En estas semanas, una noticia sorprendió a muchos, se trató de la muerte súbita del novio de una conocida modelo. No sólo el hecho llamó la atención por tratarse del deceso repentino de alguien muy joven, sino por la información que circuló acerca de que el previo consumo del Viagra habría incidido en una cardiopatía desconocida hasta ese momento, causando así el desenlace fatal. Más allá de la veracidad de esta noticia, lo que sí se comprueba, es que el uso del Viagra crece en los jóvenes. De ahí el interés en analizar este fenómeno.
Los comentarios que se suscitaron al respecto fueron ante todo interrogantes: ¿cómo un hombre de 28 años, fuerte, en la plenitud de la potencia sexual, deportista, con una novia extremadamente bella necesita de tal hiperestimulación? ¿Acaso el sildenafil no está indicado para aquellos cuya erección declina?
Datos. Sin embargo, los sondeos revelan que su uso en las personas mayores ha disminuido, triplicándose en cambio su empleo en los de menor edad. Este caso no es una excepción, sale a la luz por su final y por estar en juego una persona mediática pero el uso del Viagra en los jóvenes es bastante frecuente y despierta sorpresa ya que no se corresponde con una época de declive sexual, pero el vigor parece no ser suficiente y se requiere aun más. Muchos lo llaman “uso festivo”, aludiendo a aquellos varones que consumen el fármaco aunque físicamente no lo necesiten. La exigencia de ser infalible y, en ocasiones, la necesidad de contrarrestar la disminución de la potencia sexual que produce el consumo de otras drogas, son algunas de las razones que motivan a los jóvenes de entre 20 y 30 años a hacer del sildenafil un protagonista de los encuentros sexuales.
Una de las razones que apuntalan el fenómeno, se explica, está relacionada con la facilidad con que se consiguen las pastillas. Las normas ordenan que deban ser vendidas con receta archivada, pero en la Argentina se ofrecen por internet y en muchas farmacias es casi de venta libre, como si fuera un caramelo inocuo. Según la Confederación Farmacéutica Argentina, de hecho, existe “una liviandad preocupante en la venta que redunda en que el uso se haya masificado más de la cuenta”.
Si su empleo en mayores no resulta tan inquietante, es por suplir una falta, mientras que en estos casos, es la sexualidad misma y ya no su ocaso, la que se desestima al pretender reforzarla con la píldora azul.
El goce genital masculino. Vayamos ahora a lo que Lacan considera acerca del goce genital masculino. La tumescencia y detumescencia peniana signan a ese placer que se consuma al llegar al límite. “Petit morte”: “pequeña muerte” dicen los franceses para aludir al momento refractario posterior a tal culminación. Esa función evanescente en la que el máximo goce coincide con su fin se revela mucho más directamente en el orgasmo del varón. Así, se trata de un momento en el que sale a la luz la distancia entre el goce masculino y el femenino, de ahí el lamento de muchas mujeres acerca del dormir de algunos compañeros luego del coito.
En el acto sexual, los cuerpos se abrazan al unísono, para luego separarse revelándose heterogéneos. Lacan ubica al desfallecimiento fálico como esencial en la experiencia masculina y como aquello que hace comparar a ese goce con la pequeña muerte, localizando en esa deflación, a la castración presente en el encuentro entre los cuerpos. La castración no será pensada al modo freudiano como una amenaza de parte del padre, lejos de ser algo temido como posibilidad, ella se localiza a nivel del cuerpo en tanto caída de la turgencia fálica.
El verbo “acabar” expresa la cercanía del orgasmo con el fin de que, al igual que el “consumar” indica que algo se realiza encontrando un límite. Según los testimonios, los jóvenes que consumen Viagra lo hacen con la suposición de que permite soslayar ese momento ya que el pene sigue manteniendo la erección luego del orgasmo y, además con su uso se intenta disminuir el tiempo entre una relación sexual y la siguiente. Así, aunque resulte paradójico, en tal anhelo de potencia fálica se desdibuja lo propio del goce masculino anulándose la secuencia tumescencia-detumescencia e intervalo entre una relación y otra, en el caso de existir más de un contacto. ¿Ello equivaldría entonces a una feminización de lo masculino ya que el orgasmo femenino no se presta a esta caída abrupta? Bajo esta perspectiva, cabe recordar un texto de Lacan donde dice en el ser humano, la ostentación viril misma parece femenina.
