por Teresa Batallanez
Las chicas de 30 se ríen en una mesa repleta de mujeres y, mientras recorren con la mirada al galán de la barra de tragos, no dudan en subir el tono para proclamar: "¡Soy sola!" Funciona como una especie de código cómico y superador de la antigua y casi vergonzante declaración de soltería. Antes se consideraba un estigma que convenía ocultar; ahora se cayó en la cuenta de que no hay mejor conveniencia que expresar sin sonrojarse una realidad que tiene poco de penoso, con excepción, para algunos, de esa misma frase.
Verbo y adjetivo no encajan allí adecuadamente, y tal vez por eso mismo, para otros, expresa mucho mejor lo que intenta designar. Pero esos que no encajan lo suficiente como para ser encajados en otro estado civil disienten en la experiencia de lo que el mundo marketinero ha etiquetado como "solos & solas". Para algunos, el mote es vulgar, deprimente o denigrante. Para otros, divertido, oportuno o, simplemente, indiferente.
Están quienes se rebelan contra un concepto que los agrupa con total irreverencia y desconocimiento; que los designa con frases de sonido tan poco feliz. Como si hasta las palabras felices fueran patrimonio exclusivo de los casados. ¿Solos? ¿Quién dijo? Mucho más acompañados que tantos matrimonios juntos. Ya bastante con no poder usar el derecho que dan los hijos para lograr permisos, asientos o adelantos en una cola; con ver que avanzan los derechos civiles de todos y ni una línea (sola) para los solteros. ¿Qué tal, por ejemplo, una asignación por la falta de marido o de mujer? ¿Quién pensó en cuánto deben pagar los solteros por un cuerito que no saben cambiar o una limpieza general que no saben hacer? ¿Y cuánto por los taxis que deben tomar las mujeres de noche por no tener marido con auto? O la cuenta abultada que se tiene que tragar el hombre soltero cuando en el restaurante sus parejas amigas consideran como unidad el precio de dos. Las obras sociales tampoco tienen contemplación; podrían alivianar la cuota de solteros que van solos al médico ocupando menos espacio y menos tiempo de conversación. Encima, con más problemas de salud y menos expectativa de vida, como aseveran algunos estudios. Con gastos extras de psicólogos que no entran en el plan y con la necesidad -de vez en cuando- de masajistas, ya que no hay mujer o marido que les den, literalmente, una mano. Ya bastante, también, con tener que pagar entera la caja familiar de ravioles para comer sólo seis. Con tener que llegar y acomodarse solos en casamientos donde ya todos están de a dos y, como si fuera poco, tener cuentos divertidos y buena onda para animar a parejas desconocidas porque no tener una familia obliga al soltero a ser alegre, servicial y relajado. Con tener que compartir el cuarto con chicos de 5 o 6 años cuando por una causa determinada deben quedarse a dormir en lo de sus amigos casados. Con despertar la compasión de mayores -y no tanto-, que una y otra vez cuestionan en voz alta y sin pudor: "¡Qué raro que no estás casado!" Es entendible que, en una mezcla de hartazgo, humor y resignación frente a un lugar común tan reiterado, los solteros respondan con la última muletilla en curso: "Y sí... ¡Soy solo!"
Ni júbilo ni lamento. Estar soltero no garantiza ni impide ninguno de los dos estados. Aunque asegura la permanente sospecha ajena sobre la propia felicidad y hay que andar dando explicaciones cuando a los casados con hijos se les suele conceder de antemano la credibilidad de la suya.
Pero lo importante no son los motes, los prejuicios o las jactancias en voz alta, sino en qué medida nos sabemos y nos queremos solos. Todos "somos solos". No venimos en paquete, ni funcionamos pegados, ni nos define el estado civil (¡el estado civil define sólo eso, nuestro estado civil!), ni nos libera de tomar decisiones un señor o una señora al lado. Probablemente, la vida sea más liviana cuando, de tanto en tanto, uno puede recostarse en la elección de un otro confiable y muy cercano. Pero tanto cuando se elige como cuando se decide no hacerlo, es siempre "uno solo" el responsable de lo que hace o deja de hacer. "Somos solos" en la construcción de nuestra vida, por más que no demos un paso sin un otro al lado. Por eso, más allá del dudoso gusto de la frase, tanto solteros como casados, viudos o divorciados deberían sentirse orgullosos de poder exclamar con plena conciencia y a viva voz: "¡Sí, soy solo!"
lanacion.com
La autora es periodista de LA NACION
Las chicas de 30 se ríen en una mesa repleta de mujeres y, mientras recorren con la mirada al galán de la barra de tragos, no dudan en subir el tono para proclamar: "¡Soy sola!" Funciona como una especie de código cómico y superador de la antigua y casi vergonzante declaración de soltería. Antes se consideraba un estigma que convenía ocultar; ahora se cayó en la cuenta de que no hay mejor conveniencia que expresar sin sonrojarse una realidad que tiene poco de penoso, con excepción, para algunos, de esa misma frase.
