NUEVA YORK (The New York Times).- Hace algunos años, en la intimidad del consultorio, un niño de séptimo grado me dijo que él realmente no tenía amigos en la escuela y que a veces era molestado. Le dí la indicación pediátrica sobre el tema: no debía tolerarlo y hay cosas que la escuela puede hacer al respecto. Hablemos con tus padres, pidámosles que hablen en la escuela, la intervención de adultos puede cambiar la ecuación.
Pero él estaba horrorizado. Negó con su cabeza vehementemente y me pidió que por favor no interfiriera y sobretodo, no decir una sola palabra a su madre que estaba afuera en la sala de espera porque yo le había solicitado darnos algo de privacidad.
El no me hubiera dicho todo esto, me aclaró, si no hubiera pensado que nuestra conversación iba a ser privada. La situación en la escuela no era tan mala, él podía manejarla. No estaba en peligro de ningún tipo, no lo lastimaban, sólo se sentía un poco solo. Sus padres, según él, pensaban que tenía muchos amigos y él quería que eso siguiera así.
Cuando se trata a adolescentes mayores los pediatras habitualmente ofrecen confidencialidad sobre muchos temas, en especial en lo relacionado con el sexo y las drogas. Pero los estudiantes de los últimos años de la primaria están en el límite, son lo suficientemente grandes como para recibir el mismo tipo de preguntas pero a la vez, lo suficientemente jóvenes como para poder establecer con claridad lo que debe permanecer confidencial.
En el control del año pasado de mi propio hijo de octavo grado, yo, por supuesto, dejé el consultorio porque no quería avergonzarlo o inhibirlo, y porque quería que el pediatra tuviera la oportunidad que oír cualquier cosa que él quisiera decir (informo esto con el explícito permiso de mi hijo). Pero mientras esperaba pensé en ese niño de séptimo grado y en los otros estudiantes de esa edad que me dijeron cosas que me dejaron angustiada acerca de la ética y sabiduría de la confidencialidad aplicada a esa edad.
No estoy hablando de un niño que le confiesa a uno algo que queda claro que es un peligro para él. Esos son casos fáciles (a pesar de que en otro sentido pueden ser tremendamente difíciles) y tuve algunos de esos: la niña de 13 años que estaba asustada porque le parecía que un tipo mucho mayor que ella la seguía hasta su casa. El niño de 14 años que estado pensando mucho en la muerte desde que su abuela había fallecido. Otro que es golpeado en el patio. No importa la edad, cuando un chico está realmente en peligro, le explico que debo informar a sus padres.
Pero cuando hablé con mis colegas, incluso con el pediatra de mi hijo, el doctor Herbert Lazarus, todos aportamos casos ambiguos,
Como uno valora la confianza del niño, no quiere perderla.
No hablo del niño que nos cuenta que compartió una cerveza con sus amigos un día después de clase. La mayoría de los padres razonables, creo, saben que una vez que ellos salen del consultorio, hablamos con sus hijos sobre sexo, drogas y rock?n roll y la mayoría, pienso, están agradecidos. Y muchos chicos de esa edad parecen también agradecer la posibilidad de mencionar que, sí, que ellos han estado en situaciones donde la gente bebe.
Ellos comienzan con "Mi mamá ahora no va a saber sobre esto, ¿no?", dijo el doctor Lazarus, que también es profesor adjunto de pediatría clínica en la Universidad de Nueva York. "Voy a hablar todo lo que pueda sobre porqué esto no es bueno, y todo lo que sabemos sobre alcohol y marihuana. Hay suficientes estudios que muestran lo malo que es para el desarrollo del cerebro."
¿Y que pasa si es más de una cerveza? Una de mis colegas relató una historia: una niña de 13 años que bebía y robaba licor del bar de sus padres. "Ella no lo admitió ante mí -aseguró la pediatra-. Ella lo hacía a solas, lo que no es un buen signo, no se trataba de beber socialmente."
La niña no quería que su madre lo supiera y la pediatra que la conocía desde pequeña negoció un compromiso: la médica advertiría a su madre que la niña necesitaba ayuda terapéutica y mientras asistiera a ella y hablara con su analista sobre la bebida y los temas relacionados, la pediatra no le diría a su madre nada sobre la bebida.
