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lunes, 18 de julio de 2011

Terapias y grupos de ayuda para lograr vencer la fobia al médico

PENSAMIENTO CATASTROFICO. MUCHOS TEMEN ENFRENTAR UN DIAGNOSTICO POR CREER QUE LES PASARA “LO PEOR”.
Francisco tenía 11 años cuando se despertó tan asustado de la anestesia la primera vez que lo operaron de la oreja, que desde entonces se niega a pisar un quirófano. Como él, muchos adultos sufren fobias relacionadas con la salud: a enfermedades, a la tomografía, a la sangre, a las inyecciones, a tomarse la presión y al dentista, entre otras. La solución preferida es huir y, en materia de salud, esto puede ser riesgoso.
Daniel Bogiaizian, presidente de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad, acompaña a sus pacientes a sacarse sangre y a hacerse estudios. Cuenta que la mayoría tienen entre 25 y 35 años, y una tendencia al “pensamiento catastrófico”, a creer que les pasará lo peor. Agrega que cuanto menor es el control sobre la situación, mayor será la ansiedad: “En el dentista somos pasivos, no vemos lo que nos hace y sentimos que perdemos el control”, ejemplifica.
El director de Fundación Fobia Club, Gustavo Bustamante, explica que el origen de las fobias tiene un componente genético –“es fóbico el que puede, no el que quiere”– y ambiental, en caso de situaciones traumáticas. Los tratamientos más frecuentes para vencerlas son los cognitivos-conductuales en los que se recurre a imágenes, realidad virtual, exposición progresiva y medicación, según el caso.
La cirugía es otra situación potencialmente traumática y en los centros de salud se trabaja con psicoprofilaxis quirúrgica para atenuar los miedos. “Preparamos emocionalmente a la persona y su familia para afrontar la operación”, define Susana Mandelbaum, miembro de la Sociedad Argentina de Pediatría y experta en esta terapia. Ante una cirugía, los niños temen separarse de los padres, mientras que a los adultos les preocupa el dolor, la anestesia, la muerte y el diagnóstico.
La licenciada Bettina Ferraro, responsable del Área de Psicoprofilaxis del Hospital Universitario Austral, comenta que con los chicos se emplean juegos, dibujos y otros recursos didácticos, y a los adultos se los entrevista para que exterioricen dudas y temores. Estar preparado para la cirugía contribuirá a que la recuperación posoperatoria sea más rápida, la reparación de tejidos y la cicatrización sean mejores, y el dolor disminuya.
Los grupos de ayuda mutua son otra vía para combatir los miedos y a veces los motivan los mismos hospitales. El Programa de Salud Mental Barrial del Hospital Pirovano impulsa desde hace 25 años talleres en lugares públicos, coordinados por vecinos. Miguel Espeche, psicólogo y coordinador general del programa, cuenta que el taller “Ay qué miedo que tengo”, de los lunes a la tarde, es muy concurrido. Asegura que el objetivo es que la gente “comparta” sus experiencias: “Los talleres les sirven para salir de la soledad y saber que a otros les pasa lo mismo”.
Consejos
Tratar de permanecer en la situación. Identificar y cuestionar los pensamientos que dan miedo.
Controlar la respiración: tomar aire por la nariz suavemente, expandir el abdomen, retener 3 o 4 segundos y espirar por la boca, sin soplar. Relajar el cuerpo en la exhalación. Hacer unas 8 inspiraciones por minuto para recuperar la frecuencia respiratoria (acelerada por el pánico) y atenuar los síntomas de la hiperventilación: mareos, náuseas, visión borrosa, frecuencia cardíaca elevada, temblores.
Para tratar la hematofobia y evitar desmayos, contraer algunos músculos por 15 o 20 segundos, luego descansar otro tanto y volver a tensionar.
Fuente: Dr. Daniel Bogiaizian, titular de la Asociación Argentina de Trastornos de Ansiedad

Ellos se enferman más y son más hipocondríacos
 
Son más hipocondríacos… y se enferman más que las mujeres. Una investigación reciente de la Universidad de Queensland, en Australia, halló que los hombres son más débiles biológicamente que las mujeres, quienes se defienden mejor de las enfermedades gracias a la protección de sus hormonas sexuales (estrógeno y progesterona). Los científicos expusieron a un grupo de voluntarios sanos al virus que causa el resfrío y observaron que la respuesta inmune de “ellas” era mucho más fuerte.
Además de enfermarse más, los hombres son más hipocondríacos: “La mayoría de las personas que consultan por hipocondriasis –temor desmedido a enfermarse– son varones”, declara Daniel Bogiaizian, director de la Asociación Ayuda.
“Las personas hipocondríacas están pendientes de sus sensaciones corporales y las relacionan con enfermedades”, describe Gustavo Bustamante, director de la Fundación Fobia Club. Explica que el origen de este trastorno puede ligarse a factores como una sobreprotección excesiva, una educación basada en el miedo, haber sufrido una enfermedad grave en la infancia, la muerte de alguna persona cercana o la convivencia con un familiar con una enfermedad terminal, entre otros. Según datos de Fobia Club, se calcula que el 10% de quienes acuden a centros hospitalarios tienen síntomas hipocondríacos, sensaciones vagas como “venas dolorosas, corazón cansado, tos ocasional”, que los llevan a recorrer múltiples especialistas sin encontrar respuestas.
El primer paso del tratamiento será convencer a la persona de que está sana. Luego, Bustamante recomienda la terapia cognitiva-conductual.
clarin.com

lunes, 18 de abril de 2011

#médicostuiteros

[foto de la noticia]

