Alejandra Rey
Esa tarde cuando leyó el diario escrito con letra apretada no se sorprendió, ni siquiera sintió pena ni sorpresa, nada. Más tarde, mucho más tarde, un sentimiento que la persiguió durante varios años se adueñó de su hambreado cuerpecito: era enojo, ira, bronca, lo mismo que había sentido cuando volvió a pisar las calles nada inocentes de la eterna Amsterdam.
La señora Miep Gies, la guardadora de los Frank en su casa durante la carnicería hitleriana, había encontrado el diario de Ana y se lo había dado a su padre, Otto, único sobreviviente de la familia después de que los nazis la deportaron al campo de exterminio de Bergen Belsen, cuando la niña tenía 13 años, donde murió de tifus poco antes de la liberación.
Y ahora Otto, con su insistencia dale que te dale mostrando el diario de su hija a todo el mundo, y ella, Eva Schloss, que no lo soportaba, sobre todo porque su mamá, Fritzi, festejaba todo lo que hacía y decía el señor Frank. Y no lo soportaba porque ella había pasado por lo mismo: hambre, encierro, comida de caridad, la muerte de su padre y de su hermano en Auschwitz... Como Ana, Eva y su familia también habían sido entregadas a la maquinaria asesina alemana por unos marcos, pero nadie se compadecía de sus miserias. En cambio, de Ana sí. De Ana todos hablaban.
Es que la guerra saca lo peor de cada uno. En la guerra no hay censura ni piedad, todo parece permitido e inmediato y la envidia se transforma en masacre; los celos, en crímenes de lesa humanidad; el oportunismo, en robo de comida. No hay dignidad. No hay amor. Eva, por todo esto, odiaba a Ana Frank, su futura hermanastra post mórtem.
"La diferencia era que ella había muerto y yo estaba viva y era muy pequeña para darme cuenta. Yo tenía ira porque me había pasado lo mismo que a Ana y nadie se compadecía de mí y porque habían muerto mi padre y mi hermano. Sentía tanto enojo que me comportaba mal con mi madre. Entonces, le pidió a Otto Frank que me hablara. Con el tiempo, las cosas fueron cambiando."
Tanto cambiaron que Fritzi y Otto se casaron y él pasó a ser el hombre de la casa, el que la educó y la quiso como a una hija, su padrastro. Una historia extraña, terrible, secreta como el carácter de esta embajadora del respeto por las víctimas del Holocausto, que no parece conmoverse por nada y que habla de Ana Frank sin dolor ni pasión, pero con lealtad.
La familia Schloss llegó desde su Viena natal a Amsterdam en febrero de 1940, cuando ya Hitler había empezado a demostrar el poder devastador y el odio criminal a los judíos. Eva y los suyos se asentaron en un barrio bonito de la capital holandesa, cerca de una plaza. "Teníamos 11 años y yo era diferente de Ana, más varonil, pero igual compartíamos cosas", cuenta Eva.
Esa especie de felicidad y juegos, sin embargo, duraría pocos meses, porque en mayo de 1940 los nazis invadieron Holanda y, a partir de allí, las cosas para los judíos se pusieron cada vez más difíciles. "Todos los días aparecían cosas nuevas que no podíamos hacer y eso fue creciendo con el tiempo hasta que prohibieron que los niños judíos asistiéramos a la escuela y compartir cosas con amigos cristianos. No dejaron a nuestros padres trabajar y al final nos obligaron a salir con la estrella amarilla en las ropas", cuenta Eva.
-¿Cuándo decidieron esconderse?
-El día que llegó la orden de deportar a mi hermano, supuestamente para trabajar.
Tanto la familia Frank como los Schloss, cuyos hijos varones tenían 16 años, habían recibido la orden de entregar a los muchachos, pero ellos se negaron y decidieron esconderse en casas de acogidas, en baños, salas ínfimas, desvanes, agujeros, de dos en dos.
"Yo era muy deportista -dice esta mujer de 81 años, casada, madre de tres hijos, abuela, fotógrafa y residente en Londres- y me aburría muchísimo encerrada. No me gustaba ni leer ni escribir, que era lo que me aconsejaba mi madre. Mamá me irritaba tremendamente porque trataba de enseñarme y yo no quería. Yo quería ser libre."
Lo peor, cuenta Eva, era la noche porque era cuando los nazis golpeaban duro buscando a gente de la resistencia y a judíos, y dormir se hacía difícil. Durante el día Eva y algunas amigas lograban salir de su escondite con documentos falsos, aunque siempre la paraban, "pero el color de ojos, mi aspecto, me salvaba siempre", dice.
