La idea era, supuestamente, arrancarles una sonrisa a mujeres de Camboya a las que una mina terrestre les había arrancado una pierna. Pero no va a poder ser: el concurso Miss Mina Terrestre (el nombre es ese, frontal, macabro, y lindante tal vez con el mal gusto), que se iba a realizar el viernes en el país que asoló el Khmer Rouge –y que tenía como premio una pierna ortopédica de última generación–, fue prohibido por el gobierno de ese Estado asiático. Lo consideró “una burla a los discapacitados, a su dignidad y honor” y echó por tierra una iniciativa que ya se había realizado el año pasado en Angola y que, tal como estaba sucediendo con esta edición, más que ridiculizar, había ilusionado a las participantes.
El artífice de estos eventos –muy polémicos, tan criticados como aplaudidos– es el productor de teatro noruego Morten Traavik. Busca demostrar que una mina no puede arrancarle a una mujer ni su belleza ni su dignidad, además de generar conciencia sobre este drama que perpetúa las peores consecuencias de las guerras, aún terminadas. “Como artista, yo elegí armar este tipo de concursos porque permiten presentar a las personas afectadas por las minas como personas positivas y fuertes, y no como personas a las que se les debe tener lástima, como lo hacemos habitualmente”, explicó Traavik, que ya había dirigido el año pasado el primer certamen Miss Mina Terrestre en Angola, con fondos de la Unión Europea y también en medio de un debate ético y estético.
Al principio, según afirman los organizadores, el concurso contó con el apoyo del gobierno camboyano. Las veinte finalistas, mujeres de 18 a 40 años, surgieron de un casting que duró ocho meses. Posaron como modelos para las cámaras, protagonizando producciones en ciudades y playas paradisíacas, luciendo el tradicional vestido Khmer, mostrando o una sola pierna o una pierna y una prótesis exhibida sin vergüenza. El premio iba a ser una prótesis de última generación, que por su precio resulta inalcanzable para las participantes. La más joven, de 18, se llama Dos Sopheap, y mira a la cámara con unos ojos entre desconfiados y provocadores. En una de sus manos, como un símbolo que no es ingenuo, lleva, apuntada hacia arriba, una ametralladora de juguete. Perdió su pierna izquierda en el año 96 cuando pisó dos minas de fabricación yugoslava de 8 kilos cada una. Keo Saman tiene 40 años, es granjera, está casada y es madre de tres hijos. Su pierna izquierda desapareció cuando en el 87 tuvo la desgracia de toparse con una mina alemana de diez kilos. Pero ella, a diferencia de Sopheap, sonríe, como si ya hubiera asumido totalmente su condición de mutilada. Igualmente, ninguna de las dos, ni de sus 18 compañeras, va a desfilar, como estaba previsto, el viernes en Phnom Penh, capital de Camboya. El gobierno lo prohibió. El argumento es que sería “una burla para las víctimas camboyanas”. El Ministerio de Asuntos Sociales dijo que “dañaría la dignidad y el honor de nuestros discapacitados”. Hun Sen, el primer ministro, había prohibido cuatro años atrás los concursos de belleza hasta que el índice de pobreza, que era del 35 por ciento fuera del 15. Como tal índice no bajó ni un punto, bien podría enmarcarse la decisión en esa ineficacia gubernamental. Traavik, que por las dudas ya se escapó de Camboya, pretende que el show siga por internet, medio virtual, fuera del alcance de la ley, por el que se haría la elección. Eso está por verse. Mientras, no se ahorra fustigar al gobierno camboyano: “Su decisión es un golpe muy duro a los derechos de los discapacitados”.