El impacto real de Twitter es imposible de medir pero su alcance no tiene límites. Esta red –que tiene más de informativa y menos de social que otras– está cambiando, a base de mensajes de 140 caracteres, el periodismo, la política o la forma de ver la televisión. Pero esta herramienta se ha colado también en otros ámbitos más ortodoxos como la ciencia y la medicina.
Su influencia ha calado en estos sectores porque muchos profesionales han encontrado en Twitter una vía para comunicarse con sus colegas, una forma rápida de llegar a los pacientes y un altavoz con el que hacerse oír. Aunque en España es un fenómeno incipiente, ya hay médicos que se hacen notar en la red.
"Cuando llega un paciente nuevo a mi consulta le doy mi e-mail, mi blog y mi twitter y le digo que puede seguirme donde quiera", explica a ELMUNDO.es Salvador Casado, especialista en Medicina de Familia y uno de los galenos españoles con más influencia en las redes sociales. Su cuenta @doctorcasado, que tiene más de 1.400 seguidores, es su último intento de "crear vías de comunicación fuera de la consulta". Una aventura que empezó, como la de casi todos sus colegas de Twitter y profesión, con una bitácora.
La forma de relacionarnos en la red cambia constantemente (el mail, el blog, las redes sociales...) y navega hacia un flujo de información cada vez más inmediato y globalizado. Un escenario en el que el tiempo es una variable clave. Ésta es una de las razones por las que Twitter gana adeptos en las consultas y los hospitales. "Se puede lanzar un mensaje en muy poco tiempo, entre paciente y paciente, y para leer la información que te interesa no tienes que estar siempre conectado", señala Eduardo Puerta (@melmack2k), especialista en Medicina de Familia en un centro de salud de Tenerife.
Tras dos años y medio en la 'twitteresfera', no sabe aún si este nuevo medio de comunicación va a tener un impacto real sobre el ejercicio de la medicina aunque se muestra optimista: "Lo que llevamos vivido con los blogs es que funciona. Yo he pasado de 400 visitas a 80.000 en un año; y la gente lee y comenta. Quiere saber".
Los estudios señalan dos tendencias. Por un lado, internet se ha convertido en la principal fuente de información sobre salud. Ocho de cada 10 usuarios utilizan la red para saber más sobre este tema, según un informe elaborado por Pfizer. Además, al menos en Estados Unidos, un tercio de ellos lo hace en las redes sociales, en donde buscan, sobre todo, a otros pacientes con los que compartir experiencias. Y parece que en España también. Una pequeña encuesta realizada por ELMUNDO.es reveló que al 68% de los que respondieron le gustaría que su médico fuese accesible a través de Facebook o Twitter. Pero internet es un arma de doble filo y no todas las páginas que hay son de calidad. Ahí es donde muchos médicos han encontrado un nicho que ocupar.
"La situación demanda nuestra presencia porque los ciudadanos necesitan información y consejo", subraya Salvador Casado. Además, "el sistema sanitario público está cada vez más saturado y tenemos menos tiempo para comunicar". Esta idea la comparten otros colegas de Casado que se dedican, como él, a la Medicina de Familia y que forman el núcleo principal de los médicos blogueros y tuiteros.
"Hay unos 500 médicos con blog y de ellos el 90% es de familia", asegura Eduardo Puerta. "Lo veo lógico –continúa– porque nosotros estamos más cerca de la población en todos los sentidos y para la gente es más fácil leer y entender lo que decimos porque empleamos un lenguaje más sencillo".
De ahí que buena parte del tiempo que invierten estos profesionales en Twitter lo dediquen a lo que ellos llaman prescribir información, que consiste en "compartir noticias o páginas con contenidos médicos de buena calidad que puedan ser útiles para los pacientes", señala Fernando Casado (@drcasado). Desde su consulta en Madrid, esta herramienta le sirve para "estar en contacto no presencial con los pacientes" pero también "para hacer algo de labor social, de educación en salud".
Las redes sociales funcionan como una caja de resonancia que muchos médicos utilizan para transmitir mensajes importantes a la población. Desde fomentar un buen uso de los antibióticos hasta cómo dejar de fumar. La iniciativa Mi Vida sin Ti es un buen ejemplo de las nuevas formas de colaboración que permite internet. El objetivo es "apoyar al paciente para que deje de fumar", explica Puerta. Y para eso los médicos lanzan mensajes a través de un blog, una página de Facebook y una cuenta de Twitter. La diferencia es que "para montar esta campaña no hemos mantenido ni una sola reunión física. Todo se ha coordinado a través de estas redes", añade Fernando Casado.
Pero más allá del apoyo a la población y la prescripción de información, el traslado de la relación médico-paciente a la redes sociales es un tema muy cuestionado en el que casi ninguno se atreve a entrar dadas las implicaciones éticas que tiene compartir o publicar datos de una persona. "Prefiero parecer antipático que tratar casos clínicos", reconoce Fernando Casado. "Nada que requiera una mínima exploración se debe tratar en Twitter".
El tema suscita tanto interés que la Academia de Medicina de Estados Unidos (AMA) editó a finales de 2010 unas guías para orientar a los facultativos en el uso de las redes sociales. Éstas hacen especial hincapié en la salvaguardia de la privacidad de los pacientes.

Equipos virtuales

Los médicos también han encontrado en esta herramienta de microblogging un espacio en el que interactuar con otros colegas de profesión. "Twitter ha ido ganando valor propio porque es muy fácil recibir información de las instituciones, revistas o personas que te interesan. Es un teletipo continuo", apunta Vicente Baos, autor del blog El Supositorio, que tuitea desde @vbaosv. "Para nosotros tiene una potencia enorme como plataforma de formación continuada e independiente", añade Fernando Casado.
A base de seguirse unos a otros, se están creando "redes profesionales muy importantes; equipos de trabajo virtuales que mejoran los resultados", subraya Salvador Casado. "Hace unos días tuve en la consulta a una persona con tendinopatía compleja en la rodilla y no sabía cómo manejarla. Me puse en contacto con un fisioterapeuta a través de Twitter y en 10 minutos tenía cinco artículos sobre el tema. Sin su ayuda, habría tardado dos o tres horas en hacerlo".
Entre los proyectos de colaboración más llamativos está la retransmisión vía Twitter de dos intervenciones quirúrgicas. La primera se realizó en el Centro Médico Middle Tennessee (EEUU) y la segunda en el Hospital Clínico San Carlos de Madrid. La operación "tuvo mucho seguimiento y feedback", explica Julio Mayol (@juliomayol), el cirujano que la dirigió. "Esto –continúa–, que podría parecer trivial, puede ser muy útil, especialmente si se emplean técnicas quirúrgicas innovadoras, porque puedes obtener en tiempo real consejos sobre lo que estás haciendo o recibir preguntas. Es muy enriquecedor".

Educación tecnológica

La incipiente medicina 2.0 es, sin embargo, una gran desconocida para muchos profesionales y usuarios del sistema sanitario. "La formación del médico, que es muy larga, va dirigida al papel y no a esto. Hay cierto analfabetismo tecnológico", subraya Salvador Casado. Lo mismo sucede entre la población. Sólo el correo electrónico se empieza a popularizar y es que "hay muchas barreras para la comunicación a través del Twitter", indica Eduardo Puerta.
Aún hay bastantes españoles que no tienen una cuenta de e-mail y qué decir de las redes sociales. Por eso, "hay quien nos acusa de dar cuidados inversos o atención a los que menos la necesitan", explica Salvador Casado. Eso es lo que se hace normalmente a través de las nuevas herramientas de comunicación ya que los usuarios suelen ser más jóvenes, de nivel educativo más alto, etc. Gente, en definitiva, menos susceptible de necesitar atención médica continua. "Pero eso es ahora –se defiende–. En un futuro no será así".
Esta brecha tecnológica es la que está dificultando el uso de Twitter como herramienta organizativa. "Nosotros, los médicos de familia, dominamos la consulta. Somos autogeneradores y sabemos cómo va, si hay huecos... –explica Puerta–. Va a tener una utilidad directa con el paciente". Pero la iniciativa sólo está funcionando en unos pocos sitios, como en la consulta de Fernando Casado, pionero en la idea.
Sus pacientes saben gracias a sus tuits si es un día bueno para pedir cita, si va con retraso o si ha tenido que salir a una visita a domicilio. "Los jóvenes me dicen –señala Casado– que se conectan para verlo y algunos de los mayores que me siguen a través de sus hijos". Es evidente que la tecnología está cada vez más presente en nuestras vidas y, como advierte Vicente Baos, "los profesionales que se mantengan alejados de estas herramientas se van a perder muchas cosas y no van a tener la agilidad necesaria para gestionar la información".
elmundo.es

domingo, 17 de octubre de 2010

DOS DE CADA DIEZ MÉDICOS SUFRE AGRESIONES DE PACIENTES O FAMILIARES

Si lo que quiere es una profesión para ganar dinero, seguramente hay otras mucho más rentables. Si busca una profesión de prestigio social, esta razón tiene más pasado que futuro, ya no corre más. Ahora, si desea una profesión que le pueda dar la satisfacción de ayudar al otro y de recibir una sonrisa ( ...) habrá encontrado un porqué elegir esta profesión”, escribió el reconocido infectólogo Pedro Cahn, en el libro ¿Por qué ser médico hoy? La realidad de hoy en la Argentina desalienta aún más las vocaciones: los médicos están siendo más insultados, amenazados, empujados y golpeados físicamente.

Dos de cada 10 médicos que hacen guardias en los 33 hospitales porteños afirman que recibieron algún tipo de golpe por parte de pacientes o de familiares, según una encuesta realizada el año pasado a 271 profesionales y difundida por el boletín científico de la Asociación de Médicos Municipales de la Ciudad de Buenos Aires. En 2010 “ya se han producido 100 agresiones a los profesionales, incluyendo insultos, amenazas, y golpes. Las físicas son cada vez más notorias”, dijo a Clarín Jorge Gilardi, presidente de la entidad.

