Es una fija: el jugador compulsivo siempre termina con las manos vacías. Algunos no entienden esta regla del juego y otros pueden salir del laberinto antes de perderlo todo.
En los últimos tres años, aumentó casi un 150% la cantidad de pacientes asistidos por el Programa de Atención al Ludópata que funciona en la provincia de Buenos Aires. A fines de 2006 había 210 hombres y mujeres en tratamiento y ahora son 510 los que buscan ayuda profesional. Desde su debut en 2005, pasaron por los consultorios 2.900 personas.
La tentación tiene diferentes formatos: en Buenos Aires están habilitadas 3.070 agencias oficiales de lotería, 46 bingos, 46 oficinas de apuestas hípicas, 11 casinos y 5 hipódromos. Una oferta variada a la que adhiere por lo menos el 28% de la población de Capital Federal y el conurbano, según una encuesta realizada por la consultora Ibarómetro. El 42% cree que el aumento de la oferta de lugares de juego fomenta la adicción y el 15,5% que atenta contra la cultura del trabajo.
El plan de ayuda al jugador compulsivo, del Instituto de Loterías y Casinos bonaerense, tiene 7 centros en la Provincia (Morón; Villa Domínico; La Plata, Mar del Plata, Vicente López, Tandil, Pergamino y Mar de Ajó) y también habilitó una línea gratuita que es atendida entre las 8 y las 20 por cuatro psicólogos. El teléfono recibe entre 13 y 15 consultas por día.
De acuerdo con las estadísticas, el 61% de los afectados pidió ayuda porque no podía alejarse de las máquinas tragamonedas. El 12% hizo tratamientos por su afición incontenible a la ruleta; el 11% por adicción a otros juegos electrónicos; el 7% por los bingos o por black jack y el 2% por la quiniela.
El 59% son hombres y el 31% tiene entre 41 y 50 años.
El ludópata desarrolla una incontrolable necesidad de desafiar al azar. Es una droga sin fármaco. "Estás solo pero atento, concentrado, fuera de la realidad cotidiana. Es un mundo con sus propias leyes, sus trampas y su dolor", reconoció L.R (54) un carpintero de Tandil que hace cinco años ingresó al programa. "Me voy a curar en algún momento. Ya no voy más al casino. Pero por ahora sigo con el tratamiento", aseguró el hombre que llegó empujado por su esposa, después de perder el taller, su casa y el afecto de sus hijos. "Cuando vino, sólo tenía deudas", dijo a Clarín el psquiatra Martín Modaffari, coordinador del Centro de Atención de Tandil.
"Esta patología afecta a quienes son vulnerables y tienen la creencia de que le pueden ganar al azar. Ingresan empujados por una sociedad de consumo que exige obtener bienes que un sueldo o un trabajo no les da. Entonces, aquello que puede ser para muchos una salida familiar, una diversión, se convierte en un negocio íntimo y privado que los lleva a jugar para ganar, hasta perderlo todo", agregó el especialista. Según Modaffari, que de acuerdo con relevamientos de organismos sanitarios, entre el 1 y el 2% de la población está predispuesta a la ludopatía.
Luz Mariela Coletti, de la ONG Entrelazar -de ayuda a adictos al juego- coincide en el diagnóstico: "En un contexto de crisis económica, la oferta de juego para ganar dinero es sumamente tentadora. Las variables sociales y económicas se conjugan alrededor del negocio del juego como un campo fértil, y se abonan con personas que creen encontrar allí una salida a su problema. Los ludópatas no son sin embargo sólo fruto de la instalación de casinos. Encontramos en cada uno de ellos una adicción particular: a perder", aseguró la licenciada en psicología.
La contención de familiares y amigos es clave para llevar al adicto a un centro de ayuda. En el programa provincial el primer paso consiste en una serie de entre 4 y 6 entrevistas personales para la elaboración del diagnóstico. Luego comienza un proceso de tratamiento grupal, que puede demandar varios años. Allí se inicia el alejamiento de las salas de juego. Modaffari concluye: "Pueden tener patologías de base como depresión o trastornos de la personalidad y a veces se recetan fármacos. El ludópata tiene un impulso inconsciente a quedarse sin nada. Nuestra tarea es detenerlo a tiempo".
Testimonio
Un sábado, hace seis años, once meses y 24 días, Daniel Z. salió del casino de Tigre con un solo objetivo: morir bajo el paso arrollador de algún tren que pasara por la estación. Pero encontró entre los rieles una moneda y ,tra vez se bifurcaba el camino. "Podría haberla jugado, pero llamé a mi familia y les conté mi historia, les pedí perdón por haberles mentido más de la mitad de mi vida. Todo el dinero que me habían robado o que supuestamente perdí, lo dejé en la ruleta". Este hombre de 56 años, casado y papá de dos chicos, tuvo que pedir ayuda para abandonar el juego y en cinco días celebrará siete años de abstinencia. "Sin la ayuda de mi familia, un psicólogo y Jugadores Anónimos jamás hubiera podido lograrlo", aclara.
Daniel tenía 20 años cuando el único lugar donde se sentía feliz, según confía, era entre las luces y los ruidos de las máquinas de los casinos o el choque de los dados. "A los 24 me casé y los muebles terminó de pagarlos mi suegra. En ese momento era peón de taxi y lo que ganaba lo jugaba, o trabajaba de más para recuperarme. Esa es la trampa del juego, vivir en la fantasía de pensar que siempre lo podés manejar", repasa. Hoy está al frente de su propio negocio y dice que ya no sufre. "La ludopatía es una enfermedad emocional, compulsiva y progresiva que no se cura pero sí puede detenerse", repite Daniel como un mantra y sigue: "En el grupo encontré gente que sufría igual que yo, mucho respeto y esperanza. Allí podía contar lo que me había pasado y me aliviaba la angustia".
VICTORIA DE MASI
Confesiones de un jugador
Pablo Sigal
"Si yo tuviese algún método seguro para ganar, no jugaría más", dice Sergio, el jugador compulsivo de la novela Cicatrices, de Juan José Saer. Su abuelo le advierte que la única manera segura de ganar a las cartas es haciendo trampa. Pero para él eso sería subvertir las reglas del juego, abolir la cuota de incertidumbre que, precisamente, hace al juego. "Si yo anduviese buscando un buen pasar no jugaría: me dedicaría al comercio", agrega el personaje. Está claro: una cosa es el adicto al juego y otra el que quiere 'salvarse'.
Pablo Sigal
"Si yo tuviese algún método seguro para ganar, no jugaría más", dice Sergio, el jugador compulsivo de la novela Cicatrices, de Juan José Saer. Su abuelo le advierte que la única manera segura de ganar a las cartas es haciendo trampa. Pero para él eso sería subvertir las reglas del juego, abolir la cuota de incertidumbre que, precisamente, hace al juego. "Si yo anduviese buscando un buen pasar no jugaría: me dedicaría al comercio", agrega el personaje. Está claro: una cosa es el adicto al juego y otra el que quiere 'salvarse'.
Según la encuesta que se publica aquí, más de la mitad de la gente considera que el que juega lo hace por la crisis. Sólo el 9% habla de emoción o reto. Se podría agregar: vértigo ciego, riesgo, deseo, desesperación; rasgos de una enfermedad a la que las incertezas propias de la ficción parecen aportarle mejores herramientas de comprensión que cualquier dato de la realidad.
clarin.com
1 comentario:
soy de nacional city california y estoy pidiendo a gritos ayuda,soy adicto al juego y necesito un numero de telefono donde yo pueda asistir frankdecuba@mail.com
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