Pero aunque funcionó y ella continuó viendo a la paciente regularmente, la pediatra no se sentía cómoda, "Personalmente me sentía mal porque si yo fuera la madre querría saber y de hecho le dije a la madre que la vigilara de cerca, aunque no entré en detalles"
Entonces, ¿qué hacer con el niño que confía en uno al dar la información de que es molestado o que en casa no todo está bien? Uno quiere mantener la confianza del mismo, mucho más si no habla con sus padres, porque uno quiere estar disponible para más confidencias si las cosas empeoran.
"El equilibrio cambia en parte en base a los riesgos que hay para la salud, en la madurez del joven y en cuánta atención recibe de sus padres", afirmó la doctora S. Jean Emans, jefa de medicina adolescente del Children´s Hospital Boston.
Los expertos afirman que los jóvenes de esta edad son particularmente desafiantes.
"Es un fino balance porque desde el punto de vista del desarrollo es apropiado que los chicos quieran desarrollar algo de autonomía y es el momento en que deberían al menos en parte, desarrollar una relación privada y confidencial con un médico", comentó la doctora Carol A. Ford, directora del programa de medicina adolescente de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill.
"En estos grados es cuando realmente se ve mucha variación en el desarrollo de los púberes, en el aspecto cognitivo y social." La doctora Ford agregó: "Si un niño de 12 años parece de 18, uno no puede asumir que piensa como si realmente tuviera 18. No se puede asumir que sus habilidades para manejarse en el mundo están relacionadas con su madurez física".
O como lo expresa la doctora Emans: "Uno tiene que realizar elecciones difíciles. No hay un manual que diga, "Ok, esto puede ser confidencial y esto otro no".
Así que, ¿qué hice con el niño de séptimo grado que me confió que no tenía amigos en la escuela? Bueno, le realicé una serie de preguntas y decidí que no tenía sentimientos suicidas u homicidas y que la situación en la escuela no amenazaba su integridad física. Lo alenté a que hablara con sus padres, especialmente si las cosas iban peor y le dí un turno para que me viera y se controlara conmigo.
Pero con su madre me limité a uno de esos comentarios generales: esta es una edad en que realmente necesita que usted esté presente en su vida, para hablar de cómo van las cosas en la escuela.
"El papel del médico es diferente que el de madre", agregó la doctora Ford, "Si uno pierde la confianza del niño, uno pierde mucho, en el futuro no le confiará nada de lo que pasa y eso no es lo mejor ni para el joven ni para el progenitor".
Si yo hubiera sido su madre, hubiera querido saber. Pero yo era su médica y él quería que fuera confidencial.
Perri Klass
Pero él estaba horrorizado. Negó con su cabeza vehementemente y me pidió que por favor no interfiriera y sobretodo, no decir una sola palabra a su madre que estaba afuera en la sala de espera porque yo le había solicitado darnos algo de privacidad.
El no me hubiera dicho todo esto, me aclaró, si no hubiera pensado que nuestra conversación iba a ser privada. La situación en la escuela no era tan mala, él podía manejarla. No estaba en peligro de ningún tipo, no lo lastimaban, sólo se sentía un poco solo. Sus padres, según él, pensaban que tenía muchos amigos y él quería que eso siguiera así.
Cuando se trata a adolescentes mayores los pediatras habitualmente ofrecen confidencialidad sobre muchos temas, en especial en lo relacionado con el sexo y las drogas. Pero los estudiantes de los últimos años de la primaria están en el límite, son lo suficientemente grandes como para recibir el mismo tipo de preguntas pero a la vez, lo suficientemente jóvenes como para poder establecer con claridad lo que debe permanecer confidencial.
En el control del año pasado de mi propio hijo de octavo grado, yo, por supuesto, dejé el consultorio porque no quería avergonzarlo o inhibirlo, y porque quería que el pediatra tuviera la oportunidad que oír cualquier cosa que él quisiera decir (informo esto con el explícito permiso de mi hijo). Pero mientras esperaba pensé en ese niño de séptimo grado y en los otros estudiantes de esa edad que me dijeron cosas que me dejaron angustiada acerca de la ética y sabiduría de la confidencialidad aplicada a esa edad.
No estoy hablando de un niño que le confiesa a uno algo que queda claro que es un peligro para él. Esos son casos fáciles (a pesar de que en otro sentido pueden ser tremendamente difíciles) y tuve algunos de esos: la niña de 13 años que estaba asustada porque le parecía que un tipo mucho mayor que ella la seguía hasta su casa. El niño de 14 años que estado pensando mucho en la muerte desde que su abuela había fallecido. Otro que es golpeado en el patio. No importa la edad, cuando un chico está realmente en peligro, le explico que debo informar a sus padres.
