Por Matías Loewy
Su mamá, Sara, tiene un cáncer ginecológico avanzado, pero Jorge Rovner (47) no se permite el enojo ni se rinde al abatimiento. Prefiere la compasión. “Hay que tomar el mundo tal cual es”, dice. “El sufrimiento muchas veces está ligado a una forma errónea de ver el Universo”. En un café del Microcentro porteño, Rovner cuenta que se hizo budista antes de recibirse de médico y psiquiatra, influenciado, entre otros, por Jorge Luis Borges. “Para mí el budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación. No para mí, pero para millones de hombres”, había señalado el escritor en una conferencia de 1977. Pero Rovner, ex director de ensayos clínicos para América Latina de una multinacional farmacéutica, ex presidente de la Asociación Argentina de Marketing Médico y profesor titular de Psiquiatría de la UBA, siempre había pensado que su faceta espiritual no se tenía que mezclar con el ejercicio de su profesión. Que iban por caminos distintos. Que la medicación y las psicoterapias convencionales eran las únicas herramientas efectivas para aliviar el malestar psíquico.
Ya no piensa igual. Poco a poco, “casi de un modo natural e imperceptible”, Rovner empezó a incorporar conceptos de su filosofía de vida en el consultorio; por ejemplo, el rol de la codicia en la génesis del sufrimiento. Luego advirtió que había puntos posibles de contacto entre el espíritu del budismo y muchos de los sistemas terapéuticos hoy aprobados, como la terapia cognitivo-comportamental y la Gestalt. Y que esos principios no entraban en contradicción, sino que podían complementar el tratamiento con psicofármacos. Fue una epifanía. “La medicación es utilísima —afirma—, pero no hay fármaco que permita desarrollar en el paciente conceptos como la compasión con uno y con los demás, o vivir y actuar en el tiempo presente sin quedarse amarrado en el pasado”. Rovner bautizó su síntesis como “psiquiatría zen”, y acaba de fundar la Asociación Argentina de Psiquiatría Basada en el Budismo. Frente a la desconfianza de los terapeutas más ortodoxos, confía en que la corriente va a crecer mucho. “Yo siento que la sociedad está madura para esto”, dice.
No es la primera vez que la espiritualidad, en un sentido amplio, incursiona en el terreno de la ciencia y la medicina. En uno de los estudios más difundidos, de 2001, Richard Davidson, un neurocientífico estadounidense de la Universidad de Wisconsin, analizó imágenes cerebrales de lamas en meditación y descubrió una activación de áreas y circuitos neuronales que, se cree, se relacionan con la felicidad. Durante la última década, los trabajos publicados en revistas médicas serias que estudian la relación entre espiritualidad y salud crecieron más de 300 por ciento, de 145 en el año 2000 a 481 en 2009 (aunque, como aclara el filósofo agnóstico Daniel Dennett en su libro “Romper el hechizo”, los posibles beneficios terapéuticos son independientes del hecho de que las creencias sean ciertas o no).
Por otro lado, hay estudios que muestran que la participación en rituales, oraciones, mantras, peregrinajes, visitas a templos o santuarios y ejercicios de meditación o yoga mejoran el estado de ánimo, la presión arterial, la oxigenación de los tejidos, la tolerancia al dolor y la inmunidad, señala la médica Mirta De Giuli, miembro del capítulo de Espiritualidad de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA). “Pero la apertura desde la psiquiatría a este enfoque (espiritual) es muy reciente y tiene poca difusión”, lamenta.
Rovner sostiene que su enfoque terapéutico no requiere que los pacientes sean creyentes ni que abandonen sus convicciones religiosas. “Personas con mucho escepticismo encuentran en el budismo un sistema lógico, ético y práctico de ver el mundo”, asegura. Y enumera un decálogo de principios que, basados en su filosofía milenaria, sustentan la nueva psicoterapia:
1. El tratamiento es aquí y ahora. A diferencia del psicoanálisis, no es obligatorio que la genética y las experiencias del pasado condicionen el presente. “Uno puede nacer todos los días. Y no necesita permiso de nadie para hacerlo”, dice Rovner.