En Camboya, el drama de las minas es tremendo. Hay entre cuatro y seis millones sembradas, prácticamente una por cada dos personas. El saldo son 60.000 heridos y entre 18.000 y 40.000 mutilados, la cifra más alta del mundo. Sólo en la frontera con Tailandia hay seis millones de minas esperando bajo tierra para destrozar el cuerpo de una señora que vuelva del mercado o de un chico que esté yendo al colegio. La única noticia positiva es que el empeño del gobierno y las ONG en desminar el territorio está dando resultado: en 2002 hubo 847 mutilados o muertos; en 2006, 450, y en 2007, 350.
criticadigital.com
El artífice de estos eventos –muy polémicos, tan criticados como aplaudidos– es el productor de teatro noruego Morten Traavik. Busca demostrar que una mina no puede arrancarle a una mujer ni su belleza ni su dignidad, además de generar conciencia sobre este drama que perpetúa las peores consecuencias de las guerras, aún terminadas. “Como artista, yo elegí armar este tipo de concursos porque permiten presentar a las personas afectadas por las minas como personas positivas y fuertes, y no como personas a las que se les debe tener lástima, como lo hacemos habitualmente”, explicó Traavik, que ya había dirigido el año pasado el primer certamen Miss Mina Terrestre en Angola, con fondos de la Unión Europea y también en medio de un debate ético y estético.
Al principio, según afirman los organizadores, el concurso contó con el apoyo del gobierno camboyano. Las veinte finalistas, mujeres de 18 a 40 años, surgieron de un casting que duró ocho meses. Posaron como modelos para las cámaras, protagonizando producciones en ciudades y playas paradisíacas, luciendo el tradicional vestido Khmer, mostrando o una sola pierna o una pierna y una prótesis exhibida sin vergüenza. El premio iba a ser una prótesis de última generación, que por su precio resulta inalcanzable para las participantes. La más joven, de 18, se llama Dos Sopheap, y mira a la cámara con unos ojos entre desconfiados y provocadores. En una de sus manos, como un símbolo que no es ingenuo, lleva, apuntada hacia arriba, una ametralladora de juguete. Perdió su pierna izquierda en el año 96 cuando pisó dos minas de fabricación yugoslava de 8 kilos cada una. Keo Saman tiene 40 años, es granjera, está casada y es madre de tres hijos. Su pierna izquierda desapareció cuando en el 87 tuvo la desgracia de toparse con una mina alemana de diez kilos. Pero ella, a diferencia de Sopheap, sonríe, como si ya hubiera asumido totalmente su condición de mutilada. Igualmente, ninguna de las dos, ni de sus 18 compañeras, va a desfilar, como estaba previsto, el viernes en Phnom Penh, capital de Camboya. El gobierno lo prohibió. El argumento es que sería “una burla para las víctimas camboyanas”. El Ministerio de Asuntos Sociales dijo que “dañaría la dignidad y el honor de nuestros discapacitados”. Hun Sen, el primer ministro, había prohibido cuatro años atrás los concursos de belleza hasta que el índice de pobreza, que era del 35 por ciento fuera del 15. Como tal índice no bajó ni un punto, bien podría enmarcarse la decisión en esa ineficacia gubernamental. Traavik, que por las dudas ya se escapó de Camboya, pretende que el show siga por internet, medio virtual, fuera del alcance de la ley, por el que se haría la elección. Eso está por verse. Mientras, no se ahorra fustigar al gobierno camboyano: “Su decisión es un golpe muy duro a los derechos de los discapacitados”.
En Camboya, el drama de las minas es tremendo. Hay entre cuatro y seis millones sembradas, prácticamente una por cada dos personas. El saldo son 60.000 heridos y entre 18.000 y 40.000 mutilados, la cifra más alta del mundo. Sólo en la frontera con Tailandia hay seis millones de minas esperando bajo tierra para destrozar el cuerpo de una señora que vuelva del mercado o de un chico que esté yendo al colegio. La única noticia positiva es que el empeño del gobierno y las ONG en desminar el territorio está dando resultado: en 2002 hubo 847 mutilados o muertos; en 2006, 450, y en 2007, 350.
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