Pero cuando hablé con mis colegas, incluso con el pediatra de mi hijo, el doctor Herbert Lazarus, todos aportamos casos ambiguos,
Como uno valora la confianza del niño, no quiere perderla.
No hablo del niño que nos cuenta que compartió una cerveza con sus amigos un día después de clase. La mayoría de los padres razonables, creo, saben que una vez que ellos salen del consultorio, hablamos con sus hijos sobre sexo, drogas y rock?n roll y la mayoría, pienso, están agradecidos. Y muchos chicos de esa edad parecen también agradecer la posibilidad de mencionar que, sí, que ellos han estado en situaciones donde la gente bebe.
Ellos comienzan con "Mi mamá ahora no va a saber sobre esto, ¿no?", dijo el doctor Lazarus, que también es profesor adjunto de pediatría clínica en la Universidad de Nueva York. "Voy a hablar todo lo que pueda sobre porqué esto no es bueno, y todo lo que sabemos sobre alcohol y marihuana. Hay suficientes estudios que muestran lo malo que es para el desarrollo del cerebro."
¿Y que pasa si es más de una cerveza? Una de mis colegas relató una historia: una niña de 13 años que bebía y robaba licor del bar de sus padres. "Ella no lo admitió ante mí -aseguró la pediatra-. Ella lo hacía a solas, lo que no es un buen signo, no se trataba de beber socialmente."
La niña no quería que su madre lo supiera y la pediatra que la conocía desde pequeña negoció un compromiso: la médica advertiría a su madre que la niña necesitaba ayuda terapéutica y mientras asistiera a ella y hablara con su analista sobre la bebida y los temas relacionados, la pediatra no le diría a su madre nada sobre la bebida.
Pero aunque funcionó y ella continuó viendo a la paciente regularmente, la pediatra no se sentía cómoda, "Personalmente me sentía mal porque si yo fuera la madre querría saber y de hecho le dije a la madre que la vigilara de cerca, aunque no entré en detalles"
Entonces, ¿qué hacer con el niño que confía en uno al dar la información de que es molestado o que en casa no todo está bien? Uno quiere mantener la confianza del mismo, mucho más si no habla con sus padres, porque uno quiere estar disponible para más confidencias si las cosas empeoran.
"El equilibrio cambia en parte en base a los riesgos que hay para la salud, en la madurez del joven y en cuánta atención recibe de sus padres", afirmó la doctora S. Jean Emans, jefa de medicina adolescente del Children´s Hospital Boston.
Los expertos afirman que los jóvenes de esta edad son particularmente desafiantes.
"Es un fino balance porque desde el punto de vista del desarrollo es apropiado que los chicos quieran desarrollar algo de autonomía y es el momento en que deberían al menos en parte, desarrollar una relación privada y confidencial con un médico", comentó la doctora Carol A. Ford, directora del programa de medicina adolescente de la Universidad de Carolina del Norte en Chapel Hill.
"En estos grados es cuando realmente se ve mucha variación en el desarrollo de los púberes, en el aspecto cognitivo y social." La doctora Ford agregó: "Si un niño de 12 años parece de 18, uno no puede asumir que piensa como si realmente tuviera 18. No se puede asumir que sus habilidades para manejarse en el mundo están relacionadas con su madurez física".
O como lo expresa la doctora Emans: "Uno tiene que realizar elecciones difíciles. No hay un manual que diga, "Ok, esto puede ser confidencial y esto otro no".
Así que, ¿qué hice con el niño de séptimo grado que me confió que no tenía amigos en la escuela? Bueno, le realicé una serie de preguntas y decidí que no tenía sentimientos suicidas u homicidas y que la situación en la escuela no amenazaba su integridad física. Lo alenté a que hablara con sus padres, especialmente si las cosas iban peor y le dí un turno para que me viera y se controlara conmigo.
Pero con su madre me limité a uno de esos comentarios generales: esta es una edad en que realmente necesita que usted esté presente en su vida, para hablar de cómo van las cosas en la escuela.
"El papel del médico es diferente que el de madre", agregó la doctora Ford, "Si uno pierde la confianza del niño, uno pierde mucho, en el futuro no le confiará nada de lo que pasa y eso no es lo mejor ni para el joven ni para el progenitor".
Si yo hubiera sido su madre, hubiera querido saber. Pero yo era su médica y él quería que fuera confidencial.
Perri Klass
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