Normas que existen pero no se cumplen; estrategias pedagógicas que no despiertan deseos de aprender; faltas de respeto y malos tratos de alumnos a docentes y de docentes a alumnos; profesores desinteresados; violencia y sensación de inseguridad: todos factores de una escuela que expulsa. Esa fue la conclusión de una investigación realizada por la Fundación Cimientos después de escuchar a los protagonistas del fenómeno: 51 estudiantes de los primeros tres años del secundario con materias pendientes de aprobación, altos porcentajes de inasistencia, antecedentes de repitencia o que reingresaron a la escuela después de haber dejado sus estudios. En diciembre de 2008, la CTA denunciaba, desde su Instituto de Estudios y Formación, que el 14,2% del total de menores de 18 años –casi dos millones de jóvenes– no asisten o nunca asistieron a un establecimiento educativo. Un panorama todavía más desalentador son las progresivas tasas de repitencia y abandono que se registran en la escuela media desde 2002. El problema de la terminalidad del nivel secundario se advierte en la creciente brecha que existe entre la matrícula y el número de egresados.
La fundación Cimientos, que desde 1997 promueve la igualdad de oportunidades educativas, reconoce factores externos (socioeconómicos, especialmente) relacionados con el abandono escolar, pero también destaca ciertas características del dispositivo escolar que fomentan la exclusión de los chicos del sistema educativo argentino.
Durante dos años, Graciela Krichesky, del área de Investigación y Desarrollo de Programas de Cimientos, dirigió una investigación cualitativa que se propuso comprender por qué los jóvenes abandonan la escuela media, ahondando en la inclusión desde la perspectiva de los propios estudiantes. “Un chico está incluido cuando en la escuela aprende, puede seguir y decir que la escuela le está dando algo que es significativo para su vida –explica Krichesky–. Desde la investigación existe la figura de ‘chicos desenganchados’, que son los chicos que van a veces a la escuela, con un índice de ausentismo altísimo, y no llevan carpetas, no siguen al profesor, no están al tanto de lo que pasa... simplemente van. Ese chico, obviamente, no está incluido.”
Para el trabajo de campo se seleccionaron cuatro escuelas con altos índices de abandono escolar, que brindan Educación Secundaria Básica (ESB) en la localidad de Berazategui, al sur del segundo cordón bonaerense. Durante 2007 y 2008, en las instituciones se realizaron entrevistas individuales y grupales (focus groups) a 51 estudiantes de los primeros tres años con problemas de escolaridad.
A través de las representaciones sociales de los jóvenes, de sus percepciones y de los relatos de sus experiencias, surgieron factores que actúan como barreras para la inclusión educativa: contenidos, actividades y explicaciones que se repiten en un espacio escolar poco acogedor, sucio, roto, sin pintura ni mantenimiento donde se pasa mucho tiempo y de manera entrecortada por las numerosas inasistencias de alumnos y docentes y la reiterada suspensión de clases.
Krichesky revela: “La escuela es muy lenta, tiene un ritmo que, cuando les pedimos a los chicos que lo comparen con algo, decían ‘es como un caracol o una tortuga’. Y los chicos, fuera de la escuela, viven a un ritmo muy rápido. No es el ritmo de la cultura juvenil.”
Los resultados parecieran reflejar que las características que asume el dispositivo escolar deja a los estudiantes con escasas posibilidades de construcción de un saber y de proyección hacia lo desconocido. Sin embargo, del diálogo con los alumnos también surge que la escuela todavía mantiene cierto capital simbólico acumulado y distribuido en el espacio social. Es decir, aún posee herramientas para reinventarse y dar respuestas a los jóvenes que la transitan.
“Todavía no podemos pensar una sociedad sin escuela. Pero se necesita un esfuerzo de imaginación para que la escuela cambie y pueda ofrecer mucho más de lo que está ofreciendo a los que menos tienen”, afirma Krichesky.
Los cuatro establecimientos seleccionados para la investigación reciben alumnos provenientes de familias con necesidades básicas insatisfechas. Esta situación socioeconómica de los hogares encabeza la lista de factores externos relacionados con el abandono escolar. Los jóvenes que trabajan durante la cursada del secundario y aquellos con padres que sólo completaron la primaria también tienen mayores posibilidades de deserción.
El abandono escolar, entonces, difiere según el estrato de ingresos. Siguiendo la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que realiza el INDEC, la asistencia a la escuela de los sectores más pobres comienza a caer a partir de los 13 años.
