Por: Marcelo Moreno
Nadie diría que al tipo le va especialmente bien: no lo delata ni su pinta ni su vestimenta ni su humor ni el trabajo que lleva a cabo. Sin embargo le cuelga algo de la muñeca izquierda que se da ciertas patadas con su edad crecida: un cintito rojo.
Nadie diría que al tipo le va especialmente bien: no lo delata ni su pinta ni su vestimenta ni su humor ni el trabajo que lleva a cabo. Sin embargo le cuelga algo de la muñeca izquierda que se da ciertas patadas con su edad crecida: un cintito rojo.
Resulta ocioso preguntar: el amuleto es contra la envidia. Quiere decir que ese hombre de aspecto tan poco exultante se considera dichoso en extremo o dueño de una suerte infalible.
Quizá su felicidad consista en un secreto que comparte con ciertos elegidos o acaso se trate de un simple error de apreciación y su destino común y corriente a él le parezca extraordinario.
Borges indicó lo errado de catalogar como "envidiable"a algo digno de aprecio, ya que nada bueno debería inspirar esa pulsión rastrera.
Lo cierto es que el envidioso -es decir, aquel que le desea el mal a quien él supone le va bien- suele valorar los bienes o logros del otro muy por encima que quien supuestamente goza de ellos.
Si la leyenda fuera cierta, nadie mejor que el envidioso Salieri para estimar el genio de Mozart, mucho más que el propio Mozart, inmerso en el vértigo y el agobio de sus tantos trabajos, amores, amigos y deudas.
Conozco a gente que le va muy bien y vive renegando que es desgraciada. Lo que pasa es que nos guiamos por signos fatalmente externos y la capacidad de gozar de cosas y situaciones es una cualidad interior.
Pero vivimos en una sociedad que cree con fanática ceguera en esos signos y con ellos ha construido una especie de religión de pobres alcances y ninguna teología llamada éxito. Y que suele asociar ese éxito con una suma de objetos cuya posesión más o menos mágica proporcionaría algo semejante a la plenitud.
Por lo tanto, una sociedad en que la envidia no sólo no está mal vista sino es fomentada como motor de la competitividad.
Hace unos cuantos siglos Luis de Quevedo la describió: "tan flaca y amarilla porque muerde y no come". Y quizá también tan vana como toda gloria.
No hay comentarios:
Publicar un comentario