El sábado 9, el problema se agravó: un médico del Hospital Durand fue golpeado con un fierro y sufrió el quiebre de una vértebra cervical (Ver “Viví el...”). Por la acumulación de situaciones, los médicos harán un paro de dos horas, entre las 10 y las 12, el martes próximo para reclamar por la protección de sus propias vidas. Se llevarán a cabo asambleas en cada hospital, y exigirán al titular del gobierno porteño, Mauricio Macri que disponga de más vigilancia en guardias y ambulancias. En abril pasado también habían parado por el mismo motivo.

“Necesitamos que se cuide a los que cuidan” , enfatizó Gilardi.
El problema no se da sólo en Capital. Desde la Federación Médica Argentina, el vicepresidente Ignacio Berrios confirmó que “los casos de maltrato contra los profesionales de la salud se cuentan por decenas cada mes en todo el país. En algunos barrios ya casi no van las ambulancias por el temor a que los médicos sean agredidos ”.

En el Conurbano, advirtió Hugo Amor, presidente de la Asociación Sindical de Profesionales de la Salud bonaerense, “hay casos frecuentes de punteros políticos que van a los centros de salud o a los hospitales, y exigen atención inmediata. De lo contrario, amenazan. Otros disparadores son la falta de cama y de personal. No se soluciona sólo con más policías”.

En 2005, el problema ya había salido a la luz a través de una encuesta del portal Intramed a 30.100 profesionales de la Argentina, y otros países latinoamericanos. Señaló que los médicos locales tenían un 20% de exceso de riesgo de recibir agresiones en comparación con sus colegas de las otras naciones.

Lamentablemente, la violencia hacia los médicos es más frecuente hoy.
También se produce en clínicas y sanatorios privados, según Héctor Garín, de la Asociación de Médicos de la Actividad Privada. “Faltan camas, y los médicos son los que ponen la cara de un sistema que no responde expectativas de los pacientes”. Desde el sector público, María Angélica Martín, subdirectora médica del Hospital Fernández de Capital y con estudios sobre el tema, explicó: “Aumentó el consumo de drogas y alcohol. Se dan más casos con trastornos mentales y más situaciones de gente que vive en la calle. Estos factores llevan a situaciones de violencia que se manifiestan en las guardias o cuando se asiste a domicilio. Los insultos o los golpes son sólo síntomas de problemas sociales más profundos”.

clarin.com

martes, 31 de agosto de 2010

LETRA DE MEDICO

La letra de los médicos es todo un tema, sobre todo cuando volvemos a casa y tenemos que seguir sus instrucciones. ¿Cuántas gotas? ¿Cada seis u ocho horas? ¿Salbu... qué? ¿Qué dice acá... es una "s" o una "jota"? ¿Cinco ó nueve centímetros cúbicos?
El médico Carlos Presman, autor (entre otras cosas) del libro Letra de médico , apela al realismo mágico para justificarse y justificar a sus colegas por semejante descalabro de la caligrafía: "Existe una cátedra oculta en la Facultad de Ciencias Médicas -habla en voz baja-, que sólo conocen algunos iniciados, cuya misión es empeorar aun más la caligrafía de los futuros médicos. El objetivo es claro: escribir para que nunca se entienda y la gente tenga que volver a la consulta".
Incluso, Presman se arriesga un poco más y dice: "La letra escrita le da identidad al médico. Algunos podremos decir: Guardé la receta del doctor 'tal', y gracias a los méritos de este galeno luego se transformó en un incunable. Aunque admito que me da un poco de nervios que los cirujanos tengan mala letra, si ése es el pulso que tienen para sacarte un apéndice".
La otra pata de esta trama la encarnan los farmacéuticos, únicos capaces de entender los garabatos de los médicos, como si tuvieran un decodificador instantáneo en las farmacias. En Cataluña (España), por caso, desde hace dos años se utiliza la receta electrónica, para evitar problemas.
Desprecio. Cacho Yerom, agregado cultural de esta columna e hipocondríaco crónico, dice que le molesta muchísimo que los médicos escriban con letra desastrosa: "Es una forma de desprecio al paciente y una actitud de soberbia".
Pero el problema también lo tienen los destinatarios de los certificados médicos, como las maestras de escuela o los empleadores, que deben descifrar el motivo de la ausencia del alumno/trabajador.
Al fin y al cabo, hay una hipótesis de por qué los médicos tienen, en general, mala letra. En primer lugar, estudiaron una carrera larga, en la que debieron tomar apuntes de clases a gran velocidad para no perder las explicaciones de los profesores. En ese sentido, luego continuaron escribiendo rápido, no ya sobre una mesa sino sobre las rodillas o la cama de los pacientes en los hospitales. A todo esto se suma la gran cantidad de enfermos que auscultan en un día y al gran número de recetas que deben escribir.
Aun así, no se entiende.
lavoz.com.ar

miércoles, 16 de junio de 2010

Los 'médicos' que cuidan el ánimo del paciente

Treinta años en el mundo de las finanzas. Primero en un banco español, luego en otro americano, en uno inglés... Llegó a director general. Y un día, se le presentó un problema grave de corazón. Le operaron y le dijeron que no podía trabajar más de cuatro horas diarias. De ahí a la prejubilación, un paso. Desde octubre del año pasado, Paco, de 52 años, es voluntario de la Asociación Española contra el Cáncer. Los miércoles por la mañana se presenta en el hospital de la Princesa, se pone su bata blanca y su mejor sonrisa, sube a la sexta planta (hematología) y entra en el área dedicada al trasplante de médula ósea.
"Tienen que escuchar, pero no intervenir", es una de las normas
Va de habitación en habitación. Si el paciente quiere, entra. "Le pregunto: '¿qué tal estás?', '¿de dónde eres?', hablamos de fútbol. Si es del Atlético, yo también soy del Atlético. Pregunto si quieren leer un libro, si necesitan agua...". En definitiva, les acompaña. Los voluntarios dan conversación, ánimos, entretenimiento para no pensar en la enfermedad, apoyo emocional para los ratos malos. Se adaptan a lo que necesite el paciente. "Es reconfortante", dice Paco. "Parece que tu tiempo vale algo". Como él, más de 1.600 madrileños realizan labores de voluntariado en los hospitales de la región.
Mujer joven, de entre 25 y 40 años, con estudios universitarios y trabajo. Ese es el perfil de los voluntarios que colaboran en los hospitales, según destacaron ayer la viceconsejera de Familia y Asuntos Sociales, Regina Plañiol, y la viceconsejera de Asistencia Sanitaria, Ana Sánchez, durante la II Jornada de Voluntariado en centros hospitalarios. En los últimos años, sin embargo, se ha notado un incremento de voluntarios mayores de 55 años, muchos de ellos prejubilados.
Flori Valdavida casi entra en ese perfil. A sus 52 años, con dos hijas ya criadas -"ahora me necesitan menos", dice-, va una vez a la semana al hospital de día de la Princesa. Una sala amplia, de colores alegres y grandes ventanales. Un lugar que trata de ser acogedor; aquí los pacientes oncológicos reciben quimioterapia y su tratamiento puede ser de media hora o de siete. "Lo primero que haces al entrar es poner la sonrisa, en plan 'aquí está la primavera'. Tienes que transmitir a la gente alegría de vivir. Luego vas saludando persona por persona. Hay gente que te coge de la mano y te quedas con ellos una hora", explica. La Asociación Española contra el Cáncer (AECC) tiene en la Princesa una treintena de voluntarios. "Hacemos acompañamiento en sustitución de la familia, apoyo emocional", relata Isabel Serrano, la coordinadora de los voluntarios en el hospital.
Juan Antonio Cuesta, de 52 años, dice que agradece su labor. Él es uno de los pacientes que pasa entre seis y siete horas en esa sala. Es fácil aburrirse, cuenta. "Se presentan, te ofrecen café", enumera. Y lo mejor: "Te preguntan qué tal estás y te dan conversación". Lleva tres años acudiendo al hospital de día y conoce a todos los voluntarios. "Con uno hablo de toros", se ríe.
Los voluntarios jóvenes suelen elegir tareas de acompañamiento y actividades de ocio de los niños ingresados. Los adultos optan por la atención directa de personas mayores hospitalizadas, explican en la Comunidad de Madrid. Ahora mismo, 53 entidades desarrollan 116 proyectos en 26 hospitales madrileños. Además de la AECC, en la Princesa colaboran otros 40 voluntarios de la Fundación Desarrollo y Asistencia. Hacen tareas de acompañamiento en las habitaciones y en las consultas externas, guían en el vestíbulo o por los pasillos a los que puedan estar desorientados -por este centro pasan cada día 5.000 personas-, ayudan a algunos pacientes a dar pequeños paseos por el hospital...
Una diapositiva mostrada durante la jornada resumía ayer la labor de los voluntarios: "No son profesionales, pero nos ayudan a dar una asistencia integral más humana al enfermo. Llegan donde los profesionales no llegamos. Aportan calidez a la frialdad del hospital". Y otra recordaba algunas reglas: "Tienen que escuchar, pero no intervenir". Una norma que Flori Valdavida dice seguir a rajatabla. "Cuanto menos sepas, mejor, porque así no metes la pata. Estás para dar cariño y apoyo emocional. No hay que hurgar en la enfermedad. Llevo años con algunos pacientes y no sé ni lo que tienen. Como voluntario, vienes a lo que vienes", resume, mientras se lleva la mano al corazón.