En las entrevistas, los estudiantes también identificaron estrategias que realizan las escuelas para intentar retenerlos. Por ejemplo, se les permite faltar y no se lleva un registro de inasistencias, los dejan volver a la escuela en cualquier momento del año después de abandonar, suelen aprobarles el año con sólo tener la carpeta completa y hasta les permiten aprobar materias sin rendir.
Estas estrategias de retención de las escuelas logran una inclusión formal de los alumnos en el sistema educativo y una exclusión real del conocimiento. La pregunta sería entonces, ¿sirve que los jóvenes estén incluidos formalmente en la escuela pero “desenganchados” de los procesos de aprendizaje?
criticadigital.com
La fundación Cimientos, que desde 1997 promueve la igualdad de oportunidades educativas, reconoce factores externos (socioeconómicos, especialmente) relacionados con el abandono escolar, pero también destaca ciertas características del dispositivo escolar que fomentan la exclusión de los chicos del sistema educativo argentino.
Durante dos años, Graciela Krichesky, del área de Investigación y Desarrollo de Programas de Cimientos, dirigió una investigación cualitativa que se propuso comprender por qué los jóvenes abandonan la escuela media, ahondando en la inclusión desde la perspectiva de los propios estudiantes. “Un chico está incluido cuando en la escuela aprende, puede seguir y decir que la escuela le está dando algo que es significativo para su vida –explica Krichesky–. Desde la investigación existe la figura de ‘chicos desenganchados’, que son los chicos que van a veces a la escuela, con un índice de ausentismo altísimo, y no llevan carpetas, no siguen al profesor, no están al tanto de lo que pasa... simplemente van. Ese chico, obviamente, no está incluido.”
Para el trabajo de campo se seleccionaron cuatro escuelas con altos índices de abandono escolar, que brindan Educación Secundaria Básica (ESB) en la localidad de Berazategui, al sur del segundo cordón bonaerense. Durante 2007 y 2008, en las instituciones se realizaron entrevistas individuales y grupales (focus groups) a 51 estudiantes de los primeros tres años con problemas de escolaridad.
A través de las representaciones sociales de los jóvenes, de sus percepciones y de los relatos de sus experiencias, surgieron factores que actúan como barreras para la inclusión educativa: contenidos, actividades y explicaciones que se repiten en un espacio escolar poco acogedor, sucio, roto, sin pintura ni mantenimiento donde se pasa mucho tiempo y de manera entrecortada por las numerosas inasistencias de alumnos y docentes y la reiterada suspensión de clases.
Krichesky revela: “La escuela es muy lenta, tiene un ritmo que, cuando les pedimos a los chicos que lo comparen con algo, decían ‘es como un caracol o una tortuga’. Y los chicos, fuera de la escuela, viven a un ritmo muy rápido. No es el ritmo de la cultura juvenil.”
Los resultados parecieran reflejar que las características que asume el dispositivo escolar deja a los estudiantes con escasas posibilidades de construcción de un saber y de proyección hacia lo desconocido. Sin embargo, del diálogo con los alumnos también surge que la escuela todavía mantiene cierto capital simbólico acumulado y distribuido en el espacio social. Es decir, aún posee herramientas para reinventarse y dar respuestas a los jóvenes que la transitan.
“Todavía no podemos pensar una sociedad sin escuela. Pero se necesita un esfuerzo de imaginación para que la escuela cambie y pueda ofrecer mucho más de lo que está ofreciendo a los que menos tienen”, afirma Krichesky.
Los cuatro establecimientos seleccionados para la investigación reciben alumnos provenientes de familias con necesidades básicas insatisfechas. Esta situación socioeconómica de los hogares encabeza la lista de factores externos relacionados con el abandono escolar. Los jóvenes que trabajan durante la cursada del secundario y aquellos con padres que sólo completaron la primaria también tienen mayores posibilidades de deserción.
El abandono escolar, entonces, difiere según el estrato de ingresos. Siguiendo la Encuesta Permanente de Hogares (EPH) que realiza el INDEC, la asistencia a la escuela de los sectores más pobres comienza a caer a partir de los 13 años.
En las entrevistas, los estudiantes también identificaron estrategias que realizan las escuelas para intentar retenerlos. Por ejemplo, se les permite faltar y no se lleva un registro de inasistencias, los dejan volver a la escuela en cualquier momento del año después de abandonar, suelen aprobarles el año con sólo tener la carpeta completa y hasta les permiten aprobar materias sin rendir.
Estas estrategias de retención de las escuelas logran una inclusión formal de los alumnos en el sistema educativo y una exclusión real del conocimiento. La pregunta sería entonces, ¿sirve que los jóvenes estén incluidos formalmente en la escuela pero “desenganchados” de los procesos de aprendizaje?
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