Las mujeres viven a full. Desde que se levantan están a mil para llegar diosas al trabajo. Se prueban el guardarropas entero cada mañana, se peinan, maquillan y se miran un millón de veces al espejo por si algún día se le ocurre a ese compañero del trabajo que las tiene locas dejar por un instante su smart phone y levantar la vista para mirarlas (cosa que claramente va a pasar el día que se sientan hechas un desastre).
Llegás al trabajo, te enfrentás al primer problema del día: Él nunca deja de mirar su smart phone . Pero como eso no es suficiente para arruinar tu día, aparece en escena otro hombre: Tu jefe. Como si todo fuese parte de un gran complot para atentar contra el buen humor femenino, apoya sobre el escritorio una pila de cosas para ayer y desaparece dando directivas que se van haciendo eco por los pasillos de todo el edificio. "Por suerte tengo buena onda con el chico de seguridad y me cuenta qué es lo último que dijo mi jefe antes de cruzar la puerta".
Al borde del panic attack, tenés un momento de valentía en el que no te importa nada, ni los hombres, ni los smart phones y mucho menos ese jean caprichoso que no te entra desde el verano pasado. Entonces vas al kiosco y con una asombrosa convicción pedís la barra de chocolate más grande del mundo. "Si, esa misma. La de la publicidad de los ositos revoloteando por el valle" . Pero ese momento de valentía dura menos que el encanto de un hombre y entonces llega la culpa. Esa culpa que te acompaña durante todo el día, desde el trabajo hasta que llegás a tu casa: "Tengo que ir a correr, no queda otra".
Entonces te ponés el conjuntito de running, las zapatillas con cámara de aire, obviamente te atás un bucito en la cintura y salís a correr. Mientras corrés fantaseás con las dos mil doscientas rutinas deportivas que vas a hacer para llegar diosa al verano y eso de alguna manera te pone positiva, de buen humor, te hace sentir mejor. Evidentemente salir a correr a la noche fue una buena decisión.
Pero como todo momento feliz tiene su final, este también lo tiene. Justo en ese preciso y placentero momento en el que estabas superando el mal humor acumulado durante todo el día, la vida te cruza con cuatro rubias perfectas (de esas que no prueban ni un canapé en un casamiento) que te pasan como a un poste entre sonrisitas cómplices y despertando en vos serias sospechas de que estas cuatro modelitos son parte del gran complot: "Ojalá haya guardado en la cartera el chocolate que me sobró de la tarde".
Una vez más estás de mal humor: todo te queda mal, los hombres prefieren sus smart phones y para colmo de males el chocolate no estaba en la cartera, "Diooosss!". Entonces vas a la computadora en busca de una solución mágica a todos tus problemas. Siempre están los mismos contactos, exactamente los mismos, pero por una extraña razón tenés la esperanza de que allí aparezca de manera milagrosa tu príncipe azul dispuesto a cambiarte el humor ,y hasta inclusive, la vida. Pero obviamente siempre están los mismos contactos, exactamente los mismos y aburridísimos contactos.
Cuando todo parece venir de mal en peor, cuando ya no quedan más salidas, siempre aparece tu superamiga todopoderosa dispuesta a cambiar el final de la historia. La vamos a llamar Milagros (valga la redundancia): " Gordiiiiiiiii, ya fue. Mañana bien temprano arrancamos con todo. Leí en la revista OHLALÁ! que salir a correr de día te pone bien up! A las 7:30 te paso a buscar. Besos. Te quiero ". Se desconecta.