Verbo y adjetivo no encajan allí adecuadamente, y tal vez por eso mismo, para otros, expresa mucho mejor lo que intenta designar. Pero esos que no encajan lo suficiente como para ser encajados en otro estado civil disienten en la experiencia de lo que el mundo marketinero ha etiquetado como "solos & solas". Para algunos, el mote es vulgar, deprimente o denigrante. Para otros, divertido, oportuno o, simplemente, indiferente.
Están quienes se rebelan contra un concepto que los agrupa con total irreverencia y desconocimiento; que los designa con frases de sonido tan poco feliz. Como si hasta las palabras felices fueran patrimonio exclusivo de los casados. ¿Solos? ¿Quién dijo? Mucho más acompañados que tantos matrimonios juntos. Ya bastante con no poder usar el derecho que dan los hijos para lograr permisos, asientos o adelantos en una cola; con ver que avanzan los derechos civiles de todos y ni una línea (sola) para los solteros. ¿Qué tal, por ejemplo, una asignación por la falta de marido o de mujer? ¿Quién pensó en cuánto deben pagar los solteros por un cuerito que no saben cambiar o una limpieza general que no saben hacer? ¿Y cuánto por los taxis que deben tomar las mujeres de noche por no tener marido con auto? O la cuenta abultada que se tiene que tragar el hombre soltero cuando en el restaurante sus parejas amigas consideran como unidad el precio de dos. Las obras sociales tampoco tienen contemplación; podrían alivianar la cuota de solteros que van solos al médico ocupando menos espacio y menos tiempo de conversación. Encima, con más problemas de salud y menos expectativa de vida, como aseveran algunos estudios. Con gastos extras de psicólogos que no entran en el plan y con la necesidad -de vez en cuando- de masajistas, ya que no hay mujer o marido que les den, literalmente, una mano. Ya bastante, también, con tener que pagar entera la caja familiar de ravioles para comer sólo seis. Con tener que llegar y acomodarse solos en casamientos donde ya todos están de a dos y, como si fuera poco, tener cuentos divertidos y buena onda para animar a parejas desconocidas porque no tener una familia obliga al soltero a ser alegre, servicial y relajado. Con tener que compartir el cuarto con chicos de 5 o 6 años cuando por una causa determinada deben quedarse a dormir en lo de sus amigos casados. Con despertar la compasión de mayores -y no tanto-, que una y otra vez cuestionan en voz alta y sin pudor: "¡Qué raro que no estás casado!" Es entendible que, en una mezcla de hartazgo, humor y resignación frente a un lugar común tan reiterado, los solteros respondan con la última muletilla en curso: "Y sí... ¡Soy solo!"
Ni júbilo ni lamento. Estar soltero no garantiza ni impide ninguno de los dos estados. Aunque asegura la permanente sospecha ajena sobre la propia felicidad y hay que andar dando explicaciones cuando a los casados con hijos se les suele conceder de antemano la credibilidad de la suya.
Pero lo importante no son los motes, los prejuicios o las jactancias en voz alta, sino en qué medida nos sabemos y nos queremos solos. Todos "somos solos". No venimos en paquete, ni funcionamos pegados, ni nos define el estado civil (¡el estado civil define sólo eso, nuestro estado civil!), ni nos libera de tomar decisiones un señor o una señora al lado. Probablemente, la vida sea más liviana cuando, de tanto en tanto, uno puede recostarse en la elección de un otro confiable y muy cercano. Pero tanto cuando se elige como cuando se decide no hacerlo, es siempre "uno solo" el responsable de lo que hace o deja de hacer. "Somos solos" en la construcción de nuestra vida, por más que no demos un paso sin un otro al lado. Por eso, más allá del dudoso gusto de la frase, tanto solteros como casados, viudos o divorciados deberían sentirse orgullosos de poder exclamar con plena conciencia y a viva voz: "¡Sí, soy solo!"
lanacion.com
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