia entusiasta y voluntarista de la construcción europea que incluye la reactivación de la dupla franco-alemana, sin la cual nada serio es posible, pero que es muy difícil de lograr en las actuales condiciones", conjetura el intelectual alemán Peter Bofinger.
La peor de las posibilidades -el estallido de la unión monetaria- es analizada por todos los think tanks de la UE. Si bien remota, incluso el BCE le consagró una nota de reflexión en diciembre pasado. Hubo hasta un ex dirigente del banco Barclay's, Martin Taylor, que propuso dividir la moneda única en un "neuro" para Europa del norte y un "sudo" para el sur.
Para los Estados azotados por los mercados financieros, el retorno a la moneda nacional -a tasas de cambio inferiores al euro- les permitiría recuperar la competitividad de sus productos. Pero el peso de sus deudas, contraídas en euros, sería simplemente aplastante.
Si por el contrario Alemania retornara al viejo marco, éste se cambiaría a una tasa superior que el euro, haciéndole perder su fabulosa competitividad en las transacciones dentro del mercado europeo, su principal cliente.
En resumen, la situación actual en Europa se asemeja bastante a la cuadratura del círculo. Diez años de unión monetaria no consiguieron terminar con las divergencias de competitividad en la zona euro. Más allá de los planes de rescate y de la austeridad que se impone, las economías de los países más débiles carecen de perspectivas sólidas de crecimiento por su escasa especialización internacional.
Y desde una perspectiva más general, la UE en su totalidad se halla confrontada al desafío de una población que envejece y a la necesidad creciente de financiar su protección social. "La opción europea después de la Segunda Guerra Mundial fue cómo el Estado podía redistribuir. Esto está bien si existe un crecimiento sostenido, una población joven. En Europa, por el contrario, la población disminuye y cada vez envejece más, mientras que el crecimiento es escaso", señala el ensayista liberal Guy Sorman. "Entonces aparecen dos soluciones: cortar y cortar, como lo está haciendo el primer ministro británico David Cameron", agrega. O proponer un modelo completamente nuevo. "Personalmente estoy a favor de un nuevo modelo de bienestar, muy inspirando en la idea de Milton Friedman sobre el negative income tax (impuesto negativo sobre las ganancias)", concluye.
También los mercados son conscientes de las numerosas fallas de la unión económica y monetaria actual que, en vez de dirigirse hacia una colaboración cada vez más estrecha, como se estableció en sus orígenes, pone de manifiesto una ausencia de entusiasmo cuando se trata de integración. "Sin esa voluntad política, el euro pierde su sentido", precisa el economista francés Elie Cohen.
En consecuencia, el escenario gris es el más probable. "Es verdad que está muy lejos de ser exaltante, pero tiene la ventaja de no comportar nada de irreversible", opina Duhamel.
Por el momento, esos profundos análisis son un magro consuelo para los 23 millones de desempleados, víctimas de la crisis, que hay en los 27 países de la UE. La reciente ola de protesta demostró que esos desocupados y los que temen incorporarse a esa legión empiezan a llegar al límite de tolerancia.
Francia, Portugal, España, Holanda, Alemania, Irlanda, Italia, Dinamarca, Bulgaria, Hungría, Letonia, Lituania, Rumania e incluso Gran Bretaña han vivido la misma experiencia: jornadas de manifestaciones masivas y huelgas nacionales convocadas por los sindicatos para protestar contra los recortes anunciados por sus gobiernos.
Con leves variantes, esos planes de economías incluyen una prolongación de la edad de la jubilación, reducciones masivas de empleos en la administración pública y drásticos cortes en los sectores de la salud, la educación y la cultura.
"Hay que elegir: economizar 30.000 millones o seguir viviendo", reza el eslogan del Frente Militante de Lucha de los Trabajadores (PAME) de Grecia, que figura en primera línea de cada manifestación en las periódicas huelgas generales organizadas desde que el primer ministro Georges Papandreu anunció las medidas de austeridad.