elpais.com

sábado, 11 de abril de 2009

Médicos y pacientes: un diálogo con mucho ruido


Por Ivonne Bordelois
La palabra es el eje fundamental de nuestra vida de relación. De palabras están hechos nuestros compromisos afectivos, políticos, vitales. Pero la palabra que se intercambia en la entrevista médica aparece rodeada de ansiedades y dudas: existe una situación de riesgo físico a la que se agrega el riesgo del malentendido entre médico y paciente, que pueden compartir el mismo lenguaje, pero no necesariamente un mismo código que los comunique plenamente.
Los ejemplos de los malentendidos que circulan en el lenguaje de la salud acuden en cantidad. La palabra cáncer se encuentra tan expuesta a un ominoso tabú, que un cáncer de colon resulta difícil de anunciar, cuando la glucemia, en porcentajes, tiene un riesgo de muerte más alto. Se trata de representaciones atávicas, productos de la mala información, que es urgente despejar.
Hablamos constantemente de nutrición: nutrir significa dar un porcentaje de hidrocarbonos, proteínas y otras sustancias debidamente proporcionadas a un objeto animado, planta o animal o persona. Pero nosotros no nos nutrimos solamente: somos co-mensales , porque el comer alrededor de una mesa es un acto eminentemente social. El sym-posio griego celebra el acto de la bebida conjunta. No es que los anoréxicos o los bulímicos fallen en su nutrición: fallan en su comensalidad, en su simposio: eso es lo que hay que considerar, lo que conviene transmitir.
Los estudiantes de medicina aprenden cinco mil palabras nuevas en el primer año, cuyo origen y significado en su mayoría desconocen. Y este vocabulario masivo, en vez de fortalecer y ampliar su conciencia profesional, actúa muchas veces como una muralla abrumadora, una pantalla opaca o un sistema de pasaje que los convierte en hablantes y habitantes de un dialecto hermético, separados del resto de la sociedad, poseedores de un secreto que les confiere a la vez poder y lejanía; en suma, los conduce a la alienación.
A la jerga del oficio se une una tecnología muchas veces intimidante: un lenguaje de rayos, tubos, neones y metales se propaga entre la herida y el que la sufre. El hospital -etimológicamente- es sitio de hospedaje, pero también, muchas veces, un recinto de alienación y hostilidad.
Un factor crucial y agravante en el incremento de la incomunicación entre médicos y pacientes es la perentoria exigencia de las prepagas y mutuales, en cuanto a pautas de atención a los pacientes cada vez más breves. Éste es un rasgo evidente de la proletarización de los médicos, obligados por este sistema a trabajar a destajo. Le Breton señala que nuestra medicina no toma en cuenta el tiempo del hombre, como la oriental, porque es una medicina de urgencias. El apuro al que se ve compelido el médico, la ansiedad del paciente que exige el antibiótico o la pastillita conspiran contra la palabra, esa palabra que es a la vez diagnóstico y terapia. Cuando llega a la guardia alguien que se queja de un dolor de pecho, el electrocardiograma no arroja siempre el resultado en su debido tiempo; vale más entonces que se pregunte quién es el enfermo: un diabético, un esquizofrénico, un cirrósico, etcétera, noticias fundamentales para orientar y decidir el tratamiento. Una simple información verbal establecida oportunamente puede en estos casos salvar una vida. Las pocas palabras que puede intercambiar un cirujano sagaz con su paciente, deducidas de su historia clínica, sus datos personales y su presentación verbal ante el médico, son acaso más fecundas en la vida de éste que la operación más admirable.
El psicoanálisis hace de la palabra y de su escucha el resorte fundamental del tratamiento. Los antiguos supieron que la palabra cura. Desde los shamanes y los magos de Oriente, que practicaban y practican sus fórmulas mágicas, hasta el centurión del Evangelio ("No soy digno de que entres en mi propia morada, mas di tan sólo una palabra."), existe una conciencia del poder benéfico del verbo sobre la penuria humana. Pero en el camino del tiempo, en atención al progreso y a la ciencia, el ojo clínico desplaza y sustituye a la voz, a la intimidad del tacto que establece la confianza entre médico y enfermo.
"En los hospitales la gente se muere de hambre de piel", dice Walter Benjamin. Al pasarse de la mano al ojo se pierde la sensación de la piel sobre la piel, algo que ya, en sí, es terapéutico. Tan perdida está esa costumbre que en la actualidad, quienes todavía la aprecian en el ámbito médico han ordenado efectuar, y preservan, un moldeo de manos de médicos viejos que acostumbraban a palpar a sus enfermos.
Se trata de un sistema difícil de cambiar. Pero en el estado actual de la medicina, es imperioso preguntarnos qué pierde el médico y qué pierde el paciente cuando pierde la palabra. Los costos de la profesión médica, que muchos consideran todavía una esfera de privilegio social y económico, se van volviendo excesivamente elevados en el presente sistema. El grupo médico no es precisamente un modelo de armonía psíquica ni de comunicación social exitosa: entre nosotros, los médicos se infartan cinco años antes que el resto de la población, se divorcian nueve veces más y tienen una tasa mucho más alta de suicidios.
No parece extravagante suponer que, entre los factores que han convertido la medicina en una profesión de alto riesgo, se encuentre en un lugar destacado la pérdida de una conexión válida y profunda con la palabra, tanto la del monólogo interior que acompaña los vaivenes de la sensibilidad del médico, expuesto cotidianamente al sufrimiento o a la esperanza, como la del diálogo auténtico con los pacientes. No cabe soslayar la intensidad de frustraciones y sentimientos de impotencia y de culpa -conscientes o inconscientes- que esta carencia básica genera.
Es importante entonces para todos nosotros que los médicos se pregunten acerca del lugar desde donde hablan, y puedan averiguar qué efectos pueden tener sus palabras en la vida de sus pacientes; es importante para los pacientes sentir que pueden compartir el lenguaje de los médicos, transmitir con fuerza y claridad el suyo propio, y medir el alcance de sus palabras entrando en un diálogo personal con ellos que se ajuste a las reglas de un juego leal y estimulante. Y es necesario para todos nosotros reflexionar acerca de cómo términos tales como prevención, prepagas, estado terapéutico, etcétera se han ido instalando de un modo tan paulatino como poderoso en el vocabulario colectivo, sin que se examinen muchas veces los supuestos beneficios y progresos que estas nociones, no siempre saludables, implican.
Sin pretensiones de exhaustividad, quisiéramos orientarnos hacia una reflexión acerca de las dificultades, riquezas y enigmas del lenguaje en la medicina. Nuestro destino se ha ido formando al calor, al color, al sabor de palabras que nos llegaron en momentos cruciales de nuestra existencia, y el encuentro médico es ciertamente uno de estos momentos cruciales. Ahondar la relación entre médico y paciente a través de una conciencia más plena del lenguaje, de modo que su contacto no se restrinja exclusivamente a la enfermedad ni a la salud, sino también a un conocimiento y crecimiento mutuo, algo que nos vaya llevando a todos a una transformación vital: ojalá que este intento no sea totalmente ilusorio.
El cuerpo, el sufrimiento, el sexo, las magias reparadoras, la ciencia avasallante, el mundo admirable y aterrador de los hospitales, el poder y el dinero en el camino de la salud: todo ese universo se ha ido plasmando inconscientemente en palabras que atestiguan la lucha permanente del ser humano por afirmar verbalmente su voluntad de supervivencia. Y hay un lugar en el lenguaje donde la muerte y la vida se miran a los ojos y pretenden dominarse. Sabemos que la vida y la muerte son indecibles; pero también sabemos que el lenguaje es invencible en su esfuerzo en ir empujando los límites de lo que podemos llegar a expresar.
Existe una historia que da cuenta de las huellas que deja esa lucha en la memoria del lenguaje. Podemos advertir la ternura del lenguaje que puebla al cuerpo de diminutivos - pupila es muñequita, rodilla es ruedita- como si desde alguna perspectiva misericordiosa y maternal fuéramos eternamente niños. Hay brutalidad y rencor en el lenguaje que llama matasanos al médico; hay ingenuidad en el lenguaje que aclama a los médicos como doctores -doctores sin tesis ni magistratura. Observemos el retorcimiento del lenguaje que llama embarazada a la mujer que se ha liberado de su cinto para dar lugar a su gestación; la sabiduría del lenguaje que sabe que en la palabra hospital se esconde a la vez el huésped atento y el enemigo infame. Escuchemos el lenguaje misterioso que en la palabra autopsia afirma los poderes omnímodos de la mirada médica. Admiremos el instinto del lenguaje cuando habla de matarse en un accidente. El lenguaje trenza la enfermedad con la exclusión y la culpa, y la salud con la salvación; y estalla en obscenidad impiadosa del lenguaje cuando la muerte se aproxima.
De las muchas enfermedades que pueden aquejarnos, no hay nombre para una de las más corrosivas y traidoras -la que nos aleja de esa fuente de sabiduría, placer y libertad incomensurable que es el lenguaje que todos compartimos. Los antiguos hablaban de la curación por la palabra, una noción que es urgente recuperar, transformada, claro está, por lo que hemos aprendido a través de los siglos acerca de los poderes y los repliegues de las palabras. Pero del mismo modo que se cuidan los instrumentos antes de una operación quirúrgica, debemos estar dispuestos a cuidar y a curar las palabras del intercambio médico, para preservar sus poderes terapéuticos.
Nada sustituye ni supera el alcance de la palabra y la voz humana cuando nos encontramos al borde del sufrimiento y de la muerte. Pero una cultura tan negadora del sufrimiento y de la muerte como la nuestra también niega, necesariamente, ese alcance y esa relevancia, situados más allá de las fronteras del imperio tecnológico. Sin embargo, es posible avanzar en ese territorio, disputándolo a las tinieblas del avasallamiento brutal al que estamos expuestos. La medicina es ciencia y arte, así como el lenguaje es poesía y conocimiento. Que medicina y lenguaje se sienten juntos en el banquete del entendimiento es una de esas ignoradas pero necesarias prioridades que necesitamos hoy por hoy establecer.