Y acota: "Yo seguía enojada. Para mí era vital poder andar por la calle.
-¿Y salía con Ana?
-No, a Ana nunca más la vi porque ellos se habían escondido antes que nosotros. Igual, antes de los nazis tampoco nos veíamos mucho porque éramos diferentes.
En mayo de 1944 cuenta la hermanastra post mórtem de Ana Frank, la familia Schloss, los Frank y tantos otros fueron traicionados por una enfermera que trabajaba para los dos bandos.
-¿Recuerda el nombre de esa mujer?
-No. Corríamos mucho riesgo todo el tiempo y esa mujer se había presentado como una persona de la resistencia. Y nos convenció a muchos de que debíamos abandonar esa casa donde estábamos escondidos por una más segura. Nos llevó y nos arrestaron. Ella cobraba por cada judío que entregaba y llegó a delatar a 200 o más. Supe después que por ese tema recibió cuatro años de cárcel.
Una ironía. La banalidad del mal, como definió Hannah Arendt. Una frase que Otto Frank y otros tantos judíos no pudieron entender jamás y Eva tampoco. Porque ella y su madre, las únicas de la familia que se salvaron de la muerte, volvieron a Amsterdam hambreadas y alquilaron el mismo departamento en el que habían estado cuando eran libres.
"La familia que nos alquilaba era cristiana y nos prestaron los muebles. Después de nosotros fueron llegando otros desplazados, como Otto, que no tenían nada, absolutamente nada, se habían llevado todos los muebles y Gies lo dejó quedarse con ella en su casa", dice Eva.
Entonces, Otto comenzó a frecuentar la casa de Fritzi, una Fritzi dolida y doliente por esa hija "llena de odio, desconfiada, difícil" en que se había convertido Eva. "Yo amaba a mi madre, pero estaba furiosa y no le ayudaba con nada y ella le pedía a Otto que me aconsejara."
-¿Cómo se salvó de la cámara de gas?
-Por una enfermera.
Curioso, tremendamente curioso que la vida y la muerte de esta mujer haya estado signada por la presencia de enfermeras: una la vendió, la otra la salvó de la muerte.
Porque Fritzi, que le daba su ración diaria de comida a Eva, estaba muy delgada y fue seleccionada por Josef Mengele para morir en la cámara de gas: ya no servía para nada. Sin embargo, pocas horas antes de la muerte, la condenada Fritzi se encontró con una prima que trabajaba en el hospital junto al genocida y prometió interceder por ella.
El alba del día de la muerte la madre de Eva fue separada por Mengele de la fila que ingresó en el infierno Birkenau. El médico asesino la llamó por su número y le salvó la vida, pero Eva sólo se enteró tres meses después de que su madre aún vivía y de que la prima también se había salvado: fue cuando las liberaron.
"Mi madre debió salir a trabajar cuando llegamos a Holanda y hasta subalquilamos una cama que había para tener algo de dinero. Por entonces yo tenía 16 años y una malísima relación con ella. Y cuando apareció Otto todo fue peor."
-Pero ¿por qué? La verdad es que no entiendo. Disculpe, pero se me hace imposible pensar que se llevaba mal con su madre.
-Es que extrañaba mucho a mi padre, no quería a nadie, no estaba abierta al amor, más bien al odio. Otto hizo muchos esfuerzos para acercarse a mí, hasta me llevó a Londres para difundir el mensaje de Ana y, sin embargo, no nos queríamos mucho.
-¿Usted no quería vivir?
-Parece que no. Yo no recuerdo nada, pero me dicen que mi madre encontró tres hojas escritas por mí en las que ponía lo infeliz que era, que mi madre no me entendía y que me quería morir, quitarme la vida. Todavía conservo eso, lo encontré entre los papeles de ella cuando murió. Pero hay una explicación: yo sentía una gran frustración, porque quería hablar, que me escucharan, pero nadie quería oír esas historias.
Eva dice que Otto nunca se lo confesó, pero ella sospecha que él sabía del rencor que le guardaba a él y a Ana y del dolor que le causaba que la historia se conociera a nivel mundial y la suya, la propia, tan terrible, pasara sin pena ni gloria.