El despertador suena más temprano que el día anterior: hoy hay cambio de planes, desayunás tostadas con fiaca y un toque de optimismo, y Mili cumple con su promesa. A las 7:30 en punto suena el portero, "Bajooooo" . Todo parece indicar que va ser un día como cualquier otro en tu vida, salvo que hoy no vas a tener tiempo de probarte el guardarropas entero, peinarte, maquillarte y mirarte un millón de veces al espejo por si se le ocurre a tu compañero del trabajo dejar por un instante su smart phone. Hoy es el típico día en que te sentís hecha un desastre, el típico día en que él levanta la vista y te mira, hoy es el típico día en que de pronto te sentís la mujer más hermosas del mundo. Hoy es un gran día.
revistaohlala.com
Llegás al trabajo, te enfrentás al primer problema del día: Él nunca deja de mirar su smart phone . Pero como eso no es suficiente para arruinar tu día, aparece en escena otro hombre: Tu jefe. Como si todo fuese parte de un gran complot para atentar contra el buen humor femenino, apoya sobre el escritorio una pila de cosas para ayer y desaparece dando directivas que se van haciendo eco por los pasillos de todo el edificio. "Por suerte tengo buena onda con el chico de seguridad y me cuenta qué es lo último que dijo mi jefe antes de cruzar la puerta".
Al borde del panic attack, tenés un momento de valentía en el que no te importa nada, ni los hombres, ni los smart phones y mucho menos ese jean caprichoso que no te entra desde el verano pasado. Entonces vas al kiosco y con una asombrosa convicción pedís la barra de chocolate más grande del mundo. "Si, esa misma. La de la publicidad de los ositos revoloteando por el valle" . Pero ese momento de valentía dura menos que el encanto de un hombre y entonces llega la culpa. Esa culpa que te acompaña durante todo el día, desde el trabajo hasta que llegás a tu casa: "Tengo que ir a correr, no queda otra".
Entonces te ponés el conjuntito de running, las zapatillas con cámara de aire, obviamente te atás un bucito en la cintura y salís a correr. Mientras corrés fantaseás con las dos mil doscientas rutinas deportivas que vas a hacer para llegar diosa al verano y eso de alguna manera te pone positiva, de buen humor, te hace sentir mejor. Evidentemente salir a correr a la noche fue una buena decisión.
Pero como todo momento feliz tiene su final, este también lo tiene. Justo en ese preciso y placentero momento en el que estabas superando el mal humor acumulado durante todo el día, la vida te cruza con cuatro rubias perfectas (de esas que no prueban ni un canapé en un casamiento) que te pasan como a un poste entre sonrisitas cómplices y despertando en vos serias sospechas de que estas cuatro modelitos son parte del gran complot: "Ojalá haya guardado en la cartera el chocolate que me sobró de la tarde".
Una vez más estás de mal humor: todo te queda mal, los hombres prefieren sus smart phones y para colmo de males el chocolate no estaba en la cartera, "Diooosss!". Entonces vas a la computadora en busca de una solución mágica a todos tus problemas. Siempre están los mismos contactos, exactamente los mismos, pero por una extraña razón tenés la esperanza de que allí aparezca de manera milagrosa tu príncipe azul dispuesto a cambiarte el humor ,y hasta inclusive, la vida. Pero obviamente siempre están los mismos contactos, exactamente los mismos y aburridísimos contactos.
Cuando todo parece venir de mal en peor, cuando ya no quedan más salidas, siempre aparece tu superamiga todopoderosa dispuesta a cambiar el final de la historia. La vamos a llamar Milagros (valga la redundancia): " Gordiiiiiiiii, ya fue. Mañana bien temprano arrancamos con todo. Leí en la revista OHLALÁ! que salir a correr de día te pone bien up! A las 7:30 te paso a buscar. Besos. Te quiero ". Se desconecta.
El despertador suena más temprano que el día anterior: hoy hay cambio de planes, desayunás tostadas con fiaca y un toque de optimismo, y Mili cumple con su promesa. A las 7:30 en punto suena el portero, "Bajooooo" . Todo parece indicar que va ser un día como cualquier otro en tu vida, salvo que hoy no vas a tener tiempo de probarte el guardarropas entero, peinarte, maquillarte y mirarte un millón de veces al espejo por si se le ocurre a tu compañero del trabajo dejar por un instante su smart phone. Hoy es el típico día en que te sentís hecha un desastre, el típico día en que él levanta la vista y te mira, hoy es el típico día en que de pronto te sentís la mujer más hermosas del mundo. Hoy es un gran día.
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