Persuadir e imaginar
Son muchos los textos que a lo largo del tiempo se han acumulado acerca de la relación médico-paciente, explorando la calidad de las palabras que implica su diálogo; tantos, que se hace difícil elegir los más relevantes en el conjunto. Impresionan en particular, sin embargo, ciertas consonancias complementarias que se establecen a través de los siglos con respecto a este tema. En una época tan escéptica como la nuestra, en la que se evaporan nociones tales como sustancia, historia, sujeto o verdad, conmueve a veces, cualquiera sea el credo o la filosofía a que suscribimos, comprobar ciertas persistencias, cierta tenacidad, ciertas coincidencias centrales en la tarea de descubrir de qué modo específico, a través del diálogo cara a cara, las heridas del ser humano pueden ser ocasiones de encuentro, sabiduría y reparación.
Lo que convence en estos escritos es su textura misma, la manera en que en ellos la palabra se recorta sin retórica, en un simple ademán de pureza, para avanzar hacia el centro mismo del corazón humano. Veintiséis siglos separan los textos de Platón de los de John Berger, y sin embargo resplandece en ellos una misma y profunda certeza. Lo que Platón mira desde el lugar del médico, Berger lo contempla desde el lado del paciente, pero ambos insisten en lo fundamentalmente necesario de la comprensión verbal mutua entre unos y otros.
En el diálogo socrático Cármides o De la Templanza , Cármides se queja de una fuerte jaqueca y Critias intercede ante Sócrates para que éste intente curarlo. Sócrates dice conocer un remedio que le había sido transmitido, mientras servía en el ejército, por uno de los médicos del rey de Tracia, Zamolxis. Platón muestra a Sócrates persuadido de los valores curativos de la palabra, como lo indican los siguientes ejemplos: "Le respondí que mi remedio consistía en cierta hierba, pero que era preciso añadir ciertas palabras mágicas; que pronunciando las palabras y tomando el remedio al mismo tiempo, se recobraba enteramente la salud; pero que, por el contrario, las hierbas sin las palabras no tenían ningún efecto".
No sólo las palabras ejercen un efecto curativo; todo acercamiento a la enfermedad fracasará si no se tiene en cuenta la personalidad toda del paciente, y si no se establece un lazo de persuasión y confianza previa con él:
No debe emprenderse la cura de los ojos sin la de la cabeza, ni la de la cabeza sin la del cuerpo; tampoco debe tratarse el cuerpo sin el alma; y si muchas enfermedades se resisten a los esfuerzos de los médicos helenos, procede de que desconocen el todo, del que por el contrario debe tenerse el mayor cuidado, porque yendo mal el todo, es imposible que la parte vaya bien.
Del alma parten todos los males y todos los bienes del cuerpo y del hombre en general, e influye sobre todo lo demás, como la cabeza sobre los ojos.

