Soledad Maradona
Para LA NACION
SAN CARLOS DE BARILOCHE.- A cinco pasos de la cocina de la antigua casona, Etelvina Bahamonde, de 89 años, manos finas y tono risueño, ingresa en la Argentina. Un hito de hierro fue enclavado hace 30 años en el jardín y dividió su propiedad: la casa quedó del lado chileno; el gallinero y parte del patio, en el argentino.
La historia de Etelvina es casi una leyenda en este rincón de la cordillera, en la frontera entre el paraje El Manso (Argentina) y Paso El León (Chile), 100 km al sur de Bariloche.
El hito de hierro con su base naranja de casi dos metros y un cartel corroído indica el fin del territorio argentino y comienzo del chileno una vez que se atraviesa la reja de acceso al patio de la antigua casona de tejas de madera de ciprés que le llevó nueve años construir al padre de Etelvina, hace unas ocho décadas.
La historia le hace gracia. Sonríe mientras cuenta que un día llegaron agentes de seguridad de ambos países: "Me dijeron que no me hiciera problema, que igual iba a quedarme en mis tierras y pusieron el hito ahí. Tuve que sacar un tremendo galpón, un molino donde molía trigo ? tenían la orden de correr todo para marcar la frontera", relató a LA NACION sin dejar de pelar dientes de ajo y papas recién cosechadas de su huerta.
Etelvina estima que ese hecho ocurrió hace 30 años, cuando ambos países eran gobernados por militares, en la época en que la mediación del cardenal Antonio Samoré evitó una guerra y derivó en un tratado de paz y amistad para dar por finalizado los 24 diferendos limítrofes cuyo acuerdo se terminó de suscribir en 1991.
El mojón que lleva el número VIII- 4 en su estructura, antes se hallaba a varios metros de su casa, cerca del curso del río Manso, donde cada verano llegan miles de turistas para practicar rafting.
Sin mayores precisiones de aquel hecho y con un tono pícaro, la anciana reconoce que en el lado argentino dejó un gallinero y un fogón, mientras mantiene las costumbres del país vecino (donde nació) con el adelantamiento de una hora en el reloj en esta época del año, la degustación de la tradicional "once" (refrigerio a media tarde) y hasta escucha en una vieja radio a pilas una emisora de Puerto Montt.
Por momentos se muestra reacia a las fotografías y cuenta que en los últimos años se convirtió en una celebridad retratada y filmada por turistas que llegan al lugar.
Dice que nunca se casó ni tuvo hijos, vive con su sobrino, Bernabé, quien acarrea botes de rafting en verano y cuida las tierras de su familia -prácticamente en su totalidad en territorio chileno- donde tienen algunas chivas, bueyes para cargar leña y caballos. También subsiste con una pensión a la ancianidad.
En otras épocas, la casona estaba superpoblada. El padre de Etelvina construyó el caserón, una reliquia sureña chilena con tejuelas hachadas a mano, pequeñas ventanas y tres pisos. "Eramos 11 hermanos y todos nacieron y se criaron en este lugar", relata con un dejo de añoranza y para dar muestras de su "vida casera" asegura que recién el año pasado conoció El Bolsón (Río Negro), el poblado urbano más cercano y no fue por pasear, sino por una afección en su salud.
A partir de allí los quehaceres diarios de Etelvina debieron cambiar. Ahora se ayuda con un bastón de caña, ya no puede tejer mantas como lo hacía hasta hace poco y recuerda que hace casi un año que no sale de su casa, pues "el tiempo fue malo, no hubo ni primavera ni verano", dice.
La memoria también la transporta al terremoto de 1960, que devastó Valdivia: "Fue la mañana del 23 de mayo. Se sintió fuerte aquí", señala.
