Está bien: se supone que hay poco de científico en el trabajo de oficina, más allá de que uno se puede enamorar como en La Tregua o pasar aventuras de ficción como en The office. Pero ya sabemos que la ciencia está ahí, esperándonos en las reuniones de directorio, en la máquina de café o en los juegos que escondemos en cuanto aparece el jefe. Es sólo cuestión de buscarla y, como siempre, pasarla bomba entre experimentos e hipótesis oficinescas.
Empecemos por el jefe y los chupamedias de siempre: ¿les sirve de algo la obsecuencia? Al parecer, sí, según afirma un trabajo publicado hace unos años en el Journal of Personality and Social Psychology. En este experimento realizado en Holanda, un grupo de jefes recibió comentarios (ficticios) de sus subordinados (también ficticios) sobre el personal directivo de la empresa. Pues bien: cuando se los inducía a creer que los comentarios maravillosos (es muy talentoso/a, es un placer trabajar con él/ella) se referían a ellos mismos, los sujetos tendían a considerar mucho mejor a sus empleados, pero si los elogios eran para otro, obviamente se consideraba que con esas viles tácticas no llegarían a nada. ¡Olfas del mundo, uníos!
Claro que los jefes también tienen sus métodos científicos. Por ejemplo, jugar al Gran Hermano con carteles que indican que los están mirando. Un cartel con ojos mirones frente a la máquina de café, junto a la cual hay que dejar la contribución mensual para comprar los insumos necesarios, hace que los empleados cumplan con su óbolo, comparado con poner un cartel de paisajes y flores. Big brother is watching you. Más aún: el jefe puede mandar su avatar (o sea, su persona virtual) al trabajo, proyectar la imagen en una especie de globo tridimensional e incluso así arreglárselas para que esa manga de vagos termine con el informe a tiempo, Eso sí: algo que no debe hacer el buen jefe es prohibir que se masque chicle en la oficina, ya que hay pruebas científicas que comprueban que esta actividad mejora la memoria. Imaginen el cuadro: en un laboratorio, un grupo de voluntarios mascaba chicles de menta, otros masticaban sin nada en la boca y un tercer grupo papaba moscas alegremente. El primer grupo recordó más palabras de una lista que los otros dos, tal vez porque aumenta la frecuencia cardíaca y se liberan hormonas que actúan sobe el cerebro (no por el chicle, sino por salivar).
Si el objetivo es mantener el lugar de trabajo limpio y reluciente, nada mejor que echar un poco de perfume con aroma a limón: en un experimento, y luego de comer galletitas, aquellos participantes sometidos al olor a limpio no dejaron ninguna miguita en la mesa, en comparación con el grupo control. Los olores tienen una tremenda influencia en nuestro comportamiento, incluyendo nuestros hábitos de orden y limpieza (y vamos todos por el premio al empleado del mes, ¿verdad?).
Pero ojo: si hay que incentivar a los subordinados, la cosa no es tan simple. La cultura del bono o premio por productividad no necesariamente tiene todas las de ganar (tal vez funcione en el corto plazo, pero no hay pruebas concluyentes de que aumente la motivación de los empleados). Ultimamente está apareciendo la idea de que la motivación debería venir por otros medios y no sólo por una retribución monetaria (claro que esto funciona solamente para empleados con algo de ganas de ir a trabajar por la empresa).
Esto no es todo. La ciencia ofrece nuevas estrategias para sobrevivir en la oficina. Por ejemplo, no mandar correos electrónicos grupales, ya que la tasa de respuesta es mucho menor que si nos tomamos el trabajo de enviarlos individualmente. O bien, a la hora de elegir el tipo de letra de un documento, optar por las tradicionales (como la famosa Times New Roman) y no por las raras, cursivas y firuletescas, de manera de asegurarse un ranking de más inteligente. Y cuando tengamos que mandar el informe de mano en mano, siempre conviene agregarle un papelito autoadhesivo pidiendo la opinión: mejora mucho la tasa de respuesta (no por nada el paper científico que lo describe se titula una influencia pegajosa).
Pero tal vez el premio mayor se lo lleve el deporte oficinesco por excelencia: tirar papeles al cesto de basura. En este nunca bien ponderado ejercicio, todo entra en juego: el control motor fino de los músculos del hombro, el brazo y la mano, la corrección cibernética de la dirección del tiro oblicuo, el cálculo en tiempo real de interferencias tales como una ventana abierta o un ventilador. En fin, la ciencia en estado puro. Así que ya saben: la próxima vez que los sorprendan en tan noble actividad, podrán explicar que sus actos obedecen al noble propósito de conocer mejor a la misteriosa naturaleza.
Por Diego Golombek | LA NACION.COM
Doctor en Ciencias Biológicas
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