Desde el nacimiento de los álbumes a 33 revoluciones por minuto, hacia finales de los años cuarenta, las portadas de los discos han coqueteado con el erotismo y la sensualidad desde todas las ópticas - de la más cruda y explícita a la insinuación velada-y en todos los estilos - de las primeras estrellas pudorosas del rock al voluptuoso y rampante sexismo del hip-hop-para recorrer un camino que pasa por zonas de verdadero mal gusto y por auténticas obras de arte. Las portadas de los discos son el envoltorio de un producto musical, un reclamo para la vista diseñado para estimular al consumidor a descubrir lo que se esconde en una rodaja negra de vinilo. Sin embargo, sacadas de su contexto, se convierten en una expresión gráfica con valor propio. Porque, tal como recuerda Bernard Marcadé en el prólogo de su libro Vinilo eros, parafraseando el prefacio de El retrato de Dorian Gray de Oscar Wilde: "Todo arte es, a la vez, superficie y símbolo".
La era del rock and roll está perfectamente simbolizada por la portada del celebérrimo Brand new cadillac -sobre todo por la versión que hizo The Clash- de Vince Taylor. En ella vemos al protagonista, vestido de riguroso cuero negro, que mira con cierto desdén a una damisela medio desnuda y envuelta en pieles aferrada a su pierna.
Los años cincuenta fueron la edad de oro de las denominadas pin up, mujeres de largas piernas y prominentes pechos cuyos esculturales cuerpos servirán para ilustrar todo tipo de discos: música lounge y exótica, piano honky tonk, orquestas en mullida alta fidelidad, sonidos latinos, cabaret, operetas y también solistas femeninas de voz sensual como Julie London.
La liberación sexual de los años sesenta traerá consigo una proliferación de cuerpos femeninos, parcial o totalmente desnudos, en discos de todo tipo; ya fuesen pensados para practicar el striptease, clásicos del jazz, glosas a los paraísos polinesios y a las virtudes del calypso y demás músicas tropicales, divulgaciones de la danza del vientre, canciones de cow-boys y ragtime, el easy listening de James Last, Paul Mauriat y Herb Alpert y sus Tijuana Brass, el rock de la Velvet Underground o el libidinoso Serge Gainsbourg.
Los setenta fueron una época dorada para el erotismo del más diverso pelaje. Empezando por las clásicas portadas de Roxy Music y Supertramp, siguiendo por el cine erótico de Emmanuelle y las películas de David Hamilton, el macho rock de Scorpions y Montrose y acabando en el esplendor de la música afroamericana.
En este apartado cabe destacar la abundancia de portadas que ilustran el devenir de la música disco y la galaxia soul, funk y r& b, con una mención muy especial para la obra gráfica del grupo Ohio Players.
El libro Vinilos eros es una visión subjetiva del erotismo si tenemos en cuenta que en él no figuran portadas de discos clásicos del rock, como por ejemplo la versión británica del Electric Ladyland de Jimi Hendrix, la de Blind Faith o aquella del grupo Juicy Lucy que mostraba a Zelda Plum, una bailarina de burlesque, desnuda y cubierta de fruta. Sin embargo sí que aparecen otras de Steppenwolf, The Doobie Brothers o Jo Jo Gunne.
En el capítulo dedicado al rap y el hip-hop se hace evidente lo personal del libro cuando al final de una serie de portadas que ponen en evidencia el machismo del género, con mención especial para la del maxi Pop that pussy de The 2 Live Crew, aparece la cubierta del Trincameron de La Trinca.
El autor no tiene manías, en el apartado Medias de rejilla y ligueros encontramos revueltos a The Cramps, Malcolm McLaren, La Union, Pixies y Madonna. Más concretas y evidentes son las secciones For men only y ¡Átame!al tratar la homosexualidad y el bondage.
Por su parte Del comer y del beber permite juntar el catalanismo de Xavier Cugat, el espíritu punk de The Undertones y la obscenidad de Dino Lee. Sean portadas de Animales de compañía, Primeros planos, Cuentos de Navidad o material No apto para menores, estamos ante una obra tan personal como atractiva.
© La Vanguardia y Clarín
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