2. El sufrimiento es la experiencia humana por definición, “inherente a la vida”. Y se amplifica más cuando uno se niega a aceptar que forma parte de las reglas de juego del mundo en que vivimos.
3. Sólo una parte muy pequeña del Universo se revela a las personas, “aunque sea doloroso para el ego”.
4. Nuestras emociones, sobre todo las llamadas “negativas”, están tan destinadas a desaparecer como las alegrías extremas. Y como el propio “yo”. Según Rovner, aceptar la impermanencia suele traer alivio (Borges graficó alguna vez el concepto de impermanencia budista con la anécdota de un brahmán que expuso la doctrina a un soldado de Alejandro de Macedonia. El soldado lo dejó hablar y luego lo derribó de un puñetazo. Ante las protestas del brahmán, el converso le respondió: "Ni yo fui quien golpeó, ni eres tú el golpeado”).
5. Deben evitarse creencias sin fundamento empírico. No existe la justicia o la injusticia en el Universo, ni las cosas buenas o malas “ocurren por algo”. Buscar el sentido de la vida puede agravar el padecimiento.
6. Muchos acontecimientos no tienen un porqué, o es imposible acceder a la explicación. “Admitirlo, si bien es inicialmente duro, puede ser la base para solucionar nuestros problemas”, afirma.
7. Nacer, enfermar, envejecer y morir son etapas inherentes de la vida. Y hay que aprender a aceptarlas.
8. El pasado y el futuro son creaciones. Aunque pesen, no hay nada que la persona pueda hacer con ello. Rovner dice que cuando un paciente se refiere a un dolor del pasado, suele desafiarlo para que se lo “muestre”. Tras la sorpresa inicial, el paciente admite que no puede mostrar su pasado sino sólo recordarlo. “¿Cómo puede estar condicionado a padecer por algo de lo que sólo tiene impresiones dictadas por su mente?”, lo interroga entonces.
9. Nuestra mente, muy útil en muchas áreas, no necesariamente permite salir del sufrimiento. Interrumpir el pensamiento conciente, por ejemplo, mediante la meditación, puede ser un recurso eficaz.
10. Evitar toda forma de extremismo o conceptos como el pecado y la culpa, virtudes capitales del budismo, también puede ser útil para aliviar la aflicción.
Como la psiquiatría zen, las terapias espirituales o religiosas “pueden ser tan efectivas como las psicoterapias clásicas o la medicación”, señala a Newsweek Everett Worthtington, presidente de la división “Psicología de la Religión” de la Asociación Psicológica de EE. UU. Pero los seguidores de Buda podrían tener una ventaja competitiva en ese terreno respecto a otros creyentes. Brendan Kelly, del Colegio Universitario de Dublín, Irlanda, explica en la revista “Transcultural Psychiatry” que el budismo es una psicología, una filosofía y una ética que aspira a alcanzar el nirvana, o cese de todo sufrimiento. Por ende, agrega Kelly, la práctica budista puede ser considerada “intrínsecamente terapéutica”. Un flamante estudio estadounidense acaba de constatar que siete de cada diez budistas practicantes evalúan su salud como “muy buena o excelente”.
Ricardo Corral es otro de los impulsores en la Argentina de la psiquiatría basada en el budismo. Profesor de Psiquiatría en la UBA y el CEMIC, y jefe de Docencia e Investigación del Hospital Borda, Corral dice que las respuestas de la ciencia pueden ser insuficientes para aliviar el sufrimiento. Y que la filosofía budista, como otros enfoques espirituales, puede ser una oportunidad para acercarse al otro. “A menudo se identifica a un paciente con una enfermedad determinada, y perdemos de vista la unicidad de la persona y su intersección con el mundo y con el Universo”, precisa.
Cuando, dos meses atrás, tiger Woods hizo el mea culpa por sus aventuras amorosas, apeló a sus raíces budistas. “Parte de esta senda (para el cambio) es el budismo, que mi madre me enseñó a una temprana edad”, manifestó Woods. Y resaltó que el budismo nos enseña que la persecución de las “cosas fuera de nosotros” produce infelicidad y una vana búsqueda de seguridad. Conducta moral, disciplina mental, sabiduría intuitiva, control de los deseos. Parece una receta perfecta para la redención.
