Además de sentarse a esperar turno en un consultorio médico, ¿qué otra cosa pueden hacer las mujeres para que nos dignemos a mencionar sus apellidos? Porque si bien Macri se oculta detrás del Mauricio por una cuestión, digamos, familiar; las féminas parecen obligadas a andar por el mundo montadas sobre su nombre de pila debido a otras razones. ¿Elección o condicionamiento machista? Me inclino por lo segundo. Ni siquiera llegar a la presidencia de la nación alcanza para romper el maleficio. El “Fernández” de Cristina duerme el sueño de los justos en su DNI. Salvo que exista una intención específica de transmitir calidez o cercanía, a ningún medio se le ocurriría llamar Juan Domingo a Perón, José a San Martín o Ernesto a Sabato.
¿Pasa lo mismo con las mujeres?
¿Pasa lo mismo con las mujeres?
Difícil que Clarín llame a la Presidenta Cristina a secas (es moneda corriente en sus titulares) con el objetivo de acercarla a la población o congraciarse con ella. Más bien parece una especie de ninguneo que fue creciendo a medida que se agudizaba la pelea del grupo con el Gobierno; trato desdeñoso que, por otra parte, es común a todo el universo de lo femenino. Y no sólo cuando hay un interés de “lastimar”. Los halagos también están acompañados de cierta orfandad. La norma es más o menos así: si una mujer no aparece con su nombre de pila, por lo general, va asociada al apellido del marido. Cristina Fernández es un caso extremo, siempre se la llama Cristina o Cristina Kirchner, mutilación del “de” que resulta sospechosa. En esta línea, Néstor es su propietario, ambos representan lo mismo; simbiosis que, independientemente de que sea verdad o no, jamás se usa al revés. Nadie llega al punto de decir Néstor Fernández. Primero, sería un insulto tan ofensivo que ni el medio más opositor se animaría a enarbolarlo a manera de bandera. Segundo, subiría las acciones de la Presidenta.
En la mujer, la pertenencia es algo dado por los usos y costumbres; herencia de un pasado de cocina y crianza de hijos. En caso de que alguien logre zafar del mote de objeto, a largo plazo, obtendrá ganancias. En el hombre, la feminización es un agravio imposible de soportar. Somos tan cerrados en nuestra mirada machista que hasta desaprovechamos la oportunidad de hacer bromas sobre que Kirchner es una especie de primera dama con pantalones. Sus propios enemigos lo cuidaron mostrándolo como un hombre fuerte que seguía manejando a la esposa a su antojo. Incluso, para golpear a un macho somos machistas. Nos enojamos con el kirchnerismo y la única idea brillante que se nos ocurre es afirmar que el ex presidente conduce a su señora. Lo extraño es que si hay algo que podría dañarlo es instalar justamente lo contrario. ¿Se entiende?
En tantos años de odios cruzados no vimos una sola caricatura de Kirchner con delantal o haciendo tareas domésticas. Lo interesante no es que se le pegue a la Presidenta, importa cómo y dónde se le pega. Es notable que, aun cuando se los tilda de corruptos, los hombres son mencionados por su apellido. Es más, hoy por hoy, nadie le diría Ricardo a Jaime ya que semejante confianza podría confundirse con complicidad. En el otro extremo, María Julia pasó a la historia desguazada del Alsogaray, y eso que era una de las dinastías más conocidas de la Argentina.
En la mujer, la pertenencia es algo dado por los usos y costumbres; herencia de un pasado de cocina y crianza de hijos. En caso de que alguien logre zafar del mote de objeto, a largo plazo, obtendrá ganancias. En el hombre, la feminización es un agravio imposible de soportar. Somos tan cerrados en nuestra mirada machista que hasta desaprovechamos la oportunidad de hacer bromas sobre que Kirchner es una especie de primera dama con pantalones. Sus propios enemigos lo cuidaron mostrándolo como un hombre fuerte que seguía manejando a la esposa a su antojo. Incluso, para golpear a un macho somos machistas. Nos enojamos con el kirchnerismo y la única idea brillante que se nos ocurre es afirmar que el ex presidente conduce a su señora. Lo extraño es que si hay algo que podría dañarlo es instalar justamente lo contrario. ¿Se entiende?
En tantos años de odios cruzados no vimos una sola caricatura de Kirchner con delantal o haciendo tareas domésticas. Lo interesante no es que se le pegue a la Presidenta, importa cómo y dónde se le pega. Es notable que, aun cuando se los tilda de corruptos, los hombres son mencionados por su apellido. Es más, hoy por hoy, nadie le diría Ricardo a Jaime ya que semejante confianza podría confundirse con complicidad. En el otro extremo, María Julia pasó a la historia desguazada del Alsogaray, y eso que era una de las dinastías más conocidas de la Argentina.
La lista de mujeres a las que se les robó el apellido es interminable. Alfonsina, como dice la canción, se fue con su soledad a buscar poemas nuevos. Eso sí, su apellido quedó varado en tierra firme. Es cierto que Storni no es muy “musical”, pero de ahí a eliminarlo de la canción que la inmortalizó hay mucha distancia. Desde “Perona” hasta “Capitana” a Evita le dijeron de todo; de todo menos Duarte, por supuesto. A Isabelita no le fue mejor y el O´Gorman de Camila se usa sólo para señalar su pertenencia a una familia de clase alta. La Legrand es Mirtha y la Giménez, Susana. ¿Cuál es el apellido de soltera de Chiche Duhalde? Lo que es peor, ¿a quién le importa? Aunque lo que revolea es el poncho, lo que se le cayó a la Sole es su nombre completo. Victoria Ocampo era una de las pocas que lograba zafar y, sin embargo, a medida que su leyenda crece, el Ocampo va desapareciendo. Otro caso similar es la Merello que con los años está posicionándose como “Tita de Buenos Aires”. También existe una competencia feroz entre Carrió y Lilita. ¿Hay excepciones? Claro. Pero se trata de mujeres malísimas y odiadas. La Thatcher nunca será Margaret. En todo este entuerto machista hay algo muy interesante: mientras el nombre marca el género, el apellido indica la pertenencia, habla de las raíces de una persona. Se porten bien o se porten mal, frente a la sociedad, las mujeres tienen su identidad escamoteada. Si bien es cierto que hay muchos proyectos de ley dando vuelta que intentan solucionar esto, se ve que por ahora los machistas están en lo cierto: las mujeres son todas unas guachas; manera poco elegante de decir huérfanas.
Por Omar Bello Filósofo y publicista.
Por Omar Bello Filósofo y publicista.
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