¿No impresiona como algo “poco viril” todo aquello que tiende a exhibir la virilidad misma?
Por ejemplo, cuando el cuerpo de un hombre se muestra cual fetiche-objeto en la pasarela de las vanidades musculosas o se presenta cual oropel en el exhibicionismo “macho”.
Claro que también algunos jóvenes hacen uso del Viagra en las primeras citas para sentirse seguros y que “eso” no falle, revelando, en ese empleo, la pretensión de mostrarse infalibles que los gobierna. Tal reclamo de performance genera sujetos inhibidos que se retraen ante tamaña exigencia, apelando al tóxico para satisfacerla. El par inhibición-adicción se realimenta así de manera repetitiva, desde este ángulo ya no sorprendería tanto que los jóvenes consuman sildenafil, ya que son los mismos imperativos de potencia quienes terminan aplastando al vigor natural de esa edad. Así, notamos en la clínica, en una época ¿tan permisiva? que las dificultades de los jóvenes para abordar a una joven son corrientes, y que intentan lograr ese propósito, usando distintas drogas. De ahí que las adicciones encubran inhibiciones muy profundas.
Slavoj Žižek plantea que la paradoja de la erección consiste en lo siguiente: ella depende del sujeto, de la mente (como en el chiste: “¿Cuál es el objeto más práctico del mundo? El pene, ¡porque es el único que funciona con un sencillo pensamiento!”); pero, simultáneamente, es algo sobre lo que no se tiene control (si los ánimos no son los adecuados, ningún esfuerzo de concentración o de voluntad podrá provocarla). Tal vez por eso dice San Agustín que el hecho de que la erección escape al control de la voluntad es un castigo divino que sanciona la arrogancia y la presunción del hombre, su deseo de convertirse en dueño del universo. Por decirlo con los términos de la crítica de Adorno contra la mercantilización y la racionalización: la erección es uno de los últimos vestigios de la auténtica espontaneidad, algo que no puede quedar totalmente sometido por los procedimientos racional-instrumentales. Este matiz infinitesimal (el que no sea nunca directamente el sujeto o mejor, el Yo, el que decide libremente sobre la erección) es decisivo. Un hombre suscita atracción y deseo no porque su voluntad gobierne sus actos, sino porque acepta a esa insondable X que gobierna –más allá del control consciente– a la erección.
Tal como lo explica Silvio Maresca, para San Agustín el pecado original no se identifica con el acoplamiento, como suele creerse vulgarmente. Antes de pecar, Adán y Eva mantenían regularmente relaciones sexuales, aunque exclusivamente dependientes de su voluntad. La desobediencia respecto de Dios se encarna en el cuerpo del hombre como desobediencia del impulso sexual respecto de su propia voluntad, puesta en escena del eterno retorno del pecado. El pecado es una desobediencia que se interioriza en el hombre como conflicto, disensión, guerra “civil” (entre distintas partes del alma), frente a los cuales tanto la voluntad como la razón son impotentes. Dios castiga al hombre reproduciendo en él la misma desobediencia, así la escisión entre el designio divino y la tentación humana se reproduce eternamente en el interior del hombre como división subjetiva, conflicto, desgarramiento, no dominio de sí.
La vergüenza que Adán y Eva experimentan ante sus órganos sexuales después de cometido el pecado refleja esa incapacidad de gobernar el impulso sexual, cuya objetivación son los órganos aludidos. La vergüenza es ante lo que escapa a los dictados de la voluntad, ante lo excéntrico. Que el sexo estuviese bajo el imperio de la voluntad sólo sería posible si el hombre no hubiese pecado.
Un hombre que consiente con lo humano sería aquel que consiente en que la erección escapa a su total dominio. Por el contrario, la ambición de mando sobre esa función evanescente implica distanciarse cada vez más del cuerpo acercándolo al motor de una máquina. Vale aquí remitirse a la experiencia de los sujetos que consumieron Viagra y que relatan que luego del acto sexual, el pene continúa en erección sin la excitación sexual concomitante, presentándose como un cuerpo extraño.