El alma es la que debe ocupar nuestros primeros cuidados, y los más asiduos, si queremos que la cabeza y el cuerpo estén en buen estado. Acuérdate de no dejarte sorprender para no curarle a nadie la cabeza con este remedio si antes él no te ha entregado el alma para que la cures con estas palabras.
Del mismo modo se expresa Platón en Leyes , IV:
El médico libre, el que no atiende a esclavos, comunica sus impresiones al enfermo y a los amigos de éste, y mientras se informa acerca del paciente, al mismo tiempo, en cuanto puede, le instruye; no le prescribe nada sin haberlo persuadido de antemano, y así, con la ayuda de la persuasión, le suaviza y dispone para tratar de conducirle poco a poco a la salud [...]. Las hermosas palabras persuaden al paciente de que el remedio ofrecido es el mejor disponible, y éste acrecienta así su poder curativo, y sutilmente se individualiza el tratamiento. (Destacados nuestros)
Con el transcurso de los siglos y el desarrollo de la psicología, la situación anímica del paciente y el arte de la persuasión van cobrando mayor relieve y profundidad. Esto nos dice John Berger en El verdadero arte de curar :
Un paciente desdichado va al médico y le ofrece una enfermedad con la esperanza de que al menos esa parte de él (la enfermedad) pueda ser reconocible. Cree que su ser es imposible de conocer. No es nadie para el mundo, y el mundo es nada para él. La tarea del médico ahí -a no ser que se limite a aceptar que existe una enfermedad y sencillamente se tranquilice a sí mismo diciéndose que es un paciente "difícil"- es reconocer al hombre. Si el hombre empieza a sentir que es reconocido -y ese reconocimiento podría incluir rasgos de su carácter que él todavía no ha reconocido en sí mismo- habrá cambiado la naturaleza desesperada de su desdicha: incluso podría tener una oportunidad de ser feliz [...].
El reconocimiento tiene que ser oblicuo. El desdichado espera que se lo trate como una persona insignificante con ciertos síntomas pegados a él. Hay que romper ese círculo. Y eso se puede lograr si el médico se presenta ante el paciente como un hombre igual que él, lo que exige por su parte un gran esfuerzo de imaginación y un conocimiento muy preciso de sí mismo. Hay que darle al paciente la oportunidad de que reconozca, pese a que su identidad está dañada, aspectos suyos en el médico, pero de tal modo que parezca que éste es cualquier hombre. Esta oportunidad nunca es el resultado de un solo encuentro con el médico y muchas veces la provoca más cierta atmósfera general que las palabras que puedan decirse
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A medida que aumenta la confianza del paciente, el proceso de reconocimiento se hace más sutil. En una fase posterior del tratamiento, el hecho de que el médico acepta lo que le cuenta y la precisión con que aprecia sus insinuaciones sobre cómo podrían encajar las diferentes partes de su vida terminarán convenciendo al paciente de que él y el médico y el resto de los hombres son semejantes; le parecerá que el médico conoce tan bien como él cualquier cosa que le cuente sobre sus miedos y sus fantasías. Ha dejado de ser una excepción. Puede ser reconocido. Y esto constituye el requisito básico para la cura o la adaptación. (Destacados nuestros).
Aunque la explicación de texto puede resultar obvia aquí, cabría señalar las notas comunes entre estas citas. Platón y John Berger hablan ambos de un ofrecimiento que el paciente hace al médico al presentarle su enfermedad. Y esta palabra sola, acaso inesperada en este contexto, indica la dignidad que ambos confieren al paciente, advirtiendo que su enfermedad no es exclusivamente un obstáculo, disminución, amenaza o anomalía, sino que bien puede consistir en un don, en un bien a determinado nivel. Platón habla de un ofrecimiento del alma y Berger de un ofrecimiento de la enfermedad, pero en ambos casos hay una ofrenda, una confianza que enaltece al médico, le confiere un poder, en la esperanza de que éste no sea oportunidad de abuso, sino de beneficencia mutua.
Platón va lejos en el requerimiento de la actitud de entrega por parte del paciente: "Acuérdate de no dejarte sorprender para no curarle a nadie la cabeza con este remedio si antes él no te ha entregado el alma para que la cures con estas palabras". La desconfianza o la reticencia del paciente, si ignorados, serían motivos de una mala praxis para él: "no te dejes sorprender", advierte.
Y con la entrega no basta: "entra en conversación con el paciente y con sus amigos, y reúne de una vez toda la información relativa al enfermo, y lo instruye en la medida de su capacidad; y no recetará remedios hasta tanto no le haya convencido". El tema de la persuasión es capital en Platón, como lo prueba otra afirmación suya en el Gorgias , donde contrapone la fuerza de la persuasión de la palabra humana ( peithó ) a bía , la fuerza o violencia de los hombres. Platón es respetuoso, cuidadoso, pero también contundente, de acuerdo con su estilo mental autoritario: no debe actuarse de otra manera que la que él prescribe.
Por su parte, el estilo calmo y lento de Berger, su obvia intención de ser claro antes que brillante, las palabras y expresiones que elige -desdicha, reconocimiento, semejanza, imaginación, identidad dañada, persona insignificante, atmósfera antes que palabras-: todo muestra que aquí hay alguien que ha reflexionado profunda, auténticamente, desde el lado del enfermo, acerca de la muy difícil y compleja cualidad del lazo médico-paciente.
El reconocimiento del médico es la primera pauta del alivio de la desdicha del enfermo. "El desdichado espera que se lo trate como una persona insignificante con ciertos síntomas pegados a él. Hay que romper ese círculo". Aquí conviene recordar las sabias palabras de Laín Entralgo, gran conocedor de este arduo tema, sobre la intención de abandono del enfermo:
El médico a la vez debe resolver inicialmente, en el sentido de la ayuda, la tensión ambivalente que dos tendencias espontáneas y antagonistas, una hacia la ayuda y otra hacia el abandono, suscitan siempre en el alma de quien contempla el espectáculo de la enfermedad. Ser médico implica hallarse habitual y profesionalmente dispuesto a una resolución favorable de la tensión ayuda-abandono.
Si el médico puede verse tentado a abandonar al enfermo, no es menos cierto que el enfermo también experimenta la tentación de abndonarse a sí mismo, como señala Berger. Pero hay dos puntos fundamentales que condicionan la ruptura del círculo mencionado por él. Una es que en el reconocimiento al enfermo, del enfermo, el médico se ofrezca en garantía de semejanza: está reconociendo en el enfermo rasgos de sí mismo, porque ambos -y ésta es la segunda condición- son en el fondo semejantes. "Hay que darle al paciente la oportunidad de que reconozca, pese a que su identidad está dañada, aspectos suyos en el médico, pero de tal modo que parezca que éste es cualquier hombre". Como bien lo dice Berger, esto requiere "un gran esfuerzo de imaginación". En la adivinación del médico con respecto al punto en que se anudan su humanidad y la de su paciente, hay un trayecto lleno de obstáculos, vanidades, temores, autodefensa y prejuicios. Pero, como lo sabían poetas tan distintos como Wilde y Unamuno, la clave del amor es precisamente la imaginación. Imaginar al otro en su totalidad, en ese lugar misterioso en que hace parte necesaria del universo, del universo que nos incluye a todos: eso es el amor.
Y aquí se abre una cautela muy importante. Dice Berger: "Esta oportunidad nunca es el resultado de un solo encuentro con el médico y muchas veces la provoca más cierta atmósfera general que las palabras que puedan decirse". Limitación de la palabra, acentuación de la mirada, del tacto, del silencio: ese sistema de comunicación cada vez más sutil va embargando de confianza y fortaleza el ánimo del paciente. Ahora ha sido plenamente reconocido. "Y esto constituye el requisito básico para la cura o la adaptación", concluye Berger.
Dentro del ámbito no verbal de la comunicación médico-paciente es fundamental el acto de palpar, un arte en gran medida olvidado. Según Laín Entralgo, la persona enferma, al sentirse explorada suavemente y reconocida de esta manera, reflexiona: "Si alguien me toca de modo acariciante, quiere decir que existo; existo y no soy totalmente indigno". Y cita a Nacht: "El adulto, que tanto se esfuerza inconscientemente por acallar al niñito que llora dentro de él, se toma una vacación". Éste es también el sentido de la imposición de manos.
A lo largo de los siglos, como vemos, la praxis y la psicología han ido profundizando aquellos aspectos que Platón ha intuido sólo en los bordes de su experiencia. Platón subraya la necesidad de una competencia específica del médico para persuadir al paciente antes de administrarle los remedios; Berger señala uno a uno los pasos que vuelven verdadera y eficaz esta persuasión. Ambos están hablando de uno de los más difíciles encuentros humanos, y ninguno de ellos rehúye lo específico de esta dificultad, lo delicado de su enfrentamiento y su solución. Y ambos textos nos persuaden a la vez de lo dicho por Platón, porque lo transparentan; y con él nos atrevemos a decir que, en verdad, desde esta perspectiva, "el amor preside a la medicina".
© LA NACION
Entre la ciencia y la humanidad
Por Guillermo Jaim Etcheverry
Para LA NACION - Buenos Aires, 2009
El nuevo libro de Ivonne Bordelois, A la escucha del cuerpo. Puentes entre la salud y las palabras , constituye un aporte original y trascendente a una cuestión central de nuestro tiempo. La importancia de la apasionante exploración de la medicina que relata el libro reside en el hecho de que, en una época en que la tecnología parece querer ocupar el centro del quehacer médico, su autora nos advierte que, en realidad, es la palabra la que está siendo desplazada de ese lugar. Nos muestra que deberíamos volver a considerarla lo que en realidad es: el medio más sensible y específico para diagnosticar las enfermedades. También resulta esencial para el tratamiento de los pacientes porque la palabra del médico constituye una de las más poderosas herramientas que éste puede poner al servicio de la curación.
