Vivir rodeado de estímulos, con un grupo numeroso y varias actividades que realizar podría tener más beneficios de los previsibles. El aumento del ejercicio físico y evitar los efectos nocivos de la soledad son aspectos positivos de una vida social ajetreada pero ésta puede proporcionarnos algo más, tan valioso como sorprendente: una inesperada arma contra la obesidad.
Pensemos en dos grupos de ratones. El primero, formado por cinco o seis miembros, vive en las condiciones típicas de laboratorio. Cómodos, con abundante agua y comida, pero nada más. El segundo, tres o cuatro veces más numeroso, dispone de los mismos víveres pero goza de más espacio por el que moverse, en donde los roedores pueden encontrar varios pasatiempos: ruedas, túneles, juguetes de madera, casas, material para hacer sus nidos y un laberinto. Sin duda, una vida es más entretenida.
Estos son los dos ambientes que creó un equipo de investigadores de la Universidad Estatal de Ohio (EEUU) para estudiar cómo afecta el 'estrés' social al balance de energía del cuerpo. "Previamente, demostramos que un ambiente rico, que consiste en viviendas social y físicamente más complejas, mejora la salud cerebral, entendida como un aumento de la neurogénesis [formación de nuevas neuronas], mejor aprendizaje y memoria y mayor resistencia a agresiones externas", explican en las páginas de 'Cell Metabolism'.
Más delgados, por la grasa
A la vez que realizaron estas observaciones, se percataron también de que este ambiente estimulante hacía que los ratones estuvieran más delgados. Este fenómeno, que podría explicarse sencillamente por un aumento de la actividad física, llamó sin embargo la atención de los autores que fijaron su mirada en la grasa.
"Uno de los santos griales del tratamiento de la obesidad es comprender cómo transformar la grasa blanca en grasa parda", explica el líder del trabajo, Matthew During, experto en neurociencia, virología, inmunología y genética médica. La diferencia entre estos dos tipos de tejido adiposo es que el primero es un simple almacén mientras que el segundo es una fuente energética que quema calorías constantemente y favorece la pérdida de peso.
Hasta ahora, la única forma eficaz de provocar este cambio es la exposición constante al frío, que hace que el organismo 'fabrique' grasa parda para mantener su temperatura. Pero los resultados de During y sus colegas "sugieren que podríamos inducir esta transformación modificando nuestro estilo de vida".
Una esperanza contra la obesidad
Aunque este fenómeno solo se ha observado en ratones, los hallazgos son llamativos: tras cuatro semanas de convivencia, los animales que habitaban rodeados de más estímulos tenían un 49% menos de grasa abdominal y ganaron un 29% menos de peso que los del otro grupo. Todo esto independientemente del ejercicio que realizaban y de la dieta elevada en grasas que les habían proporcionado.
La clave, según los autores, estaría en el aumento de la producción del factor neurotrófico derivado del cerebro (BDNF) en el hipotálamo. Esto desencadena una serie de señales del sistema nervioso simpático (que forma parte del autónomo) que viajan hasta las células de la grasa blanca y que alteran la expresión de sus genes, activando aquéllos que les confieren características de la grasa parda.
Es previsible que la aportación de este trabajo al campo del tratamiento de la obesidad, uno de los principales problemas de salud pública en el mundo, tarde años en materializarse, por ejemplo, en forma de fármaco que actúe sobre la producción de BDNF. De momento, ampliar el círculo social y la actividad podrían ser de ayuda para controlar el peso.
"No se trata sólo de un estilo de vida sedentario y de alimentos con muchas calorías, sino de una creciente falta de relaciones sociales", advierte During.
elmundo.es
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