Detengamos en los mensajes publicitarios, en las ofertas de consumo, en el marketing de nuestros días, para observar de qué manera todo está orientado no tanto a vivir mejor sino a hacerlo más intensamente. Paul Virilio nos muestra que ello equivale a tratar lo viviente como motor, maquina de acelerar constantemente. Ya decía Nietzsche que lo que más le importa al hombre moderno no es ya el placer ni el displacer, sino ser excitado. Notablemente cuando se quiere dar cuenta de un gran estado de excitabilidad se dice que alguien está “eléctrico” aludiendo así un cuerpo que ya no semeja lo humano, también cuando se alude a un máximo rendimiento se dice de alguien que es “ una máquina” o un “avión”. Ponerse en carrera es tener “pilas” y ponérselas la demanda dirigida a aquel que “se cuelga”.
El hedonismo en la hipermodernidad. Se habla de esta época como de una época hedonista, creo, por mi parte, que es más apropiado pensarla en términos de un tipo particular de hedonismo. Cuando hablamos de hedonismo es imposible no retrotraernos a los griegos, ya la misma palabra lleva la impronta de su origen, hedone es placer en esa lengua. Su búsqueda comandaba la moral antigua que de ninguna manera lo ubicaba en un dominio inferior, fuera de su ética, sino en su mismo nido.
En líneas generales para el griego, no hay separación entre el placer y el bien, la virtud no es ajena a la felicidad y no se opone a su dicha. Porque el placer, para la mayoría de los hedonistas antiguos, tiene una honda profundidad metafísica, no es banal, su raigambre es ontológica.
Las éticas hedonistas sufrieron un gran cuestionamiento a partir de Kant, quien considera que el principio de la propia felicidad jamás puede fundar una ley moral, que en tanto universal debe trascender el bienestar de cada uno. El imperativo kantiano barre con los intereses individuales y se afirma contra todo interés particular, por ello la moral moderna se diferencia claramente de la antigua. Aquella era amiga del placer, esta pretende su más allá, ya que el deber válido para todos no puede nunca estar condicionado por apetitos singulares que están bajo su égida. Quizás por ello el descubrimiento freudiano que postula un más allá del principio de placer se haya inscripto en el dominio dibujado por Kant, aunque su ética no sea la de este filósofo.
Podemos preguntarnos cuál es el legado actual de estas éticas. Por todas partes pululan ideas que dicen que vivimos en un mundo hedonista, en el que la mayoría de los individuos busca el placer y se desentiende de los problemas de la humanidad. Los lazos sociales están quebrados y sólo queda como meta la felicidad individual, principio rector y supremo en la época del Dios ha muerto nietzscheano. Sin embargo ese placer poco tiene que ver con el del antiguo, no sólo por no estar ya ligado al conocimiento, ni a la virtud, ni a la ética, sino por estar regido por el deber. Hoy en día todos los placeres son forzados y nada tienen que ver con la sabiduría epicúrea, ya que existe una exigencia de placer que mata todo placer. No tendría vigencia la famosa frase “ocio con dignidad”, que fuese proferida por Horacio, porque ya no hay ocio sin imperativo de más y más. Mayor exigencia de ejercicio físico, de rendimiento deportivo, de performance sexual, de consumo, de dicha, de dinero, etc. Prontamente advertimos que tal requerimiento abarca todas las esferas, atravesando todos los ideales, presos ellos ahora de esa demanda infernal y violenta.
La hipermodernidad parece ser un pastiche de las dos éticas clásicas, de la antigua toma el placer pero bajo nuevas formas, de la moderna el deber pero no ya moral, sino hedonista. Estos deberes se imponen de manera incondicionada anulando así a las singularidades.
Freud nos mostró cómo el sujeto siente culpa por gozar, hoy la experimenta por no gozar lo suficiente. Dice Pascal: “Nuestros sentidos no perciben nada extremo. Demasiado ruido nos ensordece. Demasiada luz nos deslumbra: las cantidades extremas son nuestras enemigas. Ya no sentimos, sufrimos:” El filósofo ha captado que el extremo –llamado en psicoanálisis exigencia de goce superyoico– no es el placer, pero también que en ese extremo, se produce un alejamiento del campo sensible.