A largo plazo, los planes de ajuste posiblemente darán resultados y tal vez hasta los mercados se calmen. Pero, para entonces, el rigor habrá provocado daños electorales irreparables en los gobiernos europeos de todo signo y condenado a millones de personas a la pobreza y la desilusión, con el riesgo de potenciar a los partidos extremistas. Para todos ellos, es bien probable que este annus horribilis recién haya comenzado.
© LA NACION
En su declive, Occidente practica una fuga de la realidad
ROMA
El último G20 ha demostrado que estamos lejos de una gobernabilidad global. Es evidente que los intereses nacionales, aunque interdependientes, tienen prioridades distintas y que ya pasó la era en que Occidente podía imponer su voluntad a los países emergentes.
Más bien habría que reflexionar sobre una paradoja: la globalización puede reducir el peso de Occidente más de lo previsto.
Los gobiernos tienen un cierto control sobre la economía real. En cambio las finanzas, tanto a nivel local como global, nadie las controla. El símbolo de esta situación bien puede ser el presidente estadounidense, Barack Obama.
Obama lo pasó mal en Seúl. No logró un acuerdo de libre comercio con Corea del Sur, porque no puede hacer ninguna concesión sabiendo que el nuevo Congreso no aceptará nada que no represente un triunfo para Estados Unidos.
El G20 ignoró su pedido para un acuerdo sobre un equilibrio entre exportaciones e importaciones a nivel global. Más aún, ha tenido que escuchar un coro de críticas a la decisión de la Reserva Federal de avanzar en una expansión monetaria de 600.000 millones de dólares.
Esta revuelta no tiene precedentes. El mundo estaba acostumbrado a que EE.UU., cada vez que tenía una crisis, la solucionaba imprimiendo moneda. Como resultado, hoy hay 22 dólares en el mundo por cada dólar en Estados Unidos. No obstante, acabado el equilibrio de la Guerra Fría y la "amenaza roja", el líder del mundo ha quedado desamparado. EE.UU. no puede pensar en solucionar sus serios problemas económicos exportándolos.
Hoy los electores quieren bajos impuestos, uno de los motivos de esta gran aglutinación heterogénea que es el Tea Party, que ha juntado ciudadanos blancos de todo EE.UU. ansiosos por mantener el american dream.
Lo que no está en el debate, es que Washington -así como algunos países de la Unión Europea- no puede seguir viviendo más allá de sus recursos. Como resultado, la deuda federal, que era de 41% hace dos años, según la Oficina del Presupuesto del Congreso llegará a 90% del PBI en 2020. Solo los intereses de la deuda sumarán 900.000 millones de dólares por año.
Los países occidentales están viviendo por encima de sus recursos, sin que a nadie le preocupe. La novedad es que desde Ronald Reagan y pasando por Bill Clinton, se han ido desmantelando las reglas impuestas por Franklin Delano Roosevelt tras el crack de Wall Street en 1929. En consecuencia, el mundo está siendo atravesado por un enorme flujo de capitales especulativos, que no tienen ningún control real.
Basta señalar que el total de las transacciones bursátiles es diez veces superior al volumen de toda la producción de la economía real de bienes y servicios, cuyo objetivo es producir y vender. Las finanzas, en cambio, tienen por objetivo ganar lo máximo posible en el menor tiempo posible.
El mundo financiero está convencido de que el euro es frágil, porque Europa está paralizada en su gobernabilidad y por su falta de una visión común. Grecia, que ha presentado presupuestos falsos durante varios años para gozar de los subsidios europeos, ha sido el primer blanco de la especulación. Una gigantesca maniobra europea la salvó de la quiebra. Pero la búsqueda de la especulación sigue, y va a tener bajo control a todos los países, en particular España, Portugal e Irlanda.
El lema de fondo es cortar el déficit fiscal. Nadie se preocupa del déficit social, que está llevando a EE.UU. a situaciones centroamericanas. El 1% de los norteamericanos más ricos concentra casi el 24% del ingreso nacional, contra el 9% en 1976. En 1980, un administrador de una gran empresa ganaba 43 veces más que un empleado medio. En 2001, esta diferencia se multiplicaba por 531 y ahora estamos en cerca de 800 veces.