Y tal vez sea una receta posible para muchas otras aflicciones. Una de las claves, señala Rovner, es que el budismo rompe con el engaño del yo permanente. “Cuando admitimos que el yo fluye, resulta imposible sentirse atacado: desaparecen los celos, la envidia y el rencor”, afirma. También se esfuma la culpa por los pensamientos que vienen a la cabeza, destaca el abogado Hugo Subiza (32), quien había consultado a Rovner por ataques de pánico que empezaron en el 2000. “Cuando dejé de temer perder aquello que creía permanente, empecé a disfrutar más de las cosas que hago y mejoró la relación con mi pareja, amigos y compañeros de trabajo”, añade Subiza.
Sus impulsores sugieren que la psiquiatría zen o una psicoterapia con mirada budista podría ser particularmente útil en depresiones, trastornos de ansiedad y crisis vitales. “A menudo alcanza con seis meses de tratamiento”, sostiene Rovner, quien admite que la terapia puede no ser adecuada en pacientes alucinados, agitados o con otras patologías severas. Los detractores o escépticos, del otro lado, recuerdan que todavía no existen investigaciones a gran escala que evalúen la seguridad y eficacia del método, ni el perfil de los pacientes que podrían sacar mejor provecho de la estrategia. Por otra parte, más allá de la filosofía singular del budismo, Worthtington considera que cualquier enfoque espiritual tiene más chance de funcionar cuando el médico tiene empatía, recupera la dimensión humana de la medicina y logra establecer una “alianza terapéutica” con sus pacientes.
Rovner parece pertenecer a esa categoría de terapeuta. Sonríe, escucha, agradece, elogia, aconseja. Y también se permite el humor en su discurso de trascendencia. En la página web donde explica su psicoterapia, Rovner avisa: “Debo advertir que usaré los conceptos más convencionales de ser y realidad, dado que si lo que escribo no existe y tampoco existimos usted y yo, creo que sería un poco arduo continuar”.
elargentino.com
Su mamá, Sara, tiene un cáncer ginecológico avanzado, pero Jorge Rovner (47) no se permite el enojo ni se rinde al abatimiento. Prefiere la compasión. “Hay que tomar el mundo tal cual es”, dice. “El sufrimiento muchas veces está ligado a una forma errónea de ver el Universo”. En un café del Microcentro porteño, Rovner cuenta que se hizo budista antes de recibirse de médico y psiquiatra, influenciado, entre otros, por Jorge Luis Borges. “Para mí el budismo no es una pieza de museo: es un camino de salvación. No para mí, pero para millones de hombres”, había señalado el escritor en una conferencia de 1977. Pero Rovner, ex director de ensayos clínicos para América Latina de una multinacional farmacéutica, ex presidente de la Asociación Argentina de Marketing Médico y profesor titular de Psiquiatría de la UBA, siempre había pensado que su faceta espiritual no se tenía que mezclar con el ejercicio de su profesión. Que iban por caminos distintos. Que la medicación y las psicoterapias convencionales eran las únicas herramientas efectivas para aliviar el malestar psíquico.
Ya no piensa igual. Poco a poco, “casi de un modo natural e imperceptible”, Rovner empezó a incorporar conceptos de su filosofía de vida en el consultorio; por ejemplo, el rol de la codicia en la génesis del sufrimiento. Luego advirtió que había puntos posibles de contacto entre el espíritu del budismo y muchos de los sistemas terapéuticos hoy aprobados, como la terapia cognitivo-comportamental y la Gestalt. Y que esos principios no entraban en contradicción, sino que podían complementar el tratamiento con psicofármacos. Fue una epifanía. “La medicación es utilísima —afirma—, pero no hay fármaco que permita desarrollar en el paciente conceptos como la compasión con uno y con los demás, o vivir y actuar en el tiempo presente sin quedarse amarrado en el pasado”. Rovner bautizó su síntesis como “psiquiatría zen”, y acaba de fundar la Asociación Argentina de Psiquiatría Basada en el Budismo. Frente a la desconfianza de los terapeutas más ortodoxos, confía en que la corriente va a crecer mucho. “Yo siento que la sociedad está madura para esto”, dice.