La autora, reconocida lingüista y poeta, invita al lector a acompañarla en un recorrido por el origen y el significado de muchas de las palabras que protagonizan el encuentro del médico con su paciente. Pero el libro no se limita al análisis etimológico, que por supuesto desarrolla, sino que, por medio de él, explora la evolución histórica de los conceptos relacionados con la salud y con la enfermedad, con las sensaciones del paciente y con el saber del médico. Este cuidadoso rescate del origen y la mutación de la palabra, que descubre sus riquezas y matices pero también sus carencias, discriminaciones y parcialidades -como lo señala la autora-, ayuda a comprender la actividad del médico y, en no pocos casos, a advertir las distorsiones que está experimentando en nuestra época. Volver al origen de las palabras, reconocer en ellas la historia oculta de lo que nombran, se convierte en un pretexto para regresar a las fuentes mismas de la medicina.
En 1861, en sus Lecciones sobre Clínica Médica , el gran médico francés Armand Trousseau señalaba:
En algún momento, cada ciencia se vincula al arte y, a su vez, cada arte posee su aspecto científico; el peor hombre de ciencia es aquel que nunca actúa como un artista y el peor artista es quien nunca lo hace como un científico. En las épocas primitivas la medicina nació como un arte que tenía su lugar junto a la poesía y a la pintura; hoy tratan de convertirla en una ciencia, ubicándola en compañía de la matemática, la astronomía y la física.
Efectivamente, el péndulo de la medicina se ha ido desplazando del extremo artístico hacia el científico. Los avances de la ciencia y el desarrollo de las nuevas tecnologías a las que ésta da origen modificaron radicalmente la práctica de la medicina. Su efectividad es crecientemente juzgada sobre la base de estándares científicos.
Sin embargo, la medicina parece estar engañándose a sí misma con esta obsesión por ser sólo ciencia. Resulta evidente que nuestra profesión nunca seguirá excluyentemente ese camino ya que permanecerá firmemente enraizada en el terreno de los asuntos humanos, con todos los matices nebulosos, subjetivos e irracionales que esto inevitablemente supone y que la vinculan con la esencia profunda de lo humano. Como lo sugiere Trousseau, la medicina parece destinada a quedar definitivamente ubicada entre la ciencia y la humanidad.
Nadie discutiría hoy que la ciencia resulta esencial para la medicina pero no queda tan claro que ésta no puede ser simplemente identificada con la ciencia pura, ni siquiera con la aplicada. Tampoco lo está el hecho de que esta concepción conduce, inevitablemente, a la pérdida de la comprensión del papel central que desempeña la palabra. Como bien lo destaca Bordelois, el arte de la medicina está centrado, esencialmente, en la capacidad de escucha y en la interacción humana. Es decir que la ciencia sólo puede cumplir su misión si los médicos practican con efectividad el arte de la medicina para lo que deben haber comprendido la trascendencia de su misión humana que se ejerce con conocimiento técnico, con equipos, con medicamentos y, sobre todo, mediante palabras.
La visión excluyente de la medicina como ciencia ha llevado a que quienes la practican estén crecientemente entrenados en esos aspectos de su quehacer pero poco capacitados en las habilidades personales y sociales necesarias para relacionarse como seres humanos con sus pacientes. En ese vínculo con el otro que busca ayuda, la palabra ocupa una posición central. Paradigma de comunicación, la relación entre el médico y su paciente está mediada por palabras, las que se dicen, las que se escuchan, hasta las que se callan.
Efectivamente, toda la información, independientemente de cuán completa y exacta sea, debe ser interpretada por el médico quien le da sentido y la aplica a su tarea. Además de los parámetros "científicos", los expertos toman en cuenta detalles imprecisos, tales como el contexto, el costo, la conveniencia y el sistema de valores de cada paciente. También influencian el juicio clínico factores que dependen del médico: emociones, prejuicios, temor al riesgo, tolerancia de la incertidumbre y conocimiento personal del paciente. Por eso, la práctica de la medicina clínica, con la complejidad y sofisticación de los juicios cotidianos a los que obliga, es el arte de utilizar la ciencia para auxiliar al paciente. Mientras que la ciencia busca conocer, la medicina intenta ayudar a quien sufre.
Por eso, al recurrir a la ciencia y la tecnología, el médico debe ubicarlas en su contexto apropiado, guiado por la estructura filosófica subyacente de su arte. Debe reconocer que las quejas acerca de lo somático son en realidad parte de un complejo más abarcador y que, para ser útil, la medicina debe actuar de manera efectiva en ese estrato fundamental. En síntesis, la medicina debería reencontrarse con su razón de ser. El análisis de las palabras relacionadas con la actividad médica al que nos invita Bordelois constituye un aporte esencial para alcanzar ese objetivo porque, como lo sugiere, el médico corre hoy el grave peligro de perder "la conexión válida y profunda con la palabra, tanto en el plano del monólogo interior? como en el del diálogo auténtico con los pacientes".
En la introducción del famoso Tratado de Medicina Interna de Harrison figura esta frase sugestiva: "El verdadero médico tiene una amplitud shakesperiana de intereses: se interesa en el sabio y en el simple, en el orgulloso y en el humilde, en el héroe estoico y en el villano doliente".
Cuando es capaz de demostrar todos esos intereses, el médico se involucra en historias humanas particulares. Eso no es materia de la ciencia sino de lo poético. Se manifiesta en el ámbito de la particularidad, la paradoja y las pasiones. Al médico se le descubre el drama de las vidas individuales, uno de los privilegios de su actividad. Ve a las personas en sus mejores aspectos y también en sus peores circunstancias. Las ve estoicas y vulnerables, devastadas y entusiasmadas. Y, si presta atención, en el proceso aprende algo de lo que significa ser humano. En especial, adquiere la oportunidad de participar en el drama del ser humano mortal en búsqueda de sentido. De este modo, si el médico está atento a la palabra de su paciente y si comprende lo que significa, puede trascender la profesión médica, incorporándose así a sus tradiciones más antiguas.
A pesar de que la medicina depende de la ciencia en lo que respecta a muchas de sus herramientas, como ya se ha señalado, sus fines suponen más que un triunfo sobre la enfermedad ya que también incluyen las batallas espirituales y morales que libran los pacientes viviendo con la incertidumbre y el sufrimiento. Incluso las destinadas a ser perdidas. Es en esas situaciones cuando el médico puede demostrar su virtud en la medida en que sea capaz de comprender eso que distingue la medicina de la ciencia, una distinción que, no pocas veces, reside en las palabras. Puede advertir que concebir a su paciente como pura materialidad es una suerte de degradación, inclusive si es eso lo que el propio enfermo desea. De maneras sutiles, o no tanto, el joven médico científico actual aprende que sus interrogantes más naturales son considerados ingenuos o, en el mejor de los casos, lo aproximan a un tembladeral de subjetividad que tiende a evitar.
Sin embargo, nuestras propias limitaciones como médicos, en lugar de ser sólo ocasiones para la desilusión, ofrecen una oportunidad para reflexionar sobre el destino del ser humano. Para ello, necesitamos incorporar a nuestra visión las obvias limitaciones de la ciencia natural cuando se trata de develar los interrogantes humanos fundamentales.
Los médicos de hoy son sin duda más poderosos que los de antaño pero también, más sordos. Están mucho menos inermes ante el sufrimiento pero, a menudo, no pueden comprender el sentido profundo de las palabras mediante las que se lamentan quienes lo padecen. Una formación más integral, más preocupada por su "humanización", que les proporcione una comprensión más clara de la naturaleza de su labor, puede atenuar esa sordera de los médicos. Seguramente no les facilitará evitar lo irremediable pero, al menos, los dejará menos desvalidos en su tarea cotidiana.
Al concluir su libro, Ivonne Bordelois evoca un diálogo que mantiene un médico, Daniel Flichtentrei, con una paciente correntina internada en un hospital quien, además de recurrir a su ayuda profesional, yace rodeada de objetos y talismanes en los que confía para sanarse. A la pregunta del médico "¿Por qué no se internan en sus templos?", la mujer responde: "No se enoje, pero lo que pasa, doctorcito, es que estamos enfermos de más cosas de las que ustedes pueden curarnos y confiamos en la medicina menos de lo que ustedes pueden tolerar".
No resulta sencillo para la medicina contemporánea admitir estas otras dimensiones porque escapan al rumbo pretendidamente exacto y científico al que, ante la incertidumbre de su quehacer, busca aferrarse con desesperación. Edmund Pellegrino, uno de los padres de la bioética en los EE.UU., define la medicina como "la más humana de las ciencias, la más científica de las humanidades". Esa caracterización, mencionada por la autora en su libro, plantea el dilema central de la profesión médica: el mantenimiento del delicado equilibrio entre el arte y la ciencia de la medicina.
Ivonne Bordelois realiza un aporte trascendental y fundante para restablecer ese equilibrio cuando, mediante el análisis de las palabras que se emplean en el diálogo médico, estimula la reflexión profunda acerca de esa actividad. Es un preocupado y preocupante llamado de atención ante la pérdida de sentido que amenaza a la medicina actual. Sin la comprensión de lo que las palabras denotan, no se puede pensar lo que la medicina es. Junto con nosotros, los lectores, "lava las palabras" -bella expresión que escuché a la autora- y esa tarea vuelve la lectura de su texto imprescindible para los médicos porque los ayuda a descubrir aspectos esenciales y poco enseñados de su propia actividad. Al recorrer sus páginas, resulta evidente que la palabra constituye la principal tecnología que tienen a su disposición. A los pacientes, es decir a todos porque lo somos o lo seremos en algún momento de nuestras existencias, el libro nos muestra los límites que enfrentan quienes se dedican a acompañarnos cuando sufrimos, nos sugiere los peligros de la extrema "medicalización" de la vida en la que estamos embarcados, nos descubre los intereses a los que esto responde y, sobre todo, reivindica la palabra -que es lo que nos define como humanos- como el elemento central de la comunicación de aquello que somos y de lo que nos sucede en el devenir de nuestras vidas.
© LA NACION

