Los orígenes del café quedan difuminados en las nebulosas de la Historia y la leyenda. Si nos atrae la primera, su historia se inicia en las llanuras de Etiopía y desde allí se extiende a Yemen donde su cultivo se describe ya en el siglo VI a. d. C. Los primeros cafés aparecen en El Cairo y la Meca, en donde nació la pasión que llega hasta nuestros días.
Sin embargo si preferimos la leyenda, los descubridores del café no serían precisamente unos portentos intelectuales, ya que se lo deberíamos a las cabras de Kaldi, un pastor árabe quien observó cómo sus animales danzaban alegremente alrededor de un arbusto del que comían sus frutos rojos. Sus dotes de observación no tardaron en hacerle pensar que la euforia de las cabras podían deberse a su consumo y el resto es... pues eso: historia.
En nuestro rincón del mundo el poder estimulante del café fue usado por los monjes del Medievo para no dejarse vencer por las tentaciones del sueño, y poder extender las vigilias y sus plegarias. Hoy en día, el café se ha convertido en el estimulante más consumido del mundo occidental. En España en particular tiene además ese aura de catalizador de creatividad, pensamiento e intercambio de ideas (las tertulias del café), y de relaciones humanas en general (quedamos a tomar un café) tan importantes en nuestra cultura. Incluso las nuevas tecnologías han respetado el concepto creando los cibercafés.
Pero, además de esos indiscutibles beneficios sociales, el café -debido a su habitual y extendido consumo- también ha atraído el interés de los investigadores en relación a temas de salud.
Para esto hemos de enfatizar que el café es, como todo producto natural, una mezcla compleja de productos biológicos, y que, en este caso, la complejidad se ve incrementada por el hecho de que la elaboración de los granos del café (ej. tueste) y su preparación (ej. expreso, turco, filtrado, etc.) hacen que el producto ingerido pueda tener efectos muy diferentes.
Sin embargo, gran parte de la evidencia apunta a que la cafeína es el compuesto responsable de los efectos neuroestimulantes observados.
Además de esos efectos bien conocidos, el consumo de café se ha estudiado en relación a las enfermedades más comunes como son las cardiovasculares y el cáncer. A este respecto, la taza la podemos ver medio vacía o medio llena.
En el primer caso, su consumo no ha demostrado una protección generalizada, y en el segundo, parece ser que tampoco se han encontrado efectos claramente negativos asociados con el consumo de café. Sin embargo hay un grupo de enfermedades, las neurológicas, en las cuales parece ser que la taza está totalmente llena (y con necesidad de ser consumida).
Estas enfermedades incluyen, desde las más comunes como la depresión y el Alzheimer a las menos comunes como es la enfermedad de Parkinson. La evidencia más reciente de esta protección neurológica nos viene de un estudio recién publicado en el 'Archives of Internal Medicine' en el que se demuestra, en más de 50.000 mujeres norteamericanas seguidas por 10 años, que el riesgo de desarrollar depresión o síntomas de depresión disminuía en un 20% entre aquellas que consumían dos o tres tazas de café con cafeína por día.
Por supuesto esto no debe interpretarse como que beber más café ofrece más protección, sino que hace referencia a la dosis más favorable en estas mujeres.
Pero la historia del café no acaba aquí. Decíamos que su consumo no se había asociado con protección 'generalizada' para otras enfermedades, pero esto puede cambiar en un futuro próximo, con la implantación de la nutrigenómica, es decir las recomendaciones nutricionales basadas en el genoma, ya que numerosos estudios han venido demostrando que aquellos que genéticamente metabolizan la cafeína rápidamente sí que se podrían beneficiar favorablemente del consumo de café y evitar sus efectos negativos, por ejemplo los relativos a la hipertensión.
Qué mejor manera, pues, de romper la oscuridad de la noche que con la negrura intensa del café, compañero inseparable de nuestras mañanas (y dependiendo de nuestros genes) también de las tardes y las noches. Como decía Voltaire, a quien se le atribuyen el consumo de entre 50 y 72 tazas al día: "Claro que el café es un veneno lento; hace cuarenta años que lo bebo".
elmundo.es
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