Hace pocos años, los Bahamonde tienen de vecinos a un puesto de Gendarmería Nacional que se instaló a metros de su casa, y se abrió un camino vehicular para cruzar ambos países. Muy distinto al paisaje que conoció donde sólo llegaba a caballo por una huella y era transportada en avioneta para hacer diligencias en alguna ciudad de Chile.
lanacion.com
Para LA NACION
SAN CARLOS DE BARILOCHE.- A cinco pasos de la cocina de la antigua casona, Etelvina Bahamonde, de 89 años, manos finas y tono risueño, ingresa en la Argentina. Un hito de hierro fue enclavado hace 30 años en el jardín y dividió su propiedad: la casa quedó del lado chileno; el gallinero y parte del patio, en el argentino.
La historia de Etelvina es casi una leyenda en este rincón de la cordillera, en la frontera entre el paraje El Manso (Argentina) y Paso El León (Chile), 100 km al sur de Bariloche.
El hito de hierro con su base naranja de casi dos metros y un cartel corroído indica el fin del territorio argentino y comienzo del chileno una vez que se atraviesa la reja de acceso al patio de la antigua casona de tejas de madera de ciprés que le llevó nueve años construir al padre de Etelvina, hace unas ocho décadas.
La historia le hace gracia. Sonríe mientras cuenta que un día llegaron agentes de seguridad de ambos países: "Me dijeron que no me hiciera problema, que igual iba a quedarme en mis tierras y pusieron el hito ahí. Tuve que sacar un tremendo galpón, un molino donde molía trigo ? tenían la orden de correr todo para marcar la frontera", relató a LA NACION sin dejar de pelar dientes de ajo y papas recién cosechadas de su huerta.
Etelvina estima que ese hecho ocurrió hace 30 años, cuando ambos países eran gobernados por militares, en la época en que la mediación del cardenal Antonio Samoré evitó una guerra y derivó en un tratado de paz y amistad para dar por finalizado los 24 diferendos limítrofes cuyo acuerdo se terminó de suscribir en 1991.
El mojón que lleva el número VIII- 4 en su estructura, antes se hallaba a varios metros de su casa, cerca del curso del río Manso, donde cada verano llegan miles de turistas para practicar rafting.
Sin mayores precisiones de aquel hecho y con un tono pícaro, la anciana reconoce que en el lado argentino dejó un gallinero y un fogón, mientras mantiene las costumbres del país vecino (donde nació) con el adelantamiento de una hora en el reloj en esta época del año, la degustación de la tradicional "once" (refrigerio a media tarde) y hasta escucha en una vieja radio a pilas una emisora de Puerto Montt.
Por momentos se muestra reacia a las fotografías y cuenta que en los últimos años se convirtió en una celebridad retratada y filmada por turistas que llegan al lugar.
Dice que nunca se casó ni tuvo hijos, vive con su sobrino, Bernabé, quien acarrea botes de rafting en verano y cuida las tierras de su familia -prácticamente en su totalidad en territorio chileno- donde tienen algunas chivas, bueyes para cargar leña y caballos. También subsiste con una pensión a la ancianidad.
En otras épocas, la casona estaba superpoblada. El padre de Etelvina construyó el caserón, una reliquia sureña chilena con tejuelas hachadas a mano, pequeñas ventanas y tres pisos. "Eramos 11 hermanos y todos nacieron y se criaron en este lugar", relata con un dejo de añoranza y para dar muestras de su "vida casera" asegura que recién el año pasado conoció El Bolsón (Río Negro), el poblado urbano más cercano y no fue por pasear, sino por una afección en su salud.
A partir de allí los quehaceres diarios de Etelvina debieron cambiar. Ahora se ayuda con un bastón de caña, ya no puede tejer mantas como lo hacía hasta hace poco y recuerda que hace casi un año que no sale de su casa, pues "el tiempo fue malo, no hubo ni primavera ni verano", dice.
La memoria también la transporta al terremoto de 1960, que devastó Valdivia: "Fue la mañana del 23 de mayo. Se sintió fuerte aquí", señala.
Hace pocos años, los Bahamonde tienen de vecinos a un puesto de Gendarmería Nacional que se instaló a metros de su casa, y se abrió un camino vehicular para cruzar ambos países. Muy distinto al paisaje que conoció donde sólo llegaba a caballo por una huella y era transportada en avioneta para hacer diligencias en alguna ciudad de Chile.
lanacion.com
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