¿Por qué una parte importante de las victimas del déficit social defiende los privilegios de este 1%? Por la misma razón por la cual quieren eliminar la reforma de la salud. El Estado no debe inmiscuirse en la vida de los ciudadanos en un país construido con el trabajo individual y no con la ayuda estatal. EE.UU. no es Europa, que es "socialista". El capitalismo puro le devolverá la gloria del siglo pasado.
En esta fuga de la realidad, las voces de la razón son vanas. Thomas Friedman, desde The New York Times, pedía que se entendiera que si EE.UU. no vuelve al esfuerzo de educación y de investigación que le era propio, no podrá mantener su lugar en el mundo.
La caza al inmigrante
En Europa, la fuga de la realidad ha tomado el camino de la xenofobia y de la caza al inmigrante. Según la ONU, Europa necesita por lo menos 20 millones de inmigrantes para mantener su competitividad internacional y poder financiar las jubilaciones de sus propios ciudadanos.
Sin embargo, los partidos xenófobos han condicionado la política en algunas naciones nórdicas, símbolos de la tolerancia y del civismo, y están en el gobierno en países tan variados como Italia y Holanda.
Jean-Claude Juncker, primer ministro y ministro de Finanzas de Luxemburgo, dijo algo muy revelador: "Sabemos todo lo que tenemos que hacer, pero si lo hacemos perdemos las próximas elecciones".
Lo que habría que hacer es eliminar la especulación, para que los países logren gradualmente llevar a los ciudadanos a una economía más justa, que reduzca los consumos y modifique el estilo de vida. Sobre esto, no se ha levantado ni una sola voz.
Indira Ghandi decía que un optimista es un pesimista sin todos los datos. Con estos datos, es tiempo que se empiece a discutir cómo reducir el déficit social, abriendo un debate sobre una sociedad más justa, con consumos equilibrados, en lugar de cabalgar las angustias de los ciudadanos, diciéndoles la verdad: no podemos seguir como antes.
Occidente ya no puede pagar sus déficits gracias a la explotación de las otras regiones del mundo. Esto ha funcionado por cinco siglos. Pero ahora, ya no funciona más.
© Inter Press Service
De la mano del Fondo
PARIS
Desde que comenzó la crisis en 2008, el FMI intervino 11 veces en el salvataje de países europeos al borde de la quiebra. Esa frecuencia y los volúmenes de los programas de ayuda que puso en acción fueron infinitamente superiores a las intervenciones episódicas y homeopáticas de los 50 años anteriores.
De hecho, por su conocimiento de este tipo de coyunturas y su capacidad financiera, el Fondo ha obtenido un protagonismo inhabitual en el Viejo Continente. Y tan conspicua es su presencia que no faltan quienes se preguntan hasta cuándo los intereses de la Unión Europea (UE) y del Fondo seguirán coincidiendo a la hora de decidir políticas de ajuste.
Después de haber intentado un salvataje "en solitario" de Grecia, los gobiernos de la zona euro parecen haber decidido aceptar definitivamente la presencia del FMI. Pero esa situación parece anormal para ciertos observadores.
De la mano de su actual director general, el socialista francés Dominique Strauss-Khan, el Fondo busca desde hace un tiempo cambiar la imagen negativa que arrastra desde hace años, sobre todo en los países emergentes. Ese objetivo guió, por ejemplo, la simplificación de los procedimientos de atribución de créditos, adoptada en marzo de 2009, y los esfuerzos por dar a la institución una mayor capacidad de reacción frente a la gravedad de la situación mundial.
Esos cambios respondieron a viejas críticas, reactivadas por la crisis, según las cuales el FMI prestaba con demasiada lentitud y con condiciones insoportablemente estrictas. Straus-Khan intentó al mismo tiempo terminar con el estigma que significaba para un país tener que pedir dinero prestado al Fondo y verse sometido a sus exigencias en materia de políticas macroeconómicas.
En Europa, todo esos objetivos parecen haberse cumplido hasta ahora. Es difícil encontrar economistas o dirigentes que consideren escandalosa la presencia del FMI en los salvatajes recientes.
"El Fondo está financiado por todos los países europeos que, individualmente, son perfectamente libres de solicitar su ayuda", precisa el economista francés Elie Cohen.
lanacion.com
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