Hasta que en 1952 volvió a leer el diario de Ana Frank traducido al inglés y su vida cambió. Desde entonces, Eva va por el mundo contando su desesperada historia con palabras calmas. Es, técnicamente, la hermanastra post mórtem de Ana, pero, antes, es la sobreviviente de una de las historias más horrorosas, pensadas y ejecutadas por el hombre: el Holocausto.
lanacion.com
Esa tarde cuando leyó el diario escrito con letra apretada no se sorprendió, ni siquiera sintió pena ni sorpresa, nada. Más tarde, mucho más tarde, un sentimiento que la persiguió durante varios años se adueñó de su hambreado cuerpecito: era enojo, ira, bronca, lo mismo que había sentido cuando volvió a pisar las calles nada inocentes de la eterna Amsterdam.
La señora Miep Gies, la guardadora de los Frank en su casa durante la carnicería hitleriana, había encontrado el diario de Ana y se lo había dado a su padre, Otto, único sobreviviente de la familia después de que los nazis la deportaron al campo de exterminio de Bergen Belsen, cuando la niña tenía 13 años, donde murió de tifus poco antes de la liberación.
Y ahora Otto, con su insistencia dale que te dale mostrando el diario de su hija a todo el mundo, y ella, Eva Schloss, que no lo soportaba, sobre todo porque su mamá, Fritzi, festejaba todo lo que hacía y decía el señor Frank. Y no lo soportaba porque ella había pasado por lo mismo: hambre, encierro, comida de caridad, la muerte de su padre y de su hermano en Auschwitz... Como Ana, Eva y su familia también habían sido entregadas a la maquinaria asesina alemana por unos marcos, pero nadie se compadecía de sus miserias. En cambio, de Ana sí. De Ana todos hablaban.
Es que la guerra saca lo peor de cada uno. En la guerra no hay censura ni piedad, todo parece permitido e inmediato y la envidia se transforma en masacre; los celos, en crímenes de lesa humanidad; el oportunismo, en robo de comida. No hay dignidad. No hay amor. Eva, por todo esto, odiaba a Ana Frank, su futura hermanastra post mórtem.
"La diferencia era que ella había muerto y yo estaba viva y era muy pequeña para darme cuenta. Yo tenía ira porque me había pasado lo mismo que a Ana y nadie se compadecía de mí y porque habían muerto mi padre y mi hermano. Sentía tanto enojo que me comportaba mal con mi madre. Entonces, le pidió a Otto Frank que me hablara. Con el tiempo, las cosas fueron cambiando."
Tanto cambiaron que Fritzi y Otto se casaron y él pasó a ser el hombre de la casa, el que la educó y la quiso como a una hija, su padrastro. Una historia extraña, terrible, secreta como el carácter de esta embajadora del respeto por las víctimas del Holocausto, que no parece conmoverse por nada y que habla de Ana Frank sin dolor ni pasión, pero con lealtad.
La familia Schloss llegó desde su Viena natal a Amsterdam en febrero de 1940, cuando ya Hitler había empezado a demostrar el poder devastador y el odio criminal a los judíos. Eva y los suyos se asentaron en un barrio bonito de la capital holandesa, cerca de una plaza. "Teníamos 11 años y yo era diferente de Ana, más varonil, pero igual compartíamos cosas", cuenta Eva.
Esa especie de felicidad y juegos, sin embargo, duraría pocos meses, porque en mayo de 1940 los nazis invadieron Holanda y, a partir de allí, las cosas para los judíos se pusieron cada vez más difíciles. "Todos los días aparecían cosas nuevas que no podíamos hacer y eso fue creciendo con el tiempo hasta que prohibieron que los niños judíos asistiéramos a la escuela y compartir cosas con amigos cristianos. No dejaron a nuestros padres trabajar y al final nos obligaron a salir con la estrella amarilla en las ropas", cuenta Eva.
-¿Cuándo decidieron esconderse?
-El día que llegó la orden de deportar a mi hermano, supuestamente para trabajar.
Tanto la familia Frank como los Schloss, cuyos hijos varones tenían 16 años, habían recibido la orden de entregar a los muchachos, pero ellos se negaron y decidieron esconderse en casas de acogidas, en baños, salas ínfimas, desvanes, agujeros, de dos en dos.
"Yo era muy deportista -dice esta mujer de 81 años, casada, madre de tres hijos, abuela, fotógrafa y residente en Londres- y me aburría muchísimo encerrada. No me gustaba ni leer ni escribir, que era lo que me aconsejaba mi madre. Mamá me irritaba tremendamente porque trataba de enseñarme y yo no quería. Yo quería ser libre."
Lo peor, cuenta Eva, era la noche porque era cuando los nazis golpeaban duro buscando a gente de la resistencia y a judíos, y dormir se hacía difícil. Durante el día Eva y algunas amigas lograban salir de su escondite con documentos falsos, aunque siempre la paraban, "pero el color de ojos, mi aspecto, me salvaba siempre", dice.