En “El malestar en la cultura”, Freud afirma que la vida que nos es impuesta resulta gravosa, nos trae dolores, desengaños, tareas insolubles. Las fuentes del malestar provienen, por un lado, del cuerpo condenado a la decadencia y a la aniquilación, por el otro, del mundo exterior con su lado amenazante, por último, de las relaciones con los otros seres humanos, fuente esta, sin duda, de sinsabores más constantes. Para soportarla –asevera– no podemos prescindir de calmantes. Ubica tres tipos de resarcimientos:
l poderosas distracciones que nos hagan valorar un poco nuestra miseria.
2 satisfacciones sustitutivas que la reduzcan.
3 sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.
En este último grupo ubica al narcótico. Notemos que en los tres casos está en juego el dolor de existir pero que en el último ya no se trata sólo de reducir este dolor sino de volverse insensible. Entonces –y encarnado el asunto mucho más allá del Viagra– el consumo cada vez más importante de las sustancias adictivas, iría de la mano con una insensibilidad creciente.
Por Silvia Ons-Analista Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Lacan, J., El Seminario Libro 14 ” La Lógica del fantasma”,clase del 1 de marzo de 1967.
Ello no equivale -como lo desarrollaré en “ Violencia-s”- a una feminización del mundo- sino a una, si cabe la palabra “falicización” que si toca en todo caso a lo femenino es en tanto ellas son expertas en su mascarada pero la esencia no deja de ser fálica. Esta precisión se aclara teniendo en cuenta la siguiente afirmación de Lacan: “El hecho de que la femineidad encuentre su refugio en esa máscara por el hecho de la Verdrängung inherente a la marca fálica del deseo, acarrea la curiosa consecuencia de hacer que en el ser humano la ostentación viril misma parezca femenina”. “La significación del falo”. Escritos 2, Bs. As. Siglo veintiuno editores, trad. Tomás Segovia, 1987, p.675.
Žižek,S., En defensa de la intolerancia, Sequitur,2007.
Maresca, S., “Muerte y transfiguración”, Dispar 7, Versiones de la angustia, Bs. As., Grama, 2008, p.p 67-76
Virilio, P., El arte del motor, trad. Horacio Pons, Manantial, Bs.As. 1996.
Mondolfo, R. (1942): El Pensamiento Antiguo, trad. cast. Segundo A. Tri, 1ª ed., TII. Bs. As., Losada.
Freud, S., “El Malestar en la Cultura”. Obras Completas, trad. cast. José L. Etcheverry, Bs. As. 1985, T. XXI.
revista-noticias.com.ar
Los comentarios que se suscitaron al respecto fueron ante todo interrogantes: ¿cómo un hombre de 28 años, fuerte, en la plenitud de la potencia sexual, deportista, con una novia extremadamente bella necesita de tal hiperestimulación? ¿Acaso el sildenafil no está indicado para aquellos cuya erección declina?
Datos. Sin embargo, los sondeos revelan que su uso en las personas mayores ha disminuido, triplicándose en cambio su empleo en los de menor edad. Este caso no es una excepción, sale a la luz por su final y por estar en juego una persona mediática pero el uso del Viagra en los jóvenes es bastante frecuente y despierta sorpresa ya que no se corresponde con una época de declive sexual, pero el vigor parece no ser suficiente y se requiere aun más. Muchos lo llaman “uso festivo”, aludiendo a aquellos varones que consumen el fármaco aunque físicamente no lo necesiten. La exigencia de ser infalible y, en ocasiones, la necesidad de contrarrestar la disminución de la potencia sexual que produce el consumo de otras drogas, son algunas de las razones que motivan a los jóvenes de entre 20 y 30 años a hacer del sildenafil un protagonista de los encuentros sexuales.
Una de las razones que apuntalan el fenómeno, se explica, está relacionada con la facilidad con que se consiguen las pastillas. Las normas ordenan que deban ser vendidas con receta archivada, pero en la Argentina se ofrecen por internet y en muchas farmacias es casi de venta libre, como si fuera un caramelo inocuo. Según la Confederación Farmacéutica Argentina, de hecho, existe “una liviandad preocupante en la venta que redunda en que el uso se haya masificado más de la cuenta”.
Si su empleo en mayores no resulta tan inquietante, es por suplir una falta, mientras que en estos casos, es la sexualidad misma y ya no su ocaso, la que se desestima al pretender reforzarla con la píldora azul.