No es la primera vez que la espiritualidad, en un sentido amplio, incursiona en el terreno de la ciencia y la medicina. En uno de los estudios más difundidos, de 2001, Richard Davidson, un neurocientífico estadounidense de la Universidad de Wisconsin, analizó imágenes cerebrales de lamas en meditación y descubrió una activación de áreas y circuitos neuronales que, se cree, se relacionan con la felicidad. Durante la última década, los trabajos publicados en revistas médicas serias que estudian la relación entre espiritualidad y salud crecieron más de 300 por ciento, de 145 en el año 2000 a 481 en 2009 (aunque, como aclara el filósofo agnóstico Daniel Dennett en su libro “Romper el hechizo”, los posibles beneficios terapéuticos son independientes del hecho de que las creencias sean ciertas o no).
Por otro lado, hay estudios que muestran que la participación en rituales, oraciones, mantras, peregrinajes, visitas a templos o santuarios y ejercicios de meditación o yoga mejoran el estado de ánimo, la presión arterial, la oxigenación de los tejidos, la tolerancia al dolor y la inmunidad, señala la médica Mirta De Giuli, miembro del capítulo de Espiritualidad de la Asociación de Psiquiatras Argentinos (APSA). “Pero la apertura desde la psiquiatría a este enfoque (espiritual) es muy reciente y tiene poca difusión”, lamenta.
Rovner sostiene que su enfoque terapéutico no requiere que los pacientes sean creyentes ni que abandonen sus convicciones religiosas. “Personas con mucho escepticismo encuentran en el budismo un sistema lógico, ético y práctico de ver el mundo”, asegura. Y enumera un decálogo de principios que, basados en su filosofía milenaria, sustentan la nueva psicoterapia:
1. El tratamiento es aquí y ahora. A diferencia del psicoanálisis, no es obligatorio que la genética y las experiencias del pasado condicionen el presente. “Uno puede nacer todos los días. Y no necesita permiso de nadie para hacerlo”, dice Rovner.
2. El sufrimiento es la experiencia humana por definición, “inherente a la vida”. Y se amplifica más cuando uno se niega a aceptar que forma parte de las reglas de juego del mundo en que vivimos.
3. Sólo una parte muy pequeña del Universo se revela a las personas, “aunque sea doloroso para el ego”.
4. Nuestras emociones, sobre todo las llamadas “negativas”, están tan destinadas a desaparecer como las alegrías extremas. Y como el propio “yo”. Según Rovner, aceptar la impermanencia suele traer alivio (Borges graficó alguna vez el concepto de impermanencia budista con la anécdota de un brahmán que expuso la doctrina a un soldado de Alejandro de Macedonia. El soldado lo dejó hablar y luego lo derribó de un puñetazo. Ante las protestas del brahmán, el converso le respondió: "Ni yo fui quien golpeó, ni eres tú el golpeado”).
5. Deben evitarse creencias sin fundamento empírico. No existe la justicia o la injusticia en el Universo, ni las cosas buenas o malas “ocurren por algo”. Buscar el sentido de la vida puede agravar el padecimiento.
6. Muchos acontecimientos no tienen un porqué, o es imposible acceder a la explicación. “Admitirlo, si bien es inicialmente duro, puede ser la base para solucionar nuestros problemas”, afirma.
7. Nacer, enfermar, envejecer y morir son etapas inherentes de la vida. Y hay que aprender a aceptarlas.
8. El pasado y el futuro son creaciones. Aunque pesen, no hay nada que la persona pueda hacer con ello. Rovner dice que cuando un paciente se refiere a un dolor del pasado, suele desafiarlo para que se lo “muestre”. Tras la sorpresa inicial, el paciente admite que no puede mostrar su pasado sino sólo recordarlo. “¿Cómo puede estar condicionado a padecer por algo de lo que sólo tiene impresiones dictadas por su mente?”, lo interroga entonces.
9. Nuestra mente, muy útil en muchas áreas, no necesariamente permite salir del sufrimiento. Interrumpir el pensamiento conciente, por ejemplo, mediante la meditación, puede ser un recurso eficaz.