Y acota: "Yo seguía enojada. Para mí era vital poder andar por la calle.
-¿Y salía con Ana?
-No, a Ana nunca más la vi porque ellos se habían escondido antes que nosotros. Igual, antes de los nazis tampoco nos veíamos mucho porque éramos diferentes.
En mayo de 1944 cuenta la hermanastra post mórtem de Ana Frank, la familia Schloss, los Frank y tantos otros fueron traicionados por una enfermera que trabajaba para los dos bandos.
-¿Recuerda el nombre de esa mujer?
-No. Corríamos mucho riesgo todo el tiempo y esa mujer se había presentado como una persona de la resistencia. Y nos convenció a muchos de que debíamos abandonar esa casa donde estábamos escondidos por una más segura. Nos llevó y nos arrestaron. Ella cobraba por cada judío que entregaba y llegó a delatar a 200 o más. Supe después que por ese tema recibió cuatro años de cárcel.
Una ironía. La banalidad del mal, como definió Hannah Arendt. Una frase que Otto Frank y otros tantos judíos no pudieron entender jamás y Eva tampoco. Porque ella y su madre, las únicas de la familia que se salvaron de la muerte, volvieron a Amsterdam hambreadas y alquilaron el mismo departamento en el que habían estado cuando eran libres.
"La familia que nos alquilaba era cristiana y nos prestaron los muebles. Después de nosotros fueron llegando otros desplazados, como Otto, que no tenían nada, absolutamente nada, se habían llevado todos los muebles y Gies lo dejó quedarse con ella en su casa", dice Eva.
Entonces, Otto comenzó a frecuentar la casa de Fritzi, una Fritzi dolida y doliente por esa hija "llena de odio, desconfiada, difícil" en que se había convertido Eva. "Yo amaba a mi madre, pero estaba furiosa y no le ayudaba con nada y ella le pedía a Otto que me aconsejara."
-¿Cómo se salvó de la cámara de gas?
-Por una enfermera.
Curioso, tremendamente curioso que la vida y la muerte de esta mujer haya estado signada por la presencia de enfermeras: una la vendió, la otra la salvó de la muerte.
Porque Fritzi, que le daba su ración diaria de comida a Eva, estaba muy delgada y fue seleccionada por Josef Mengele para morir en la cámara de gas: ya no servía para nada. Sin embargo, pocas horas antes de la muerte, la condenada Fritzi se encontró con una prima que trabajaba en el hospital junto al genocida y prometió interceder por ella.
El alba del día de la muerte la madre de Eva fue separada por Mengele de la fila que ingresó en el infierno Birkenau. El médico asesino la llamó por su número y le salvó la vida, pero Eva sólo se enteró tres meses después de que su madre aún vivía y de que la prima también se había salvado: fue cuando las liberaron.
"Mi madre debió salir a trabajar cuando llegamos a Holanda y hasta subalquilamos una cama que había para tener algo de dinero. Por entonces yo tenía 16 años y una malísima relación con ella. Y cuando apareció Otto todo fue peor."
-Pero ¿por qué? La verdad es que no entiendo. Disculpe, pero se me hace imposible pensar que se llevaba mal con su madre.
-Es que extrañaba mucho a mi padre, no quería a nadie, no estaba abierta al amor, más bien al odio. Otto hizo muchos esfuerzos para acercarse a mí, hasta me llevó a Londres para difundir el mensaje de Ana y, sin embargo, no nos queríamos mucho.
-¿Usted no quería vivir?
-Parece que no. Yo no recuerdo nada, pero me dicen que mi madre encontró tres hojas escritas por mí en las que ponía lo infeliz que era, que mi madre no me entendía y que me quería morir, quitarme la vida. Todavía conservo eso, lo encontré entre los papeles de ella cuando murió. Pero hay una explicación: yo sentía una gran frustración, porque quería hablar, que me escucharan, pero nadie quería oír esas historias.
Eva dice que Otto nunca se lo confesó, pero ella sospecha que él sabía del rencor que le guardaba a él y a Ana y del dolor que le causaba que la historia se conociera a nivel mundial y la suya, la propia, tan terrible, pasara sin pena ni gloria.
Hasta que en 1952 volvió a leer el diario de Ana Frank traducido al inglés y su vida cambió. Desde entonces, Eva va por el mundo contando su desesperada historia con palabras calmas. Es, técnicamente, la hermanastra post mórtem de Ana, pero, antes, es la sobreviviente de una de las historias más horrorosas, pensadas y ejecutadas por el hombre: el Holocausto.
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