El goce genital masculino. Vayamos ahora a lo que Lacan considera acerca del goce genital masculino. La tumescencia y detumescencia peniana signan a ese placer que se consuma al llegar al límite. “Petit morte”: “pequeña muerte” dicen los franceses para aludir al momento refractario posterior a tal culminación. Esa función evanescente en la que el máximo goce coincide con su fin se revela mucho más directamente en el orgasmo del varón. Así, se trata de un momento en el que sale a la luz la distancia entre el goce masculino y el femenino, de ahí el lamento de muchas mujeres acerca del dormir de algunos compañeros luego del coito.
En el acto sexual, los cuerpos se abrazan al unísono, para luego separarse revelándose heterogéneos. Lacan ubica al desfallecimiento fálico como esencial en la experiencia masculina y como aquello que hace comparar a ese goce con la pequeña muerte, localizando en esa deflación, a la castración presente en el encuentro entre los cuerpos. La castración no será pensada al modo freudiano como una amenaza de parte del padre, lejos de ser algo temido como posibilidad, ella se localiza a nivel del cuerpo en tanto caída de la turgencia fálica.
El verbo “acabar” expresa la cercanía del orgasmo con el fin de que, al igual que el “consumar” indica que algo se realiza encontrando un límite. Según los testimonios, los jóvenes que consumen Viagra lo hacen con la suposición de que permite soslayar ese momento ya que el pene sigue manteniendo la erección luego del orgasmo y, además con su uso se intenta disminuir el tiempo entre una relación sexual y la siguiente. Así, aunque resulte paradójico, en tal anhelo de potencia fálica se desdibuja lo propio del goce masculino anulándose la secuencia tumescencia-detumescencia e intervalo entre una relación y otra, en el caso de existir más de un contacto. ¿Ello equivaldría entonces a una feminización de lo masculino ya que el orgasmo femenino no se presta a esta caída abrupta? Bajo esta perspectiva, cabe recordar un texto de Lacan donde dice en el ser humano, la ostentación viril misma parece femenina.
¿No impresiona como algo “poco viril” todo aquello que tiende a exhibir la virilidad misma?
Por ejemplo, cuando el cuerpo de un hombre se muestra cual fetiche-objeto en la pasarela de las vanidades musculosas o se presenta cual oropel en el exhibicionismo “macho”.
Claro que también algunos jóvenes hacen uso del Viagra en las primeras citas para sentirse seguros y que “eso” no falle, revelando, en ese empleo, la pretensión de mostrarse infalibles que los gobierna. Tal reclamo de performance genera sujetos inhibidos que se retraen ante tamaña exigencia, apelando al tóxico para satisfacerla. El par inhibición-adicción se realimenta así de manera repetitiva, desde este ángulo ya no sorprendería tanto que los jóvenes consuman sildenafil, ya que son los mismos imperativos de potencia quienes terminan aplastando al vigor natural de esa edad. Así, notamos en la clínica, en una época ¿tan permisiva? que las dificultades de los jóvenes para abordar a una joven son corrientes, y que intentan lograr ese propósito, usando distintas drogas. De ahí que las adicciones encubran inhibiciones muy profundas.
Slavoj Žižek plantea que la paradoja de la erección consiste en lo siguiente: ella depende del sujeto, de la mente (como en el chiste: “¿Cuál es el objeto más práctico del mundo? El pene, ¡porque es el único que funciona con un sencillo pensamiento!”); pero, simultáneamente, es algo sobre lo que no se tiene control (si los ánimos no son los adecuados, ningún esfuerzo de concentración o de voluntad podrá provocarla). Tal vez por eso dice San Agustín que el hecho de que la erección escape al control de la voluntad es un castigo divino que sanciona la arrogancia y la presunción del hombre, su deseo de convertirse en dueño del universo. Por decirlo con los términos de la crítica de Adorno contra la mercantilización y la racionalización: la erección es uno de los últimos vestigios de la auténtica espontaneidad, algo que no puede quedar totalmente sometido por los procedimientos racional-instrumentales. Este matiz infinitesimal (el que no sea nunca directamente el sujeto o mejor, el Yo, el que decide libremente sobre la erección) es decisivo. Un hombre suscita atracción y deseo no porque su voluntad gobierne sus actos, sino porque acepta a esa insondable X que gobierna –más allá del control consciente– a la erección.