10. Evitar toda forma de extremismo o conceptos como el pecado y la culpa, virtudes capitales del budismo, también puede ser útil para aliviar la aflicción.
Como la psiquiatría zen, las terapias espirituales o religiosas “pueden ser tan efectivas como las psicoterapias clásicas o la medicación”, señala a Newsweek Everett Worthtington, presidente de la división “Psicología de la Religión” de la Asociación Psicológica de EE. UU. Pero los seguidores de Buda podrían tener una ventaja competitiva en ese terreno respecto a otros creyentes. Brendan Kelly, del Colegio Universitario de Dublín, Irlanda, explica en la revista “Transcultural Psychiatry” que el budismo es una psicología, una filosofía y una ética que aspira a alcanzar el nirvana, o cese de todo sufrimiento. Por ende, agrega Kelly, la práctica budista puede ser considerada “intrínsecamente terapéutica”. Un flamante estudio estadounidense acaba de constatar que siete de cada diez budistas practicantes evalúan su salud como “muy buena o excelente”.
Ricardo Corral es otro de los impulsores en la Argentina de la psiquiatría basada en el budismo. Profesor de Psiquiatría en la UBA y el CEMIC, y jefe de Docencia e Investigación del Hospital Borda, Corral dice que las respuestas de la ciencia pueden ser insuficientes para aliviar el sufrimiento. Y que la filosofía budista, como otros enfoques espirituales, puede ser una oportunidad para acercarse al otro. “A menudo se identifica a un paciente con una enfermedad determinada, y perdemos de vista la unicidad de la persona y su intersección con el mundo y con el Universo”, precisa.
Cuando, dos meses atrás, tiger Woods hizo el mea culpa por sus aventuras amorosas, apeló a sus raíces budistas. “Parte de esta senda (para el cambio) es el budismo, que mi madre me enseñó a una temprana edad”, manifestó Woods. Y resaltó que el budismo nos enseña que la persecución de las “cosas fuera de nosotros” produce infelicidad y una vana búsqueda de seguridad. Conducta moral, disciplina mental, sabiduría intuitiva, control de los deseos. Parece una receta perfecta para la redención.
Y tal vez sea una receta posible para muchas otras aflicciones. Una de las claves, señala Rovner, es que el budismo rompe con el engaño del yo permanente. “Cuando admitimos que el yo fluye, resulta imposible sentirse atacado: desaparecen los celos, la envidia y el rencor”, afirma. También se esfuma la culpa por los pensamientos que vienen a la cabeza, destaca el abogado Hugo Subiza (32), quien había consultado a Rovner por ataques de pánico que empezaron en el 2000. “Cuando dejé de temer perder aquello que creía permanente, empecé a disfrutar más de las cosas que hago y mejoró la relación con mi pareja, amigos y compañeros de trabajo”, añade Subiza.
Sus impulsores sugieren que la psiquiatría zen o una psicoterapia con mirada budista podría ser particularmente útil en depresiones, trastornos de ansiedad y crisis vitales. “A menudo alcanza con seis meses de tratamiento”, sostiene Rovner, quien admite que la terapia puede no ser adecuada en pacientes alucinados, agitados o con otras patologías severas. Los detractores o escépticos, del otro lado, recuerdan que todavía no existen investigaciones a gran escala que evalúen la seguridad y eficacia del método, ni el perfil de los pacientes que podrían sacar mejor provecho de la estrategia. Por otra parte, más allá de la filosofía singular del budismo, Worthtington considera que cualquier enfoque espiritual tiene más chance de funcionar cuando el médico tiene empatía, recupera la dimensión humana de la medicina y logra establecer una “alianza terapéutica” con sus pacientes.
Rovner parece pertenecer a esa categoría de terapeuta. Sonríe, escucha, agradece, elogia, aconseja. Y también se permite el humor en su discurso de trascendencia. En la página web donde explica su psicoterapia, Rovner avisa: “Debo advertir que usaré los conceptos más convencionales de ser y realidad, dado que si lo que escribo no existe y tampoco existimos usted y yo, creo que sería un poco arduo continuar”.
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