jueves, 4 de diciembre de 2008

Congo: amputó a un joven con instrucciones vía SMS


El médico que se animó a realizar una amputación sin tener experiencia en ese tipo de cirugías se llama David Nott. Con la ayuda de un cirujano cardiovascular amigo de 52 años, vía SMS, pudo realizar una compleja operación, informó ElPais.es.
La intervención fue una amputación interescapulotorácica (extracción del brazo, el hombro, la clavícula y la escápula) a un adolescente de 16 años, cuya vida corría peligro de no ser operado, en la ciudad de Rutshuru, Congo, plena zona de guerra.
"Se estaba muriendo. Le quedaban dos o tres días de vida cuando lo atendí", señaló Nott. La herida del joven estaba infectada y con gangrena.
Con tan solo medio litro de sangre, un precario equipamiento quirúrgico y algunos otros voluntarios como él de la ONG Médicos Sin Fronteras, se decidió a operarlo. Pero antes realizó una "llamada técnica": se comunicó con el teléfono móvil de un compañero que había hecho esa operación con anterioridad.
"Le envié un mensaje y me contestó con instrucciones paso a paso sobre cómo hacerlo. Aún entonces tuve que pensarlo mucho antes de dejar a un chico joven con un solo brazo en medio de una zona de guerra. Pero si no, habría muerto. De modo que respiré hondo y seguí las instrucciones al pie de la letra", relató.
La causa que le provocó tremenda herida al joven aún se desconoce. Una versión asegura que perdió el brazo en un enfrentamiento, mientras que otra atribuye el daño a la mordida de un hipopótamo."Fue una suerte que yo estuviera ahí y pudiera hacerlo. Nadie que no sea cirujano vascular hubiera sido capaz de trabajar con los grandes vasos sanguíneos implicados en la operación. Por eso soy voluntario tan a menudo: adoro ser capaz de salvar la vida de alguien", finalizó.

miércoles, 3 de diciembre de 2008

La Argentina es el segundo país en cantidad de médicos por habitante


El primer lugar del mundo es ocupado por Italia. Aquí, el número de profesionales de ese área crece a una tasa anual mayor que la población. Jornada profesional por el Día del Médico, hoy 03-12-2008.
Que Medicina es una de las carreras elegidas por los jóvenes argentinos al momento de desarrollarse profesionalmente no es novedad. Pero que nuestro país es el segundo en el mundo en cantidad de médicos por habitante sí sorprende. Sólo es superado por Italia.
En tanto, mientras la tasa de crecimiento de la población crece a un ritmo de un 1,5% anual, la de médicos recibidos lo hace a un 5% en el mismo período. Esto lleva a que, en la Argentina, desarrollen sus tareas cerca de 200 mil profesionales de la medicina.
En honor a su labor, mañana se realizará en el Aula Magna de la Facultad de Medicina de la Universidad de Buenos Aires (UBA) - Paraguay 2155- un encuentro en el que se debatirá sobre los nuevos desafíos que impone el sistema de salud, en el marco del Día del Médico.
Horacio Dillon, neurocirujano coordinador de este evento que organiza el Grupo OSDE, aseguró: "Creemos que la eficiencia en el control de los costos y de la calidad no debe basarse en soluciones simplistas cuya variable de ajuste sean los ingresos de los profesionales o la limitación de los servicios para los usuarios, sino el mejoramiento de los mecanismos de autogestión entre ambos, tendientes a consolidar la eficiencia del sistema".
Entre los disertantes se encuentran médico y periodista Nelson Castro, el neonatólogo Luis Prudent y el titular de la Asociación Médica Argentina, Elías Hurtado Hoyo. También participarán especialistas de todo el país, que estarán conectados con las conferencias a través de un sistema de satélite.
Uno de los puntos más importantes del encuentro se desarrollará cerca de las 16:30, cuando se lleve a cabo una teleconferencia sobre el tema La medicina del mañana desde el Johns Hopkins Hospital de Baltimore, Estados Unidos, considerado el principal centro de salud de ese país.
El Día del Médico fue establecido en América durante el Congreso Médico de Dallas, Texas, de 1933, como conmemoración al centenario del nacimiento de Juan Carlos Finlay. Este médico e investigador cubano hizo aportes trascendentales para la erradicación de la fiebre amarilla.En la Argentina, se implementó esta fecha por iniciativa del Colegio Médico de Córdoba. Fue avalada luego por la Confederación Médica Argentina, y oficializada por decreto del gobierno nacional en 1956.