Tal como lo explica Silvio Maresca, para San Agustín el pecado original no se identifica con el acoplamiento, como suele creerse vulgarmente. Antes de pecar, Adán y Eva mantenían regularmente relaciones sexuales, aunque exclusivamente dependientes de su voluntad. La desobediencia respecto de Dios se encarna en el cuerpo del hombre como desobediencia del impulso sexual respecto de su propia voluntad, puesta en escena del eterno retorno del pecado. El pecado es una desobediencia que se interioriza en el hombre como conflicto, disensión, guerra “civil” (entre distintas partes del alma), frente a los cuales tanto la voluntad como la razón son impotentes. Dios castiga al hombre reproduciendo en él la misma desobediencia, así la escisión entre el designio divino y la tentación humana se reproduce eternamente en el interior del hombre como división subjetiva, conflicto, desgarramiento, no dominio de sí.
La vergüenza que Adán y Eva experimentan ante sus órganos sexuales después de cometido el pecado refleja esa incapacidad de gobernar el impulso sexual, cuya objetivación son los órganos aludidos. La vergüenza es ante lo que escapa a los dictados de la voluntad, ante lo excéntrico. Que el sexo estuviese bajo el imperio de la voluntad sólo sería posible si el hombre no hubiese pecado.
Un hombre que consiente con lo humano sería aquel que consiente en que la erección escapa a su total dominio. Por el contrario, la ambición de mando sobre esa función evanescente implica distanciarse cada vez más del cuerpo acercándolo al motor de una máquina. Vale aquí remitirse a la experiencia de los sujetos que consumieron Viagra y que relatan que luego del acto sexual, el pene continúa en erección sin la excitación sexual concomitante, presentándose como un cuerpo extraño.
Detengamos en los mensajes publicitarios, en las ofertas de consumo, en el marketing de nuestros días, para observar de qué manera todo está orientado no tanto a vivir mejor sino a hacerlo más intensamente. Paul Virilio nos muestra que ello equivale a tratar lo viviente como motor, maquina de acelerar constantemente. Ya decía Nietzsche que lo que más le importa al hombre moderno no es ya el placer ni el displacer, sino ser excitado. Notablemente cuando se quiere dar cuenta de un gran estado de excitabilidad se dice que alguien está “eléctrico” aludiendo así un cuerpo que ya no semeja lo humano, también cuando se alude a un máximo rendimiento se dice de alguien que es “ una máquina” o un “avión”. Ponerse en carrera es tener “pilas” y ponérselas la demanda dirigida a aquel que “se cuelga”.
El hedonismo en la hipermodernidad. Se habla de esta época como de una época hedonista, creo, por mi parte, que es más apropiado pensarla en términos de un tipo particular de hedonismo. Cuando hablamos de hedonismo es imposible no retrotraernos a los griegos, ya la misma palabra lleva la impronta de su origen, hedone es placer en esa lengua. Su búsqueda comandaba la moral antigua que de ninguna manera lo ubicaba en un dominio inferior, fuera de su ética, sino en su mismo nido.
En líneas generales para el griego, no hay separación entre el placer y el bien, la virtud no es ajena a la felicidad y no se opone a su dicha. Porque el placer, para la mayoría de los hedonistas antiguos, tiene una honda profundidad metafísica, no es banal, su raigambre es ontológica.
Las éticas hedonistas sufrieron un gran cuestionamiento a partir de Kant, quien considera que el principio de la propia felicidad jamás puede fundar una ley moral, que en tanto universal debe trascender el bienestar de cada uno. El imperativo kantiano barre con los intereses individuales y se afirma contra todo interés particular, por ello la moral moderna se diferencia claramente de la antigua. Aquella era amiga del placer, esta pretende su más allá, ya que el deber válido para todos no puede nunca estar condicionado por apetitos singulares que están bajo su égida. Quizás por ello el descubrimiento freudiano que postula un más allá del principio de placer se haya inscripto en el dominio dibujado por Kant, aunque su ética no sea la de este filósofo.
Podemos preguntarnos cuál es el legado actual de estas éticas. Por todas partes pululan ideas que dicen que vivimos en un mundo hedonista, en el que la mayoría de los individuos busca el placer y se desentiende de los problemas de la humanidad. Los lazos sociales están quebrados y sólo queda como meta la felicidad individual, principio rector y supremo en la época del Dios ha muerto nietzscheano. Sin embargo ese placer poco tiene que ver con el del antiguo, no sólo por no estar ya ligado al conocimiento, ni a la virtud, ni a la ética, sino por estar regido por el deber. Hoy en día todos los placeres son forzados y nada tienen que ver con la sabiduría epicúrea, ya que existe una exigencia de placer que mata todo placer. No tendría vigencia la famosa frase “ocio con dignidad”, que fuese proferida por Horacio, porque ya no hay ocio sin imperativo de más y más. Mayor exigencia de ejercicio físico, de rendimiento deportivo, de performance sexual, de consumo, de dicha, de dinero, etc. Prontamente advertimos que tal requerimiento abarca todas las esferas, atravesando todos los ideales, presos ellos ahora de esa demanda infernal y violenta.
La hipermodernidad parece ser un pastiche de las dos éticas clásicas, de la antigua toma el placer pero bajo nuevas formas, de la moderna el deber pero no ya moral, sino hedonista. Estos deberes se imponen de manera incondicionada anulando así a las singularidades.
Freud nos mostró cómo el sujeto siente culpa por gozar, hoy la experimenta por no gozar lo suficiente. Dice Pascal: “Nuestros sentidos no perciben nada extremo. Demasiado ruido nos ensordece. Demasiada luz nos deslumbra: las cantidades extremas son nuestras enemigas. Ya no sentimos, sufrimos:” El filósofo ha captado que el extremo –llamado en psicoanálisis exigencia de goce superyoico– no es el placer, pero también que en ese extremo, se produce un alejamiento del campo sensible.
En “El malestar en la cultura”, Freud afirma que la vida que nos es impuesta resulta gravosa, nos trae dolores, desengaños, tareas insolubles. Las fuentes del malestar provienen, por un lado, del cuerpo condenado a la decadencia y a la aniquilación, por el otro, del mundo exterior con su lado amenazante, por último, de las relaciones con los otros seres humanos, fuente esta, sin duda, de sinsabores más constantes. Para soportarla –asevera– no podemos prescindir de calmantes. Ubica tres tipos de resarcimientos:
l poderosas distracciones que nos hagan valorar un poco nuestra miseria.
2 satisfacciones sustitutivas que la reduzcan.
3 sustancias embriagadoras que nos vuelvan insensibles a ellas.
En este último grupo ubica al narcótico. Notemos que en los tres casos está en juego el dolor de existir pero que en el último ya no se trata sólo de reducir este dolor sino de volverse insensible. Entonces –y encarnado el asunto mucho más allá del Viagra– el consumo cada vez más importante de las sustancias adictivas, iría de la mano con una insensibilidad creciente.
Por Silvia Ons-Analista Miembro de la Escuela de la Orientación Lacaniana y de la Asociación Mundial de Psicoanálisis.
Lacan, J., El Seminario Libro 14 ” La Lógica del fantasma”,clase del 1 de marzo de 1967.
Ello no equivale -como lo desarrollaré en “ Violencia-s”- a una feminización del mundo- sino a una, si cabe la palabra “falicización” que si toca en todo caso a lo femenino es en tanto ellas son expertas en su mascarada pero la esencia no deja de ser fálica. Esta precisión se aclara teniendo en cuenta la siguiente afirmación de Lacan: “El hecho de que la femineidad encuentre su refugio en esa máscara por el hecho de la Verdrängung inherente a la marca fálica del deseo, acarrea la curiosa consecuencia de hacer que en el ser humano la ostentación viril misma parezca femenina”. “La significación del falo”. Escritos 2, Bs. As. Siglo veintiuno editores, trad. Tomás Segovia, 1987, p.675.
Žižek,S., En defensa de la intolerancia, Sequitur,2007.
Maresca, S., “Muerte y transfiguración”, Dispar 7, Versiones de la angustia, Bs. As., Grama, 2008, p.p 67-76
Virilio, P., El arte del motor, trad. Horacio Pons, Manantial, Bs.As. 1996.
Mondolfo, R. (1942): El Pensamiento Antiguo, trad. cast. Segundo A. Tri, 1ª ed., TII. Bs. As., Losada.
Freud, S., “El Malestar en la Cultura”. Obras Completas, trad. cast. José L. Etcheverry, Bs. As. 1985, T. XXI.
revista-noticias.com.ar
No hay comentarios:
Publicar un comentario